El
lodo de la estirpe |
Tensos los músculos tras el flanco: fruto de mar o densa res. Los varoniles muslos cubiertos de polvo de piedra La mujer inclinada sobre su presa contando rostros en la arena, la fauna languideciendo ante su vista. Amargo es el sabor en la boca: insípido beberaje de huesos triturados. Hay un guerrero enredado en la espada, un marino apresado en la ola. El mar ayuda a amasar las presas y el que desprecia los sabores perdido tiene el cuello entre sus piernas. Depredadora tira dientes, apresta su mandíbula ansiosa porque estrechos son los caminos de la presa y amplio el territorio de la caza. Virgen no hay ni ánfora inmaculada. Vientos que se persiguen unos a otros, sólo ellos encuentran reposo. Y los límites son inconsistentes: vanas armaduras para evitar el pánico. Leyes sobre la venta, leyes sobre la compra. Pero todos flaquean ante la textura lisa. Basta una manta en los pies o un joyel en el dedo. Aquellos beben la sangría de sus piernas, otros sorben muñecas y tobillos. He aquí un sitio donde estampar la firma, un hígado para ensartar el filo. Es el sitio de la caza: altas torres para Venus aunque el mar ruja en las rocas y la tierra se eleve en remolinos. |
Melisa
Machado De "El lodo de la estirpe" Editorial Artefato, Montevideo, 2005 |
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