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¡Santa convalecencia del alma, en las campiñas,
entre las madroñeras y el verde de las viñas!
El corazón romántico, perfumado de olvido,
lanza al rústico viento su rítmico latido,
y, sonoro, revive su muerta mocedad
en la paz milagrosa de la fresca heredad.
Nueva y pujante sangre, sangre de adolescencia,
retoña una vez más en la alegre inocencia
de las castas mañanas y los campos en flor;
y, si vibra el recuerdo de un antiguo dolor,
enervado se le oye, como el tañido arcano
que canta la campana del poblado lejano.
Hijos del sol: el trigo y el cerrado botón,
el herreñal fecundo, la alondra, el corazón,
alíjeros despiertan bajo de su aguijada;
mientras en las ciudades discurre la mesnada
de la humana miseria... lejos de las campiñas
donde crecen los guindos y prosperan las viñas.
En la limpia mañana, por los bosques umbríos,
pastan los mansos bueyes y los toros bravíos...
No lejos, por la senda plebeya, el labrador
con paso diligente, va a despertar su alcor,
canturreando un sencillo cántico de labranza,
ebrio de cielo azul, sonoro de esperanza.
¡Y cómo el corazón aromado de olvido
lanza al rústico viento su eufónico latido!
Y en la paz milagrosa de la fresca heredad
armonioso y pujante canta su mocedad.
¡Oh! las convalecencias del alma, en las campiñas,
entre las madroñeras y el verde de las viñas!
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