La galería rebosaba de público. Bien podía decirse que la exposición del artista plástico, era un éxito rotundo.
Pequeños grupos intercambiaban opiniones sobre los diferentes cuadros, mientras otros, estaban demasiado ocupados en saborear los canapés, sorbiendo lentamente la copa de vino. Saludos, apretones de manos, muchas pieles y refulgentes joyas, era el entorno perfecto para una vernissage.
Los cuadros pintados con maestría, reflejaban en cada pincelada apenas perceptibles, algo misterioso y lírico, imposible de traducir.
Paloma sentíase fascinada. Los tonos rosados y pasteles tenían tal calidez, que la envolvían como llamas de una hoguera calcinante. Su sensibilidad captaba algo así, como el sonido de campanas tañendo desde lejos. Estremecíase a cada paso, absorta en ese lenguaje plástico, desconocido para ella hasta ese momento. ¿Como definir esa pintura? Le resultaba difícil hacerlo, pues nada de aquello se encasillaba dentro de los cánones ya establecidos. Ni místico, ni expresionista, tampoco figurativo o impresionista.
En cada tela, detectaba un mensaje en código. A veces, aparentaba ser desgarrador, otras, lírico o metafísico. Los trazos parecían susurrarle palabras. Vocablos pronunciados en todas las lenguas, como si la humana criatura, convertida en trazos azules, grises o rojizos, se irguiera para proclamar su infinita soledad.
Recorrió con avidez, pero a paso lento, la galería. Se abstrajo delante de un retrato. Era el único. Tal vez por eso despertó su curiosidad. Con extrañeza, procuró al pie del cuadro su título. En una diminuta cartulina, leyó: MUJER.
Desde un fondo de rosas y azules casi translúcidos, emergía el rostro.
Claros ojos, cabellos casi rubios recogidos, nariz corta y boca sensual.
Paloma se estremeció. Aquellos ojos estaban vivos y la miraban con expresión indefinida: entre burlones y fríos. Retrocedió unos pasos, extrajo de su bolso un pañuelo y se secó las manos sudorosas. Levantó la mirada. Ahora no solo aquellos ojos la miraban, sino que los labios sonreían, sí, sonreían con sarcasmo.
No pudo más y girándose despacio, volvió el camino andado. Acercándose con dificultad al pintor, apretujado por una masa humana, logró preguntarle:
-¿Quien es la modelo de aquel cuadro y por qué esa sonrisa enigmática?-
-Se equivoca, Paloma, ella no está sonriendo, es una mueca de espanto-
No quiso escuchar más; retornó al lugar donde estaba el retrato. En efecto: la mujer del cuadro tenía ojos tristes y en su boca de labios apretados se notaba un gesto trágico. El cabello, antes recogido, ahora caía sobre los hombros, de manera descuidada.
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