Dos mujeres han muerto. Ha sido en Europa,
pero en países diferentes. Quizá, por esas cosas que suelen acontecer,
se fueron de este mundo con apenas horas de diferencia.
Margareth Tatcher cerró los ojos en Inglaterra y Sara Montiel en España.
¡Cuanta diferencia entre las dos! Muy famosas sí, pero por distintas
razones, cada una dejó una estela de recuerdo.
La primera, de revuelta, impotencia, casi odio. La tan tristemente
apodada Dama de Hierro, fue autora directa de proyectos que dejaron sin
trabajo y en la miseria a miles y miles de ciudadanos. Fue la
responsable directa de la invasión a las Malvinas, dejando para la
historia un aquelarre de muerte y destrucción. Pero como la vida se
cobra, en espacio y tiempo, todo el mal que propagamos, sus últimos años
pasaron inadvertidos para el mundo; sus idas al supermercado mostraban a
una anciana de zapatillas cargando su bolso, sin que nadie, no solo no
la reconociera, sino la ayudara. Mal fin para quien mal actuó, con un
corazón duro como piedra de molino.
La otra, Sara Montiel, era el reverso de
la moneda: alegre, vital, humana, sencilla en ese mundo tan conflictivo
del espectáculo; a sus ochenta y cinco años, con ganas de seguir
viviendo y amando. Dejó un legado de belleza, carisma y por encima de
todo, su ternura para con sus dos hijos adoptivos.
España entera la llora, y en otros países se la recuerda como siempre
fue: una mujer seductora pero humana, lejos de los estereotipos del
cine.
¡Qué distancia abismal las separó en la hora de la muerte! Una toda
plomo e insensibilidad; la otra toda belleza y dulzura.
Si la vida se mide por la muerte, entre el cielo y la tierra, ha quedado
flotando de forma perenne el recuerdo de cada una. Con la mano en el
corazón, susurremos el nombre de aquella que más nos ha emocionado. |