Mi novio y yo
Elizabeth Lencina

Sí, señores: ¡a mis casi 45 años, yo tenía novio!

Era un señor de 50 y pico de años, con una sonrisa maravillosa, unos ojos celestes increíbles (él decía que no eran celestes y que el color "le cambiaba con el tiempo" ¡yo que sé... para mí eran celestes y chau), tenía una linda, pero lindísima voz, era lindo y tenía una mirada muy humana. Él no miraba con los ojos: yo creo que miraba con el corazón.

Bueno... en realidad yo quería que esa mirada que le nacía del corazón se dirigiera exclusivamente a mí. Sí... SOLO A MI! ¿Porqué? ¡¡¡¡PORQUE ÉRAMOS NOVIOS!!!!

Él también era dueño de una conversación entretenida, inteligente, suspicaz, irónica, dulce y erotizante (y otra vez aclaro algo: "only for me..." sí, yo era la ÚNICA mujer favorecida). Pero atentos: ¡nunca fue un charlatán! No, no, no... mi novio hablaba desde el alma. SIEMPRE LO SENTÍ ASÍ. Y si ese era mi sentir, ¡es porque él era así! Lo sé porque soy intuitiva y porque él me brindó CONFIANZA.

Cada vez que nos veíamos, mi novio y yo nos regalábamos caricias para el alma: nos obsequiábamos mimos, abrazos, muchos besos (de todo tipo y especie), nos regalábamos miradas, sonrisas, caricias (de las dulces y de aquellas prohibidas para menores de 18 años), nos regalábamos aprendizajes, historias de vida, emociones... ¡y a veces yo le regalaba lágrimas! ¿Raro, no?

Raro para "la otra gente." Aquellas que piensan que las lágrimas siempre son sinónimo de tristeza, de agonía o de bronca... Hay gente que aún tiene que aprender a entender que las lágrimas pueden nacer de emociones positivas, que son resultado de "buena vibra", que son lágrimas de algún que otro recuerdo triste pero que a la vez va cicatrizando con el tiempo...

Él nunca lloró demasiado. ¡Pero vaya sí se emocionaba! Se quedaba ahí... mirándome fijamente y con esos ojos celestes a punto de humedecerse.

También le regalé bizcochos... ¡Sí! BIZ-CO-CHOS... porque mi novio y yo teníamos la costumbre de nutrirnos desde todos los puntos de vista posibles (el placer también pasa por lo "comestible").

Un día, estando en mi casa yo le comenté que como estaba muy cansada iba a dormir una siesta maravillosa. Desde ese día empezamos a adoptar la sana costumbre de que cuando teníamos ganas, dormíamos JUNTOS esas siestas maravillosas.

La "otra gente" (aquellas que, como ya les comenté más arriba aún no aprendieron a emocionarse con las cosas simples) creerán que una siesta maravillosa no es un regalo muy codiciado que digamos. ¡Y yo me río porque no tienen NI IDEA de las siestas que en su momento nos mandamos mi novio y yo! Fueron siestas llenas de manifestaciones de amor, cariño y ternura. Yo aprendí a no calificar nuestro sentimiento (o lo intenté, al menos...), aprendí a que las palabras son sólo producto de un lenguaje convencional y que cuando se trata de SENTIR ¿qué más da el nombre que tenga ese sentimiento?)

En esas siestas maravillosas hubo de todo menos sueño... Hubo abrazos, abrazotes, besos, besitos y besotes, hubo SEXO. Así... con mayúsculas: SE-XO. Y "la otra gente" probablemente siga creyendo que el sexo es solo penetración, coito vaginal, anal o como sea... Pero el sexo entre mi novio y yo (por favor, "otra gente": ¡aprendan!) siempre fue suave, a veces más pasional, a veces con penetración y otras no. Por momentos, surgían orgasmos increíbles, otras veces éstos fueron "menores" en intensidad y a veces no existieron. Pero siempre hubo SENTIMIENTO, emoción y entrega. Cada uno sintió placer al sentir el placer del otro. También, en esas siestas maravillosas tuvimos placeres conjuntos. Una vez, luego de COMPARTIR un orgasmo lindísimo yo le dije que aquello fue como un "acto de comunión": por la entrega, la sensibilidad y la distensión que nos generó.

Evidentemente, en algún momento durante esas siestas maravillosas ¡también dormíamos! Pero no dormíamos como "la otra gente": mi novio y yo siempre dormimos "enroscados", abrazados, pegoteados o de la mano. Nunca nos gustó irnos a dormir sin tocarnos.

Una vez me pasó una cosa fea con mi novio. Y aunque ustedes no lo crean, a los 44 años yo aún tenía actitudes infantiles. Y en ese momento, fiel a esa cosa medio de niña que aún me ataca de tanto en tanto, me di vuelta para el otro lado de la cama y le di la espalda. No estaba enojada: estaba avergonzada. Absolutamente avergonzada y me quedé así... ¡sin saber como reaccionar!

Pero mi novio era un ser inteligente y calmo. Dejó pasar el mal momento (pero sin ignorarme), dejó que yo derramara lágrimas y más lágrimas y luego, a los pocos días me invitó a charlar sobre el tema. Porque se dio cuenta que esa cosa fea que me pasó no sólo había provocado un "cruce" conmigo misma, sino que también a él le había afectado.

Acepté su invitación y charlamos en una plaza. Llegamos a un acuerdo, conciliamos diferencias, dijimos cosas que antes sólo se daban como supuestas pero ese día nos animamos a ponerlas sobre el tapete, a verbalizarlas.

Y estoy casi segura que la "otra gente" seguirá sin entender que aún en estas épocas de enorme violencia la gente hablando se entiende. En ese momento nos seducimos una vez más, nos emocionamos y nos DISFRUTAMOS OTRA VEZ.

¡Ahhh! Perdón... olvidé contarles que mi novio y yo también nos regalamos un fin de semana que fue como una especie de "luna de miel", con el objetivo de estar más juntos todavía... pero juntos en serio: en los amaneceres, en las noches, en las tardes de intenso calor. Es decir: juntos en las cosas cotidianas. Fue una preciosa luna de miel: me llevó a conocer el río (a nuestro estilo, por supuesto... porque a mi novio y a mí NUNCA NOS GUSTÓ EL CAMPING), conversamos largas horas a orillas de ese río, tomamos litros de mate amargo, tomamos sol y yo me comí una torta frita.

Y GOZAMOS. Y SENTIMOS. Y NOS CONTAMOS COSAS. Y NOS BESAMOS. Y PASAMOS ALUCINANTE.

A mi novio y a mí nos unió entre otras cosas, la inteligencia y la valentía: la inteligencia porque cuando el azar nos hizo encontrarnos supimos disfrutar, sin mucho quebradero de cabeza de lo simple. La valentía porque a pesar de las heridas recientes que teníamos los dos, nos animamos a protagonizar una historia nueva.

¿Saben porqué nos pasó todo esto? Porque al contrario de "la otra gente", MI NOVIO Y YO NUNCA PERDIMOS LA CAPACIDAD DE APOSTAR AL AMOR. 

Un día, mi novio y yo dejamos de “viajar”. A veces, en el medio de esos viajes alucinantes uno empieza a sentir ruidos raros, interferencias, cosas que no están buenas. Fiel a su inteligencia y a nuestra sana costumbre de “no vale mentir”, volvió a invitarme a ir a una plaza para conversar. Fue una charla distinta, triste, con lágrimas de mi parte (porque bueno... ¡yo regalo lágrimas muy a menudo!), emoción de parte de él y una ENORME, ENORME GENEROSIDAD Y GANAS DE CUIDARME EN SERIO. Nos fuimos cada uno por su lado, sabiendo que ESE era el momento de empezar a caminar juntos desde otro lugar (más adelante, claro... cuando el dolor aminorara un poco).

Hace poco tiempo, nos volvimos a encontrar: nos abrazamos, sonreímos y gozamos de otra forma. Es que a mi amigo y a mí nos une, entre otras cosas la inteligencia y la valentía: la inteligencia porque ambos entendimos que el final de un noviazgo no siempre es trágico y la valentía porque a pesar de los sentimientos existentes en ese momento, tuvimos el valor de respetar las decisiones de cada uno.

¿Y....? ¿Con todo esto que les conté, vale la pena o no tener un NOVIO a los casi 45 años?

Elizabeth Lencina 

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