- Esta niña vive en las nubes -decía la mamá de Lucía. Es distraída. Se tropieza con todo. Parece que caminara en otro mundo.
- Es una niña con mucha imaginación -decía el papá de Lucía. Me contó que había una función de circo enfrente de casa: me mostró a los payasos haciendo piruetas y hasta un oso bailando. Y era la ropa colgada, de nuestra vecina, moviéndose en el viento: ¡El oso era el sobretodo de su marido! No me negarás que es más divertido un circo que una cuerda con ropa colgada.
- ¡Pero eso no es real! -opinó la mamá.
- Es real también, para ella, si lo ve así -opinó el papá.
- Juega muy poco con los otros niños. Está demasiado quieta, siempre leyendo cuentos de hadas -se preocupó la mamá.
Lo cierto es que Lucía veía la vida a su manera:
Lucía decía que las flores del jardín eran hadas con vestidos de colores.
Lucía dijo, un día de lluvia, que había visto escaparse al camello del zoológico.
Lucía, si se asomaba de noche a la ventana, hablaba de platos voladores de donde bajaban reyes con coronas luminosas.
¿Qué cosas le gustan a Lucía?
Mirar hormigas y bichitos, tirada en el pasto.
Enhebrar cuentas de collares.
Y sobre todo, leer.
Tanto pero tanto le gusta leer que se mete dentro del libro como si fuera una casita. Parece que las letras fueran caramelos y ella se las quisiera comer.
Pero no le gusta jugar a la pelota con otros niños. Porque la pelota siempre se le escapa.
Ni le gusta jugar a la mancha. Porque siempre se tropieza.
Ni le gusta ir al colegio. Porque se equivoca con los números del pizarrón.
¿Qué pasa con Lucía?
La mamá se puso a pensar.
El papá se puso a pensar.
La maestra se puso a pensar.
Hasta que se dieron cuenta:
Lucía ve todo de otra manera porque de veras
Ve todo de otra manera
Esa forma de ver, distinta, se llama miopía.
Por eso Lucía ve la pelota de voley fuera de foco y se le escapa. O las piedras del suelo como si estuvieran abajo del agua y se tropieza. Y los números de pizarrón borrosos y los confunde.
En cambio puede ver muy bien -de cerca- cosas muy chiquitas: por eso le divierten las hormigas, las cuentitas de enhebrar, las letras de los libros.
¿Se acuerdan de la luna llena cuando está por llover? Bueno, de lejos, Lucía ve un poco así: las manchas de los colores de las cosas, pero no los bordes definidos ni los detalles. Por eso la ropa colgada al viento puede ser a sus ojos saltimbanquis de un circo... una pareja de novios bajo sus paraguas juntos, en una tarde de lluvia, pueden parecerle un camello... o los focos de los autos, en la noche, planetas luminosos en la oscuridad.
Entonces, fueron a visitar a un oculista.
- Lucía ve como a través de un vidrio empañado -empezó la mamá.
- Ver como ella el mundo es algo casi mágico -suspiró el papá.
- Pero a veces me confunde no ver las cosas como los demás -dijo Lucía.
- Es una gran suerte poder ver las cosas de dos maneras -explicó el oculista- cuando quieras ver el pizarrón o las calles como las ven los demás -como todo depende del cristal con que se mira- usando esto, verás... así.
Acercó a sus ojos un par de cristales y a Lucía le pareció que la tocaban con una varita mágica, tanto fue lo que cambió el lugar donde estaban: frente a ella, colgado en la pared, el cuadro luminoso que le mostraron cuando entró al consultorio ahora estaba lleno de letras, como las de sus libros ¡y las podía ver todas! hasta a las chiquititas como hormigas, las del renglón de abajo, y podía llamarlas a cada una por su nombre. Y allá al otro lado del consultorio estaban su papá y su mamá, sonriendo. Tenían boca y ojos dibujados en la cara y su papá le hizo una guiñada que ella contestó, así de lejos, muy contenta.
Miró hacia la larga mancha blanca que había sido el oculista y vio una cara de amigo, muy simpática, con lentes (él también era miope).
- Ahora, Lucía, descubriste que se puede ver de otra manera ¿te sorprende?
- ¡Me gusta mucho!
- Qué bien. Gracias a tus lentes vas a ir encontrando un mundo nuevo. Pero no te olvides de tu privilegio.
- ¿Qué es, un privilegio?
- Es como un regalo de los que hacían las hadas.
Lucía salió del consultorio entusiasmada. Miraba todo con nuevos ojos: las agujas del reloj de la torre (nunca había las había visto: ni siquiera había visto que allí arriba hubiera un reloj) marcaban las diez en punto de la mañana. Los autos brillaban en sus colores. Los árboles tenían miles de hojas, cada una independiente y definida, no sólo parte de un todo verdoso. Lo que más le gustaba era ver las expresiones de las caras de la gente: algunos enfuruñados, otros sonrientes y -sobre todo- ver su propia cara dibujada en los espejos de las vidrieras, así, al pasar.
Al llegar a casa su papá le dijo:
- Ahora te es posible mirar con precisión lo necesario, con tus cristales nuevos. Pero no te olvides de que tu miopía, tu otra forma de ver, te hace parecerte a los pintores, a los poetas. Ellos ven las cosas de una manera escondida para los demás. Crean mundos nuevos, con manchas de colores, con imágenes que encuentran más allá de las que se ven a simple vista.
- Pero no soy pintora ni poeta.
- Podrías. Puede ser que ya lo seas. Muchas veces me has contado cosas que veías como cuadros o como poemas.
Pasó el tiempo. La vida le fue mostrando muchas cosas a Lucía. Ella a veces las miraba a su manera -sin lentes- y las pintaba. Hubo un día que, sin darse cuenta, se encontró recordando aquella mañana de su infancia y lo que le decía su papá. Le dieron ganas de escribirlo así:
Te ha tocado el mismo privilegio -me dijiste al llevarme al oculista- que tuvieron y que disfrutaron los pintores postimpresionistas.
Mientras no te pongas los anteojos vas a ver, como ellos, manchas de colores con los bordes difusos como si fueran cuadros, por el fuera de foco.
Pero cuando quieras ponerte los lentes (de vos depende la frecuencia) te darás cuenta de la diferencia: sin variar de lugar, en un segundo, las cosas serán cosas simplemente; como suele verlas todo el mundo.
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