La noche de los ángeles inciertos
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A Paco Espínola |
Personajes
Fanny
Hugo
Esteban
Silvia
Esther
Alfonso
Paula
Beracoghea
Borracho
Camacho
Pocho
Doria
Parroquianos
Reflectorista
La
madre
Don
Martín
El
usurero
El
patrón
El
llorón
El
mendigo
Doña
Sara
Celia
Onofre
Voz
de adentro
Los
comensales
Mucama
Borello
La
muchacha
Reyes
magos
La
vaca
Pastor
1
Pastor
2
Ángel
El
cabaret
(Fanny
está junto al mostrador mezclando bebidos. Esteban, muy cerca,
sobrecogido. La luz es irreal.)
FANNY.
— Ven Bechard, demonio del amor malvado. Te conjuro, espíritu seductor,
lleno de dolo y falacia, ahíto de soberbia y apetitos maliciosos, enemigo
de la virtud, generoso del vicio, ingrato a tu creador. Bechard, te
conjuro.
Ven
a reñir amantes, a desatar matrimonios, a separar a los bien avenidos y a
poner la discordia del falso amor entre ellos. ¡Ven! Ven de las tinieblas
infernales donde hay muerte perpetua. Ven
y
entra aquí, nefasto y verde
(enciende
una botella de licor con ese tono),
aquí corrompido y rojo como tú
mismo, feto del fuego
(mismo juego
en rojo)
y aquí: ojo de serpiente, uña de la envidia, moneda
(Mismo
juego
en am
arillo);
y aquí:
invisible, sin color y a muerte como el odio.
(Mismo
juego en luz blanca.)
Ven. Ven Bechard y entra tu negro poder por los
miembros de mi cuerpo.
¡
Entra! Que en el pulgar de mi mano
izquierda te mando poner tu fuerza; el hambre del amor imundo. Ven. Por
Sotter te ordeno me dejes aquí, cados, cados, Acirn Yma Vel Yma Vel, el
arte de desatar deseos y todo lo funesto que trae detrás de si la
ardiente concupiscencia.
On,
Hey, heya, ya et ye. Adonay, Saday, et in nomine Saday qui creavit et per
nomen Stella, qual
est
Venus, conjúrote Bechard.
On
bey heya ya
el
ye. Conjúrote.
HUGO.
—
(Apareciendo del sótano
agobiado por el peso de un cajón y semejante al demonio con
jurado.)
Está
tan lleno de arañas, chinches y ratas este maldito sótano y hay tanta
porquería y tanta oscuridad allá abajo, que la luz no alumbra.
FANNY.
— Noche a noche pisamos las cabezas del infierno, Hugo.
(Esteban enciende la luz: cambio a la realidad.) (Hugo intenta besar a
Fanny; ella
ESTEBAN.
— ¿Hoy baila, la señorita Doria?
FANNY.
— No creo. Aunque si no baila, no quiere hacer clientes. ¿Quedaron
bien, las muchachas?
ESTEBAN.
— Les hice un recorte, nomás.
(Ella
va a servirle.)
No, todavía no. Entonces, me dijo que la señorita
Doria...
FANNY.
— Este anís va por cuenta de la casa; después toma el suyo; cuando quiera.
ESTEBAN.
— Es que ahora prefiero no tomar.
(Ella
ya no le presta atención.)
Estoy como si estuviera asustado.
(Ha
entrado Paula que se arregla el pelo
f
rente a un espejo.)
FANNY.
—. ¡Paula! Déjame verte.
(Paula se acerca.)
Está bien. Quedó bien ese pelo, Esteban.
(A
Paula.)
Pedí una menta, y acordate que al Pocho
Ramírez...
(Le
habla al oído. Paula se ríe asintiendo, luego ríen las dos
destempladamente. Ya han entrado Esther y Silvia.)
Silvia: hoy qué
elegiste: ¿echarte perfume o gastar jabón?
SiLVIA.
— huela.
(Ofreciendo. el escote.)
FANNY.
— Que huelan ellos.
ESTHER.
— Mire cómo me cae esta pollera.
¡Horrible!
FANNY.
— ¡ Vamos Esther! Lo que te está cayendo mal es.. . otra cosa. ¿Doria
no llegó todavía?
ALFONSO.
—
(Entrando.)
Está todo
pronto, pero falta el canasto para el niño.
FANNY.
— Alfonso, ponemos cualquier cosa.
ALFONSO.
— No puede ser cualquier cosa... señora.
Me
tenés harto, Fanny.
SILVIA.
— Le doy mi costurero, ¿quiere?
PAULA.
— ¿Por qué no le prestaste el año pasado tu costurero?
SILVIA.
— Porque el año pasado mi Fifo no era
Jesusito. Pero esta noche, sí.
¿Lo vio vestido Fanny? Está divino, parece un bebe de verdad.
ALFONSO.
— Déjame el canastito al lado de donde puse el muñeco, ¿eh?
S1(LVIA.
— Nunca creí que el Fifo quedara tan
lindo.
(Sale.)
FANNY.
— Alfonso, andá a abrir. No. Esperá.
(Gol
peando
las manos.)
Hugo.
Hugo, son once y cinco. ¿A qué hora se abre, hoy? ¡Hugo!
HUGO.
—
(Entra arreglándose todavía.)
—
Está bien, menos gritos.
FANNY.
(En voz baja.)
— Te queda
preciosa, la camisa.
HUGO.
— Es de popelina, ¿no?
ALFONSO.
(Para interrumpir los secreteos.)
—
¿Abro o no abro?
(Al
f
onso va a
abrir.)
HUGO.
(Íntimo.)
— Fanny: me gustó
mucho... Flor de camisa.
FANNY.
— ¿En serio?
HUGO.—
Calculá. Me la puse hoy, para festejar la Nochebuena. Pero quería
hablarte...
FANNY.—
¿De
qué?
HUGO.
— No... ¿no viste cómo tengo los zapatos? Con una camisa
así...
FANNY.
— ¡Mi querido…!
HUGO.
— Sí pudieras arrímarme unos treinta o
cuarenta pesos.
FANNY.
— Claro que sí.
HUGO.
— Dame cincuenta entonces.
FANNY.
— De la caja no puedo, mi vida. Está
Alfonso.
HUGO.
— ¿Qué? ¿Empezó a ponerse celoso tu
marido? No me dijiste que...
FANNY
.
—
Hace menos de un mes que entraste, Hugo, si no sabrías que Alfonso
controla la caja al centésimo. Y en un día como hoy, más que nunca. Oíme:
¿podés esperar hasta el lunes? Hugo: puedo comprártelos yo misma el
lunes. Me dejás Hugo
HUGO.
—
(Que se ha desentendido de Fanny. A
Esteb
a
n.)
— Cuente cómo fue la pelea.
ESTEBAN.—
(Como si le apretaran un botón.)
—
¿La última?
FANNY.
— Hugo, por favor...
HUGO.
—
(Sin prestar atención al ruego de
Fanny.)
— La ultima no. Cuente la final con el peruano.
ESTEBAN.—
(Se baja del banco en el cual estaba
sentado
y
comienza a contar
mecánicamente, de memoria; poco a poco representa y vive lo que
cuenta.)
—
Era ágil el peruano y tenía mucho juego de
piernas;
pero yo también: mucho juego de piernas. Llegué en forma a la pelea.
Liviano. Y sonó el gong. Los primeros rounds busqué la pelea larga. Lo
estuve midiendo; trabajo de cintura. Le bailaba alrededor, ¿entiende?
HUGO.
— ¿Y en el quinto round?
FANNY.
(Rogándole.)
—Hugo...
ESTEBAN.
— En el quinto round, Arocha me dijo: ahora. Y yo entré al cambio de
golpes a media distancia: derecha, izquierda. Fijese bien, ¿eh? No hubo
un solo clinch en tres rounds. Los dos fuimos a dar y a recibir. Me
acuerdo que coloqué dos izquierdas seguidas y un cross de derecha; paso
atrás y otra izquierda al plexo y otra a la
mandíbula y un recto de
derecha al corazón.
HUGO.
(A un parroquiano que acaba de
entrar.)
Beracochea, venga: acérquese. ¿Lo conoce? Es Costita.
BERACOCHEA.
— ¿Qué Costita?
HUGO.
— Esteban Costa.
ESTEBAN.
— Costita.
HUGO.
— Empezá en el quinto round, de nuevo. El no te
oyó.
ESTEBAN.
— Ameba me dijo: ahora. Entonces… coloqué dos izquierdas seguidas
y un cross de derecha; paso atrás y otra izquierda al plexo y otra a la
mandíbula y un recto de derecha al corazón.
(Se
queda en blanco.)
HUGO.
— ¿Y el peruano?
ESTEBAN.
— ... y un recto de derecha al corazón... y el peruano pegaba también
y muy duro, pegaba tanto como yo, o más, pero yo no me daba cuenta. En un
descanso, Arocha, en el rincón, me dijo:
seguí así.
Y
yo seguí. En el último round parece que yo tenía el labio cortado
hasta acá arriba.
HUGO.
— Y te lo querías comer.
ESTEBAN.
— ¡ Eso! Me colgaba y yo no sentía nada, salvo una cosa que me
colgaba. En serio: mordía algo blando que me entraba en la boca y trataba
de cortarlo con los dientes y era mi propio labio.
BERACOCHEA.
— No lo conozco pero es lo mismo: FANNY. — Hugo, te juro que no puedo.
HUGO.
—
¿Y
lo de la sangre? Terminá.
ESTEBAN.
—
(Sin levantar la voz sigue dirigiéndose
a Beracochea y a Hugo, alternativamente
— Gané por puntos. Cuando me
levantaron la mano y el
público
aplaudía,
dicen que estaba todo
aquí,
colorado
de la sangre mía y de la sangre del peruano.
BORRACHO.
—
Venga Doria. Usted, mi hijita tiene que ser siempre así. Criatura
inocente. Hija dócil. Alma pura y virginal.
(Contiene
un hipo y la bese en la frente)
Vuelvo más tarde y me fijo cómo se
esta portando, Dios
la
haga una
santa, mi hija.
(Doria sale a
vestirse hacia el interior del cabaret)
ALFONSO.
—
(Junto al mostrador)
— Una
menta y dos whiskies
FANNY
.
— Para Paula.
ALFONSO.
— Sí, mesa cuatro.
PAULA.
—
(En una de las mesas.)
— Toca
esa mano, Pocho ¿Sentís? Así soy toda.
CAMACHO.
— Una
seda.
PAULA.
—Soy suave y lisa como esa mano en todo el cuerpo.
POCHO.
— Difícil
CAMACHO.
— ¿ Y a mí no me dejás hacer la prueba?
PAULA.
— ¿Quién te conoce?
CAMACHO.—
Y
a vos quien te...
POCHO.
—
(Interrumpiéndolo)
— Tomá tu
trago, Camacho, y cerrá el pico.
PAULA.
—
(Metiendo la punta de la lengua en
lo copita de menta.)
—Me gusta sentir el frío del pippermint.
Al ratito el dulzor te duerme la punta de la lengua y hace cosquillas.
(A Pocho.)
Probá.
POCHO.
— Tranquila.
CAMACHO.
— Dejame probar a mí.
POCHO.
— Basta, Camacho. Dejanos discutir en paz. Ella está vendiendo lo que
tiene y yo estoy viendo si me decido.
CAMACHO.
— Pero yo también puedo pagar.
PAULA.
- Pagás esta noche. Pero el Pocho viene siempre y sabe darse los gustos.
(A
Pocho, íntima.)
POCHO.
— Conmigo la plata no es cuestión de
cantidad pero en cambio...
PAULA.—
(Interrumpiéndolo radiante.)
—
¿Sabés por qué puedo enloquecerte viejo? Porque me gustás, me gustás
mucho. Hasta me pongo nerviosa cuando estoy contigo. En serio. Te miro y
me salta el corazón, papito. Sentí.
(Le
lleva la mano hasta su pe
ch
o.)
¿Te quedás a la fiesta de Nochebuena
que hacemos hoy después de cerrar? Nos disfrazamos y todo.
POCHO.—
(A Camacho.)
— Tomá unos
pesos y conseguí algo por ahí. Mostrá 20 ó 30 y sos un rey.
Andá.
Dejanos solos.
(Camacho recibe el
dinero y obedece.) (Doria reaparece y se acerca a Fanny.)
HUGO.—
(Gritando junto al mostrador después
de atender algunas mesas.)
— Una grappa, un guindado y preparación
para dos.
FANNY.—
(Mientras le da el pedido.)
—
Tengo que hablarte, por favor.
HUGO.
— Vengo en seguida.
FANNY.
— Gracias, mi vida. ¿Venís rápido y
hablamos?
(Le
aprieta un brazo con su mano.)
ALFONSO.—
(Que se da cuenta, con cansancio.)
—¿Otra
vez, Fanny? ¿Hasta cuándo vas a seguir con esto? A veces pienso que
tendría que matarte.
(Hugo lo mira y se aleja a servir.)
FANNY.
— ¿Venís a pedir algo?
ALFONSO.
— Sí, Fanny. Una botella de vino y dos copas. ¿Todavía no llegó la
cabeza de burro para mí?
FANNY.
— No, no llegó, la cabeza de burro.
(Alfonso
se aleja a servir.)
HUGO.
(Acercándose a Esteban que sigue
junto al mostrador.)
— Si tenés cincuenta pesos te la consigo para
mañana.
ESTEBAN.—
¿Qué cosa?
HUGO.
— Vamos, Costita, no te hagas el bobo
conmigo. ¿Te crees que no se
nota? Le hablo a Fanny y mañana el que se lleva a Doria para arriba sos tú.
Te la consigo por cincuenta. Palabra. No me digas que una mujer así por
esa plata no es tirada;
ESTEBAN.
—
(Violento, empujando hacia atrás.)
(La música se interrumpe. La luz se hace irreal.)
Sos un canalla, una
basura, una bosta de bruja, sos.
(Quebrándose.)
Sos la Última porquería, lo más sucio y asqueroso
y canalla.
(Terrible encarándose
con la concurrencia en general
s
in que nadie le preste atención) Todos
s
on
podredumbre aquí. Todos. Hambrientos de carroña, perversos bestias,
peor que bestias, babosos y ladronas, espíritus
inmundos.
(Estas imprecaciones no han sido oídas por nadie. Esteban de nuevo en
su banco solloza y tiembla apenas. La luz vuelve a ser natural.)
HUGO.
—
(Repite con los mismos gestos y
tono.)
—¿Tenes los cincuenta pesos ahora?
ESTEBAN.
—
(Manso.)
— No, Hugo, tengo el
peso veinte, que me dio mamá, corno todas las noches, para un anís.
HUGO.
— Fanny: no tiene. Fanny, tenés que
ayudarme. No era para zapatos lo
que te pedí. Debo cincuenta y los tengo que pagar hoy. Tengo que ir de
aquí para lo de Acuña. Es el Último plazo. Tú lo conocés al Negro.
Perdí esa plata al monte, el lunes pasado y hasta hoy lo vengo engañando
Fanny
,
por favor. Tú lo conocés,
(Hecho
una piltrafa.)
Dámelos, por favor te pido. Ayudame.
FANNY.
— Ojalá pudiera mi amor, pero de la caja no puedo. Esta Alfonso. Si
falta un peso, por esto sí que me mata en serio. No lo conocés.
HUGO.
— Dame una Pulsera, una alhaja cualquiera ¿No tenés un anillo?
FANNY.
— ¿Un anillo? El que tenía se lo llevó alguien mejor que tú no hace
mucho.
HUGO.
— Tenés un anillo.
FANNY.
— ¿ Éste? Es mi talismán Hugo: tiene
poderes,
(Apartándolo
del
ademán codicioso de Hugo.)
Además no te sirve. Es de hierro
virgen.
H
UGO.
— ¿No tenés nada?
¿Y
tú?
(A Esteban.)
¿Tenés
algo? ¿ Un anillo, que me prestes?
(Le
revisa las manos.)
¿Tenés? Mostrame ¿Tenés?
ESTEBAN
— ; Fuera! ¡ Fuera! No quiero que me
ensucien las manos. ¡Fuera! ¡Fuera!
HUGO.
— ¿Me echás, Costita? ¿No querés ayudarme?
(Lo
sacude.)
Podría pisarte la cabeza, piojo.
FANNY.
(Tranquila.)
— Atendé las
mesas, Hugo. Pasado mañana tenés esa plata, mi amor. Creeme: es mi
gusto dártela, porque te quiero.
(Lo
toma de la mano.)
Salimos mañana y el lunes tenés lo que quieras.
HUGO.
— Tiene que ser hoy, Fanny, antes de cerrar. Es mi último plazo.
(Se
desprende.)
ESTEBAN.
(Para sí. Cuando está lejos.)
—
Escoria, nada más que escoria, eso es lo que sos. No tengo nada yo. A mí
no pueden sacarme nada.
(Da vuel
ta
los bolsillos
hacia afuera.) (Esteban gira la cabeza y mira hacia donde están
Alfonso, Camacho y Doria que se iluminan m
á
s claramente.)
ALFONSO.
— Eso se arregla en la caja. Vengan los dos.
(Se
acercan al mostrador. A Fann
y.) Un amigo del Pocho, mi señora.
CAMACHO.
(Sin darle la mano.)
Mucho
gusto, señora.
ALFONSO.
— Quiere salir con Doria. Le dije que hoy no se puede, por la fiesta. La
quiere tener reservada para mañana.
CAMACHO.
— Arreglo para mañana por lo que sea; pero hoy quiero bailar y
divertirme un poco. Es Nochebuena.
ALFONSO.
— Doria no quiere ir a la mesa.
DORIA.
—Me da asco. Está borracho.
FANNY.
— ¿Qué te hace acompañarlo?
(Doria
se mantiene inmutable.)
ALFONSO.
— ¿Para eso te tenemos en casa, muerta de hambre? ¿O te olvidaste de
lo que eras hace seis meses? ¿Te olvidaste ya?
FANNY.
— Déjala, Alfonso.
CAMACHO.
— ¡Al fin y al cabo, puedo irme a otro lado, si acá está lleno de
princesas Pompadour!
ALFONSO.
— Ella no se niega... pero lo que nunca quiere...
FANNY.
— Andá a cambiar el disco del gramófono, Alfonso.
ALFONSO.
(A Camacho.)
— Va a ver como
con la señora se arregla.
(Se aleja.)
CAMACHO.
— Mejor me voy, total. . .
FANNY.
(Simpática.)
— Venga para acá,
no sea muchacho.
CAMACHO.
— Si es una princesa de Pompadour.. .
FANNY.
— No se apure. ¿Verdad que es simpático, Doria?
DORIA.
— Está borracho desde que llegó.
FANNY.
— Pero es simpático y mañana pueden
salir a divertirse. ¿Verdad
Doria?
ESTEBAN.
(Interponiéndose.)
— Deme un
anís.
FANINY.
— Después, Esteban.
ESTEBAN.
— No, ahora.
FANNY.
— ¿Trajiste la plata?
ESTEBAN.
(Saca del envoltorio de
su pañuelo.)
—-Aquí tiene el peso veinte.
(Fanny
le sirve y él se queda interpuesto en el grupo, mirando a los tres
alternativamente y mostrando en la cara lo que
está sintiendo.)
FANNY.
— Doria es muy cariñosa y es más
delicada que las demás, más
ingenua, más inocente.
ESTEBAN.
— Es cierto.
FANNY.
— Es por eso que no le gusta hacer copas. Es bailarina artística. ¿No
ve el cuerpo que tiene? Fíjese bien. Es un cuerpo, ¿no?
CAMACHO.
— Me gusta sí, pero si todas
son tan difíciles, vuelvo a la fiesta en casa y me quedo con mi novia.
FANNY.
—Pero si Doria no es nada difícil, al revés. Está llena de ternura.
Es un bichito de dócil, una gatita mimosa. Pero hay que saberla llevar. Y
a usted —se nota enseguida— le sobra habilidad para una muchacha así.
Dígale alguna cosa. Diga...
CAMACHO.
— ¿Quiere... quiere bailar conmigo y festejar?
DORIA.
— Bailar me gusta.
CAMACHO.
— Entonces bailamos.
ESTEBAN.
—No bailes, Doria.
FANNY.
— Espere. No arreglamos lo más
importante.
CAMACHO.
— ¿Qué cosa?
FANNY.
— ¿No quería reservarla para mañana,
para salir juntos o para estar
la noche en el reservado de arriba?
ESTEBAN.
— Deme otro anís.
FANNY.
— No tenés plata, Esteban.
ESTERAN.
— Tengo, sí. Otro anís. Otro anís.
FANNY.
— No. Te dan lo justo todas las noches. Quédate tranquilo.
(A
Camacho.)
Pregúntele usted si quiere.
CAMACHO.
(A Doria.)
— ¿Salimos, mañana?
FANNY.
— Claro que sale. Decíselo.
DORIA.
— Salgo, sí.
(Baja los ojos.)
ESTEBAN.
(Quebrado.)
— Otro anís.
CAMACHO.
— Bueno, formidable.
(Amaga
llevarla a la pist
a
.)
FANNY.
— Oiga: lo de bailar hoy va de regalo, pero la salida de mañana hay que
pagarla por adelantado.
CAMACHO.
— Y la pago...
FANNY.
— ¡Alfonso!
(Éste se acerca.)
Alfonso: ¿toda la noche de mañana, son
cincuenta?
C
AMACHO.
— Pago treinta, mas no.
ALFONSO.
— Dejásela en cuarenta.
FANNY.
— Necesita zapatos, la chiquilina. Hay que vestirla, para que usted
pueda desvestirla. Son cincuenta. Vamos, que tiene
de sobra, usted.
CAMACHO.
— Está bien.
(Le va a pagar a Fanny.)
Tome.
FAINNY.
— Páguele a él. Yo soy mujer como Doria y tengo mis debilidades. Como
ella con usted.
CAMACHO.
— ¿Bailarnos?
DORIA.
— Si usted lo desea.
(El grupo se dispersa y deja a Esteban desguarecido. Doria se vuelve
hacia Fanny.)
Si mañana tengo que ir hoy hago mi baile.
FANNY.
— Acordate lo que fue el viernes pasado.
DO
RIA.
— Pero ahora ensaye mas.
FANNY.
— Vas a terminar corriendo a los clientes.
DORIA.
— Dejame, Fanny.
FANNY.
— Está bien, bailá, pero primero
entretené un poco a ese muchacho.
Ponete alegre.
DORIA.
— Y me prenden el reflector y Alfonso me anuncia.
FANNY.
— Sí.
DORIA.—
¿Y después...?
FANNY.
— ¿Qué más?
DORIA.
— ¿Y después ustedes, Hugo y tú, aplauden cuando
yo
salga? ¿Si?
FANNY.
— Andá y hacé que se divierta.
DORIA.
— ¿Pero me aplauden?
FANNY.
— Trabajá bien, primero. Mostrate alegre.
DORIA.
—Sos buena, Fanny.
(La besa y va hacia Camacho. Bailan.)
HUGO.
— Estás sufriendo, Esteban.
ESTEBAN.
— Sí, sí, claro que estoy sufriendo. No me gusta nada esto. Aunque
ella esté pensando en otra cosa, no me gusta. Por eso, para ayudarla, yo
también pienso en otras cosas: en la granja grande, donde crían patos y
se les da de comer volcando una bolsa grande; y pienso en el jarrón
pintado de verde que había en casa; y pienso en el ruido que hace la
navaja sobre el asentador.
HUGO.
— Sin embargo, tendrías una manera de
conseguirla para siempre. ¿ No
te gustaría?
ESTEBAN.
— ¿Irnos? ¿Los dos?
HUGO.
— Clara. Si ella quisiera. . . Ella hace
siempre lo que quiere.
ESTEBAN
— Es cierto.
(Las parejas dejan de bailar.)
HUGO.
— Pero tú no le hablaste nunca...
ESTEBAN.
— No. Yo no hice nada nunca. La miro, nomás, a veces.
Y
pienso cosas. Pero como esas.
HUGO.
— Ella ni te ve.
ESTEBAN.
— Claro que me ve.
HUGO.
— Si le hicieras un regalo, a lo mejor. Y si yo te ayudara. . . Con algo
bueno estoy seguro que la convencemos y se va contigo.
ESTEBAN.
— ¿ Conmigo? ¿Adónde?
¿Y qué regalo le hago?
HUGO.
— Tendría que ser algo realmente bueno,
algo de valor.
ESTEBAN.
— No, eso no. A ella eso no le importa.
HUGO.
— Mirá que sí.
ESTEBAN.
(Violento)
— No le importa, te
dije. Estoy seguro.
HUGO.
— Mirá que sé lo que te digo, campeón. No te enojes. Si no es cuestión
de plata. Pero tendrías que hacerle un regalo, algo especial. Un regalo
que tuviera fuerza. II
ESTEBAN.
- Fuerza.
HUGO.
— Claro. Alguna cosa con un poder especial, con una fuerza capaz de
favorecerte. Pensá bien, campeón. Tú sos inteligente. ¿Viste el talismán
de Fanny?
ESTEBAN.
— ¿El anillo?
HUGO.
— Es nada más que un clavo de herradura, pero está hecho de hierro
virgen y recibió palabras.
ESTEBAN.
— Pero si yo no tengo nada que sea así. No sé de eso.
HUGO.
— Se podría hablar con Fanny.
ESTEBAN.
— No. Prefiero que no. Con ella no.
HUGO.
— ¿Por qué?
ESTEBAN.
— No quiero. Si es con Fanny, no. Nunca. No quiero.
HUGO
— Como te parezca. Pero es una lástima grande, campeón. Pudiendo.. -
(Pausita.)
ESTEBAN.
— ¿ Y a mi, me prestaría el anillo, Fanny?
HUGO.—Pensaba
algo mejor. Pero si no queres. .
ESTEBAN.
— Es que no sé.
HUGO.
— Cuando Doria se ponga el anillo activo la tenés para siempre. Es
infalible el poder. ¿Querés que convenza a Fanny para que lo prepare?
ESTEBAN.
— No se, yo.
HUGO.
— Con el anillo en la palma de la mano izquierda, Fanny le habla y le
da fuerza. Y cuando lo sopla, ya está. Lo hizo muchas veces y no falla.
Después lo ponerlos en una cajita y lo colgamos en el árbol dé la
fiesta, como regalo de Nochebuena, para Doria.
ESTEBAN.
— Y no falla...
HUGO.
— Nunca. Sabés bien que Fanny no falla. Traeme el anillo.
ESTEBAN.
— ¿Cuál?
HUGO.
— El anillo de oro. Tu mamá tiene uno, ¿verdad?
ESTEBAN.
— Tiene, sí. O tenía, no sé.
HUGO.
— Traelo.
ESTEBAN.
— Pero es de ella y no sé si lo tiene.
HUGO.
— ¿Querés o no querés que Doria se enamore?
ESTEBAN.
— Pero es lo del anillo, ¿cómo hago? Es difícil.
HUGO.
—Ni sé para qué me ocupo de tus líos. Tengo que ser estúpido para
perder el tiempo contigo. Mirá viejo: si podés conseguir un anillo o
algo de oro, me llamás, y si no chau Costita y que la disfrute el Pocho o
el amigo del Pocho. ¿A mi qué? ¿A quién le importa esa chiquilina? Que
se saque el gusto cualquiera. Que la revuelquen. Ni siquiera tú querés
hacer algo para salvarla. (Se
apagan
las luces y un rayo estrecho cae en la pista.)
ESTEBAN.
— Ni siquiera yo quiero hacer algo para salvarla.
ALFONSO.
(Entrando a la luz.)
— Señoras
y señores: tengo el gusto de presentarles un número artístico
extraordinario: Doria, nuestra bailarina internacional,
en uno de sus celebrados bailes de sajón.
(Aparece
Doria vestida de marinero. Procura ser encantadora y profesional pero
saluda sin gracia y con cierta timidez. Suenan desolados unos pocos
aplausos, comienza la música y ella baila desmañadamente mezclando sin
ton ni son figuras de baile americano moderno con pasos de ballet. El
espectáculo
se hace de más en más grotesco. Entra Camacho a la pista y aunque ella
trata de esquivarlo, él la sigue y le hace pareja, aumentando el absurdo.
A lo largo del número se oyen progresivamente, imitaciones de gritos de
animales, hechas por los parroquianos: ladran, aúllan., rebuznan y rien.
Todo termina en una gran batahola hasta que el ridículo y desamparo de
Doria son totales. Al terminar el
escándalo Esteban aplaude en
primer plano. Hay una breve oscuridad. Se enciende la luz irreal. Esteban
está ahora solo; el cabaret ha quedado desierto.)
ESTEBAN.
(Deja de aplaudir
y
parece
buscar.)
—Yo hago por salvarla, Hugo, Hugo, Hugo, Hugo, ya pensé.
Te lo traigo. Algo de oro, te traigo Hugo.
(Avanza
trabándose entre las sillas y se detiene a mitad de camino.)
Un
anillo; el de mamá. Debe tener un anillo. Lo que quieras, Hugo. Te traigo
un anillo de oro. Sí, sí, sí, te lo traigo. Ahora, en seguida. No te
vayas, Hugo. Yo vuelvo y te lo traigo
esta misma noche. No te vayas, Doria. Es maravillosa, Hugo. Es un ángel.
No te vayas, Doria. Yo vuelvo. No te vayas.
La
casa de Esteban
(Es
una habitación triste. Llena de soledad y vejez.)
MADRE.
— ¿Sos tú, Esteban?
ESTEBAN.
— Buenas noches, mamá.
(La
besa.)
MADRE.
— Gracias...
Feliz
Navidad, querido.
ESTEBAN.
(Deteniendo lo que iba a decir;
hablando como p
a
ra sí mismo.)
— Sí, feliz Navidad, mamá.
MADRE.
(Se pone de pie y comienza a servir
la mesa mientras habla.)
—Hoy, antes de cenar, iba a darle un poco
de pan dulce a Manta, que me ayuda tanto, pero después pensé que no.
Mejor empezarlo ahora. Mirá esto, nueces y avellanas lustrosas, ¡ y de
un tamaño!
(Pausita.)
Hacía
mucho que no teníamos pasas de higo como éstas. Mirá qué maravilla.
Desde la mañana la casa parece otra y es por el perfume de la fruta
seca. Parece antes, cuando vivía tu padre. ¿Cenaste? ¿Querés comer
alguna cosa caliente? ¿Un poco de caldo?
ESTEBAN.
(Mientras come.)
— No, por
favor. Quiero volver enseguida; por Doria. Fanny —yo te hablé de
Fanny— Fanny es rara, mamá, se habla con los espíritus me parece y los
llama; dice palabras y después les manda que entren en un dedo; en este.
Y en este otro tiene un anillo con poderes, activo. Eso: activo. Pero yo,
no es con Fanny, es con Hugo. Y fue él que me dijo además. Yo no. Ni lo
pensé. Fue él que me dijo: campeón esta noche o nunca. Yo había
contado la pelea. Me gusta contarla. Fue Hugo también que me dijo que la
contara y después me hizo empezar de nuevo, porque llamó a otro para
que también supiera. Un cliente nuevo. Cuando le conté el décimo round
(Se
para y lo gesticula.)
que Arocha me dijo: seguí así. Cuando le
conté que yo...
MADRE.
(Interrumpiendo calmosamente.)
—
¿Qué te hicieron, Esteban?
(Pausita.)
(Él vuelve a comer.)
Siempre te aflojás el nudo de la corbata, para
comer y hoy no.
(Él lo hace.)
Contame,
¿qué te hicieron?
ESTEBAN.
— Yo no fui. Fue Hugo que me dijo. Él sabe. Me dijo: Campeón: traé el
anillo, que Fanny lo pone en la palma de la mano, lo sopla y eso no falla.
Y no falla, mamá. No falla. No falla. Se pone activo, y no falla.
MADRE.
— Claro, pero con tanta charla, ni probaste las pasas de higo.
ESTEBAN.
— Tienen olor rico. Tú dijiste. Y son ricas.
(Pausita, él come.)
MADRE.
— ¿Para quién es el anillo? ¿Para Doria?
ESTEBAN.
— Claro.
MADRE.
— Pero tú tenés que dárselo a Hugo y él, después, se encarga...
ESTEBAN.
— Fanny, se encarga. Hugo se lo da a Fanny y le pide por mí y después...
MADRE.
— ¿Se lo diste, ya?
ESTEBAN.
— No, por eso estoy apurado. Vine a buscarlo, tiene que ser hoy mismo,
mamá, antes de la fiesta. Tiene que ser antes. Entonces ella se pone el
anillo, y se da cuenta de todo y me besa y entonces yo le digo todo lo
que fui pensando en tanto tiempo.
MADRE.
(Estallando).
— ¡No habrá
nada que considere esa bruja! Ya fui a hablarle una vez. Fui a pedirle.
¿Te acordás que fui? Tendría que morirse toda esa roña de gente.
ESTEBAN.
— Pero mamá, ¿qué pasa?
MADRE.
— No vas más a ese lugar. ¿Entendiste, bien? No volvés a poner los
pies en esa mugre de lugar. Nunca.
ESTEBAN.
— ¿Hoy tampoco?
MADRE.
— ¡Nunca! Te dije que no volvés. No podés ni pasar por la esquina. En
tu vida volvés a acercarte a lo de Fanny.
(Tierna.)
Entendiste bien, ¿verdad? No podés ir más.
ESTEBAN.
(Convencido, obediente, repitiendo
para no olvidarlo.)
Ni siquiera hoy puedo ir...
(De pron
to.)
¡Mamá!
Dejame por favor
(Llora contra ella.)
¡Mamá!..
MADRE.
(Mientras lo deja llorar y le
acaricia la cabeza.)
— Cuando eras chico, muy chico, salías con
tu padre, los dos solos. Él sentía orgullo de que pudieran salir así.
Y eso que tú tenias dos o tres años nomás. Era una salida de hombres
solos y te trataba como a un compinche. Y tú te sentías un hombre
grande.
ESTEBAN.
— Dejame ir, mamá. Hoy solo. Después nunca más. ¡La quiero tanto!
¡Hoy solo, mamá!
MADRE.—
¿No querés que te cuente lo del zoológico? ¿Cuando tú te sacaste un
zapato y sin que tu padre te viera, lo pusiste a navegar en el lago y el
zapato se hundió y te quedaste con un pie descalzo? Tu padre no se enojó,
ni Le dijo nada, te levantó en los brazos; pero tu que tenias tres años
no quisiste. Por ser un hombre fuerte volviste caminando sin zapato. Y
cuando llegaron a casa, tu pie sangraba de pisar las piedritas del camino
y como no habías dicho nada, ni te habías quejado, tu padre fue a lo de
Amado y te compró un juguete a cuerda.
ESTEBAN.
— El camión de bomberos. Fue el último regalo que me hizo.
MADRE.—
(Sobre el llanto.)
— ¡Hijito.
. chiquito, chiquito mío!
ESTEBAN.—
Yo recuerdo el día de carnaval contigo y con un traje de arlequín
amarillo y negro y
MADRE.
(Transición.)
— Esteban: La
querés mucho, ¿verdad?
ESTEBAN.
— Sí, mucho. Doria. . -
(Se queda
en el arre.)
La quiero tanto que me duele aquí al mirarla.
La
miro y es tan triste, que tiene que ser buena; y por eso
quisiera estar viéndola siempre.
MADRE.
(Para aliviar su emoción.)
—
Comé alguna cosa más; tenés que alimentarte bien.
(Le arregla el cuello y la corbata.)
ESTEBAN.
— ¿Es imposible, mamá? ¿No se puede?
MADRE.
(Para sí misma.)
— Después
de haber sido lo que fuiste.. - ¡hace tanto que no tenés nada!
ESTEBAN.
— No tengo nada, yo.
MADRE.
—Pobrecito. Y seguís trabajando y sos bueno; y sos mí hijito. ¿Y
eso no vale nada?
ESTEBAN.
— ¿No vale nada, mamá?
MADRE.
— Tiene que valer, Esteban. Y si no, ¿para que soy tu madre?
(Comienza
a buscar, encuentra un monedero, lo vacía sobre la mesa.)
Vas a ir y
vas a llevar un anillo. Si lo que querés es eso, lo vamos a conseguir
aunque sea para nada, para darte el gusto. Lo vamos a conseguir, hijito.
ESTEBAN.
— ¿Podés?
MADRE.
— Aquí hay.. -
(Apartando monedas
y billetes.)
casi dieciséis pesos. No alcanza. Quince ochenta,
tenemos.
ESTEBAN.
— No alcanza.
MADRE.
— Pero no importa. Traé la navaja que te regaló Humberto, y además
vamos a ir a buscar la bandeja de plata que se llevó Celia. Borello estará
en la joyería; fue amigo de tu padre. No puede negarse a venderme un
anillo porque esté cerrado.
ESTEBAN.
— De oro.., grande.
MADRE.
— De oro, sí. Traé tu navaja. Y pasamos por lo de Celia. Yo llevo las
sábanas bordadas. Están sin usar. Apurate, Esteban. Vamos.
ESTEBAN.
— Sos buena, mamá.
(La besa.)
MADRE.
— Apurate. Ésta va a ser una Nochebuena feliz para nosotros. Va a ser
como otra final de campeonatos.
Y
ya
es algo que tengas una pelea
(Más
bajo.)
aunque esté perdida.
(Sale.)
ESTEBAN.
— Traigo la navaja, yo.
(Sale.)
La
casa de Celia
(Solo
se encienden las lucecitas del árbol de Navidad. Cuando don Martín
comienza a dejar los regalos del árbol, la escena se aclara. Don Martín
se ha improvisado un disfraz de Santa Claus: unas barbas, un gorro, una
esclavina roja. El niño está junto a él. Sara, Celia y Onofre
completan el cuadro
DON
MARTIN. — Y cuando llegó la mañana todas las estrellas madrugaron
menos una. Y todas fueron a lavarse la cara con rocío y apagaron sus
farolitos
azules. Pero el lucero tardó más en descolgar la luz; estaba el cielo
claro y todavía podía verse su puerta iluminada; pobrecita la estrella,
de tanto andar esa noche al trote por el desierto quedó para siempre
dormilona. Se levanta tarde todavía el lucerito.
NIÑO.
— ¿Y los regalos, tata?
DON
MARTÍN. — ¿Los regalos? Colgados del árbol de Belén, bien cerquita.
Fueron todos; hasta el burrito estaba curioso; fueron todos y. ..
(Triunfal)
encuentran una caja que dice: para Julito, por portarse bien.
(Le
da una caja.)
NIÑO.
(Abriéndola.)
— ¡Es un carro
de asalto precioso!
Tu,
La, ta, tu, ta.
(Todos
aplauden y festejan, bravos, etc.)
CELIA.
— Ahora cuidado Julito; no empieces a tirarlo de la silla como al
submarino Peral, y
(descubriendo
la presencia de Esteban.)
¡
Esteban!
(Sorpresa
de todos y desagrado.)
¿Qué pasa allá? ¿Mamá...?
ESTEBAN.
— Mamá está en la puerta, no quiso entrar por no encontrarse con
ellos.
(Por don Martín y Sara.)
CELIA.
— Y tu, ¿qué querés? ¿Tenias que venir hoy, a esta hora?
ESTEBAN.
— Necesito la fuente de plata.
CELIA.
— ¿Qué fuente?
SARA.
— Debe ser la bandeja redonda que está en casa.
ESTEBAN.
— Es de mamá y la quiere.
CELIA.
— ¿Ahora, se le ocurre? Siempre tiene que ocurrírsele algo cuando están
mis suegros.
ESTEBAN.
— Tengo mi navaja, también.
(La
abre.)
CELIA.
(Asustada protege a su hijo.)
— ¿Qué querés con eso? ¿Qué
pretendés ahora? No vaya don Martín, es loco, es capaz de todo y está
borracho,
DON
MARTIN. — ¿A qué viniste? ¿Se puede saber a qué viniste? Te mandó
tu madre.
ESTEBAN.
— Yo dije ya. Vine a buscar la fuente de plata, para empeñarla. Y también
llevo esto, y mamá lleva las sábanas. Y después.., vamos a comprar un
anillo de oro. Después.
DON
MARTIN. — ¿No será para seguir tomando? ¿O por el gusto de venir a
meternos un bochinche?
NIÑO.—
(Apuntando a Esteban con su carro de
asalto.)
—Ta,
La, La, La, La, ta, ta.
ESTEBAN.
(Al niño.)
— Me mataste,
Julito.
(Transición.)
Necesito
un anillo de oro, para Doria. Ella está allá, en el cabaret de Fanny;
está, pero no cobra ni nada; baila. Así que no es por la plata, es por
el anillo.
CELIA.
— No oigas, Julito.
ESTEBAN.
— No cobra, en serio. Ella va cuando tiene que ir, así con un
cliente, porque Fanny le dice, para ganarse la plata ella, Fanny, pero
nada más; y ahora con un anillo me la puedo llevar porque dice Hugo que
me ayuda. Y entonces vamos para casa esta misma noche con ella: con Doria,
quiero decir.
ONOFRE.—
(Cordial.)
— Vení, Esteban.
(Lo
aparta, pasándole un brazo sobre los hombros.)
CELIA.
— Qué vergüenza, doña Sara, que mi hermano lleve esta vida.
SARA.
— ¡Porquería de gente!
ONOFRE.
— Son dos pesos, guardalos. Aunque no te alcance pueden ayudar. Y ahora
andate. Esteban. Dejá. No te despidas. Andate.
ESTEBAN.
— La fuente, decía yo.
ONOFRE.
— Andate, Esteban, haceme el favor. No nos estropées más la noche.
Andate.
La
casa de compra venta
(En
escena Esteban, la Madre y el Usurero, un hombre común con un gorrito de
papel y un poco achispado por la bebida. La luz es irreal.)
USURERO.
— Estamos para ayudarnos los unos a los otros con lo poco que tenemos,
estimada señora y estimado señor. Por lo menos yo pienso así y cada
vez que oigo sonar esa campana me digo: aquí llega un amigo que necesita
algo de mí y que seguramente me trae algo que yo necesito; y acierto
casi siempre, porque soy comerciante y el comercio es la reciprocidad en
acción: me das y tengo, te doy y tienes; el comercio es la modalidad real
y material del amaos los unos a los otros ¿y qué somos en el mundo,
amigos, sino un puñado de menesterosos de amor? Una multitud en viaje y
angustiada que no atina a escucharse ni a comprenderse y que por falta
de amor carece de pan y que por falta de pan ve secarse la miel de su
alma. Adelante, señores. Por favor. Adelante. Ésta es la casa de
ustedes, sin día y sin hora para nadie, como debieran ser los templos.
Adelante.
(Avanza Esteban con la
Venus y la Madre con las sábanas.)
ESTEBAN.
— Ésta es una Venus de alabastro, antigua; regalo de casamiento. Y ésta
es una navaja toledana sin usar.
USURERO.
— Algo muy apremiante debe preocuparlos, para venir ahora a media
noche, en plena fiesta.
ESTEBAN.
— Necesito un anillo para Doria; porque yo la quiero a ella; y entonces
hoy en la fiesta que se hace después..
MADRE.
(Interrumpiéndolo.)
— Por
esas dos cosas y estas sábanas, ¿cuánto?
U
SURERO.
(Por un movimiento reflejo aprecia las sábanas pero reacciona.)
¡Ah,
un anillo! ¿Cómo no ver con simpatía a quien vende sus mejores cosas
para comprar un anillo de compromiso? Me alegro que haya venido,
amigo...
ESTEBAN.
— Esteban Costa.
USURERO.
— Amigo Esteban.
(Le da la mano.)
Puede
decirse que aquí comienza el sacramento de su matrimonio, hermano, ¿Esta
misma noche se comprometen?
ESTEBAN.
— Esta noche necesito el anillo, aunque no es para... MADRE. —No queremos perder tiempo. ¿Cuánto puede darnos por estas cosas?
USURERO.
(La mira un instante.)
-— Habría
que tasarlas. Así a primera vista.
VOZ
DE ADENTRO. — ¿Amadeo no venís? La comida se enfría.
USURERO.
— Voy, mi querida, voy.
VOZ
DE ADENTRO. —-La nena se está durmiendo... ¡Tardás tanto! MADRE. —Puede ser ahora, ¿o no? ¿Cuánto?
ESTEBAN. — Es un amigo,
mamá.
MADRE.
— Estamos apurados. ¿Puede ser en seguida? ¿Cuánto?
USURERO.
— Si es tan urgente.
(Se sonríe y vuelve a detenerse.)
Mi padre, que fundó esta casa,
decía que el tiempo es oro, pero que el apuro vale mas. Y es muy cierto,
en esta casa por lo menos.
MADRE.
— Dénos la plata de una vez. Lo que sea.
USURERO.
— Tengo que tasar, señora Yo pago lo que cada cosa vale. En esta
materia no se puede improvisar. Traigo mis lentes, mi ropa de trabajo,
mis herramientas y hacemos la tasación. Acomoden las cosas para que la
luz las ilumine.
(Sale aunque continúa
hablando sin parar.)
Es cuestión de un minuto y ya cuentan ustedes
con mi dinero; tantos pesos exactamente, como valen esas cosas. El buen
comercio debe enriquecer a las dos partes. Tuvieron suerte al
encontrarme aquí, una noche como ésta y con tanto apuro. No siempre se
encuentra un buen profesional cuando hay que hacer.. . una operación de
urgencia.
(La luz se hace real, El usurero reaparece sacudido por una risa de ave
de rapiña. Los lentes, el guardapolvo negro y su nueva actitud lo han
convertido en un cuervo. Trae su caja de instrumentos que contiene: una
lupa, un martillito, punzón y una lima con los cuales golpeará la Venus
y la rayará; observará la trama de las sábanas: tratará de morder el
acero de la navaja. Aparte enojado.)
¡Refugo del diablo! Nada de esto
vale nada, y ustedes lo saben. La Venus es yeso. Las sábanas madrás y la
navaja se mella con la uña señora! Un lote de desperdicios. ¡Una
estafa!
MADRE.
— ¿Cuánto da por todo? Rápido.
ESTEBAN.
— Pero no es verdad. Miró mal la navaja. Se está equivocando, yo sé.
USURERO.
— Todo esto hiede a falso, y ustedes también; siento que me infectan
la casa con semejantes imitaciones porque quieren mi dinero. ¡ Sí… lo
quieren! Traen apariencias de cosas y no cosas. Y saben que todo es falso
y con dos caras, y tratan de engañarme. Pero yo no compro ilusiones para
vivir contento, señor. Yo compro objetos, realidades, valores de ley.
¡Nada de esto es lo que parece! ¡Nunca nada es lo
que
parece, desgracia mía!
(Transición.)
Sí pago ocho pesos, es demasiado. Pago contante y estoy recibiendo
papel pintado, lustre, apresto, ilusión.
MADRE.—
(Débil.)
— Deme diez.
USURERO.—
(Tremendo.)
— Ni muerto, señora.
Ocho pesos ya es mucho, se lo juro por mis hijos. Estas son inmundicias de
las que apestan. ¡Por Dios, que sí! Cosas tan falsas que marean. Les
pido un favor: saquen eso de mi casa; que no lo vea mas. Sáquenlo, o voy
a pensar, definitivamente, que son dos abusadores, dos tramposos de mala
fe.
MADRE.—
(Quebrándose.)
— Deme diez,
por favor. Se lo pido como un favor.
ESTEBAN.
—A mí, devuélvame la navaja.
MADRE.
— Callate, Esteban.
ESTEBAN.
— Me la devuelve. No es verdad lo que dijo. La navaja es buena.
MADRE.
— Necesitás esa plata y ni así alcanza. Callaté.
ESTEBAN.
— Pero, mamá, está mal lo que hace.
MADRE.
— Callate, te lo pido. Diez.., como un favor.
ESTEBAN.
(Bajito.)
— No lo dejes, mamá.
Está estafando a mi navaja.
USURERO.
— Tenga. A veces soy demasiado humano. Tome diez pesos, señora. Y si
quiere llevarse la Venus y devolvérsela al que se la regaló, puede
hacerlo. Ahora se lo digo con la mano sobre el corazón. Lo único que no
es de yeso, son los brazos.
MADRE.
— Llevala. Esteban. Es un recuerdo.
ESTEBAN.—
¿Y la navaja, no la llevo...? ¿Por qué dijo él que. .?
(Salen.)
USURERO.
— Feliz Nochebuena, señora, y muchas felicidades para los novios.
La
casa del patrón
(Cuatro
parejas en torno al mantel redondo. Están sentados muy juntos y del
principio al fin comen rápida y glotonamente.)
SRA.
RODRÍGUEZ. — ¿Me pasa el pan?
SRA.
RICCO. — Alcánceme la ensalada.
SRA
DEL PATRÓN. — ¿Quiere más?
SRA.
RODRÍGUEZ. — Un poco.
SRA.
DEL PATRÓN — ¡ Y vino!
SRA.
RODRÍGUEZ. — También, si hace el favor.
SRA.
RICCO. — La sal, me permite.
SRA.
CARBAJAL. — Probá, querido.
CÁRBAJAL.
— Ya probé.
SRA.
CARBAJAL. — Probá otro poco.
SRA.
RODRÍGUEZ. — A mí sírvame dos... quiero decir: unos cuantos.
SRA.
RODRÍGUEZ. — ¡Qué cosa rica, Dios mio!
(Se
oye una detonación. Todos quedan en suspenso.)
PATRÓN.
(Entrando.)
— Champán francés.
Cuesta un disparate, pero no es nada. Tomen bastante.
(Da
la botella.)
En los primeros tragos ni se aprecia eh gusto. Hay que
sentirlo bajando. Sírvale más, sírvale sin miedo. Deme esa botella,
hombre.
RODRÍGUEZ.
— Gracias, muchas gracias.
SRA.
DEL PATRÓN. — Le doy un poco de pechuga.
RICCO.
— Pechuga y relleno.
SRA.
RODRÍGUEZ. — Corte de ahí.
SRA.
RICCO. — Es tierna, ¿eh?
SRA.
CARBAJAL. — Una manteca.
RODRÍGUEZ.
— Da gusto.
SRA.
RODRÍGUEZ. — ¡ Mm! ¡Y qué aroma!
CAR]3AJAL.
— Y el doradito...
RODRÍGUEZ.
— Está llamando a comer.
RICCO.
— Métale diente, Luisa.
SRA.
CARBAJAL. — Gracias, muchas gracias.
RODRIGUEZ.
— ¿Me pasa la salsa?
SRA.
DEL PATRÓN. — ¿No se sirve pan?
PATRÓN.
— Mire qué jugo.
RODRIGUEZ.
— Jugoso, cómo no; jugosísimo.
CARBAJAL.—
A punto, querrá decir.
SRA.
RICCO. — Crudón, más bien.
PATRON.
— No discutan; coman.
RODRÍGUEZ.
— Gracias, muchas gracias.
PATRÓN.
— Y lo hizo Rosa, ¿eh?
SRA.
RODRÍGUEZ. — ¡No! No le creo. ¿Esta obra de arte?
SRA.
RICCO. — ¡Y fíjate qué vista!
SRA.
CARBAJAL. — ¡Ni parece hecho en casa!
RICCO.
— Al final no hay como la comida casera, ¿verdad?
PATRÓN.
— Y es como tiene que ser.
RODRÍGUEZ.
— Para algo se casa uno.
PATRÓN.
— ¿No es lo que yo digo, Rosa? La familia es la familia.
SRA.
RICCO. — ¡Qué hombre de buenos sentimientos!
SRA.
RODRÍGUEZ. — Páseme la ensalada.
SRA.
CARBAJAL. — ¿Le echo aceite?
RODRÍGUEZ.
— El pan, por favor.
RICCO.
—Y para mí, más vino.
PATRÓN.
— No haga cumplidos, Carbajal, dele.
CARBAJAL.
— ¡ Es tan sabroso!
SRA.
RICCO. — Y liviano. No hace nada.
CARBAJAL.
— Deme más, entonces.
SRA.
CARBAJAL. — Yo te corto, querido.
SRA.
RICCO. —Ponga aquí los huesos, Rodríguez.
R1CCO.
— Vaya poniendo, en este plato.
SRA.
RODRÍGUEZ. — No pierdas tiempo, tú.
RODRÍGUEZ.
— Si yo no hablo.
SRA.
DEL PATRÓN. — A ver esa copa, vamos.
SRA.
CARBAJAL. — ¿Y tú, no te servís? Dale.
CARBAJAL.
— No puedo más, me parece.
SRA.
RODRÍGUEZ. —
¡
Qué ridículo!
CARBAJAL.
— Bueno, un dedo.
SRA.
RICCO. — Así me gusta.
SRA.
DEL PATRÓN. — Tome pata.
SRA.
RICCO. — Me encanta la pata.
RODRÍGUEZ.
— Agarre con la mano, señora; estamos en familia.
SRA.
CARBAJAL. — ¡Siempre te atorás! Comé más despacio.
CARBAJAL.
— Dejame tranquilo a mí.
RICCO.
— Y póngale verde. Bastante verde.
PATRÓN.
— No se pierdan con tanta ensalada, muchachos. Aplíquense al pavo. El
relleno solo vale una fortuna. Castañas italianas, pasas de Corinto, piñones
de Mont Vernu, jerés español. En serio: este pavo es un viaje a Europa.
Coman, muchachos. Dale más, Rosa, y servime a mí con bastante relleno,
dales aunque digan que no. Y usted. Rodríguez, mueva ese vino. Sírvale
a todos. No hay una gota que no sea francés. Palabra. Será un robo lo
que están cobrando por cualquier cosa, pero .qué importa si éste es el
único gusto que me doy? Es mi gusto. Mi única diversión. Estar en
familia y festejar con los amigos de cada día, con mis empleados.
CARBAJAL.
— ¡Salud, don Edmundo!
PATRÓN.
—Aunque esta cena salga mil pesos, ¿qué? Si mi gusto en una noche así
es
darles,
taparlos, darles
hasta que no puedan más. En una noche como ésta, también una familia se
reunió a festejar con alegría el nacimiento de un niño. Por eso no dejé
que nadie trajera nada. Hoy, el que da, soy yo. A todos y lo que quieran.
Es una vez que festejo y quiero que coman hasta reventar. Para ser feliz
yo. Es el día de la familia, y la familia es el orden, los hijos
robustos que se crían bien y un padre y una madre que saben cuidarlos y
alimentarlos. Coman, muchachos, y díganme si esto no es vida. Es lo más
grande, muchachos, tomar bien y comer. Hay que comer, gente joven, hay que
comer.
MUCAMA.
— Señor, llegaron dos personas.
PATRÓN.
— No hay nadie más invitado.
MUCAMA.
— Dicen que quieren verlo.
PATRÓN.
— ¿Ahora? Pero Maruja, ¿no sabe que esta fiesta para mí es sagrada?
Es el único rito...
ESTEBAN.
(Adelantándose, seguido de su madre
y portador de la Venus.)
— Soy yo, señor Palomeque.
PATRÓN.
— ¿Qué le pasa, Nicolás? |
ESTEBAN.
— Esteban, señor Palomeque. Me llamo Esteban Costa. Soy el peluquero
de...
PATRÓN.
— No me explique Esteban; me acuerdo perfectamente. Usted nos vino en la
compra Razeti junto con el mobiliario viejo del Café Ripoll. Nos hicimos
cargo del peluquero y de un saldo a pagar. ¿No es así, Julio? ¿Quiere
tomar una copa o sentarse con nosotros y comer? Venga, señora.
ESTEBAN.
— Venía a pedirle cincuenta pesos.
PATRÓN.
— No hable de plata. Acérquense. Hay cosas increíbles de ricas.
ESTEBAN.
— No, gracias.
PATRÓN.
— En serio, siéntense.
ESTEBAN.
— No, no. Venía a pedirle eso, nomás, porque mamá dice que se
necesita, para completar; para el anillo; para Doria.
PATRÓN.
— ¡Pero amigo! Acépteme.
ESTEBAN.
(A Carbajal).
— Usted debe
conocerla a Doria. Doria, la bailarina internacional, la única que hace
bailes de salón en el cabaret de Fanny.
(A
Ricco.)
A usted creo que también lo vi la semana pasada. Sí.
Bailó con Paula. Usted. Yo voy todas las
noches, y siempre hay
clientes importantes que quieren una mujer mejor que la que tienen en su
casa. Pero yo, no. Yo la quiero a ella sola en casa, donde está mamá.
(La señora de Ricco llora.)
PATRÓN.
(Lastimero y sin saber a qué
atinar.)
—Estamos comiendo. ¿Por qué viene y dice...? ¿Qué
pretende, Esteban?
ESTEBAN.
— Ya le expliqué, señor. Y a ellos. Venía a pedirle...
PATRÓN.
(A la mucama, sin mucha energía.)
—Maruja,
sáquelos de aquí; hágame el favor. Que se vayan. Está insultando a mis
amigos. ¿Ni festejar una noche, puedo?
(Se
derrumba mientras la mucama saca al asombrado Esteban y a su madre.)
¿Ni
siquiera un día sagrado como hoy tengo derecho?
CARBAJAL.
— Vamos, don Edmundo, no es para ponerse así. Siga comiendo. Tome.
(Gesto
negativo del Patrón que se va llorando.)
Es demasiado sensible.
SRA.
CARBAJAL. — Fue verla llorando y no pudo contenerse. Se ahogaba con su
propio llanto.
RICCO.
— ¿Te das cuenta querida? Tenés que reaccionar. Por semejante
pavada..
SRA.
RICCO. — ¡Cómo pudiste ir a un lugar así! Perdonen. Fue la primera
impresión. Ya estoy bien.
CARBAJAL.
— Es que el patrón es así. Ve a alguien que le pasa algo y...
SRA.
RICCO. — Es demasiado comprensivo.
RICCO.
— Un corazón de oro.
CARBAJAL.
— Un padre para cualquiera.
RICCO.
— Cómo no, un padre.
SRA.
RODRIGUEZ. — Me pasa el pan.
SRA.
RICCO. — Alcánceme la ensalada.
CARBAJAL.
— ¿Quiere más?
RODRÍGUEZ.
— Un poco.
SRA.
DEL PATRÓN.— ¿Y vino?
RODRÍGUEZ.
— También, si hace el favor.
RICCO.
— La sal, me permite.
SRA.
CARBAJAL. — Probá querido.
CAÁRBAJAL.
— Ya probé.
SRA.
CARBAJAL. — Probá de nuevo.
(Se
apaga la casa del Patrón y se enciende la calle.)
BORRACHO.
—
(Canta y se le oye desde antes
de aparecer.)
Nadie
llora ni demora
cuando
es hora de comer
nadie
grita ni se irrita
si
lo invitan a beber.
(Entra
feliz.)
A
comer a comer
a
comer y a gozar
el
placer de beber
de
beber sin cesar.
(Se
detiene y comenta para sí mismo.)
¡
Lindo
genio! Le hago la venia para que no esté tan solo parado en la esquina
y se enoja.
(Encarándose con
nadie.)
¿Te enojás? Perfectamente. Te dejo solo, parado en la
esquina, de uniforme, y sin que nadie
Nadie
pena ni blasfema
si
es que cena en Nochebuena
Nadie
pena ni blasfema
si
es que cena en Nochebuena.
La
calle frente a la joyería Borello
(La
vidriera se la joyería y dos puertas; en una de ellas está parado un
portero de cochería fúnebre junto al atril del álbum mortuorio.)
MADRE.
(Entrando junto con Esteban).
—
Es aquí, me parece.
PORTERO.
—Es aquí, sí. ¿Desea firmar, eh señor?
ESTEBAN.
— Vámonos mama.
MADRE.
(Al portero.)
—No, gracias.
(A
Esteban.)
Es la otra puerta.
ESTEBAN.
— Hay un velorio, estoy seguro. Está el llorón.
MADRE.
— Es más allá, Esteban.
PORTERO.
— La casa del duelo es ésta. Familia Rosales.
ESTEBAN.
—Mejor buscamos en otro lado.
MADRE.
— ¡Te parece que podemos encontrar otro amigo de tu padre con joyería,
a esta hora!
(Golpea un par de
veces.)
ESTEBAN.
— No nos van a abrir. No hay nadie. Vámonos, no hay nadie mama.
MADRE.
— Tiene que haber.
ESTEBAN.
(Bajito.)
— Sería mejor
irnos.
(Pausita. Se queda mirando al
portero. Cambio de luz que se hace irreal.)
PORTERO.
— Pasen señores. Pasen a sentir las grandes emociones. Un espectáculo
nunca visto y sin repetición. Don Juan Rosales, muerto por primera y única
vez después de cincuenta años. Pasen a ver
ESTEBAN.
—Vámonos. mamá.
(La luz se hace
real.)
BORELLO.
(Apareciendo.)
—
¿Qué pasa que golpean tanto?
MADRE.
— ¿Está el señor Borello?
BORELLO.
— Soy yo.
MADRE.
— Don Eugenio Borello.
BORELLO.
— Mi padre no está en casa.
MADRE.
— ¿Y su mamá tampoco? Soy la señora de Costa.
BORELLO.
— No hay nadie. Salieron a festejar la Nochebuena en otro lado, por este
asunto.
(Señala la otra puerta.)
MADRE.
— Su padre fue muy amigo de Costa, mi marido.
BORELLO.
—No hay nadie, señora.
MADRE.
— Y usted no podría, digo, tratándose de un amigo de su padre, ¿no
podría venderme un anillo en seguida?
BORELLO.
— ¿Venderle un anillo? ¡Ahora! ¡Pero señora!
MADRE.
— Es un caso especial: ¡con Costa fueron un amigos de jóvenes!
(Borello
amaga irse.)
Por
BORELLO.
— Usted misma sabe que es imposible. Buenas noches.
MADRE.
— No puede ser tan malo. Hace horas que luchamos por conseguirlo. Su
padre entendería.
BORELLO.
—. Señora: hay razones de... de ética. Justamente razones de decoro y
de corrección que me impiden entrar al negocio de mi padre como un ladrón
y además, está la santidad de este día; es decir: de esta noche.
MADRE.
— ¿Qué puede impedirle hacernos un favor en Nochebuena?
BORELLO.
—La... la marcha decente de las cosas, señora. Usted me está pidiendo
una extravagancia, una inconveniencia. Se ve que no me conoce. Empezar
yo la Navidad vendiendo anillos. ¡Yo! Las cosas deben ser como son, señora.
La joyería tiene sus horas y yo tengo mis principios. No insista, por
favor. En cuestiones de moral soy inflexible, absoluto, totalitario. Sé
que por detalles así, estrafalarios, se afloja la dignidad y el hombre
se entierra en sus propias vergüenzas hasta emporcarse por debilidad o
por vicio.
ESMERALDA.
(Asomándose a la puerta
semidesnuda.)
— Jorge, ¿me vas a tener toda la noche esperando? Te dije que no
abrieras, eh.
BORELLO.
— Entrá en seguida. Entrá.
ESMERALDA.
— Una vez que salen tus padres y tenemos la casa para nosotros te ponés
a conversar en la puerta. ¿Hasta cuándo? BORELLO. — Buenas noches, señora. (Se va pero vuelve, quebrado, lastimero.) Usted comprende que no puedo ponerme a vender anillos. Mis padres vuelven temprano y tengo que aprovechar el tiempo. (Transición.) Y al fin y al cabo, ¿por qué le estoy explicando, yo? ¿A usted, qué le importa? Déjenme tranquilo, a mí. Meteretes del diablo, los dos. ¿Qué... qué tienen que venir a mi casa de madrugada? (Entra y da un portazo. Esteban y la Madre quedan desconcertados.) |
La
calle desierta (Amanece sobre un cielo sucio. Las casas y la luz son de ceniza y están los últimos rescoldos de una fogata que litera encendida en plena calle por los chiquilines. De una larga cuerda, con la cabeza torcida de los ahorcados, pende la negra piltrafa de un judas a medio quemar. El viento lo hamaca suavemente y le mueve los girones hasta parecer que le da vida. Hay un mendigo junto a la fogata. Esteban y su madre se han sentado en el cordón de la vereda. Descalzos, acurrucados, inmóviles, son muy po quita cosa. Parecen nada bajo el gran péndulo del judas. La luz es irreal.)
ESTEBAN.
— La fogata apagada y este judas y el perro que dobló la esquina
buscando sobras en la madrugada
y el tranvía que pasó muy lejos...,
todas
las cosas son un eco triste, algo que dice más de lo que es, o que
simplemente es de otra manera. La noche entera podría ser un plato de
comida fría. No puedo entender, mamá. Me pasa eso; no puedo. Debo ser
yo, que estoy mal, mi cabeza. Pero todo, la gente y todas las cosas,
parecen de verdad y son de yeso. El mundo es yeso puro y uno termina por
tener miedo de moverse para no romperlo y ver la verdad. Cada paso suena
a hueco. Sí, sí, hueco. La costra del mundo amenaza romperse a cada
paso. Y así vamos. Caminamos en puntas de pie y temblando porque
pisamos las cabezas del infierno, y a veces un pie se nos hunde en una y
cuesta sacarlo para seguir. Tengo miedo, mamá, tengo miedo. Quisiera
cerrar los ojos y recostarme en tu hombro y saber que ella está cerca y
sin tristeza; mirándome, tranquila, siendo algo de nosotros y al mismo
tiempo un ángel.
(Cambio de luz a
la realidad.)
MADRE.
(Incorporándose.)
— No te
duermas, Esteban.
ESTEBAN.
— No dormía, mama. MADRE. — ¡ Te quedaste tan callado!
ESTEBAN. — Trataba de pensar.
MADRE.
— Esteban, querido. Tenés que hacerme caso. No pienses en nada más.
Le das esta plata a Hugo y le decís que él compre el anillo y que si no
alcanza, mañana le llevás lo que te diga. Pero que te ayude.
ESTEBAN.
— Sí, mamá.
MADRE.
— Vas a ver que así se arregla todo. ¿No te gusta que Hugo te ayude?
ESTEBAN.
— Sí, mamá.
(La madre lo besa,
triste y tierna.)
MADRE.
— Bueno, entonces no estés así. Y en marcha. Yo para casa y usted,
hijito, a su fiesta, que va a ser muy linda.
ESTEBAN.
— Sí, mamá.
MADRE.—
Todo va a salir bien. Sí yo estoy segura.
ESTEBAN.
— Sí, mamá.
(La Madre lo besa y
sale.)
MENDIGO.
(Luego de algunos vanos intentos por
meter sus manos en el
f
uego, consigue sacar un banco pequeño, aunque se
quema un dedo. Mostrando el banco después de chuparse el dedo
lastimado.)
—
Un poco chamuscado, pero está como nuevo.
(Lo
limpio con la manga.)
Era lo único que me hacía falta: un
banquito.
(Se sienta en su nueva
adquisición
y
abre un sucio envoltorio del
cual levan
ta
con las manos,
pero con cierta pulcritud, algunas sobras que come con fruición.)
Cuando
vea una fogata, aunque le parezca que todo arde porque hay muchas
llamas, no se preocupe. Casi siempre puede sacarse del fuego algún pedazo
de madera buena, que no quiso quemarse como las demás. Aunque claro, en
el fondo, es cuestión de tener suerte.
(Esteban
lo mira
y
sale empuñando su
dinero.)
El
cabaret
(Final
d
e la noche. Durante una pausa inicial el cabaret se mueve al ritmo de
un valsecito cansado mientras la luz creciente del amanecer que entra por
un costado va despellejando las cosas hasta
ESTHER.
(Gritando de pronto,
destempladamente.)
ALFONSO.
(Roncamente.)
— Ya es hora de
cerrar; son las cinco pasadas.
UN
BORRACHO.
(A Silvia.)
— Así
le dijo: usted entra nomás, amigo Sosa, y agarra la yegua, le dijo.
Para eso es mío el animal y para eso usted es mi amigo. Usted entra y la
agarra y se la lleva y si la yegua no está, si la yegua no está tampoco
importa. Usted se la lleva lo mismo. Eso es un amigo, ¿verdad?
(En
otro extremo.)
CAMACHO.
— ¿Qué preferís? ¿Que venga temprano o que venga tarde, mañana?
¿O preferís que no venga?
DORIA.
— Usted baila bien.
CAMACHO.
— ¿Te gusta bailar conmigo?
DORIA.
— Me gusta el baile. Mamá fue bailarina y actuó en el Colón de Buenos
Aires.
CAMACHO.
— En el Colón hacen ópera, nomás.
DORIA.
— Y bueno. Habrá sido en una ópera, que intervino. Yo quiero ser
bailarina, como ella. Me gustaría aprender clásico, con profesor.
CAMACHO.
— Pero eso que hacés es casi como clásico.
DORIA.
— No, ¡qué va a ser! Bailo de idea, nomás.
CAMACHO.
— ¿Vengo temprano, entonces?
DORIA.
— Pero no haga como hoy. Así mi número no luce nada. ¿Se porta bien,
mañana?
ALFONSO.
(Después de golpear las manos en el
medio de la pista.)
— Señores: son más de las cinco. La casa
tiene que cerrar. Si me hacen el favor...
(Las
muchachas acompañan a los clientes.)
PAULA.
(A Alfonso.)
— ¿El Pocho
puede quedarse?
ALFONSO.
— Sobran dos trajes todavía.
PAULA.
— Gracias, Alfonso.
BORRACHO.
— Después de hoy no te voy a olvidar nunca, Silvia. Sos un olvido que
está en el recuerdo, para siempre.
(La
besa en la frente.)
Dios la haga una santa, mí hijita.
(Salen
los últimos clientes. Alfonso cierra la puerta con estruendo y se produce
un cambio de clima. Distensión general. Todos están cansados, con calor
o hambrientos. Alguien se saca el saco, ellas los zapatos, etcétera.)
SILVIA.
(A Doria, dulcemente.)
— Sacá
de una vez el disco, Doria. Me revuelve las tripas, el valsecito ese.
ESTHER.
(A Fanny.)
— ¿Cuánto marcan
mis adiciones?
FANNY.
(Fijándose.)
— Pasaste los
ciento veinte.
ESTHER.
— ¡Qué lindo! Quería comprarme un bolso que vi ayer, en el centro.
PAULA.
— ¿Y de qué se viste, Pocho?
ALFONSO.
— Hay un pastor y un ángel.
PAULA.
— ¡Divino! ¿Qué te gusta más?
POCHO.
— De pastor, para cuidarte.
(Fanny,
Hago
y
Alfonso comienzan a movilizarse en
la preparación del salón; poco a poco intervienen todos. Empiezan a
aparecer los disfrazados. Se podrá mechar aquí y allá alguna
frasecita referente a los trabajos o los trajes, de acuerdo a lo que sean.
Fanny reparte
l
as máscaras.)
ESTHER.
(Aparece con la cara lavada
contrastando violentamente con su apariencia anterior. Viene mal cubierta
con uno toalla de baño y se sienta en una de las mesas.)
Estaba
deshecha pero con la ducha quedé nueva.
FANNY.
(Con ironía.)
— Andá a
vestirte, nena. Podés resfriarte, tan ventilada.
HUGO.
— ¡Fanny! Me parece que tengo arreglado el asunto.
FANNY.
— ¿ Qué asunto?
HUGO.
— Lo que te hablé de... de los zapatos.
FANNY.
— Andá a vestirte Esther.
(Ésta
obedece.)
HUGO.
— Mandé a Esteban a conseguir un anillo.
FANNY.
—Mejor dejalo tranquilo al pobre.
HUGO.
— Es un negocio, sí me ayudás.
FANNY.
— ¡Lindo negocio!
HUGO.
— Trae el anillo para embrujarlo y conseguir a Doria.
(Se ríe.)
FANNY.
— Pero estás loco.
HUGO.
— Es un negocio como cualquier otro. No quiere pagarle; está enamorado
con mandolina. Muy bien. No paga. Va gratis. Pero sucede que ella se
enamora de golpe y por otro lado el novio le regala un anillo. ¿Es una
estafa eso? Ayúdame, Fanny. Me trae mal el Negro; no creas que son
pavadas. El lío puede terminar a tajos; en serio. Total: el chiquito
tiene lo que quiere y yo también. ¿Qué mal puede haber?
FANNY.
— Sos el diablo de tan inteligente, Hugo, y ¡sos tan lindo!
HUGO.
— Me ayudás...
FANNY.
— ¿Sabés por qué no me gustaba que lo hicieras? Por la ilusión. Da
gusto ver a Esteban sentado por aquí, toda la noche muriéndose de
amor. La mira con ilusión, como con ganas de morirse. Te juro, en el
fondo soy romántica y me gustaría que hubiera alguien que me mirara así
y me viera transformada, alguien enamorado de ojito, suspirando por mí,
haciéndole versos al color de mis ojos y que no quisiera tocarme ni una
mano.
HUGO.
(Meloso.)
— ¿Y yo, viejita?
FANNY.
(Cariñosa.)
— Salí de acá,
bandido... Sos una bestia, tú, no tenés ni esto de ilusión.
(Transición.) ¡
Pero sos lindo!
(Lo besa.)
Avísame si trae el anillo. Ahora me voy a vestir. Va a
ser preciosa la fiesta, de este año. En el Moulin Rouge hicieron un traje
de vaca maravilloso.
HUGO.
— ¿Y Doria, querrá?
FANNY.
— ¡Por favor! ¿No la conocés? Pone carita de santa y se divierte más
que ninguna.
PAULA.
(Vestida de ángel, su cara sin
pintura tiene el color blanco amarillento de una raíz recién des
enterrada.)
(A Doria.)
Prendeme
estos ganchos.
(Doria lo hace.)
ALFONSO.
— Hay que apurarse un poco, muchachas. Avisaron que nos están
esperando.
PAULA.
— ¡Me encantan las alitas!
ALFONSO.
— Y tú, Doria, ¿no decís nada?
DORIA.
— Quisiera vestirme de cualquier cosa menos de ángel.
PAULA.
— Es lindo.
DORIA.
— Pero yo estoy harta. Harta de las mangas con puño y el cuellito acá
y bajar los ojos. Estoy harta de ser buena.
PAULA.
— Si yo tuviera tu edad estaría en eso.
ALFONSO.
— De veras. Quejate. Ganás más que ninguna y te gastás la mitad
yendo de ingenua.
DORIA.
— Pero estoy harta.
(Furiosa.)
Quiero hacer lo quiero.
ALFONSO.
— No podés con el cuerpo, Doria. Preguntale a ésta cuánto hace que
no ve un cincuenta todo junto.
DORIA.
(Replegándose.)
— Por lo
menos es como es y hace lo que quiere. Yo soy joven.
ESTHER.
(Apareciendo vestida de ángel.)
¿Todavía
no corrieron el toldo?
ALFONSO.
— ¿Y Fanny? ¿No está pronta?
ESTHER.
— ¿Lo cierro?
ALFONSO.
— Dejá voy yo. Paula, llamá a Fanny y los demás que traigan las máscaras.
(A Doria.)
Tu prepará el disco
para la entrada.
DORIA.
(Resentida.)
— Claro, yo me
encargo del disco.
ALFONSO.
— No quiere ser el ángel de la vítrola ni por un rato. Quiere ser
Doria.
(Sale.)
SILVIA.
— Buena porquería Doria. Creeme, vale más que disimules.
PAULA.
(A SiLvia.)
— Yo hice
merengues y de allá mandaron un postre así grande y una caja de
empanadas.
SILVIA.
— Hace años que no estoy en una fiesta. Quiero decir para divertirme. VOZ DE ALFONSO. — Vamos saliendo. Hacemos el cortejo en la puerta hasta el Moulin Rouge y después entramos como el año pasado. |
(Salen
todos y queda Doria junto al gramófono. Hay una corta pausa y entra
Esteban, que trae el dinero en la mano.)
ESTEBAN.
(Extendiendo el brazo de los
billetes y buscando.).
¡Hugo! ¡Hugo! ¡Hugo!
(De
pronto la ve y esconde la mano. Se queda contemplándola. La luz se hace
irreal. Habla como en un sueño.)
Nunca hablé yo; tampoco digo nada
ahora. Yo nunca dije nada, Doria; y eso que sé cosas y siempre pienso
cosas pero no podría. Te miro.
(Ella
se mantiene inmóvil.)
Descansa mirarte.
(Esteban
gira a su alrededor.)
Tú estás y el lugar donde estás, se serena y
me protege. Tú estás y el aire donde estás, parece estar soñando
contigo, haciéndote de sueño. Por eso no digo nada, porque no puedo
llegar
hasta tu sitio; no puedo, sin quebrar ese sueño que te rodea como un gran
árbol. Y es un silencio distinto a todos.
(Como
gritando de lejos.) ¡
Doria!
DORIA.
— ¿Qué?
(La luz se hace real.)
ESTEBAN.
—Doria...
(Se queda en blanco.)
Doria...
(Atropelladamente.)
Fue en
Marsella que pelee con el mudo, con Marcel Bechard. Fue mi última
pelea. El ganador peleaba por el campeonato del mundo. A Nueva York, iba.
Pero al tercer round, ni sé por qué, Bechard, que era zurdo, me entró
con una izquierda; aquí me dio y me contaron nueve. Pero volví. Como
el negro era senegalés y bien negro, como el negro no oía el gong porque
era sordomudo, le levantaban toallas en los rincones. Arocha también movía
la toalla para que al sonar la campana dejara de pelear, el negro. En el
tercero me entró aquí con el zurdazo y cuando me levanté ya no veía.
En serio, Doria. Y fue por eso. No lo distinguí bien en el resto de la
pelea. Lo perdí en el tercer round, porque se me fue de la vista y así,
a tientas me sostuve hasta el final. Me volteó seis veces antes del
final, pero no pudo sacarme. En serio.
(En
plena actuación mímica.)
Salgo de las cuerdas como a oscuras por el
cross de izquierda y siento los golpes en la cara, dos, tres, cuatro y
tiro las manos para alejarlo al tanteo. Trato de pegar y mis guantes casi
no lo tocan, llegan nada
PAULA.
(Desde la entrada.)
Doria. Dale.
Ya llegan.
(Doria
pone el disco y desaparece con Paula. El cortejo que se acerca canta y
baila “la Canción del Nacimiento”: Hugo viene disfrazado de San José;
Fanny de Virgen Maria, portadora del costurero con el muñeco; Alfonso es
el burro y hoy también una vaca, ángeles, pastores y tres reyes magos.
Todos cubren sus rostros con máscaras grotescas.)
LA
CANCION DEL NACIMIENTO
Cada
vez que nace un niño
bailan
todos en Belén
Bailó
el pastor y la oveja
bailó
el burro y sus orejas
y
hasta la vaca más vieja
bailó
también en Belén.
Quiquiriquí
el
gallo al fin
quiquiriquí
cantó
que sí
Quiquiriquí
que
estoy aquí
Quiquiriquí
que
ya nací
Quiquiriquí
que
ya me espera
quiquiriquí
la
vida entera
Qué
harán de mi
Qué
harán
de mí
Qué
harán de mí
hasta
que muera
Cada
vez que nació un niño
Se
alegró el mundo feliz
Cantó
el señor y el abuelo
Cantó
la estrella en el cielo
Y
los
bichos contra el suelo
también
cantaron así.
(Repite
el estribillo.)
(Cuando
termina el canto y el baile, todo el cortejo de enmascarados aplaude, se ríe
y festeja con alegría casi infantil.)
ESTHER.
— ¡ San José! ¡Está muy buen mozo, usted!
HUGO.
— Y usted también, ángel; parece de verdad.
(Pausita.)
REY
MAGO 1. — Dígame, burro, ¿su cabeza es la misma que usó el año
pasado?
ALFONSO.
— ¡Qué esperanza! No me la pongo más aquélla. Ésta es nueva. ¿No
ve que tengo el doble de orejas? Fíjese; son una especialidad. Toque.
Toque sin miedo.
(Pausita.)
FANNY.
— ¡Miren a Esteban! Se quedó sin vestir. ¡Ah no!
PAULA.
— Así no vale, Esteban.
ESTHER.
— ¡Esteban!
ALFONSO.
— Venga, hombre, venga que sobra un ángel. Venga conmigo y se lo pongo.
(Lo lleva adentro. Pausita.)
VACA.
— Estoy deseando ver lo del árbol.
Fanny,
Fanny, Fanny.
¡María!
FANNY.
— ¡Ah! Menos mal. Si no me decís María, no te conozco. No te digo
nada, pero hay cosas preciosas en el árbol. Pero son sorpresas.
VAGA.
— Soy una vaca tan curiosa.
ALFONSO.
(Volviendo con Esteban, que está
arreglando su vestidura de ángel.)
— Lo que no tenemos es otra
cara de ángel. Falta una máscara.
PAULA.
— No importa, él queda bien así.
(Esteban
es el único que queda sin máscara.)
ESTEBAN.
(Confundiendo a Paula con Doria.)
—Gracias,
Doria. ¡ Doria! Le dije gracias.
(Paula
se ríe.)
DORIA.
(Desde muy cerca, susurrando.)
—
De nada Esteban.
ESTEBAN.
(Sigue dirigiéndose a Paula.)
—
Me gustó que dijera eso, señorita.
DORIA.
(Es ella quien habla, pero Paula
hace exageradamente los gestos que corresponden a sus palabras.)
—
¡Ah! no señor Esteban, tiene que tratarme de ángel, es el juego.
ESTEBAN.
— ¿ Yo? Si yo, cuando pienso… cualquier día, es decir, siempre que
pienso, pienso que usted es un ángel.
DORIA.
(Mismo juego. Paula se vuelve de
espaldas a Esteban.)
— Si no me dice ángel, me enojo y no lo miro más.
ESTEBAN.
(Rogándole a Paula.)
— Por
favor, ángel, por favor, dese vuelta, ángel. DORIA. — ¿Le gusta mirarme? (Paula se da vuelta.)
ESTEBAN. —Me gusta, sí, ¿por qué lo dice?
Yo la
DORIA.
— Entonces me saco él antifaz y me ve mejor. Míreme.
(Paula se lo quita y ríe a carcajadas. Esteban retrocede desconcertado
y so
n
riente. Entonces Paula lo compadece y trata de disculparse con un
gesto. La luz cambia y se hace irreal. Los disfrazados se inmovilizan.)
HUGO.
(A Esteban.)
— Nunca se sabe
lo que hay debajo de una máscara. No se sabe si se ven caras o si se
ven corazones. Ni se sabe cuándo se está viendo el dibujo falso de una
careta pintada y cuándo no. Nunca se sabe, Esteban. Yo, adentro de mi
figura amable puedo ser todo lo malo que quiera y puedo estar tramando
una traición, arreglando robos, imaginando la manera de desplumar a los
que se creen mejores, a los que se pasan empollando un amorcito tierno
como un huevo crudo. Esas gallinas cluecas son las que más me gusta
desplumar.
FANNY.
— Y yo, bajo esta cara santa, converso, con el diablo sin abrir la boca,
y cuando lo llamo sé
ESTEBAN.
— ¡Hugo!
(La luz vuelve a la
realidad, el grit
o
d
e
Esteban normaliza el movimiento de
todos.)
FANNY.
(Contrastando con su tono anterior.
Íntima, maternal.)
— Pero Esteban querido, hay que llamarlo San
José.
ESTEBAN.
— Hugo, te traje ...
HUGO.
— ¿Conseguiste el anillo?
ESTEBAN.
— No. Pero te traje la plata.
HUGO.
— ¿Cuánto?
ESTEBAN.
— Más de treinta pesos.
HUGO.
— Es poco.
ESTEBAN.
— ¿Es muy poco?
HUGO.
— Traé.
(Lo agarra.)
Andá
tranquilo. Yo arreglo con Fanny. Aunque siendo nada más que treinta …
ESTEBAN.
— Mañana consigo más.
HUGO.
— No sé si Fanny querrá. A lo mejor se enoja y te manda al diablo. Ni
sé, si yo quiero ayudarte. Por esta miseria…
ESTEBAN.
— Pero mañana…
HUGO.
— Es hoy la cosa. ¡Es hoy!
(La
luz se hace irreal.)
TODOS.—¡¡Es
hoy!!
(Hugo
se dirige a Fanny y se ve a los
d
os en el silencio gesticular más
iluminados que el resto de la escena. El silencio es total, pero los
movimientos siguen. De pronto cuando Hugo empieza a hablar los dos se
quedan inmóviles y el cabaret entero se detiene, cada uno atrapado en su
gesto al caer la primera palabra. Esteban que es el único animado se
acerca a Fanny
y
a Hugo y vigila a distancia
prudencial).
HUGO.
— Es traicionero, Fanny; lo hizo adrede. Mira
lo que trajo: ¡treinta pesos y moneditas! Para hundirme. Para que me mate
Acuña de un puntazo. Pero me la paga ésta y en qué forma me la paga.
FANNY.
— Puedo ponerle perfume del mío en la copa y hacer que lo odie
durante cinco años.
HUGO.
— No. Tiene que ser hoy y además sé perfectamente cómo va a ser.
Bajo al sótano y traigo una araña, la más grande que encuentre y en vez
de anillo colgamos en el árbol ese regalito: un estuche con una araña
viva adentro, para Doria. Cuando la abra, le va a correr la araña por
todo el brazo y va a chillar como loca.
ALFONSO.
(Golpeando las manos.)
— ¡Bueno!
Vamos a descolgar los regalos del árbol así después se come.
(Exclamaciones.)
Prendan.
(Al lado de la puerta
los luces cambian, se ven las lucecitas de colores o su reflejo.)
¡
A
ver los reyes! Pónganse en las
posiciones, así nos vemos
todos.
PAULA.
¡Que vengan los reyes! SILVIA — ¡Me encantan los regalos! |
(Los
tres Reyes Magos comienzan a cruzar llevando las cajas a sus
destinatarios. En segundo plano, los agraciados dicen alguna palabra y los
demás se admiran y felicitan. “Es un sueno
,
un trajecito para mi Marilú”,
“Justo el tono que me gusta”, “Gracias querido”, “Te mereces
mucho más, querida”. El ritmo es muy rápido y toda la ceremonia parece
hacerse tras un cristal o realizarse como en un sueño. Los tres reyes
cruzan sin cesar. Solo Esteban queda aparte de este juego y en medio de él.
Sin que se interrumpan las exclamaciones, dirá en primer plano,
angustiosamente, casi rezando:)
ESTEBAN.
— Debieras venir. Si podés oírme, debieras venir pronto. Te pido que
llegues en seguida. No pueden hacerle eso. Mamá, tengo miedo. Es una araña
venenosa. Debieras venir, mamá.
HUGO.
— Cuidado, rey mago. Atención, muchachos, es un regalo especial, para
Doria. Atención todos. Es un estuche uno. Miren.
(Esteban
gira y queda pendiente. El Rey entrega el estuche a Dori
a
, ella lo abre
y deja escapar una exclamación ahogada. Cierra él estuche, se saca la
máscara. Duda un instante, luego cruza el salón hacia Esteban. Hasta
nueva acotación todos se aquietan. Las palabras vuelven a sucederse
vertiginosamente, susurradas, irreales.)
DORIA.
Gracias, mi vida.
(Lo besa.)
Es un anillo de oro, como el que yo quería. Gracias.
(Se
pone la máscara y se pierde en el grupo.)
ESTEBAN.
— ¿Por qué hizo esto?
FANNY.
— Porque te quiere. Se está muriendo de amor y tú sin saber nada.
ESTEBAN.
— Yo no traje ningún anillo, quise regalarle uno, pero no pude.
ALFONSO.
— A veces basta con querer algo, para que suceda.
ESTEBAN.—
Pero no había un anillo.
VACA.
— Había sí. Lo vimos todos.
PAULA.
— Un cintillo de oro.
SILVIA.
— Con un solitario.
ESTEBAN.
— No es cierto. Yo no traje nada.
ESTHER.
— Entonces, ¿no te gusta creer en los milagros?
ESTEBAN.
— Doria...
(La busca entre las máscaras.)
PAULA.
— El amor hace milagros, Esteban.
VACA.
— ¡Y Doria es tan buena!
HUGO.
— Claro. ¿Qué importa lo demás? ¿le importa que esté en el juego
si está diciendo que sí?
ESTEBAN.
— ¿En qué juego?
FANNY.
— Lo que importa es que te haya besado.
ESTHER.
— Y que te quiera.
SILVIA.
— Y te quiere, Esteban.
ESTEBAN.
(Demasiado fuerte.)
— ¡Doria!
(Se
rompe el clima y en la
pausa siguiente a esta palabra se rehace la realidad.)
Te quiero,
Doria...
SLVIA.
— ¿Qué dijo?
VACA.
— Dijo que la quiere.
(Riéndose.)
HUGO.
(Riéndose.)
— Cállense. Seguí.
Esteban.
PAULA.
(Sincera.)
— ¡ Pobre!
ESTEBAN.
— Ahora que vamos a casarnos puedo hablarte, ángel mío.
ALFONSO.
— El ángel sos tú.
(Risas
ahogadas.)
ESTEBAN.
— No importa lo que digan, Doria. Nada importa, ahora. Nada. Estos
trapes no existen, ni son nadie; ni siquiera pueden oír lo que te digo, m
pueden mirarte Doria porque no saben ver.
(Se
hinca ante Esther.)
Amor, tengo que ser fuerte ahora. Poderoso como un
rey y más fuerte que todos para tener el mundo y dártelo, pero al mismo
tiempo quisiera estar abandonado y muy triste, quisiera estar como me
siento siempre, para sentir mejor el amparo que me estás dando. No hay
nadie que me quiera y te necesito, Doria. Estoy solo sufro.
(Besa
la mano de Esther.)
le necesito y te quiero. Quiero casarme contigo.
(Esther
retrocede y se saca la máscara.)
ALFONSO.
— Otra vez se equivocó de puerta compañero.
(Risas.)
ESTEBAN.
— Doria...
(Corre hacia Paula y le saca la máscara.
A
su turno, Hugo hará lo mismo con
Silvia.)
HUGO.
— ¡Epa gallinita ciega!
(Risas a
cada error Esteban.) ¡
Epa! ¡Epa! ¡Epa!
ESTEBAN.
(Gritando y moviéndose de un lado a
otro.)
— ¡Doria! Amor mío. Estoy solo, Doria, y nadie me quiere
Doria, mi amor. Estoy solo.
PASTOR.
— Pero Esteban. Hay que ser más fuerte.
ESTEBAN.
— Yo trato de ser fuerte, papá.
PASTOR.
—Mi muchacho tiene que ser un hombre. Tiene que ser sufrido y duro.
ESTEBAN.
— A mí no me voltean, papá. Yo sé, aguanto y vuelvo a la pelea.
(Quebrándose.)
Pero la quiero de un modo... ¡Perdoname! - - -
(Dándose
vuelta.)
Doria... Doria… Mi amor...
MADRE.
(Que ha entrado sin ser vista. Con
voz seren
a
y llena de autoridad y nobleza.)
— Basta
Esteban, vení
acá.
ESTEBAN.
(Débil mientras se acerca.)
—
No, mamá, por favor. No puedo...
MADRE.
— Vamos para casa.
ESTEBAN.
(Débil.)
— No quiero, mamá,
por favor.
MADRE.
— Nos vamos, sí. Tú también.
(Dori
a
apa
rece
de entre el grupo y se le acerca.)
Nos
vamos a casa, los tres.
FANNY.
(Muy débil.)
— Pero señora...!
Se equivoca.
MADRE.
— ¿Usted cree? ¿Usted cree que me equivoco? Vamos, Esteban. Vamos,
Doria.
(Salen Doria y Esteban y tras
los dos ángeles, la madre. Estalla una risa en el cabaret. Alguien ladra,
otro aúlla. Más allá rebuznan. La luz va bajando sobre el griterío y
las carcajadas del infierno.)
TELÓN
Nazaret,
enero 1960. |