El
lodo de la estirpe |
Podrías hacer de ella una mujer tumbada. Y de pie soportar la embestida del asalto. Esa mujer disecaría cada víscera de tu entraña, la arroparía dulcemente entre sus piernas. Créela, convéncela. No habrá amante más dispuesta, ni hembra capaz de beber las aguas más amargas: sal para tu sed, azúcar para tu fruta. Y el dolor, justa recompensa por la conquista, cohabitará con ustedes. Se trabará gran batalla entre tu esposa y su hombre. El botín serán sólo ruinas: una tela con olor, una herida en la mejilla. Y los amigos vendrán en manada. Nadie será capaz de comprender pero no habrá contrato que resista ni firma mil veces estampada. Los moradores de la casa huirán despavoridos, nadie querrá saber de gritos ni lamentos. Como hombre y mujer intercambiarán susurros y apetitos. Es verdad histórica. Adúlteros los llamarán: maldita hembra, funesto caballero. Enfervorecidos por la envidia habrá quien se atreva con las piedras, calumnias se dirán al amparo de los muros. Pero la mujer sólo habrá dicho: "quédate conmigo, haz de mí un instrumento de tu fe. No soy tu enemigo ni el castigo". Pero el caos vino con ella y con sus relucientes cabellos. "Aleja de mí este cáliz", argumentó el hombre pero la mujer insistió. "Aleja de mí este cáliz", llegó a murmurar antes de beber la copa de su seno. Lo que llamamos pasión prevaleció. El bebió sorbos dulces y recogió después bayas amargas dejadas en su lengua por envidiosos y parientes. La mujer fue llevada al templo, castigada con injusta saña. Hubo de beber el polvo del suelo terciado con el sudor de las sábanas. Bebió de rodillas sobre las semillas dispuestas para su dolor, la frente alzada a la piedad del mediodía. El hombre presenció aquello y elaboró bajos juramentos. "Así no", repetía quedamente pero nadie lo escuchaba. Hubo de beber la mezcla polvorosa. "Si eres pura no se hinchará tu vientre", le auguraron. Y la mujer tuvo dolores como los de parir. Lanzó fuego por las partes. Fue maloliente. Y el hombre supo que había sido puesto a prueba. Tiritó tres noches con sus días. "Quienquiera que seas vuelve a mí en esta hora", se escuchó decir. Es verdad histórica. Quien tenga algo que agregar que guarde su lengua para siempre. |
Melisa
Machado De "El lodo de la estirpe" Editorial Artefato, Montevideo, 2005 |
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