Me ganaron

cuento / narrativa de Ángel María LUNA

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIX Nº 2011 (Montevideo, 23 de enero de 1972)

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

El viento despertó al amanecer haciéndole ruido desde la madrugada. Anduvo dando algunas vueltas. Avivó el pucho del lucero. Toda la noche la pasó apretado de estrellas, pero en cuanto esos lunares empezaron a borrarse, el viento abrió su válvula y comenzó a respirar de prisa. Le pasó el peine al sauce para alisar su cabellera y se puso a desangrar al ceibo. La mañana se vino cargada de pájaros y chismes del viento. Al patio de Casiano Morales lo cruzan por alto dos alambres mellizos. En ellos se sacuden unos pañales, como bajándole la bandera al cerro. El cerro no obedece, pero viene en carrera una bandada de patos chillones, como un rayón de la pluma del amanecer. Es una mañana de esas en que las cosas aparecen ya enredadas en la brisa. Parece que alguien hubiera pasado la noche trenzando intrigas. El patio del rancho de Casiano Morales es humilde, sin más adorno que la elegancia de un jazmín y el perfume de una diosma. En el suelo recostadas al rancho, unas violetas. Y al otro costado, unos pensamientos que se abren en mariposas. El pozo de balde levanta sus brazos. El horno hace ya tres meses que se viene aburriendo. Le pusieron una tabla como mordaza. El gurí, desde que nació, abrió la boca para gritar y tapó la del horno. Hace más de tres meses que Sixta no amasa. Cada vez que Casiano se arrima con una brazada de leña, al horno se le hace cierto, pero la leña va rumbo a la cocina. Cerca de las casas pasa una zanjita de agua, haragana, tímida, que a veces se distrae y se detiene por si quieren lavar algún pañal. Allí los sapos ensayan su concierto y los mosquitos tienen su criadero. Casiano Morales es un tapecito duro de arrear. En los entreveros no usa palabra. Teme mellarlas y como el cuchillo es de acero y a prueba de bueno, prefiere usar el cuchillo. Después... las palabras no dejan señal y el cuchillo no deja ir orejano a nadie. Por eso opta siempre por el arma. Es manso en las buenas. Servicial. Buen vecino. Cuarteador en las cinchadas. Pero en las malas, el cordero, de un salto, se vuelve león. En la ofensa brama y manda el cuchillo adelante para que abra camino. Teme perderse. Por eso adelanta el arma para tantear el terreno. Su mujer siempre anda con miedo en las tardanzas de Casiano. Sabe que su marido es impulsivo y rápido. En el amor es dulce, pero también poco comunicativo. Le gustan más las caricias que las palabras. En las peleas, el cuchillo: en el amor, las caricias.

Esta mañana anda dando vueltas como el viento. Sin rumbo. Embarullado. Avanza y retrocede. Hosco. Topo. Ni el cencerrear del gurisito lo ha sacado de ese estado. Los pañales siguen aleteando desde el alambre. Unos malvones colorean un rincón y unas abejas trazan círculos de deseos dulzones. El horno espera que le levanten la pena que le han impuesto por culpa de un recién llegado. En eso Casiano va hacia la porterita que parece un bolsillo del patio. Llama al indiecito que tiene de peón y le ordena:

"Váyase hasta el monte y dígamele a Velázquez que dice Casiano Morales que es la última vez que le alvierte que no puede cortar leña en campo ajeno".

Para el Indiecito ese reto fue un confite. Lo saboreó y salió a la disparada antes que su patrón pudiera arrepentirse

En tanto la piedra de afilar le saca risa de brillo y filo al cuchillo de Casiano Morales, porque sabe que Velázquez es bravo de pelar...

El retorno del peoncito con la respuesta lo tiene atormentado. Mira hacia el camino. Espera. Quiere silbar algo para despistar, pero el silvo se vuelve  viento. Del rancho sale un llanto del gurí que busca el pecho. El aire comenta entre las hojas. Debe saber algo porque viene del lado del monte. Hasta los malvones se ponen más colorados. Y en carrera, agitado, atorado con la contestación, llega el indiecito. Se han multiplicado los confites. Quiere hablar y lo hace en fuelle. Le brillan los ojos. Trae provocación. Frena su marcha y grita:

"Dice don Velázquez que si usté es hombre, vaya usté mesmo a decírselo..."

Casiano no se apura. Se retoba de paciencia. Piensa. Va hacia la cocina. Todo parece hablarle. Vuelve al patio. La rabia le muerde el bigote. Tantea el cuchillo. No puede esperar más. Aquello “si es hombre”, lo está quemando y tiene que sacar esa brasa. Y despacio, emprende la marcha. Remangado en coraje y en serenidad ha pasado la portera. Toma el caminito del monte. El viento le sigue trayendo chismes. Le saca punta a la provocación. Lo empuja. En eso, un grito que lo piala. Es Sixta con el cachorrito en brazos...

“¡Viejo!!!, tomá...”

Le entrega el gurí como si fuera un fardo de llantos y ternuras. Lo agarra. Hace como si le tomara el peso. Lo aprieta. Lo sacude como a mamadera. Mira a Sixta. La mujer aguarda. Serena. Dulce. Flor. Arbol. Luz. Casiano Morales la acaricia con la mirada y exclama poniendo sus ojos en el hijo:

“Perdí... Es la primera vez que aflojo y nada menos que frente a un gaucho de tres meses... No hay nada que hacerle, perdí... perdí...”

Cuento de Ángel María LUNA

(Especial para EL DIA)

 

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIX Nº 2011 (Montevideo, 23 de enero de 1972)

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                     Ángel María LUNA en Letras Uruguay                      

                                                         

                                                 Eduardo Vernazza en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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