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La leyenda del mar
Andrés Héctor Lerena Acevedo

 

¡Oh el mar aventurero, indómito y fluctuante,
altivo como el viento, como el pájaro errante!
Fuente inmortal de ideales, su alma limpia y cantora,
llena de azules voces la esbelta cantimplora
que a la luz matinal sorbe, alegre, el barquero,
y exalta el desvarío del segundón postrero,
que quita el rancio orín de su escudo sonoro
anheloso de glorias lejanas y de oro.

El es quien a empellones lleva a las anchas lonas,
que hidrópicas de viento se alejan retozonas
en demanda de hazañas y tierras de conquistas,
donde haya corindones, sándalos y amatistas;
el mar, que en la nobleza de las arboladuras
enciende un romancesco vértigo de aventuras,
y une al opimo ensueño de las jarcias hinchadas
las épicas bravezas de sus olas saladas!

Cuando azuza la aurora sus piafantes corceles
y zarpan de los puertos los mercantes bajeles,
los audaces navíos, trasunto de epopeyas,
con sus ilustres flámulas o sus lonas plebeyas,
detrás de los velámenes, traficantes o hidalgos,
marchan, recias, las olas, como impacientes galgos,
ávidos de horizontes, nerviosos los ijares,
voceando con estruendo sus himnos seculares.

¿Y, luego, ellas no vuelven a las mismas arenas
trayendo nuevas velas, albeadas o morenas?
Entonces, tornan lentas las aguas cantarinas;
y el refluir balbuciente de sus fuerzas marinas
forja en los arrecifes armoniosas cerámicas.
Si hay viento el martillar de las olas dinámicas
imprime en los peñones su rudo señorío,
con la pujanza altiva de un cíclope bravío.

Y es policromo el mar. Su dorso proceloso,
es purpúreo unas veces, a veces herrumbroso,
y oro resplandeciente cuando en la rubia siesta
como un dios opulento bajo el resol se acuesta.
También el mar es música. Aguzando el oído
aun mismo en el reposo su silencio es sonido.
Heraldo de la aurora, nocturno cancionero,
tiene su alma divina la ceguedad de Hornero.

Nómada como el pájaro, sin bridas como el viento,
él hincha los pulmones como un toro sediento,
encrespando los recios músculos altaneros;
mientras que las codicias de sus palafreneros:
el Favonio bizarro, o el Pampero insolente,
inflaman la fiereza de su sangre valiente:
señalando al orgullo marcial de sus bridones
la ruta inextinguible de las constelaciones!

 

Andrés Héctor Lerena Acevedo
Praderas soleadas y otros poemas

Biblioteca Artigas- Colección de clásicos uruguayos - Vol. 120
Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social - 1967

 

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