Vértigo (La ciudad) |
Camina,
casi corre, entre un mundo de gente por la avenida principal. Su pelo
ondulante, trigo pálido, juega suertes de ondas marinas con una suave
brisa de otoño.
Apurada,
distraída, sus ojos grises miran al infinito y sus botas de cuero la
llevan, rápido.
Cruza
la calle en rojo, esquiva un puñado de gente, baja un segundo a la calle,
sigue. Una vidriera, dos, tres, corren a su lado. Al pasar una parada,
observa el reloj descuidado de una persona apurada, sí, son casi las
cinco. Sigue. Aprieta el paso. Sopla un suspiro entre dientes. Fulmina con
su vista a un piropeador pasajero. Un bocinazo. Levanta el brazo y sigue.
Las nubes surcan de derecha a izquierda algo así como un cielo raso, los
grises cambian. Enfrente demuelen una casa veinte obreros (van a edificar
apartamentos). Camina. Quieren venderle algo, camina, gente en la plaza,
un monumento, sigue, gente pidiendo, camina. Un ómnibus repleto de carne
y ropa. Un perro levanta la pata. Sigue. Amarilla, casi corre, a saltitos,
una baldosa floja, camina. Llega. |
Por
fin.
Es la dirección. Sube los ojos al cielo. Dos, cuatro, seis, siete. Séptimo piso. La ventana está abierta. Pulsa el timbre y al instante es atendida. Le abren, entra, camina. Llega al ascensor, pulsa el llamador y espera. Sube.
Cuatro, cinco, seis, siete. Séptimo piso. Cierra apresuradamente el
ascensor. Ya le abren la puerta del 701.
-Buenas
tardes.
Entra. Como siempre diez pasos de moquette hasta el balcón. Le abren la puerta corrediza: la ciudad. Toda.
Llena. Mira la calle. Toda. Llena.
Siete, seis, cinco, cuatro... |
Duilio Luraschi
Publicado en revista Graffiti, 1993 y en revista Relaciones, 1993.
Cuento de "Vértigo", Vintén Editor, 1995
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