Caza de conejos
cuento de Mario Levrero

(PROLOGO)

Fuimos a cazar conejos. Era una expedición bien organizada que capitaneaba el idiota. Teníamos sombreros rojos.

Y escopetas, puñales .ametralladoras, cañones y tanques. Otros llevaban las manos vacías. Laura iba desnuda. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una mano y dio la orden de dispersarnos. Teníamos un plan completo. Todos los detalles habían sido previstos. Había cazadores solitarios, y había grupos de dos, de tres o de quince. En total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes.

Yo sentía pinchazos en las piernas. Al principio no les daba importancia; los atribuía al' pasto y a los yuyos. Pero luego, cuando el dolor fue subiendo, y un poco más tarde aún, cuando si dolor y el mareo me hicieron vacilar y caer, vi —antes de que la vista se me nublara y cuando mi cuerpo comenzaba a retorcerse en los espasmos de la muerte—, vi la araña con ropas de cazador y sombrero rojo, y mirada perversa y divertida, arrojándome sin pausa los dardi-tos envenenados a través de su pequeña cerbatana.

(II)

Al oso amaestrado lo habíamos disfrazado de conejo ,y bailaba en el bosque, saltaba en el bosque y movía las orejas blancas del disfraz. Era penosamente ridículo.

(VIII)

Cuando cae, rara vez, un conejo en mi tela, tiene la piel más suave que los otros, su cráneo queda intacto, su carne que no se ha envenenado con la fatiga muscular de una huida interminable y, en fin, es: un conejo vivo, alegre, un hermoso compañero de juegos.

(XIV)

En ocasiones me gusta pasarme al bando de los guardabosques; entonces se produce un desequilibrio entre las fuerzas, y los cazadores son derrotados con facilidad. Nosotros, los guardabosques, no sufrimos ninguna baja.

(XV)

Dicen que van a cazar conejos, pero se van de pic-nic. Bailan alrededor de una vieja victrola, se besan ocultos tras «los árboles, pescan o fingen pescar mientras dormitan; comen y beben, cantan cuando vuelven al castillo en un ómnibus alquilado que siempre resulta demasiado pequeño para todos. Los conejos aprovechan los restos de comida. También es frecuente que los falsos cazadores, borrachos, olviden su victoria. En torces los conejos bailan hasta el amanecer, ej la luz de la luna, al son de esa música alocada y antigua.

(XXVI)

Desda que los .conejos raptaron a mis padres, he perdido el gusto por la caza.

(XLI)

Hay un refrán muy usual en boca de nosotros, cazadores de conejos: “Donde menos se piensa salta la liebre”. Interpretamos la palabra “liebre” como una forma velada y poética de referirse al conejo, y cuando alguien dice ese refrán, y se dice a menudo, los demás nos miramos con gestos de1 complicidad y de astucia.

(LII)

Evaristo el plomero, cazaba conejos con el soplete.

(LXXXVII)

Por intercambio de mutuas influencias, con el paso de los años los guardabosques se fueron transformando en conejos, los conejos en comejenes,, los comejenes en zanahorias, las zanahorias en cazadores, los cazadores en guardabosques. El equilibrio ecológico fue cuidadosamente respetado.

(XCIX)

Amaestramos a un conejo y lo disfrazamos de oso bailarín. Se lo vendimos a un circo. Nos dieron mucho dinero, pases gratuitos para todas las funciones y una mujer gorda y barbuda que tenían repetida.

(C)

Yo sentía pinchazos en las piernas. AJ principio no les daba importancia, pensando en los darditos inofensivos ds las arañas con ropas de cazador y sombrero rojo. Pero cuando el dolor y ei mareo me hicieron vacilar y caer, y antes de que la vista se nublara definitivamente, vi a las pequeñas enfermeras ,de túnica blanca, con sonrisas diabólicas llenas de colmillos, acribillándome con esas agujas hipodérmicas llenas de un veneno amarillento, dolorosísimo y fatal.

(EPILOGO)

En total éramos muchos, y nadie pen saba cumplir las órdenes. Había cazadores solitarios',y había grupos de dos, de tres o de quince. Todos los detalles habían sido previstos. Temamos un plan completo. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una mano y dio la orden de dispersarnos. Laura iba desnuda. Otros llevaban las manos vacías. Y escopetas, puñales, ametralladoras, cañones y tanques. Teníamos sombreros rojos. Era una expedición bien organizada que capitaneaba el idiota. Fuimos a cazar conejos.

Marzo 1973.

cuento de Mario Levrero

 

Publicado, originalmente, en: Maldoror Revista de la Ciudad de Montevideo Nº 12 Diciembre 1976

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/5662

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

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