Se puso los auriculares del walkman.
Queen: “Love of my life”.
No quería pensar en nada. No quería pensar en que se
iba de Buenos Aires. Le tocaba el lado de la ventanilla. No miraba. Prefería
no darse cuenta de que el micro se ponía en marcha, se desprendía del
andén de Retiro, se iba. Se iba. No era tan grave. Volvería. Nada es
definitivo. Pero ¿para qué mentirse? Si volvía no iba a ser igual. Se
acordaba de cuando llegó, un año atrás; de aquella alegría loca en el
corazón al sentir que llegaba, no sabía bien a qué pero –seguro- a
vivir de una manera distinta, suelta, inventando cada día lo que podía
llegar a ser. Iba a bailar, a probar que bailaba como cualquiera de los
chicos de Fama. Lo probó. Sólo
le sirvió para conseguir un trabajo en Moonlight. No era Broadway. Pero le gustaba. Cuando bailaba se
olvidaba del lugar, sentía la música mandando en su cuerpo, la música
dejándola ser la que era y, mientras pasaba eso, era feliz. También era
feliz cuando veía a Carlos. Había sido feliz. Se acabó. Carlos no era más.
¿O era dos Carlos? Y a ella sólo le gustaba uno: el que le había
hablado de aquel modo algunas veces y abrazado de aquel modo, también,
algunas veces. No quería al otro, aunque tuviera la misma cara y la misma
voz. Cuando volvía el que ella amaba, el recuerdo del que le hacía mal
no se iba del todo entre los dos. ¿Qué hacer? ¿Partirlo al medio? Sólo
podía alejarse de él, así fuera dos o quince con todas sus maneras de
ser posibles. Demasiados Carlos. Quería al que había conocido primero,
el que había tomado café con ella en aquel boliche de San Telmo, aquel
boliche donde también se bailaba y habían bailado. Habían bailado “Desde el alma”. Habían bailado mucho. Ya no bailarían más. Chau
Buenos Aires. Chau Carlos. Cuando se dice chau tranquilamente, sin bronca
y sin llorar, es que se dice para siempre. Y en algún lugar de la ciudad,
esa ciudad que no quería mirar, él se quedaba. Cerró los ojos. Pensaría
cosas lindas. Nada que le diera pena. ¿En qué pensar al dejar la ciudad
donde se fue feliz? ¿Cuál es el momento de la felicidad? ¿Ayer? ¿Mañana?
Uno se apura a vivir, soñando el futuro. El imperceptible presente se
transforma en pasado. Amable o detestado, pasado simple o perfecto o
complicado. Antes... antes el pasado maduraba y se desgajaba del presente
fácilmente: la escuela, las amigas, su madre en el jardín, su padre
inclinándose para darle un beso al llegar a casa. Pergamino. Volver.
Ahora podía volver, después de haberse ido. Si no, siempre es la
infancia. Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte, para tener
pasado. La distancia le hace lugar a los recuerdos. Es todo lo contrario
del olvido. Ayuda a entender lo que no está. Después, el futuro vuelve a
empezar desde el presente. |