Tengo un sueño recurrente: vuelvo al pasado, me encuentro con viejos amigos y les cuento cómo será nuestra vida dos, tres, diez años más tarde.
Había llegado a un gran edificio con ventanas enormes que daban a una calle poco transitada (posiblemente la de mi trabajo).
Me encontré con Lucía, que alzó sus ojos detrás de los cristales de un box pequeño y geométrico como una caja de zapatos, y me saludó dos veces, con gran entusiasmo.
Estaba un poco más delgada, con jeans y camisa de seda blanca y sus clásicos lentes negros sobre la cabeza a modo de vincha. Sus ojos reflejaban vivacidad y ternura, que luego sazonaban su forma de hablar, serena, pausada.
Le pregunté por sus hijas y respondió que aún no tenía niños. Le presagié dos: Florencia y Matilde. (También una casa en Malvín a dos cuadras de Rivera).
Ella sonrió -siempre sonríe en los sueños- sin darme mucho crédito o imaginándose entre pañales colgados en el baño.
Pregunté por Raúl a quien no recordó, y por Jorge que no había ingresado a la oficina por esos tiempos. Luego me presentó tres compañeros nuevos: un señor y dos muchachas.
- El es I. -me dijo mientras nos acercábamos.
- Y ella es á.
- N. -dije rápidamente, y me detuve en sus ojos enormes, asombrados.
Caminábamos por los pasillos del Hospital o el Ministerio, rectos e iguales, llenos de gente apurada que lleva expedientes o biblioratos, pequeños ramales que dan a Dirección, Gerencia, Supervisión Técnica.
Junto a la puerta de Cuentas Personales vi a S. charlando en voz baja con dos compañeros de trabajo. Quedé inmóvil por dos o tres segundos, con el pie en el aire sin completar el paso. Lucía me preguntó qué me ocurría. Le respondí: vi a alguien que falleció hace muy poco.
Seguimos caminando, ahora en silencio, y nos sentamos frente a su escritorio.
Pregunté por varios de nuestros amigos y nuestra conversación terminó en A., ahora estudiante de Ciencias Económicas.
Bajamos en un ascensor pequeño e interminable y tomamos un ómnibus o un trolley. Recorrimos las calles desiertas de Pocitos y Punta Carretas. No se si fue el frío o un sindrome de desolación el que vació las calles y dejó un paisaje de tonos pardos y cemento gris plomo.
Como en un primer plano: su cara. Sus ojos. (La calle en sus ojos).
Llegamos a la esquina de 21 y Ellauri y le dije con aire de suficiencia:
- Ahí van a instalar un McDonald. Es y allí, a media cuadra vivirá una amiga que se marchará al poco tiempo a Egipto.
- En la cárcel harán un Centro de Compras -agregué y encendí un cigarrillo negro con dos golpes de yesquero.
Me entretuve un instante formando aros de humo, los que se disolvían sobre mi cabeza.
Me creyó lo del bar, lo de mi amiga, pero que en el Penal fuesen a edificar un Shopping al estilo americano fue algo que me discutió hasta el cansancio.
- El tiempo lo dirá -dije y seguí fumando.
Llegamos a la iglesia, sobria tras la pequeña explanada, de donde salían dos o tres grupos pequeños, en su mayoría jóvenes. Salían por una puerta lateral, casi a escondidas.
- No son feligreses -le dije.
- ¿Qué decís?
- Seguro es una reunión militante. Debemos estar cera de la caída del Régimen.
- No estés tan confiado, la dictadura lleva años, á.
- Ya lo se, pero finalizará algún día.
- ¿Y J.? -preguntó por un amigo preso en ese entonces.
- Está en Suecia, no te preocupes, tiene familia y trabajo, puso una pequeña imprenta y viene cada dos o tres años.
Al llegar a la esquina vimos a los jóvenes correr. Corrían desordenadamente, muchas veces chocándose unos con otros. Detrás, quizás muy cerca, una carga de caballos y soldados con sus sables en la mano.
- Parece que lo hubiese visto -le dije- "primeros brotes de la democracia".
Seguimos caminando y pasamos por la puerta inmensa de la prisión.
Yo no la recordaba así -vivía muy lejos en ese entonces- con sus torres y sus guardias, con los cascos verdes azulados y los tanques en la puerta, el cerco alambrado. Los perros y los caballos.
Era realmente un coloso. Un bunquer de cemento y acero.
Me detuve un instante para observar boquiabierto. Nunca tuve noticia de que así era la cárcel (para mí una simple cárcel). Se que las cosas eran muy difíciles en Libertad o en Punta de Rieles, pero no recordaba ésta, la de Punta Carretas.
- No te detengas mucho, no conviene -dijo e voz baja y me abrazó, fingiendo que solo éramos una pareja que detuvo la marcha para besarse.
Los caballos regresaron con los jóvenes de rastra.
- No mires -me dijo- caminá y no mires.
También me había olvidado del "¿y a mí qué?" o "mirá para otro lado".
Caminamos con vehemencia, apretando el paso. Me tenía aferrado del hombro, como cuidándose, desconfiando ahora no solo de mis palabras sino de mis actos.
Ella tenía miedo, como ese miedo que se siente en la sala de espera del dentista, algo irracional, primitivo. Yo también la abracé fuerte y caminamos en silencio.
Los cascos de los caballos quedaron detrás, repiqueteando mínimas explosiones en el cemento duro y gastado. Más de una docena de ojos nos golpeaban la espalda y nosotros caminábamos con pasos largos y rítmicos.
- No podés ser tan inconsciente, aunque hayas venido de otro mudo -decía mientras secaba mi solapa húmeda por una llovizna persistente que no paraba nunca de caer.
- No de otros mundos, de este mismo.
No se interesó en discutir. (Pocas veces discutimos con Lucía). Creyó que ésta era otra de mis excentricidades.
Sacó del bolsillo de su chaqueta un chocolate y lo partió en dos. Mientras trataba de disolverlo en la boca me dijo:
- ¿Sabés que me voy? No aguanto más, me voy.
Sus ojos miraban lejos, huyendo de los míos.
- ¿Dónde? ¿A dónde podrías ir?
- No se. Al norte. No se cómo pero voy a conseguir el pasaporte.
- Acá en esta esquina van a edificar apartamentos -le dije para cambiar el tema.
- Supongo que edificarán en el "Golf" también.
- No. No en el Golf.
- ¿Y vos? ¿Qué fue de tu vida? -dijo como metiéndose en medio de mis pensamientos.
- Me casé, tuve una hija, se llama Clara. Además de trabajar en publicidad escribo. Escribo cuentos y poesía. Cuentos que hablan de gente como vos.
- ¿Dejaste el fútbol?
Entonces vi mi cara de asombro reflejada en sus cristales.
- ¿Fútbol? ¡Apenas juego en la playa!
Estábamos parados en la vereda frente a la rambla de Trouville. Estaba totalmente vacía.
Ya no nos vigilaban pero seguíamos abrazados. La aferraba fuerte del hombro y la cintura.
- Bueno, hoy por hoy dirigís un cuadro de "primera". Dejaste la oficina hace dos años y te dedicaste a tu cuadro: Uruguay Montevideo.
- ¿Yo dirigiendo un cuadro de fútbol? ¿Qué decís? ¿Cuándo estuvo en "primera" Uruguay Montevideo? ¿Pero decime, de qué fecha estamos hablando? ¿Qué día es hoy?
- Tres de junio.
- ¿De qué año?
- Mil novecientos noventa y nueve.
Cerré los ojos y quise despertar, destruir de un golpe la pesadilla. Sin embargo no pude. No pude en ese entonces ni en los seis años que llevo vividos en aquel sueño.
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