La vida |
|
Luis
preguntó si la nostalgia de María había vuelto. Marcos le respondió
que aquella ausencia era de por vida pero que estaba adormecida. Cuando
agregó que no salía de su cama hacía dos días porque había
descubierto una verdad que prefería no haber descubierto nunca, Luis lo
miró dudando de su sanidad mental. -¿Puede
haber deseo más innoble que aquél que se alimenta de la desesperación y
la miseria ajenas? Luis
lo miraba callado. -¿Puede
haber atentado más grave contra la capacidad y necesidad de creer que
tiene el ser humano que aquél que consiste en usar en provecho propio ese
don? Luis respiró hondo: - No te entiendo. |
-Tal
vez sea mejor así. Luis
empujó por enésima vez el plato de sopa hacia Marcos. Y esa vez Marcos
cedió y la tomó a grandes tragos sin temerle al ruido. Luis se animó y
le puso en la mano la manzana roja que estaba en la bandeja. Marcos
empezó a comerla a grandes mordidas. -¿Cómo
va tu noviazgo? -Así
me gusta; hablando de cosas comprensibles...Bien, muy bien. Ella se lo
contó a los patrones y ellos le dijeron que le darían todo el apoyo para
casarse con un médico...Bueno, ella les mintió un poco diciéndoles que
no me falta mucho para terminar mis estudios... Marcos
lo miró de frente y, ya sonriendo, le espetó: - Prefiero esa mentira que
a nadie ofende. Luis
sacudió la cabeza ante otra frase en clave y empezó a vestirle el pantalón.
-Nos
vamos de paseo. Un buen té, tal vez un café esté a nuestra espera... Marcos
se dejó hacer. ( ¡Cuanto más no vale la amistad de verdad, aunque no se
vista de sabiduría!). Se pasó una mano por la cabeza y constató que el
pelo renacía con vigor. ******* Cuando
llegó a la Facultad la sala zumbaba y la noticia le subió a la cabeza
con el calor de la indignación. El profesor Zenón, el más comprometido
con lo que decía en clase y que parecía duro a fuerza de timidez, estaba
siendo expulsado de la Universidad. Preguntó los detalles. Un
incondicional de la Dirección dijo que el profesor había creado sin
permiso el Seminario donde se debatían cuestiones sociales. ( ¿Hace
falta permiso para pensar?). Y en esa actividad había utilizado hojas con
la marca de la Institución.
(¡Varias debe haber usado el Director para limpiarse en el baño!).
El profesor brillaba por su ausencia. -¿No
tendrá esto que ver con la defensa de los campesinos? Su
voz se le escapó casi sin querer. Ahora
era el centro de las miradas. -Sí,
porque es sabido que varios señores influyentes se han quejado al
Director de ese apoyo. Una
voz chillona pidió explicaciones. (Tenía
que ser el colorado Néstor; siempre el último en saber...). – Los
campesinos no admiten más la condena al trabajo esclavo por deudas. Alguien
dijo que impedir el derecho de solicitar era decretar la arbitrariedad
absoluta. Varias
voces lo apoyaron. -¡Vamos
al despacho del Rector! Un
tropel dejó la sala vacía. El Rector no estaba pero su secretario vio
invadido el despacho de poderosos muebles marrones. -Es
una cuestión de uso de papel oficial sin autorización para un Seminario
creado también sin permiso... Fue
acallado por voces que le recordaban que el Seminario había sido
anunciado con carteles en la propia entrada de la Universidad sin que
nadie pusiera reparos, que papel oficial aparecía incluso en los baños
cuando se hacía necesario, y otras que sencillamente lo llamaban
mentiroso. -Pe...pero...
– aún trató de argumentar el otro, ya rojo. -Pe...pero...nada,
gritó Rufo, barriendo del escritorio con un
manotazo todos los documentos. El
secretario se agachó presuroso para recogerlos mientras mascullaba que
aquello no iba a quedar así. -Vámonos,
dijo Rufo - y todos estaban convencidos de que el poder de su padre operaría
el milagro de hacer con que aquello sí quedara así. -Vamos
a la casa del profesor.. El
coro asintió. Al salir al patio vieron que llegaba el profesor. -Vengo
a recibir la carta de despido... -Pero
nosotros queremos saber... -Está
bien. Y
ya subido al banco de piedra que allí había, comenzó explicando las
causas de lo ocurrido. Su voz se fue haciendo cada vez más afirmativa y
acompañada de gestos enfáticos. Habló de humillaciones que no tenían
razón de ser y de su apoyo a los campesinos. Insistió en el deber de
adherir a la causa de los humildes y de combatir la injusticia, al que no
se podía renunciar en una Institución donde supuestamente se pretendía
educar hombres íntegros. (Sí,
me confirma que es de los buenos; y ahora entiendo que lo echen, porque es
de los que no se doblan ante la amenaza o la promesa de ascensión). El
aplauso fue atronador. El profesor se bajó trémulo del improvisado
estrado y entró al rectorado. Alguien propuso hacer un gran cartel
exigiendo su permanencia, para ser puesto en la puerta de la Facultad. Marcos
se fue mezclado con media docena de entusiastas; los otros, o se
dispersaron, o volvieron a clase. Canaleto
los recibió con una sonrisa abierta. Asintió de inmediato y les mostró
un rollo de lienzo y los tarros y pinceles disponibles. Después, como si
nada hubiera ocurrido, volvió a instalarse frente al caballete. “Las
ideas no se expulsan. Queremos a Zenón” fue el lema elegido. Rufo
diagramó con sorprendente seguridad y rapidez el contorno de las letras
en el lienzo blanco. (Espero
que no comprometa la obra; da pena profanar esta pureza de cuerpo de
monja). Pidió disculpas en pensamientos por la ocurrencia impura y se
dedicó a rellenar el trozo que le había tocado. Cuando
la obra estuvo pronta Canaleto sugirió que la dejaran secarse por unas
horas para evitar irreparables borrones. -De
todas maneras sólo lo podrán poner de noche... Se
fueron agradeciendo una vez más y dándose cita para la hora marcada. En
el silencio de la cena avisó a Luis que tendría que escalar el muro
después de cerrada la puerta. Cuando supo la causa, Luis no opuso
objeciones a aquel recurso capaz de desencadenar los peores castigos,
incluso la expulsión de la residencia.
Se despidieron en la puerta aún abierta. Las calles desiertas
dejaban pasar un viento frío que llegaba a silbar en las esquinas. La
casa de Canaleto era un oasis de luz y té más que caliente donde ya
esperaban Rufo y Ronald y brillaba por su ausencia el cuarto de los
conjurados. El dueño de casa arrolló con esmero el cartel y les deseó
buena suerte.
Los tres aventureros se sorprendieron de lo poco que tardaron en
llegar y de la facilidad con que saltaron el muro del recinto
universitario, con la escalera prestada por el pintor. Ya ante la fachada
de la Facultad eligieron el mejor emplazamiento. Él y Rufo subieron hasta
el último peldaño de la escalera y después siguieron ascendiendo
aprovechando los escalones que el diseño de la fachada había trazado
involuntariamente en la mole rojiza. Atadas a sus cinturas venían las dos
puntas del enorme cartel. A media distancia del fin de la escalera y del
techo decidieron que era hora de fijar el mensaje. Los hierros que de
tanto en tanto reforzaban la pared cumplieron la función esperada, pues
dejaron pasar la cuerda cuando el ladrillo debajo de ellos fue
convenientemente raspado. Desde abajo Ronald hizo la señal de que el
cartel estaba en posición correcta, lo que los autorizaba a atarlo con
varios nudos. Bajaron cuidando para no resbalar. A la vista del mensaje no
resistieron la tentación de abrazarse. Después, el muro y la devolución
de la escalera. Luego el muro del residencial, sin escalera y con la
respiración soltando humo. Silencio y oscuridad. Del muro pasó al peral
que ya conocía y de éste al suelo. Con las manos temblando abrió la
puerta salvadora y tras fregarse rápidamente los pies en el felpudo, buscó
el rumbo de su cama. (
Hoy el día valió la pena). ******* Faltaba
aún un buen rato para el inicio de las clases cuando ya estaba plantado
ante la Facultad. Un numeroso grupo de alumnos se arremolinaba para leer y
comentar el cartel. El secretario del Rector gesticulaba con tres
empleados atónitos ante la altura del desafío. Llegó Rufo y se
saludaron con calor extra. Cuando sonó la señal de la clase los
funcionarios recién llegaban con una escalera que a todas luces era
demasiado corta para el menester. En todos los corredores Zenón era el
tema. El profesor de turno no pudo iniciar su aula, venciendo los
corrillos, sino con manifiesta contrariedad que confesaba culpa por omisión.
El tiempo pasó en un santiamén. Al primer intervalo se precipitaron
hacia el patio. Allí estaba, impávido y lozano el cartel del escándalo.
Un empleado viejo y barrigón, trepado en la cima de una escalera mayor
que la primera, explicaba resignado al secretario en ascuas que era
imposible llegar hasta el engendro. El horario de clases terminó y el
cartel hacía hablar a toda la Universidad. De
la situación del profesor Zenón sólo se sabía por oí decir que el
Rector había hecho saber que la decisión de cualquiera de sus Directores
era irrevocable, so pena de socavar para siempre su autoridad. En otras
palabras: estaba echado y sanseacabó. (Con
ese argumento, estamos arreglados ante cualquier arbitrariedad. Cuando la
autoridad vale más que la justicia la Filosofía tiene su boca cerrada de
un sopapo). Volviendo
a casa, entre la alegría del triunfo y la pesadumbre de la derrota
sufrida por Zenón, supo de Andrés que en un almacén del mercado el
profesor se reuniría con algunos de los campesinos a quienes defendía. (Esta
es la oportunidad de mostrarle que nos une a él más que un cartel).
Cuando llegó a la plaza tuvo la certeza de que el movimiento era más
triste que de costumbre. Uno de los feriantes lo miró de arriba abajo y
tras leer la decencia en su rostro le informó lo que preguntaba. Llegado
ante la puerta ennegrecida por el tiempo y el uso respiró hondo y golpeó
con los nudillos. Una voz preguntó quién era y dijo que venía a verlo a
Zenón. La puerta se entreabrió con un chirrido y una hermosa cara de
muchacha lo examinó con cuidado. -Soy
su alumno en la Facultad. Mostró
los libros para apoyar la afirmación. La
muchacha recogió de un manotazo el mechón negro que le caía en los ojos
y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Antes de cerrar la puerta aún miró
hacia ambos lados de la calle. Tras
un corto pasillo otra puerta grande, abierta de par en par, comunicaba con
el patio interior. Allí una treintena de rostros duros
oían a Zenón, vestido en la ocasión con su toga negra de gala.
Eran en su mayoría hombres, pero no faltaban mujeres; varios adolescentes
de ambos sexos se mantenían en segunda fila. La muchacha que le abrió la
puerta no le sacaba los ojos de arriba. ( ¡Y qué ojos!). Zenón
explicaba que el pedido tramitaba en la Justicia y que no había motivos
para desesperar. Pero cuando dijo que debería buscarse el pan en otra
ciudad, un murmullo de desaliento recorrió el círculo de los oyentes. -No
se preocupen, porque alguien de aquí me tendrá informado de cuándo se
juzgará vuestra causa y estaré con ustedes en esa ocasión. Fue
en ese momento que se fijó en él y sin vacilar proclamó: - Este joven
que es mi alumno los acompañará durante ese tiempo para recoger sus
dudas y consultarme sobre ellas. Todas
las miradas convergieron hacia él. Hizo
un gesto afirmativo con la cabeza y el círculo volvió a tener a Zenón
por centro. -Rafaela
será su contacto y a través de ella podrán marcar las reuniones que
juzguen necesarias. Adivinó
por la mirada que Rafaela era la muchacha que le había abierto la puerta.
Y no se equivocó. Zenón
los presentó y ella aclaró que estaba todos los días de feria en el
mercado. Después, ya saliendo, el profesor le puso en la mano una copia
del legajo de los campesinos y le dio el nombre de la posada donde podría
localizarlo en la nueva ciudad a la que se mudaba, la misma donde él había
ido a buscar al Alquimista. (Esta
gente desea algo básico y justo; o sea, no todo deseo es condenable; lo
que esta gente desea es dignidad; el deseo que no cabe cultivar es aquél
que ofende la dignidad de los seres humanos o devasta la naturaleza
no-humana; y para hacer esa diferencia tanto da una sílaba cualquiera
como otra; mas para conseguir el deseo justo ninguna sílaba sola ayuda; sólo
la lucha sirve). ******* Se
informó con un profesor de vasto saber jurídico. Su respuesta dejó
transparente su firme voluntad de no inmiscuirse en ningún movimiento que
pudiera comprometer la estabilidad de su buen empleo; pero al mismo
tiempo, al hacer gala de su erudición y citando conflictos semejantes del
pasado, había dejado entrever el secreto de una línea de argumentación
muy poderosa que no hacía parte del legajo. La misma se resumía a lo
siguiente: si el texto sagrado dice con toda claridad que los hombres son
hermanos y que deben perdonarse las deudas, el Creador no pudo querer la
condena al trabajo esclavo por deudas. Con
los ecos de ese razonamiento cantando en su mente llegó al almacén.
Adentro una pequeña multitud ya lo aguardaba. Alguien trajo una silla y
pidió que la ocupara. Los otros permanecieron en pie o en cuclillas.
Recorrió la asistencia y sólo se calmó cuando se topó con los ojos de
Rafaela. -Estuve
estudiando detenidamente la impetración del profesor Zenón y tengo un
nuevo argumento que quizá convenza a los jueces; claro, desde que ustedes
se dispongan a mostrar que están dispuestos a pelear por él. Y
explicó el argumento, con las debidas explicaciones y lecturas del texto
sagrado para que nadie de los presentes, analfabetos en su casi totalidad,
dejara de entender. Se
detuvo para contemplar los rostros adustos que no se perdían una palabra
de lo que había dicho y leído. Varias
de aquellas bocas hasta entonces mudas dejaron escapar sordas
exclamaciones que hacían las veces de aprobación. -¿Cuándo
agregará ese argumento a la petición y cuándo y cómo deberemos mostrar
nuestra decisión de luchar por ella? La
pregunta venía de un hombre muy bronceado por el sol del arado y la
cosecha que se recostaba en uno de los pilares de madera del patio
interior. -Lo
agregaré mañana mismo, si están de acuerdo, hablando con el juez
encargado del proceso. En función de lo que él me diga decidiremos cómo
y cuándo mostraremos la fuerza de nuestra convicción. ( Mida sus
palabras, tonto, que está usted hablando con campesinos y no en el aula
magna de la Facultad). O sea, cuando y cómo haremos una manifestación pública... Uno
tras otro los hombres presentes expresaron su acuerdo. Las mujeres los
siguieron. Una mujer se acercó y sin darle tiempo a reaccionar se
arrodilló para besarle la mano. Varias otras la imitaron al tiempo que a
coro repetían: - Usted es un santo, señorito. Para
no causarles la impresión de que no aceptaba sus atenciones las dejó
hacer. Una
docena de hombres se acercaron, sombrero en mano, a saludarlo antes de
retirarse. En sus miradas brillaba la esperanza y el cariño debido a un
Mesías. Marcos
empezó a decir: - Yo no..., pero cuando varios de los que salían se
dieron vuelta para mirarlo, se calló y les hizo un ademán para que
siguieran su camino. En ese momento Rafaela lo invitó ir a la granja para
que lo pudieran conocer mejor. ******* Sale
con el sol todavía alto para tener seguridad de no perderse. A la vuelta
de un bosque poblado de grandes árboles se cruza con dos niños de cara y
brazos negros que se aprietan en un petizo.
Son carboneros. (Y
trabajan por la comida para grandes señores. ¿Nadie ve eso?). Lo
saludan con una sonrisa amarga
y siguen de largo. Mucho después ve el lazo rojo en un árbol
solitario y se interna entre los campos plantados. Más allá de la
primera hondonada se levanta la granja cuadrangular cerrada por todos
lados. Cuando se acerca descendiendo la loma cuatro niños salen de la
nada y lo rodean pidiéndole las riendas del caballo. Hace pie a tierra y
se las cede sin chistar. Por el gran portón entreabierto sale Rafaela,
vistiendo una ropa más limpia que nunca. Sin decir palabra lo toma de la
mano y lo hace entrar. El interior revela un amplísimo patio rodeado por
habitaciones cuyas puertas y ventanas dan a una baranda cubierta
que rodea tres de los cuatro lados del edificio; falta solamente en aquél
reservado a los anchos galpones destinados al ganado, las herramientas y
la cosecha. Rafaela lo conduce hasta una de las habitaciones donde mucha
gente ya espera su llegada. Lo hacen sentar ante todos y las mujeres una a
una se acercan a besarle las manos. El hombre muy bronceado, parado a su
lado toma la palabra: -Doctor
Marcos, esta es nuestra hermandad “La Esperanza”; aquí no hay dueño
ni patrón; la tierra y los frutos que de ella sacamos son de todos; cada
familia recibe casa y comida de la comunidad, así como una parte
proporcional del dinero recogido en las ferias,
a cambio de su trabajo. Todas las decisiones importantes las
tomamos en conjunto y los responsables que creamos necesarios son elegidos
y cambiados por nosotros
cada seis meses; yo mismo estoy hablando ahora porque fui elegido
para ser portavoz de la hermandad durante ese plazo. Cuidamos para que no
se destruya el bosque que hay en la propiedad y para fertilizar la tierra
usamos el abono que nos proporcionan nuestros animales. Ahorramos para que
cuando los que hoy son
niños sean adultos y se casen, puedan comprar su propiedad para
vivir según estas reglas, si lo desean. Rafaela le va a mostrar nuestra
casa. Otra
vez sintió el calor de aquella mano. ( Nunca olvidaré a María; espero
que ella me perdone por estar vivo y por aceptar la vida que incluye a
Rafaela). -Este
es el comedor colectivo donde un grupo siempre renovado de mujeres se
turna para preparar las comidas diarias. Saliendo
de allí sucesivamente fue viendo la casa de una familia, parecida a todas
las otras, el salón donde alguien letrado enseña el secreto del alfabeto
a los niños, y uno de los galpones destinado a servir de establo y pañol
de herramientas. -Esperamos
que los vecinos entiendan que nuestra hermandad es el futuro. Y
ella no dijo nada más trayéndolo de vuelta al patio. Por una ventana
entreabierta Marcos vio un hombre fornido que daba una bofetada a una
mujer joven y asustada. Como
anochecía rápidamente, el gran fuego hecho en uno de los rincones
iluminaba más y más las caras de un círculo que ahora crecía a cada
momento. Cuando anunciaron que alguien tocaría una música apropiada para
el baile, Marcos decidió que era el momento de hablar. A su gesto
respondió el silencio de todos los presentes, incluyendo a Zenón, recién
llegado. -No
soy santo, no soy el Elegido. Me he engañado y más me han engañado.
Perdí a quien más quise. Sólo quiero ayudar...y aprender con ustedes;
como ustedes sólo pido ser feliz. Los
presentes aplaudieron a rabiar. La música invadió la penumbra oscilante
al ritmo de las llamas. Marcos
sintió la mano de Rafaela en su mano. -¿Vamos? Con
la cabeza inclinada y una sonrisa que todo lo prometía ella indicaba el
espacio donde ya tres parejas hacían levantar el polvo con sus giros. Marcos
se dejó llevar al tiempo que la prevenía de que él no sabía bailar. (No
existe ninguna leyenda personal preestablecida; aceptarlo sería tan
monstruoso como afirmar que el sacrificio de María no fue sino un eslabón
para traerme hasta Rafaela. María merecía ser feliz...Y no se puede ser
feliz en cualquier situación, por ejemplo en la de los desgraciados
carboneros; quizá sí intentarlo en hermandades como esta... La leyenda
personal existe, pero somos nosotros quienes la tejemos con nuestras
decisiones; porque como decía aquel pensador: la libertad es lo que
hacemos con lo que han hecho de nosotros). ******* El
secretario del juez lo había recibido con cara de incredulidad pero no se
había resistido a incorporar el documento al legajo. Confirmó la decisión
para la fecha antes anunciada. Estaba contándole los pormenores del
encuentro a Luis cuando salían de la Facultad, donde éste lo había ido
a buscar para tomar un café cuando, alguien lo toma fuertemente del
brazo. Al darse vuelta dos guardias dicen al unísono: - Estás detenido.
Y sin pausa lo hacen girar en redondo, cada uno sosteniéndole un brazo.
Luis se queda paralizado y al cabo de un momento atina a avisarle que
alertará a los amigos y que
irá a verlo lo antes posible. Cuando doblan la esquina alcanza a oír
que Luis le pide para mantenerse tranquilo. ( ¿Y esto? ). Los guardias se
mantienen mudos y caminan rápido casi arrastrando a su presa. Entran por
una puerta lateral del Palacio de Justicia. Tras un largo corredor doblan
a la izquierda y de inmediato comienzan a bajar una escalera en caracol.
La humedad se hace respirable y la luz escasea. Desembocan en un corredor
que corre a partir de un rellano donde un
gigante monta guardia. La segunda puerta de hierro está abierta y
hacia allí lo empujan. Siente el cerrojo que corre con un chirrido. Está
encima de la paja húmeda. De a poco sus ojos se acostumbran a la penumbra
que dos pequeños ventanucos, situados contra el techo, permiten pasar. La
celda, demasiado amplia para una sola persona, está vacía. Aquí y allí
se ven hilillos de agua que bajan lentamente de las paredes grises. El
silencio y el miedo aumentan el frío. (Menos mal que justo hoy salí bien
abrigado; pero, ¿qué significa esto?). Las paredes van desapareciendo y
la oscuridad avanza desde sus pies para llegar hasta sus manos. Al
revolver la paja descubre que si la que está en la superficie, y más aún
la que se apoya en el piso, están húmedas, por contra, la que está en
medio de ambas está casi totalmente seca. A tientas va haciendo un montón
que por contraste con su cuerpo le parece casi caliente. Una vez que el
montón ha crecido bastante hace como puede un agujero a media altura de
esa cama flotante. Con satisfacción constata que ni siente el piso y
usando las dos manos se cubre aún más con paja seca. Hecho una gran crisálida
se dispone a dormir. Siente su respiración aquietándose. De repente un
grito lo despierta. ( ¿Dónde estoy?; ah, sí). Se frota la cara. Escucha
voces apagadas. Prestando atención descubre la dirección desde donde
llegan. Otro grito. Sale de su capullo y se acerca a la pared de la
derecha para apoyar allí el oído. -¿Quién
es el cabecilla de esa rebelión? Se
oyó un ruido que parecía de cadena y un crujido. Un grito desgarrador
llenó todos los espacios. -¿Quién
es?...hablá, miserable, o te vamos a matar como a un animal. Otra
voz dijo suavemente: - ¿Y qué hacen en la granja? Un
chirrido y otro alarido como el anterior, seguido de llantos
descontrolados. Marcos
sintió que la mandíbula inferior le temblaba y que las piernas se le
aflojaban a la altura de las rodillas. Sin despegarse de la pared se hincó
en el piso. -Decinos
quién es y te dejamos tranquilo... Después
del silencio vino otro chirrido y el peor de los gritos. Marcos creyó
sentir el olor a carne quemada. -¡Por
favor, no ! (Es
una voz de hombre que no conozco. ¡Por lo menos no es Rafaela!). -Si
no querés el hierro no tenés más que decir un nombre... Un
entrechocar de hierros. -Por
favor....Es ....es Zenón. La
voz más dulce no se hizo esperar: - A ese ya lo conocemos...queremos
saber quién agita entre ustedes y qué hacen en la granja. (Es
un campesino, seguramente de
“La Esperanza”). De
repente se hizo el silencio. La
voz dulce
sonó ahora
más autoritaria: - Se ha desmayado, me llaman cuando se reanime. Marcos
oyó unos pasos apagados que se alejaban. (
Entonces es eso...¿Me torturarán?; ¿resistiré? Sólo sé que el
bronceado es el actual portavoz; pero decir eso significaría traerlo a la
tortura...). Los
temblores lo habían abandonado y un cansancio de siglos lo invadía
lentamente. Buscó el vientre de la paja y cerró los ojos. ******* (El
cerrojo de la puerta se abre...). Un joven de su edad entra con un pedazo
de pan y un caldo que suelta humo. -¡Ajá,
carne fresca! Sus
ojos debieron ser muy expresivos porque el otro completó: - ...no digas
que no lo sabés; aquí los mocosos de tu edad son transformados rapidito
en mujer por los presos que tienen más tiempo de encierro... Marcos
sintió el miedo apretándole el estómago pero usó todas las fuerzas de
que disponía para que no se le notara. -¿Conocés
a Zenón? -¿Quién
es? ... ¿tu novio?...; no, no lo conozco. (Por
lo menos no está preso;...él sabrá qué hacer). El
otro había dejado el desayuno en el piso y se había ido. Marcos
se abalanzó y sintió el calor del pote de barro invadiéndole todo el
cuerpo. El primer sorbo lo quemó pero eso no le impidió dar un gran
mordisco al pan. Se controló para hacer que el festín durase lo más
posible. Cuando lamía el pote hasta el fondo, ensuciándose la frente, la
puerta de la celda contigua se abrió y una voz socarrona proclamó: -
...acá los quiero ver usando sus poderes... Oyó
lo que parecía ser un bulto cayendo en la paja. Y después del ruido del
cerrojo alguien preguntó: - ¿está bien?; siéntese y se sentirá
mejor... (Esa
voz no me es desconocida). Tras
un quejido otra persona dijo: - No entiendo por qué hacen esto conmigo... Marcos
contenía la respiración y era todo oídos. (A ese también lo conozco). -¿Usted
es el Maestro? -Sí...,
¿y usted? -Me
dicen el Alquimista. (¡Lo
sabía!). -Si,
oí hablar de usted; pe...pero, ¿por qué nos traen aquí? -Oí
decir que buscan a los cabecillas del movimiento campesino. -¿Cuál
movimiento? -Ese
que pide la abolición del trabajo esclavo por deudas. -Ah,
¿sí? ¿Y nosotros qué tenemos que ver? -Pues,
yo, por lo menos, nada. Debe ser cosa de los sacerdotes envidiosos que
aprovecharon la oportunidad para tratar de sacarnos de circulación. -Yo
tampoco tengo nada que ver con esa historia; que le conste...; y lo de la
envidia debe ser así no más, porque en mi granja cada día recibo más
gente decepcionada con los sacerdotes. (Ya
sé bien yo que esa afluencia engorda otro vientre que no es el de la fe). -Pero
pronto alguien poderoso vendrá a liberarnos...no se preocupe...porque al
fin, ¿no somos inocentes? -Yo
diría más que inocentes...,somos muy útiles a la sociedad. Porque fíjese,
y creo que lo mismo puede decirse de usted, en mis sermones enseño a los
hombres a no cuestionar la propiedad ajena y a nunca afrontar el orden
social vigente. Porque resulta claro que si se puede ser feliz en
cualquier situación y condición social, no es justo que un campesino
pobre anhele las tierras de su señor; al contrario, asumiendo la leyenda
personal que lo hizo campesino tendrá que buscar la felicidad en su
condición. La riqueza y el poder de los otros no son asunto que deba
importarle, porque esas son cuestiones relativas a leyendas personales
ajenas. Es verdad que hablo de una conspiración del Universo. Pera ella
nada tiene que ver con conspiraciones subversivas. Esa metáfora universal
no quiere sino alimentar el optimismo aún en la peor de las
circunstancias; porque no hay nada peor para el hombre que sentirse solo;
¿qué más puede consolarlo en sus desgracias que la convicción de que
el Universo está de su parte? Pero ese Universo no tiene ni cabecillas ni
batallas. Es el mismo Universo que nos hace creer que el arroyo que
encontramos cuando tenemos sed fue puesto allí para colmar nuestra
necesidad; cuando en realidad desde siempre estuvo allí y seguirá
estando, pasemos o no pasemos nosotros por el lugar. En resumen, la
conspiración universal de la que hablo es sinónimo de aquella esperanza
de los que creen aún en el absurdo, o, como alguien dijo, que creen
precisamente por tratarse de algo absurdo. Pero esa esperanza a nadie
cuestiona en su fortuna o privilegio, y así, protege por vía negativa
toda fortuna y privilegio. También es cierto que prometo como recompensa
de la leyenda personal, la fortuna. Pero esa es una fortuna inocente
porque nunca es construida a costa de las fortunas ya establecidas. El
ejemplo que siempre doy es el de un tesoro que espera al que cree, pero, fíjese
bien, que a nadie pertenece, por estar olvidado desde hace mucho en un
lugar desierto. ¿No es lo mismo que dicen las historias que conocemos
desde niños, atribuyendo tesoros perdidos a piratas o soberanos de antaño?
Pero si el tesoro está perdido, el que lo encuentre será un nuevo rico, además
y no contra ni en lugar de ninguno de los existentes. Y por último: ¿cómo
hacer soportar al hombre, sin que éste se rebele, las cadenas del
presente, sin anunciarle el paraíso al fin de esta vida o en la otra?
Porque eso es lo que de alguna manera hacen todas las religiones...Mi prédica
se suma a ellas, y lo único que saco a cambio de
mi ayuda es lo necesario para mi sustento, que claro, no tiene por
qué privarse de algún lujito aquí o allá cuando la generosidad de mi público
me lo permite. Pero acaso los sacerdotes, en especial los de más jerarquía,
¿no están rodeados de lujo por doquier? Y nada hay que objetar, porque
eso es también una señal de la preferencia divina...¿no le parece? Por
eso digo yo: hay que gozarlo todo, pero fíjese bien, todo lo que nos
pertenece, sin tocar un grano siquiera de lo ajeno, ni en riqueza ni en
poder. El
eco de “poder” demoró algo en apagarse. Entonces el Maestro habló: -
Trato de condensar mi pensamiento en sentencias cortas, para que el vulgo
las memorice sin pérdidas. Pero nada más justo que su discurso, que me
permito completar desde el otro lado, podríamos decir, con algunas
observaciones útiles para cuando nos interroguen. Por mi parte también
contribuyo a la paz social pregonando la renuncia al deseo. Porque fíjese
que de hecho cuando dejo de desear, el primero que gana con ello no soy
yo, sino el prójimo que actualmente tiene algo de lo que yo carezca; ¿tiene
él una linda mujer, una fortuna, un cargo importante? Pues bien, mi
renuncia garantiza que podrá continuar gozándolos. Y no establezco un mínimo
deseable legítimo; por eso enseño a aquel mismo campesino pobre, citado
por usted, a que no aspire a la holgura ajena, sino por el contrario, a
privarse aún más de lo poco que tiene. Al mismo tiempo le muestro que
esa capacidad de desprendimiento sin límites es una marca de superioridad
en relación al que depende para vivir de todas aquellas prebendas que él
no tiene. ¿No es esta la mejor manera de hacer que cada cual se consuele
con su suerte y encuentre en ese consuelo una paz que lo eleve ante sus
propios ojos? Y obrando así, al dejar intocada la suerte del poderoso, ¿no
se asegura la perpetuidad de la paz social? En resumen, no hago otra cosa
que practicar el precepto que manda dar al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios, porque ¿qué ofrenda mayor puede dársele que la
humildad de nuestra renuncia permanente y pacífica ante el orden por él
creado? A cambio de esta contribución, como ocurre con Usted, sólo me
permito recibir los recursos que aseguran la continuidad de mi obra y la
tranquilidad de mi vejez. El
Maestro fue interrumpido por el ruido de la puerta abriéndose y una
educada voz, sin duda de un oficial, que prontamente anunció: - Señores,
disculpen el malentendido...Hemos estado haciendo averiguaciones, incluso
con señores importantes de la ciudad, y
estamos seguros que fueron objeto de una vil calumnia...Saben que
tenemos en manos una inaceptable insubordinación campesina...y murmullos
malintencionados mezclaron vuestros nombres en oídos poco instruidos. El
hombre carraspeó y continuó: - Para resolver este lamentable equívoco
hay dos vías, una más rápida que la otra. Una es el interrogatorio de
rutina con el suboficial encargado de vuestra prisión; eso puede llevar
un par de días hasta la orden final de liberación; y, como el pobre a
veces bebe demasiado, algunos malos momentos no son de descartar ...La
otra pide que depositen en mí vuestra confianza, para que yo mismo hable
con el suboficial y podrán salir de aquí de inmediato. Tras
un breve silencio la voz remató: - Claro, que como toda criatura de Dios
tengo familia para mantener. Esta vía rápida les costará algunas
monedas que un soldado a mis órdenes recogerá de vuestras manos mañana
al mediodía en la Puerta del Sol. Un
grito venido de la otra dirección hizo que las orejas de Marcos quedasen
tiesas. -¿Cuánto?
– oyó venir de la celda contigua. La
respuesta no tardó, después del segundo grito, más fuerte que el
primero: - Cien águilas de cada uno. Dos
voces exclamaron al unísono: - ¿Cien? Mezclado
con ruidos de cadenas un alarido rebotó en el corredor. De
la celda contigua dos “está bien” se sucedieron casi sin intervalo. -Los
felicito por la decisión; ...por aquí señores... La
puerta se cerró; la cabeza de Marcos daba vueltas. Los gritos se hicieron
regulares. (
Necesito pensar...no sólo por el contenido de los pensamientos, sino
también para no dejar espacios por donde pueda colarse el miedo...Sé que
los dos son lo mismo; a uno lo vi con las manos en la masa; al otro acabo
de escucharlo...No se trata de despojar a nadie de lo que necesita para
ser feliz; al contrario, se trata de dar a cada uno precisamente eso; pero
cuando la balanza está tan torcida, uno de los brazos no tiene más
remedio que bajar cuando subimos el que está más caído...Cuando la
balanza se ha enderezado el equilibrio trae consigo la paz...Sí, en eso
creo...). Los
gritos cesaron y decidió caminar
de pared a pared, haciendo girar los brazos,
para desentumecerse los miembros. (Tengo
miedo, pero trataré de hacer con él lo mejor que pueda...No hay Dios que
pueda haber querido a unos con tanto y a otros con nada...De mi parte
estoy dispuesto a construir renunciando a la recompensa por la obra...Pero
con eso no renunciamos a lo básico para tratar de ser felices, que es
precisamente lo que la obra quiere asegurar a todos...Obrar renunciando a
los frutos significa renunciar a los frutos superfluos. Pero para dar a
cada cual lo necesario habrá que retirar de algunos lo
superfluo...Esperando que después esos “algunos” y/o sus hijos
reconocerán por sí mismos la distancia que media entre lo uno y lo
otro). La
puerta se abrió y por la voz supo que estaba ante el mismo hombre que había
estado en la celda contigua.
-Tiene
usted suerte...Primero porque ya sabemos cómo funciona “La Esperanza”
y quién manda allí... (Tengo
miedo pero la pregunta que importa es: ¿qué hacemos con nuestro miedo?
Mi respuesta: tomarlo como compañero inseparable de marcha...digo bien:
de marcha, no de parálisis...). -...y
en segundo lugar porque ha venido el hijo mayor de una de las familias más
influyentes de la ciudad a interesarse por su caso; acompáñeme. (Se
acabó el miedo. ¿Quién será? Rufo...sólo puede ser él...). Ascendiendo
hacia la luz Marcos tuvo que cerrar los ojos y eso lo llevó a tropezar en
el tramo final de la escalera. El oficial lo sostuvo gentilmente para que
no cayese. Doblaron por un corredor y luego por otro más amplio y con
grandes ventanales. Por fin el oficial abrió una puerta que dijo ser del
despacho del Director. La vasta pieza estaba iluminada por una luz
amarillenta que se desparramaba en rayos oblicuos perfectamente visibles,
en los que navegaban incontables partículas de polvo. Al fondo Marcos vio
un señor vistiendo un multicolor uniforme, sentado atrás de un pesado
escritorio, y parados a su lado las figuras risueñas de Rufo y Luis. -¿Así
que éste es su protegido, Rufo? – dijo el hombre, y se atusó el bigote
lentamente.
-En
efecto, señor; este es mi condiscípulo, brillante futuro profesional,
Marcos... No
pudo seguir hablando, porque el hombre ya advertía: - Que conste que pesa
a su favor la fianza de la noble familia de
Rufo y su escasa edad...Pero sepa que no toleraremos desórdenes y
que espero no verlo nunca más aquí... Dicho
esto extendió a Rufo un papel indicándole el lugar donde debería
firmar. Éste así lo hizo y tras agradecer al Director tomó a Marcos del
brazo para sacarlo de allí. (Yo
no tengo nada que agradecer). El
sol lo encegueció y lo hizo detenerse. Con Rufo y Luis tomándole los
brazos descendió los escalones que a la calle conducían. Sólo
en ese momento vio que frente a la prisión una multitud de campesinos
empuñando sus herramientas de trabajo montaba silenciosa guardia. También
vio que por una puerta lateral cuatro guardias cargaban un hombre
ensangrentado que era entregado a cuatro campesinos fornidos. En
ese momento una enorme ovación hizo volar despavoridas las palomas que se
paseaban por la plaza. Marcos
vio que el hombre maltrecho le sonreía y aún sostenido por los cuatro
compañeros que lo tenían en vilo, levantó los dos brazos a modo de
saludo y agradecimiento. Marcos hizo otro tanto y la muchedumbre entonó a
una sola voz y repetidas veces: - “Trabajo esclavo, ¡no!”. El
hombre fue subido a un carro y Marcos al carruaje de la familia de Rufo.
La multitud aplaudió por varios minutos para asombro de las muchas gentes
que observaban desde diversos puntos del contorno de la plaza. Después,
lentamente fue dispersándose. (Más
que aplaudirnos, se aplauden a ellos mismos. Eso es bueno, pues muestra
que aun con miedo se puede luchar...). Cuando
el carruaje dejó la plaza, Luis anunció que había dicho en el
Residencial, que Marcos había pasado la noche en lo de Rufo. ******* Estaban
otra vez en la plaza principal, donde la Justicia tenía su sede en
imponente edificio contiguo a la Casa Comunal. La plaza había
desaparecido tomada por una muchedumbre que oscilaba hecha un mar gris.
Zenón y Marcos estaban en primera fila, así como Rafaela y casi todos
los hombres de las reuniones del almacén. Cada uno de ellos tenía en
manos una herramienta de trabajo. Varios perros se paseaban admirados
entre la multitud nunca vista antes. Un bebé lloró y fue prontamente
calmado por el seno de una mujer de cachetes rojos que sostenía
otra niña delgadita por la mano.
Ante el edificio y rodeando a los campesinos, un nutrido grupo de
guardias se paseaba lentamente a pie o a caballo. La puerta maciza se abrió
y salió el pregonero. Miró desde lo alto de la escalera aquel gentío
que se quedó prendido a sus palabras. En ese momento, guardando el
silencio y casi al unísono todos los hombres levantaron las herramientas
de trabajo. El pregonero empezó la lectura tropezando con las fórmulas
rituales. Después de los “considerando” hizo una pausa que se podía
tocar con la mano. Anunció la sentencia: abolición de las condenas a
trabajo esclavo por deudas en la comarca. La multitud prorrumpió en un
griterío ensordecedor al tiempo que hombres, mujeres y niños se
abrazaban indistintamente. El pregonero terminó la lectura sin que nadie
quisiera ni pudiera escucharlo. Lo mismo que el agua que se escapa por un
embudo, la multitud comenzó a girar en torno a Zenón y Marcos, que eran
amparados por brazos fuertes para no ser barridos por aquel entusiasmo.
Con la puerta cerrada nuevamente, Marcos vio como el campesino muy
bronceado había ocupado el lugar que hacía poco era del pregonero y
anunciaba a todos que esa noche habría una fiesta en la granja donde
trabajaba, en la cual todos podrían felicitar a gusto a ambos doctores. (Esta
gente ya me hizo doctor). Marcos
levantó un brazo y comenzó a decir “Yo no ...”, pero fue
interrumpido por decenas de manos que lo tironeaban en los más diversos
sentidos antes de apartarse para ser reemplazadas por otras. De a poco la
gente se fue dispersando y Marcos pudo abrazarse largamente con Zenón y
Rafaela. Se dieron cita para la noche. (Otra
vez habrá que saltar el muro... La vida comunitaria no resuelve toda la
angustia de cada uno, pero ayuda a hacer de cada uno un ser menos
solitario en la angustia. La pequeña comunidad es una gota en el océano
que no sigue sus reglas; pero por algo se puede empezar, aunque la
brutalidad no pueda ser extirpada de un golpe; al fin de cuentas no se
sabe cuándo, al agregar sal a la olla, cucharada tras cucharada, toda la
olla se vuelve salada. ¿Y el Profeta?; ¡ah!, cada uno está condenado a
ser el Profeta de aquello en lo que cree y por lo que piensa que vale la
pena vivir). |
Sirio López Velasco
El metalquimista
Ir a índice de narrativa |
Ir a índice de López Velasco, Sirio |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |