La cara del asesino |
Hoy
vi la cara del asesino. En
un primer momento me detuve en su boca, chiquitita, apretada, que se movía,
levemente. Decía
palabras. Un montón de palabras vacías. Días de tristeza. Queja de un
papel rasgado. Noticias de otro lugar donde algo grave sucedía. Las
pocas cuadras que me separaban de la villa eran incalculables. A veces
me siento junto al templo y veo el mausoleo olvidado detrás de flores
baratas y viejas de las pocas manos que recorren el círculo de luz del
oro de las catedrales. Él
seguía murmurando sus palabras sin sentido: el asesino. El
triángulo que formaba el mentón con los ángulos de la cara era, básicamente,
leve y curvo, y mantenía una espejada armonía del afuera que no era él
sino éramos todos nosotros. Pero
él sabe que no lleva consigo cosecha en abril cuando fue seca en marzo. Por
eso detrás de las flores baratas estaba el polvo del mausoleo. Aros en
cruz como una cinta que une los extremos, un ocho de ciertos treinta y
tantos. Cada
oportunidad que tuvo el trueno. Si
sigo la línea punteada de la lista hay un par de nombres oscuros que
fueron rasgados del papel y echados al fuego del hogar en un nicho de
terracota. Las láminas de colores se venden por diez en el mercado agrícola
de los artesanos. Allí se sacrifican los toros y las tórtolas. Tiendas
en círculos. Res tendida. Un
haz de campanas o simples cristales golpeándose ligeramente con el
viento. El oído del grito de otro sitio. No
huyan de la novicia que anda con sus hábitos como una novia, ella es
una mujer joven con un manto de luz sobre la blancura de sus manos. Sólo
sabe cuánto va a pasar sobre el agua y los puentes. Haz de luz azogado
en los espejos: marchan dentro de las vastas alabanzas un hilo de luz
azul, el oro de las catedrales y nazareos. Pocas tablas de regla de
carpintero: himno de alabanzas. Él
seguía como comiéndose las palabras y estaba frente a mí: el asesino. Cada
cala hace ya realce ornamental: los muertos están en sus tumbas. Detrás
de las mustias rojas los granitos y el marfil: el mármol de los
mausoleos. Grandes columnas de gentes que no van. Las olas de un mar
infinito, golpea las cornisas y las lozas ese mar: el desfiladero. La
torre que no puede divisar momentos y sombras. Unos sí, cuando puedan
llegar: llevan atavíos y cargas de cosas: son los supervivientes. Él
sigue casi mudo frente a mí: es el asesino. Llueve
y está bien. No es tiempo de cosecha. Cantos,
himnos, loas de la ciudad: en las afueras un páramo. Aplasta
el pasto seco en su pasar el casco del caballo. Las adivas hacen que no
ven y los muertos pasan. Marchan sobre pastos y villas: debajo de cada
templo hay otro templo. Son
las mismas olas que caen firmes en la piedra o el marfil, horadando las
ciudades. Envión de mar sobre el marfil: atravesar el desfiladero. Como
si estuviesen llenas de océano cada vez: las olas golpean la roca de
las orillas. El vigía de la torre aún no ve: los muertos van en
armaduras. El
asesino sabe que es así: está frente a mí. No lo dice. Una
carta favorable a su bien. La trae el rey de palos. Cae el dado y cae
otra vez. Echarse a suerte la atalaya. El
que aún no haya arrojado su embarcación al mar lo tomará por sorpresa
la demora. El desfiladero como aguja de coser está aquí y no en las
cornisas. El que no tuvo nave para ir por la ciudad atisbe un leve aro
luminoso. Faro del peñón y si fuese de luz azul: purísimo como un
halo. Cae de lleno sobre el círculo gris y lo hace el oro de las
catedrales. Profanación
del ovillo oscuro frente a mí: detrás del vidrio está el asesino. Apuntar
la idea del aquí. Es preciso situar la nave. No
es un hecho que no esté aquí, es solo un pensamiento. A partir de un
grano de sal se inunda el océano. El
asesino está frente a mí: vi su cara esta mañana. En
la calma de la noche vi un perro azul, azulejo de negritud en las
sombras de un baldío. No puede ladrar como un león. Deja que crean que
ladra como un guerrero. Nadie nunca lo oyó gritar: permanece como una
sombra sin heridas. Las pocas veces que oí de él eran sólo
representaciones de lo que ya se creía. Pueden dibujarlo y pensar en él.
Sólo es, para ellos, una idea. Si
bien hay un perro azul, nadie vio su negritud sino a su sombra. Buscan
así un perro negro por ahí, y no está en la noche ni en los
cementerios. Sólo buscan lo que quieren encontrar. Las palabras sobran
caprichosas como la imagen que representan. Obstáculos en las sombras.
La noche no es noche aquí: no encienden los fuegos que puedan divisar
la costa los caballeros sobre los caballos, el vigía y la atalaya. El
asesino está ahí: enfrente de mi cara. Lo
vi actuar detrás de láminas de cal: en la construcción de un
mausoleo. Rocas columnas para alzar. Sólo caliza sobre hielo. Hierro de
construcción: los pagos y los techos. Un
mar de océano está por llegar. Las naves cruzan el desfiladero. La
torre es alta como un colmenar. La atalaya está cegada por la luz de
faro. Como un vigía el tuerto va a morir. Se presenta la batalla. Un
mar de océano golpea tras de mí: enfrente tengo al asesino. Hoy
lo vi en su bienestar llego a su casa que es casa de hastío. Su boca
torcida dice al pasar: pocas palabras que no tienen sentido. Él está detrás de un cristal: un niño recién nacido. |
Duilio Luraschi - 2007
De "El libro de las palabras" (inédito)
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