Ahora llueve casi todos los días.
Indiferencia de gotas cayendo pesadas sobre un cajón, un papel, un abrigo.
Bajo el cielo manchado de diferentes grises, dos hombres de la Administración levantan la plancha de granito. El agujero ahogado de sombra recibe a uno más de los privilegiados que han tenido la suerte de elegir: panteón familiar o incineración; no importa averiguar cuál es la diferencia. Lo que sí importa es que, en todo caso, cerró los ojos con la secreta esperanza de que yo no le fallara. Porque veinte años atrás me vino con la noticia inesperada: escribir un largo poema hasta ese día que es hoy, y que ningunos de los dos pudimos prever. Pero allí están los siete mil y tantos versos, repartidos en tres paquetes que ubiqué en un rincón de mi biblioteca.
"¿Será difícil mantener la misma fuerza inspiradora, desde el primer momento y hasta el último, a lo largo de tantas palabras?"
El montón de versos y yo nos tendremos que buscar otro sitio; el documento que la lluvia alcanzó con algunas gotas es muy claro: "Matrimonio ANULADO. Plazo para abandonar la casa: 12 (doce) horas, sin tolerancia".
Levanto las solapas de mi sobretodo y camino apurado por entre columnas de neones que de vez en cuando se prenden, cuando la cerrazón juega a armar breves noches en el decurso impreciso de la mañana. Al menos estas horas que me quedan en el hogar las pasaré solo. Mi flamante ex mujer está en sus clases de rejuvenecimiento prematuro; mis hijos hace tiempo que se casaron y viven en la Parte Nueva de la ciudad: grupos habitacionales que la Administración mandó construir no hace mucho tiempo para sus funcionarios más jóvenes. El Gran Predio está dividido entre los edificios oficiales, los comercios, los cines, los teatros y las plazas, y las viviendas particulares en donde vivimos todos aquellos que pertenecimos al aparato gubernamental. La Parte Vieja sigue albergando las dos construcciones más importantes: la ADMINISTRACIÓN propiamente dicha y la Central de Informática donde se procesa todo y un conjunto de computadoras ha pasado a suplir los antiguos ministerios, aunque existen funcionarios encargados de alimentar constantemente la llamada Terminal Ministerial. Uno de esos hombres es el que yo despedí, sin palabras; tan sólo la lealtad del silencio y recordando que hace dos días él me había dicho que ya no podría seguir, pero que el poema estaba concluido.
Es difícil detectar dónde exactamente la ciudad toca a su fin, porque en las dos últimas décadas se le unieron tres urbanizaciones que antes fueron ciudades pequeñas y todo empezó a extenderse a Este y Oeste, con lo que desapareció un gran predio boscoso quedando otro, hoy más pequeño, llamado Padrón Clásico. La Central de Informática posee un registro de todas aquellas casas, aparte de los datos correspondientes a los pocos habitantes que viven allá. Pero todo tiene que ser reprocesado, me dijeron hace unas horas, porque los elementos más viejos acaban de morir y sólo queda una persona viviendo en una de esas casas: la destinataria de ese largo poema que ahora guardo en la única valija que me llevo. Y mientras dejo el que fue mi hogar, pienso en mi casi medio siglo y pienso también en ese otro privilegio de haber permanecido en el Padrón Clásico, sin ser molestado; privilegio del anonimato en esa zona casi olvidada y absolutamente prohibida para la mayoría de quienes viven en esta ciudad... Y antes de irme cumplí con la rutina de dejar una fotocopia del recibo de anulación del matrimonio en el lado de la cama perteneciente a mi ex mujer; lo pegué con cinta plástica en su almohada.
Lo positivo de todo este asunto es que el conflicto de mi casa coincide con mi Retiro de la Administración, y en caso de estar solo -como yo empiezo a estarlo- la Terminal de Vivienda autoriza a que los Retirados elijan el lugar donde acabar sus días. Por supuesto que la posibilidad de elección no es para cualquiera; por supuesto que nadie elige el Padrón Clásico por considerarlo una especie de páramo o fantasma de la Villa que alguna vez fue. En el interior del país el asunto es más difícil: la campaña está aparcelada en granjas, y en los cascos de las antiguas estancias -hoy desaparecidas- funciona una sucursal de la Central de Informática que se encarga de supervisar la denominada Parte Agrícola.
Aquí también tiene su centro de acción la División Demolición-Reconstrucción-Demolición, que se practica con viejos caseríos antes de proseguir con su tarea sistemática de echar abajo los pocos edificios que van quedando en la Parte Vieja, construidos muchos de ellos a principios del siglo pasado. "Tecnología en Comunidad" es como llaman ciertas potencias a este plan destinado a desarrollar los países "en expansión" como este. Una forma de unir esfuerzos; una forma de olvidar la guerra que al fin no vino, si bien los misiles quedaron allí clavados en la frontera, herrumbrándose y apuntando a ese plomo abovedado en donde es casi imposible aventurar amaneceres o constelaciones, porque no hubo más guerra que aquella que desde hacía muchas décadas le habíamos declarado al planeta a través de una lenta pero segura e irreversible contaminación.
"En caso de perturbación mental por anulación de sociedad conyugal, dirigirse a uno de los Bares Disipatorios más próximos a su circuito."
Como Retirado de la Administración tengo la libertad de elegir el sufrimiento, la pesadilla, el consuelo en la soledad, o de lo contrario tomarme una de esas bebidas que preparan en los Bares Disipatorios. El líquido de color indefinido es obligatorio para los Anulados que no pertenecen al bunker administrativo; yo prefiero llevarme los sufrimientos, como me llevo todo ese poema del que no leí ni una palabra. Mi amigo lo fue escribiendo cuando ella ya no estaba en su vida. Las causas de la separación no importan tanto; en todo caso lo singular fue la persistencia en la escritura: un verso dedicado a la mujer que renacía en su pulso, en los giros de la lapicera y en los golpes que iban crucificando en el papel el ritmo de los pensamientos: una imagen cotidiana durante veinte años.
El auto oficial me lleva al fin de la ciudad. Releo los datos que él dejó para mí, celosamente guardados en la Central de Informática para ser retirados una vez que se cumplieran sus exequias. Y la letra condensada va formando palabras, frases que lentamente reorganizan otra mañana bajo la que "ella cultiva jazmines y rosas. Empezó no hace mucho y me regaló uno de aquellos jazmines: el primero que floreció en la terraza, junto a su dormitorio". El condensamiento computarizado también hace referencia a una gata que se plegaba a los deseos de la mujer "de estar allí, sentada en el banco de plaza, de frente a los bosques que se extienden a los fondos de la casa".
El motor se detiene frente a la vivienda que elegí, de las tantas que agonizan en el Padrón Clásico. Es de las más chicas, pero igual surge o se hunde en esa maleza por encima de la que se ven los tejados desprendiéndose de a poco. Sucede así con la mayoría de techos bajo los que casi nadie vive.
El chofer -uno de los tantos de la Administración- me entrega el letrero de acrílico escrito con la palabra "RETIRADO": lo tengo que colgar en "lugar visible".
Abro el portoncito y juego con la llave de la puerta entre dos dedos. Seguramente el auto ya dobló por lo que primero es avenida olvidada, luego naciente autopista ensanchándose, para finalmente bifurcarse en viaductos que se entrelazan en diversos tréboles a los costados de los grupos de torres comunitarias que masifican la Parte Nueva.
"... porque es casi rubia y tiene los ojos verdes, si bien se tornan amarillentos cuando es de madrugada y le viene sueño. En otras noches los dos nos quedamos buscando discos: a veces son viejas melodías que nos ponemos a bailar."
Ella preparaba algo de comer; le daba forma a una cena de otro tiempo: madrugada de calor bajo una recordable luna surgiendo nítida entre los eucaliptales... De todo eso hace veinte años, cuando ahora acondiciono parte de la casa y pienso en cómo y cuándo entregar esos miles de versos que dan cuenta de una época. Y me pregunto qué me quedará por hacer después, en un mundo del que estoy "RETIRADO"; aunque prefiero esta incertidumbre a quedarme en la ciudad, con sus espectáculos "culturales" que hace tiempo están comprometidos con el "Arte Cibernético-Administrativo".
"Caminando por la pendiente que lleva a su casa yo apuraba el paso con la secreta ilusión de reencontrarla primero en las flores, luego en aquella gata estirando su silencio sobre la pollera a cuadros."
Esa pollera... Me detengo a pensar en las imágenes pasadas, suponiendo las futuras: realidad de casa semiderruida, ya sin perfumes ni suavidades. Por eso preferí llamarla por teléfono antes de estar aquí, calculando lo que pudo haber sido el jardín, la vida de ambos con sonrisas de mediatarde y tibiezas de una mano buscando la otra.
Mintiendo premuras por instalarme, dejé los tres paquetes sobre un banco de piedra colocado a un costado del camino interior que lleva a su casa, y regresé a la calle, todavía mojada de la lluvia que se había descolgado por la mañana. Pero las nubes se volvían a amontonar de manera lenta cuando, doblando una esquina de muros agrietados, divisé a lo lejos los tejados de mi nueva vivienda.
Han pasado tres meses.
Para lo único que voy a la ciudad es para cobrar mis haberes de "Retirado".
Cuando cesa la lluvia aprovecho la tranquilidad del porche, en donde leo algún libro de mi juventud. Suponiendo crepúsculos tras los nubarrones me preparo una taza de té y entre sorbo y sorbo observo a lo lejos la confluencia de esquinas que no dobla nadie; los tejados opacos que se siguen cayendo. Ciertas formas de árboles se mecen como empujadas por el leve canto de la brisa, y desde el alero trato de rememorar viejas presencias de plantas y de pájaros. Trato de rememorar a qué hora estuve dormido cuando alguien dejó un paquete al pie de mi puerta.
Y pasaron tres meses más en los que he venido leyendo cartas y amontonando, en la ciudad, jubilaciones que ya no me interesan tanto como saber que un hombre le escribió a la muchacha de hace veinte años... hablándole de mí, de mis gustos y hasta de este crepúsculo futuro en donde apoyo los codos sobre la baranda del porche, detectando con cierto nerviosismo un cambio que se da en el ambiente; un resurgimiento de manifestaciones que los que me siguieron sólo llegaron a conocer a través de los datos climáticos que figuran procesados en la Terminal Meteorológica en esos largos rollos de papel computarizado. Pero ahora me importa que esos últimos rayos naranjas penetran el verde renacido de un bosque repoblado de aromas y piares; me importa seguir escuchando esa música que viene de algún lado y que quebró el silencio de las construcciones vacías.
Entre visiones de santarritas teloneando las esquinas y brisas llevándose las nubes al Oeste vuelvo a poner la mesa en el porche, mi taza de té y el almanaque señalando un íntimo advenimiento: 21 de setiembre de 2005. Antes de tomar asiento, mi casi medio siglo se yergue para mirar a lo lejos, correspondiendo al saludo de la figura que se acerca al parecer con una maceta bajo el brazo... Pero no me importan los detalles -la silueta felina siguiendo a la mujer unos pasos atrás; lo que vuelve a ser murmullo de las enramadas y triángulo de golondrinas estelando el día-; me basta con el conjunto que resplandece tan cerca de la primavera y mi hogar, tan lejos de esa ciudad a la que no rememoraremos cuando intercambiemos las primeras cartas comentando la paz de este día en el que buscaremos un lugar para la flor, un ovillo para la gata, un rincón en las calles de eucaliptus desde donde seguramente volveremos a advertir los resplandores lunares abriéndose paso entre últimos nubarrones y primeros destellos constelados. |