Ultimo reducto |
Cual se vol nit per sortir el sol. |
1 Abre los ojos muy de mañana. Por el tragaluz se observa el fondo del
pozo de aire, donde se amontonan el calor, los insectos, frutas podridas y
diarios viejos. ¿Qué distancia existe entre la cama y
el techo?... Tal vez cuatro, cinco metros. Ellos lo miran desde allá
arriba; no siempre rondan el tragaluz: entran y comentan en secreto lo
angosto y alto del lugar. Paredes con restos de un rosa viejo; mesa, cama,
ropero. ¿Y dónde estarás tú? ¿Y tú? ¿Y
también tú? La ciudad encierra a la gente como ganado
en un corral. Ahora, él y la calle se asfixian. Se sienta en un bar y mira las fotos, los
papeles; analiza los recuerdos. Ya no los disfruta; esto es sólo un
estudio a fondo, y se pregunta qué irá a encontrar a diez cuadras o
abriendo la puerta de un baño (puerta tapizada con los gestos de la
vida). Es el baño, es el bar, es allá en la
playa: ella está. El mozo le traía café o Cocacola.
Recuerda que su cara aparecía más ancha y ondulaba sobre la superficie
oscura del vaso. Le rodeaban las voces, las bocinas, los edificios. Se
imaginó sentado en su silla, flotando en aquel universo urbano. La bebida
caliente, la bebida fría y él, flotaban. 2 En la bocatormenta de una esquina metió
las fotos; más adelante, contra el cordón de la vereda, dejó los
papeles. En ellos, él ya no estaba; sólo su nombre, sólo. Algunos papeles se fueron alejando al
cordón de enfrente, pisoteados y dispersos. Hasta ayer por la noche venía una negra
a obsequiarle cigarrillos, y si quiere un café, o algo para comer, o...
Bueno: si no se molesta, me quedo un rato. Mire, vivo sola en la
treintaiocho. Usted madruga, ¿no? Era simpática, pero él quería quedarse
solo. Sacaba la cabeza por el tragaluz y aunque
estuviera oscuro sabía que allá abajo el calor presionaba con sus
veinticuatro horas de encierro. Oscuro. Sólo un día la luna le aclaró el
escenario putrefacto del tragaluz. Y siguió buscando durante la mañana.
Ya no volvía para almorzar y si lo hacía comía en el cuarto, con la
mirada dirigida a cuatro, cinco metros sobre su cabeza: andaban
revoloteando contra el techo. ¿A qué altura realmente?...Y ya no comió. 3 Doce y cuarto. Mediodía en una calle sin árboles. Barrio caluroso y lejano. -Usted siempre viene y yo le digo que aquí
ya no vive esa persona; además, ¡yo nunca la vi!-. La mujer,
contrariada, desapareció tras el portazo. Le pega un puntapié a la puerta y sale
corriendo. Una de la tarde. Pleno Centro. -La señora está de viaje -informó una
voz nasal- y no sé cuándo vuelve. Una trompada a la chapa del portero eléctrico.
Casi saltan los botones. Miró el edificio: muro fúnebre con sus nichos
por donde asoman cabecitas. Eran miles y los nichos cobraron vida. Las
cabecitas se le venían encima con sus risas... No importa que tenga que
ser así, mientras tú estés entre ellas; mientras tu cabecita morena
aparezca entre las otras; mientras tus manos tomen las mías y me
adviertas el "¡Cuidado!: ¡no te asomes mucho que estamos muy
alto!", y me des una palmadita en la pierna blanca y sin vello, mitad
pantaloncito y calzoncillito que se insinúa por debajo. 4 Otra vez la calle sin árboles. El barrio
lejano. Portón. Jardín descuidado. Y el timbre. No contestan. Ya no van a contestar. Los visillos que se corren apenas
permiten ver del lado de afuera a un hombre con sobretodo raído, ojos
enrojecidos y vidriosos y manos pegadas a las piernas porque así se
siente menos el temblor, se oprime más la angustia, se recupera una ínfima
parte del orgullo perdido. Pero nadie abre la puerta. El muro de una casa sirve de respaldo. Se
fue arrastrando hasta él, cuando ya el cordón le dejó marcas en los
pantalones, en las nalgas. Estiró las piernas y metió las manos en los
bolsillos del abrigo viejísimo. Alza la cabeza y mira... Nada cambió. Allí está de nuevo. ¡Miralo! ¡Es ese
barbudo de porquería! ¡Siempre anda molestando en lo de Yáñez! ¡Resulta
que se acurruca contra el murito y allí se pasa las horas! Me parece que
viene por los que vivían antes. ¿Te acordás? ¡Los Lamerain! Se fueron
a Bélgica, ¿no?... Pero, ¡che, no sé cómo no se muere de calor!
Seguro que ese sobretodo lo afanó. Buena la gente del finado Lamerain. ¡Qué
distinguida era la mayor de las hijas! El novio era aquel que la venía a
esperar a la puerta todo trajeado de gris. ¿Te acordás de él? Me parece
que hubo problemas y cuentan que al tipo casi lo enloquecen. O, esperá,
tal vez fue al revés y el tipo o la familia o ambos a la misma vez la
enloquecieron a la pobre chiquilina. No sé exactamente cómo fue, pero sé
que pasó algo, ¡algo grande!... Pero, ¡ufa con ese que no se va! 5 Y hoy recién se atreve a mirar el cajón. Siempre solo; en este último reducto de
ropero, silla, mesa, insectos, frutas podridas, cafés helados, mujeres
nocturnas por los corredores de la pensión, calores que vienen del pozo
de aire y se meten por el tragaluz, él, los insectos, las frutas
podridas, las mujeres nocturnas, los cafés helados, él... El techo ya no está a cuatro o cinco
metros sobre su cabeza: necesita trepar por los muebles, apoyar el dedo
gordo en los clavos gruesos de la pared y arañar la cal con las uñas
mugrientas y los dedos de yemas mojadas por la humedad del reducto final. Y el techo está a la altura del cielo. Y
los insectos revolotean junto a las estrellas. Y su cuerpo con el silencio
frío del universo... cae. Todo cae sobre él. Las cabecitas de los
nichos lo ven llorar bajo los escombros de la habitación. Ya no es mañana ni noche. Se atreve y
mira el cajón. Siempre solo. Todos los objetos recuperan su lugar
original. El cajón está abierto totalmente. 6 La negra vino sólo hasta ayer. Mejor: no
hubiera sabido echarla. ¿Qué hubiera dicho si lo encuentra tirado en la
cama y con una mano aferrando aquello frío, alargado y con ese olor a
aceite? Justo ahora no quiere problemas. La habitación parece más amplia, más
confortable y sus paredes están como recién pintadas. Ya no tiene barba:
se afeitó hará una hora y media. Fue divertido volverse a encontrar como
hace cinco años: blanco... ¡muy blanco! Todos deben estar durmiendo. Ayer pagó
el mes por adelantado y eso le produjo una grande y enaltecedora
tranquilidad. Quizás ahora todo empiece a
reacomodarse. 7 Por la puerta entornada sale el aroma
perfumado del baño llenando el corredor oscuro. Ronquidos alterados. Vienen de las
diferentes piezas. Algún escalofrío al caminar. Una cucaracha lo acompaña,
hasta achatarse para perderse bajo los zócalos. Claro: fue una estupidez todo lo que hizo
este tiempo por tratar de encontrarlas. ¡Lo que habrían dicho por ahí!
Haber pensado esto antes... Cual se vol nit per sortir el sol, aseguraba
un compositor catalán desde su canto, y tenía razón. Una noche de éstas, saldrá el sol. Bueno, en todo caso no causará molestias
a nadie. Lo vendrán a buscar por la mañana. Ya no quiere moverse. Las manos chocan con lo frío y alargado,
se impregnan del olor a aceite. Cierra los ojos y sonríe. Siente que el frío le sube por el cuerpo
y se le afirma en la cabeza. La mano es segura. 8 Los insectos siguen revoloteando allá
arriba, preguntándose el porqué de esa cosa que ahora los mira fijo,
desde la cama a medio tender. Vuelven al tragaluz y escapan en
espirales por el pozo de aire. El calor. Las frutas podridas. Los diarios viejos. |
Guillermo
Lopetegui
Se publicó en "Último reducto" (Ediciones Géminis,
Montevideo, 1978)
y seleccionado para "Esas obsesiones tan deseadas"
Muertes
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