Aprontes cuento / narrativa de Ángel María Luna (Uruguay) |
DESPUÉS de aquella trilla en lo de Casiano
Silvera, Damián Minondo se dispuso, a casi cuatro meses de esa fiesta, visitar a Nicanora Montes con quien bailó dos rancheras y quedó medio apalabrado. Y ese domingo desparramaba coscojas y bordonas, trinos y acordes. Un domingo lleno de emoción. Corcoveador de alegrías. Susurrante. Intrigador. Festivo. Un domingo de esos en que el sol sale vestido de fiesta y los pájaros templan sus trinos en la esplendidez serena y coloreada del amanecer. Domingo adornado por la gracia campera. Juguetón. Incitador. Carrerista. Y esa ida hacia el rancho de Nicanora Montes puso una nota más en el acorde florido de aquel día. Mientras tanto el día se acercaba. Y los días pasaban. Damián quería detenerlos; que esperaran un poco, pero a pesar de ello, el sábado llegó. Comenzó el apronte hacia lo irremediable. Recular no es de varón y mucho menos de un Damián Minondo. Y sobre la tardecita que iba cayendo entre misterios y encantos, rasqueteaba su alazán que brillaba como oro, de orgullo de su dueño. EL tuse era un primor, clavijero para el escarceo del día siguiente... El domingo apareció más temprano que de costumbre. Lo estuvieron cuarteando los gallos desde la madrugada y lo esperaban los pájaros para aplaudirlo y festejarlo. Las copas de los árboles del monte brindaban, rebosantes, por la emoción del día. El arroyo se hacia madeja en la quebrada y el camino invitaba a la partida. Juego de colores y armonías en el primer de una aurora cambiante y tibia. El cielo claro. El cerro, más azul. Brillante. Todo es convite. Halago. Fuerza. Empuje... Y parte.... El camino se brinda y el día se empieza a despojar de sus ropas de dormir. En ese despertar jubiloso de la mañana, Damián sueña... El alazán redobla en el sendero. Las copas de los frenos se empinan en los escarceos y las campanas de los estribos repican en la grácil ternura del día que se despereza. El pago se va alejando mientras se acerca Damián al encuentro del amor... y galopa. Mientras se acortaba el camino y se achicaba la distancia, se profundizaba más la mezcla de ansia y de temor que andaba dando vueltas en el espíritu de Damián Minondo. Eso de ir hasta allí, hasta el rancho de una paloma que temblará ante su presencia; que morderá el pañuelo cuando él le exprese su amor, lo llevaba de arrastro de una emoción sin límites. Llegar a ella, a Nicanora Montes, con la que había bailado hacía cuatro meses y decirle algo, era su problema. ¿Como se iniciaba? ¿Qué diría primero para no ofenderla? Y las ideas se le iban agolpando todas sobre la tranquera del pensamiento. Quisiera embretarlas de a una, si fuera posible, pero el fuego de la emoción se las corría para el mismo lado y era difícil disciplinarias y apartar. De repente, piala una; la hace suya; la pone de madrina, pero cuando va a juntar las otras ya no encuentra el señuelo. Y el tropel avanza, se embarulla. Esa confusión lo atormenta. Vuelve a parar rodeo. Aparta la idea central y la trae cabestreando. Ya está. Las demás seguirán la huella. Está conforme. "Nicanora... este... soy hombre trabajador. . . "Eso le basta para iniciar un camino que lo llevará a donde quiere llegar. Pero, ¿cómo decirle que la quiere o por lo menos, después de aquella última ranchera hace cuatro meses, vive con el pensamiento atado a su lindura? Se le vuelve a remolinear la tropa. Trata de ordenarla. Galopa en el campo anchísimo del recuerdo; aparta de nuevo. Vuelve a tomar otra idea sobre el querer; la enlaza y la acollara con la primera. Y esa yunta ya dice: "Nicanora... soy un hombre trabajador y... este... tengo un rancho llenito de querer pa usté..." Ahora está satisfecho. Se pasa la mano por la cara. Arma un cigarro. Pita. Mientras tanto el alazán, con brillo de sudor, ha avanzado tres leguas. Damián, después de esa lucha, se siente fuerte, conquistador. Erguido en su pensamiento. Robusto en su capacidad ingenua y de combate. Ya sabe el estribo de la conversación amorosa y hasta por el costado del pucho, silba... La gloria del día le pone cosquilleos en la sangre. Los pájaros hacen mullida de trinos la esplendidez de la mañana. Unos patos cruzan barullentos hacia el monte. Los teruteros vigilan la placidez de la laguna, cambiante de reflejos... Y el alazán de Damián Minondo va llegando al trote escarceador y compadre, al rancho de Nicanora Montes. El enamorado revise la collera de sus dos pensamientos. Está firme. Se tranquiliza. Se acomoda el sombrero y ya sobre las casas, rodeado de perros... -"¿Cómo le va, Minondo? ¿Qué anda haciendo el hombre?, dice la voz de amistad del padre de la muchacha. -"Ya lo ve... -"Bájese, pues, y suelte por aquí no más..." Damián obedece. Ensilla con el apero sudado un palo, mientras el alazán sale desparramando el oro de otro pago. Pasan. Llegan a la solita recién regada. Conversan sobre el tiempo. Precios de lana y ganado. En eso, Damián quiere revisar la yunta de ideas. Está bien. Es muy difícil que se le escape. Está más tranquilo en la conversación. A través del tabique que separa la sala, siente ruido de mujer en arreglo. Un olor a polvos perfumados, lo hace respirar hondo. Agitado. Conversa con el padre de Nicanora, pero su pensamiento, su ansia, su deseo, están allí, en ese apronte que anda saliendo en aromas. Una puerta se abre. Tiembla. Igual que el tabique. Damián se incorpora y aparece la madre de la muchacha. Saluda. Habla. Cumplimente. En eso Damián piala otro pensamiento para cuartear la yunta acollarada y decididamente, casi cerrando los ojos, tira el lazo de una pregunta: -¿Y la Nicanora? -Ta bien, gracias y sigún parece... ¿no, vieja?. ya está de encargue... |
Cuento de Ángel María LUNA (Especial para EL DIA) s/f
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