Caminaban despacio, mirándose. Las manos húmedas y calientes se buscaban.
Detrás, el sol enviaba señales rojizas al océano, que éste devolvía cristalizadas.
Asomado a la más alta nube, el dios, contempló allá abajo a las dos criaturas, mujer y hombre. Irritado, envió un rayo vertical que los dividió en mitades. Luego, sopló con fuerza; la mitad de la mujer se elevó sobre el océano, perdiéndose en el infinito.
La del hombre, cruzó la montaña en sentido opuesto y fue sobre las palmeras, sombra disminuída.
Un torbellino de arena y viento agitó la mitad de su falda mientras se cubría el ojo con los dedos. Un rictus de asombro paralizó su mejilla. De puntillas, trató de ver más allá de las dunas. Solo una cortina de viento y arena, era su universo.
Varias lunas transcurrieron. Vagando por la orilla de aquel mar proceloso, la mitad de la mujer sollozaba:
-Amado, ¿dónde estás?-
Al mismo tiempo, hollando las infinitas arenas hirvientes, el hombre, con ojos desorbitados gritaba:
-Amada, ¿cuándo te hallaré?-
Pero un eterno silencio caía sobre el mundo. |