En tu noche
Guillermo Lopetegui

El dormitorio está rodeado de espejos. A un costado de la cama, sobre la mesita de luz, surge en primer plano un grupo de cosméticos salpicando de azul, rojo, marrón, la blancura del mármol italiano.

Lucía está recostada pero no duerme; su rostro se refleja en uno de los espejos del ropero.

¿Dónde estás? Quizás allí, tras la puerta. ¿Y Roberto? ¡Claro!... lo había olvidado: Punta del Este. Parezco estúpida.

Las manos se frotan contra el vientre. Los mismos contornos. La misma espera.

Creí que estabas tan lejos, y sin embargo...

Observó que estaba descalza, sintiendo súbitamente una sensación de malestar.

De nuevo acostada; pero esta vez, desde las oscuridades, emergió aquel rostro; aquel rostro tan blanco y suave que la miraba y le sonreía.

Todo desapareció. Y Lucía volvió a ser lo mismo de siempre: una muchacha alegre. Amaba ese futuro tan natural, tan particular; futuro que aún no despertaba de entre sus huesos y sus lágrimas, pero que ya se movía y flotaba en el espacio de sus entrañas.

Pensó llamar a Ernesto, su amigo, pero ya era muy tarde.

Cuando la entrada del otoño es propicia Ernesto aconseja a su amiga Lucía; otras veces, entre sus manos, recoge aquellas lágrimas tanto o más cristalinas que las suyas; más puras. La besa en la frente y la abraza para que no sienta el frío nocturno que viene del mar.

¡Mirá las estrellas! ¡Vamos! ¡Abrí la ventana y respirá este nuevo aire!

Procuró no hacer ruido y caminar despacio por el pasillo en dirección al living. Contra el ventanal aún dormía la frescura de la madrugada. La ausencia de ruidos le dejaba oír la respiración ronca de su tía, que venía del otro lado del apartamento. Se sentó cruzada de brazos y pensó en la oscuridad que la rodeaba; pensó en las estrellas, en sus titilares con cinco años de atraso. Y eran esas mismas estrellas las que ahora se reflejaban en su cuerpo; las que le permitían entrever el Ser.

¿Será verdad? ¿o la imaginación pretende... invadirnos de tanta hermosura?

Lucía fue hasta la cocina y regresó con un vaso de leche a sentarse junto al ventanal. Muy cerca suyo se hallaba la presencia del cielo y el mar. De nuevo algo le recorrió parte del cuerpo. Se abrochó el camisón hasta el cuello y volvió la mirada, fija, hacia el centro de la sala levemente iluminada por las escasas luces artificiales que llegaban de fuera. Sus labios se arquearon en una sonrisa al constatar que la otra sonrisa había vuelto a su lado. Ya no necesitaba imaginarla: estaba allí. Extendió sus brazos todo lo más que pudo y por un momento creyó que sus dedos palpaban aquellas formas tan suaves. Esta vez el Ser emergido de las oscuridades voló hasta las faldas de Lucía y se durmió contra su pecho tibio. Las formas perfumadas, las variantes de la sonrisa, estaban cobijadas por sus brazos de mujer apasionada. Su voz susurró al oído pequeño palabras que jamás había susurrado a nadie... ni a Roberto... ni mucho menos a Ernesto. Eran palabras que guardó mucho tiempo dentro de su soledad; palabras que una vez fueron angustia y hoy eran el néctar fosforescente de las estrellas.

Era de noche, pero en su alma reinaba el día y en su corazón despertaba de nuevo el sol. Aún era de noche; noche larga de otoño. Las hojas de los plátanos caídas y muriendo en un cromatismo pálido sobre las calles; los coches y la lluvia ausentes. Era la hora del encuentro con el Amor. Y esta no sería la última noche. Vendrían otras más; ella estaba segura, como también estaba segura de que volvería a encontrarse con aquel Deseo nocturno, con aquella Forma blanca, con aquella Esperanza de piel delicada; seguiría durmiendo en su vientre hasta que nuevamente emergiera de su seno rosado, sonriéndole a la luz de un nuevo día insospechadamente soleado en vez de regresar a las oscuridades otoñales y frías.

La noche se fue vistiendo con los resplandores del alba.

Tu esposo no vuelve hasta el lunes y seguís sola.

La tía salió temprano de compras y Lucía, con el semblante recostado contra el ventanal, dejó que su mirada se mezclara con el color de la arena y la espuma gris y solitaria del mar ahí, próximo a ella, del otro lado de una rambla que lentamente se iba poblando de caminares y bicicletas.

Guillermo Lopetegui
Se publicó en "El rostro de Margarita Shaw" (Ediciones del Grupo de los 9, Montevideo, 1981)
y seleccionado para "Esas obsesiones tan deseadas"
Utopías

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