Situación límite |
Querido diario: Sé
que vos no me vas a juzgar. Por eso es que mi corazón siente la enorme
necesidad de confiarte mi secreto más íntimo: la gente me ve como a
una asesina. De
sólo plasmar esa palabra en el papel, el desconcierto me invade
desacomodando todo mi espíritu... ¡pasan tantas cosas por mi mente! Mira...
te lo iré diciendo como pueda, y espero sepas comprenderme si es que me
notas muy torpe al escribir. Es muy difícil para mí, controlar mis
sentimientos. Esteee...
¡diablos! ¡Cómo me cuesta mostrarme tal cual soy! Todo
comenzó a fines de marzo, cuando regresé de mis vacaciones. Fueron 30 días
de relax y descanso, de disfrutar del enorme placer de no hacer casi nada.
Sólo lo imprescindible. Durante largas horas me daba vueltas y vueltas en
la cama, regocijándome con ese remoloneo largamente esperado. Me cargué
de energías positivas y con un ánimo completamente renovado, decidí que
ya era hora de volver. Y así lo hice. Cuando
regresé a mi trabajo, nunca imaginé encontrarme con una nueva compañera
de tareas. Recuerdo que al verla me invadió el asombro, el estupor (¿¡cómo
no me avisaron de su llegada!?), pero de última, al mirarla fijamente
pude comprobar que su fealdad podía llegar a ser tolerable. Es cierto que
su estatura era muy baja y que se la veía muy delgada para su tamaño,
pero también yo debo aprender a ser más tolerante, a aceptar al otro tal
cual es, a no discriminar.... Pero
es que para mí es una tarea sumamente compleja el no criticarla. Aunque
lo intento y te juro por Dios que es cierto: mi psicoanalista está de
testigo. Yo lucho todos los días por aceptarla... pero no puedo,
carajo... ¡no puedo!!! Todo empezó como un juego. Pero ahora, creo que me estoy volviendo paranoica. Siento que ella me persigue por toda la oficina ¿me comprendes, querido diario? Y
es muy extraño que a pesar de su andar desgarbado, ella lo invada todo
con su presencia. Y con su olor... su olor, que aún está impregnado en
casi todo mi cuerpo. Siempre
se muestra muy inquieta, moviéndose de aquí para allá y observando
cuanta cosa encuentra a su paso. Pobre... se ve que nunca estuvo en un
lugar así, con muchas personas a su alrededor. Entiendo que todo esto
quizás sea nuevo para la
p...equeña (me muerdo los labios para reprimir esto que siento, que ya se
está transformando en una rabia insostenible), pero es que tengo un nudo
en la garganta. Para remate, tampoco podemos mantener una conversación coherente, seria, divertida... ¡o lo que sea! Pues cuando yo le digo algo, ella sólo me mira con cara de estúpida. Nunca había visto (y menos convivido durante tantas horas) con un ser tan inútil. Bueno... me hago cargo de que para mí también es la primera vez (sí... a pesar de que ya pasé la cuarta década). Lo admito: nunca estuve con alguien así a mi lado y luego de tantos años de soledad, ¡qué difícil es aceptar a un otro! Los
primeros tiempos yo la saludaba tímidamente. En realidad, apenas si
balbuceaba su nombre, pero en definitiva... intentaba comunicarme de
alguna manera. Y otra vez, ella me devolvía sólo esa mirada boba que no
manifestaba nada, ni siquiera le daba para enojarse a pesar de que mi
rostro le manifestaba claramente, una actitud hostil y colérica. ¿Qué si algún día intenté tocarla??? No. Ni por casualidad. Aunque te confieso: al principio sentía un poco de ganas, pero ahora directamente la veo y pienso: “que ni se te ocurra esperar de mí una ínfima caricia.” ¿Y puedes creer, querido diario que ella sí me toca? Me roza con sus manos y creo que su lengua quiere desplazarse vaya a saber sobre qué parte de mi cuerpo. Me
invade. Por eso es que cada vez la soporto menos. ¡Y ya no sé que hacer
con todo esto, Dios! Hasta
que hoy no aguanté más. Mi paciencia llegó a su límite y ocurrió lo
peor. Resulta que después de almorzar salí al patio a fumar mi habitual cigarrillo. Yo me sentía bien, tranquila conmigo misma y me encontraba disfrutando del solcito del mediodía. Hasta que sentí su presencia y su respiración agitada en mis espaldas. Al darme vuelta pude apreciar otra vez, y ahora bien de cerca, su cara de idiota. Le dije “andate”, “¡dejame
en paz...”! Pero como siempre, ella se quedó impávida. Pálida
de ira, salí corriendo del patio. Como un bólido crucé toda la oficina
y abrí de par en par la puerta que da a la calle. Y ella, haciendo honor
a su taradez, salió detrás de mí... En esta zona, sobre las cinco de la tarde transitan muchos vehículos. El
accidente fue inevitable. Pero por suerte, el golpe no fue mortal. Sólo
quedó un poco más desgarbada que antes. Y yo... perdí mi empleo. Se
me acusó de “intento de homicidio especialmente agravado” y de
“desacato a la autoridad”. ¡Y a mí qué me importa...! Por
el primer delito no voy a ir presa. Nadie termina entre rejas por intentar
matar a un animal. Y en cuanto al “desacato...” ¡fue muy alucinante,
después de tantos años de silencio, poder mandar a la mismísima mierda
a mi jefe y decirle que es un estúpido. Total... ya me había echado. -
¿Qué decís, pedazo de un pajarraco? Ja, ja... así que el perro es el
mejor amigo del hombre... Mirá vos... Te explico algo: vos me tenés
harta, tu perra es un bicho deforme y científicamente hablando, ¡es
imposible que un ser humano pueda ser AMIGO de un animal! ¿Me entendiste
‘darling’... o te lo explico de nuevo?
Dime, diario mío: ¿a quién se le ocurre traer una perra cachorra a la oficina cuando ni siquiera nos bancamos entre nosotros, los seres humanos? ¿Verdad que es una situación bastante atípica y contradictoria? Y hablando de contradicciones, te diré algo: yo no soy una asesina (aunque te lo confieso: hubiese querido matar a ese bicharraco... y que me perdone la Sociedad Protectora de Animales). Yo soy simplemente, una habitante más del Universo de las Contradicciones en el que todos vivimos. Y sino me crees, te recuerdo esta frase de Melanie Klein: “Existen, pues, varias formas sublimadas y directas, en que las personas cordiales y capaces de amar pueden expresar su odio y agresión.” |
Elizabeth Lencina
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