Mi novio y yo |
Sí,
señores: ¡a mis casi 45 años, yo tenía novio! Era
un señor de 50 y pico de años, con una sonrisa maravillosa, unos ojos
celestes increíbles (él decía que no eran celestes y que el color
"le cambiaba con el tiempo" ¡yo que sé... para mí eran
celestes y chau), tenía una linda, pero lindísima voz, era lindo y tenía
una mirada muy humana. Él no miraba con los ojos: yo creo que miraba con
el corazón. Bueno...
en realidad yo quería que esa mirada que le nacía del corazón se
dirigiera exclusivamente a mí. Sí... SOLO A MI! ¿Porqué? ¡¡¡¡PORQUE
ÉRAMOS NOVIOS!!!! Él
también era dueño de una conversación entretenida, inteligente,
suspicaz, irónica, dulce y erotizante (y otra vez aclaro algo: "only
for me..." sí, yo era la ÚNICA mujer favorecida). Pero atentos: ¡nunca
fue un charlatán! No, no, no... mi novio hablaba desde el alma. SIEMPRE
LO SENTÍ ASÍ. Y si ese era mi sentir, ¡es porque él era así! Lo sé
porque soy intuitiva y porque él me brindó CONFIANZA. Cada
vez que nos veíamos, mi novio y yo nos regalábamos caricias para el
alma: nos obsequiábamos mimos, abrazos, muchos besos (de todo tipo y
especie), nos regalábamos miradas, sonrisas, caricias (de las dulces y de
aquellas prohibidas para menores de 18 años), nos regalábamos
aprendizajes, historias de vida, emociones... ¡y a veces yo le regalaba lágrimas!
¿Raro, no? Raro
para "la otra gente." Aquellas que piensan que las lágrimas
siempre son sinónimo de tristeza, de agonía o de bronca... Hay gente que
aún tiene que aprender a entender que las lágrimas pueden nacer de
emociones positivas, que son resultado de "buena vibra", que son
lágrimas de algún que otro recuerdo triste pero que a la vez va
cicatrizando con el tiempo... Él
nunca lloró demasiado. ¡Pero vaya sí se emocionaba! Se quedaba ahí...
mirándome fijamente y con esos ojos celestes a punto de humedecerse. También
le regalé bizcochos... ¡Sí! BIZ-CO-CHOS... porque mi novio y yo teníamos
la costumbre de nutrirnos desde todos los puntos de vista posibles (el
placer también pasa por lo "comestible"). Un
día, estando en mi casa yo le comenté que como estaba muy cansada iba a
dormir una siesta maravillosa. Desde ese día empezamos a adoptar la sana
costumbre de que cuando teníamos ganas, dormíamos JUNTOS esas siestas
maravillosas. La
"otra gente" (aquellas que, como ya les comenté más arriba aún
no aprendieron a emocionarse con las cosas simples) creerán que una
siesta maravillosa no es un regalo muy codiciado que digamos. ¡Y yo me río
porque no tienen NI IDEA de las siestas que en su momento nos mandamos mi
novio y yo! Fueron siestas llenas de manifestaciones de amor, cariño y
ternura. Yo aprendí a no calificar nuestro sentimiento (o lo intenté, al
menos...), aprendí a que las palabras son sólo producto de un lenguaje
convencional y que cuando se trata de SENTIR ¿qué más da el nombre que
tenga ese sentimiento?) En
esas siestas maravillosas hubo de todo menos sueño... Hubo abrazos,
abrazotes, besos, besitos y besotes, hubo SEXO. Así... con mayúsculas:
SE-XO. Y "la otra gente" probablemente siga creyendo que el sexo
es solo penetración, coito vaginal, anal o como sea... Pero el sexo entre
mi novio y yo (por favor, "otra gente": ¡aprendan!) siempre fue
suave, a veces más pasional, a veces con penetración y otras no. Por
momentos, surgían orgasmos increíbles, otras veces éstos fueron
"menores" en intensidad y a veces no existieron. Pero siempre
hubo SENTIMIENTO, emoción y entrega. Cada uno sintió placer al sentir el
placer del otro. También, en esas siestas maravillosas tuvimos placeres
conjuntos. Una vez, luego de COMPARTIR un orgasmo lindísimo yo le dije
que aquello fue como un "acto de comunión": por la entrega, la
sensibilidad y la distensión que nos generó. Evidentemente,
en algún momento durante esas siestas maravillosas ¡también dormíamos!
Pero no dormíamos como "la otra gente": mi novio y yo siempre
dormimos "enroscados", abrazados, pegoteados o de la mano. Nunca
nos gustó irnos a dormir sin tocarnos. Una
vez me pasó una cosa fea con mi novio. Y aunque ustedes no lo crean, a
los 44 años yo aún tenía actitudes infantiles. Y en ese momento, fiel a
esa cosa medio de niña que aún me ataca de tanto en tanto, me di vuelta
para el otro lado de la cama y le di la espalda. No estaba enojada: estaba
avergonzada. Absolutamente avergonzada y me quedé así... ¡sin saber
como reaccionar! Pero
mi novio era un ser inteligente y calmo. Dejó pasar el mal momento (pero
sin ignorarme), dejó que yo derramara lágrimas y más lágrimas y luego,
a los pocos días me invitó a charlar sobre el tema. Porque se dio cuenta
que esa cosa fea que me pasó no sólo había provocado un
"cruce" conmigo misma, sino que también a él le había
afectado. Acepté
su invitación y charlamos en una plaza. Llegamos a un acuerdo,
conciliamos diferencias, dijimos cosas que antes sólo se daban como
supuestas pero ese día nos animamos a ponerlas sobre el tapete, a
verbalizarlas. Y
estoy casi segura que la "otra gente" seguirá sin entender que
aún en estas épocas de enorme violencia la gente hablando se entiende.
En ese momento nos seducimos una vez más, nos emocionamos y nos
DISFRUTAMOS OTRA VEZ. ¡Ahhh!
Perdón... olvidé contarles que mi novio y yo también nos regalamos un
fin de semana que fue como una especie de "luna de miel", con el
objetivo de estar más juntos todavía... pero juntos en serio: en los
amaneceres, en las noches, en las tardes de intenso calor. Es decir:
juntos en las cosas cotidianas. Fue una preciosa luna de miel: me llevó a
conocer el río (a nuestro estilo, por supuesto... porque a mi novio y a mí
NUNCA NOS GUSTÓ EL CAMPING), conversamos largas horas a orillas de ese río,
tomamos litros de mate amargo, tomamos sol y yo me comí una torta frita. Y
GOZAMOS. Y SENTIMOS. Y NOS CONTAMOS COSAS. Y NOS BESAMOS. Y PASAMOS
ALUCINANTE. A
mi novio y a mí nos unió entre otras cosas, la inteligencia y la valentía:
la inteligencia porque cuando el azar nos hizo encontrarnos supimos
disfrutar, sin mucho quebradero de cabeza de lo simple. La valentía
porque a pesar de las heridas recientes que teníamos los dos, nos
animamos a protagonizar una historia nueva. ¿Saben
porqué nos pasó todo esto? Porque al contrario de "la otra
gente", MI NOVIO Y YO NUNCA PERDIMOS LA CAPACIDAD DE APOSTAR AL AMOR. Un
día, mi novio y yo dejamos de “viajar”. A veces, en el medio de esos
viajes alucinantes uno empieza a sentir ruidos raros, interferencias,
cosas que no están buenas. Fiel a su inteligencia y a nuestra sana
costumbre de “no vale mentir”, volvió a invitarme a ir a una plaza
para conversar. Fue una charla distinta, triste, con lágrimas de mi parte
(porque bueno... ¡yo regalo lágrimas muy a menudo!), emoción de parte
de él y una ENORME, ENORME GENEROSIDAD Y GANAS DE CUIDARME EN SERIO. Nos
fuimos cada uno por su lado, sabiendo que ESE era el momento de empezar a
caminar juntos desde otro lugar (más adelante, claro... cuando el dolor
aminorara un poco). Hace
poco tiempo, nos volvimos a encontrar: nos abrazamos, sonreímos y gozamos
de otra forma. Es que a mi amigo y a mí nos une, entre otras cosas la
inteligencia y la valentía: la inteligencia porque ambos entendimos que
el final de un noviazgo no siempre es trágico y la valentía porque a
pesar de los sentimientos existentes en ese momento, tuvimos el valor de
respetar las decisiones de cada uno. ¿Y....? ¿Con todo esto que les conté, vale la pena o no tener un NOVIO a los casi 45 años? |
Elizabeth Lencina
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