Promesa

cuento / narrativa de Ángel María LUNA

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 2032 (Montevideo, 18 de junio de 1972)

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Aquella sequía había hecho abnr los labios a la tierra y sufrir a la Rente. Del arroyito quedaba casi un resuello: hilito que quena recordar la canción del raudal, pero ae lastimaba en las piedras y se cortaba. Estaba afónico. Sin presión. Flaco. El campo todo era una yesca. Pelado y seco. Amarillo. Los potreros ardían al sol. La tierra agrietada. Bocas sedientas esperando riego. Las zanjas mostraban su fondo barroso donde las anguilas se sacaban lustre. Las espadañas eran puntas de bayonetas, filosas, puntiagudas El pasto que quedaba, reseco. Las colas de los terneros desparramaban calor y moscas. Y “aquello’' no llovía. El sol parecía que salía cada día con irá: rabia. Las chicharras se afanaban en cortar los rayos y su concierto de lima ponía más nerviosos a los hombres. Algún sapo levantaba su súplica en lamentaciones largas. Y la tierra seguía abriéndose. Los sauces chorreaban su sombra caliente y la llanura en fuego. Un nido, mal armado en una palmerita, era el conversadero de cotorras cansadas y de prosa acalorada; de repente, entre tanto revolverse, caía algún pichón al suelo que lo recibía en su horno. Los picapalos se entretenían en hacerle un nicho al ombú; los horneros, apagados, de alas caídas. Los cuervos, en círculos, esperando presa.

El tema en el mismo en todos los labios. A salía a borbotones en las ruedas; otras, se ponía en fila, aguardando turno, pero siempre llenaba las conversaciones. Era tanta La ansiedad que en ocasiones, aunque con días de inmensa luminosidad, los ojos cansados de escudriñar, se nublaban y parecían descubrir algún "negrume"[1], para tal o cual lado, pero las nubes no se hacían presente. Las aguadas se iban achicando. Calientes y verdosas. Los bueyes, para no dejar de trabajar, cinchaban el calor con las lenguas de afuera y lar cabezas en vaivén. Y la desolación recorría distancias y almas... y salía en suspiros llenos de queja. Las majadas temblorosas, agitadas, amontonadas. Y nada de llover. ..

El rancho de Florisbelo Cruz agitaba también su desventura en lamentos y reniegos. La chacra mostraba sus terrones secos y abiertos al sol. Ni una planta. Ni una mata que hiciera vivir un momento de esperanza Celeste miraba al cielo...

—¿Por qué no lloverá? ¿Qué le costaría abrir una hendija, una hendijita nomás, y dejar caer un poquito de agua? ¿Pa qué tanto sol, si ya es por demás? En verdad esto es una demasía...

Y así siempre. De puños apretados en rebeldía y en muchas ocasiones, la blandura de sus labios, volvía más blando el tono de una oración.

Todo, con pesadez de plomo, lentamente, se iba achicharrando. El arroyito tironeaba del cerro, pero el agua no corría. Canción apagada. Triste. Cansada. Lenta. ..

La tarde fue recostándose, cuchicheadora, al anochecer. Y la noche comenzó a extender su sombra, sin estrellas. Un viento caliente anduvo un rato anunciando agua. La oscuridad empezó a herirse de relámpagos que galopaban por el cielo.

De pronto los truenos empezaron a hacer temblar el ambiente y la noche florecía en luces. Los fogonazos se sucedían en intervalos menores. Los truenos recogían esa luz y disparaban en ella en tropel ensordecedor. Y la lluvia se vino. En la alegría de la noche, las agujas de agua cosían esperanzas.

Amaneció en lluvia. En retozar jubiloso. Celeste dormía apretada a su hijo de quince días. En profundo sueñe, reconfortante. Había estado en vela casi toda le noche, primero en espera; luego, siguiendo la música del agua. En el amanecer dormía. Ya el cachorrito había exprimido el pecho.

Y bajo esa lluvia que atoraba las zanjas; que estaba haciendo crecer y engordar al arroyo; que cerraba las grietas de la tierra; bajo esa paliza de agua, Florisbelo Cruz prendió su carro y marchó hacia la pulpería.

—Ojalá se enchumbe la tierra y las chacras. Esto es una bendición!!

Y el carro seguía abriéndose paso entre la cortina espesa. De repente levantaba la cara al cielo para que la lluvia le diera de frente y luego la hacía caer hacia su boca para sentir más hondamente la sensación del fresco y la humedad. A la vuelta comenzará la faena interrumpida. Y canta. Chifla; ama sin límites, sin plegar las alas. Se siente robusto. Armónico. No repara en su mojadura. La alegría le seca la ropa.

Y canta... Chifla...

Llega a la pulpería. Se sacude el poncho. Se afirma. Festeja en alto la ventura de la lluvia; bebe el momento; en plenitud emocionada le grita al pulpero con voz de triunfo y palabra honrada:

—Ahora si, vengo a buscar la cuna. Déamela, nomás y ya se la pago, también. ..

Nota:

[1]  "Negrume" es un sustantivo masculino en portugués que se refiere a la oscuridad, la falta de luz o la negrura, así como también a una intensa niebla o aglomeración de nubes. (N. del E.)

Cuento de Ángel María LUNA

(Especial para EL DIA)

 

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 2032 (Montevideo, 18 de junio de 1972)

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                     Ángel María LUNA en Letras Uruguay                      

                                                         

                                                 Eduardo Vernazza en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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