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Tenían razón,
ibas a morirte
sin remedio
y ahora está de moda
decirle a los pacientes
lo que pasa. Entonces
te quedaste callada
por haber escuchado
a aquel hombre eminente
decir que solamente
vivirías "un mes,
dos o tres meses
a lo sumo." Y se fue.
¿Cómo consolarte?
Pero aquella enfermera
tan sencilla, de cara ancha
y corazón más ancho,
nos entendió el quebranto,
se acercó y te dijo
suavemente
"No haga caso: se equivocan tanto..."
Teníamos quince años,
mirábamos estrellas esa noche
sentadas en la azotea de tu casa.
Te dije que me parecía
que si Dios era Dios
tendría que ser Dios en cada estrella.
Y ¿cómo haría María
para ser Madre de Dios multiplicada
en todas las galaxias?
¿Harían falta Belenes y pastores,
via crucis y resurrecciones en torno de otros soles
para que extraterrestres pecadores -también hijos
de Dios- tuvieran Madre
pasando la Vía Láctea y la nebulosa Oort?
"Ay, Ana, me dijiste -sin tratarme de loca
y con tal sencillez que me enseñaste esa vez
que es mejor la poesía- las estrellas están para mirarlas
y ser felices".
Ay, Mercedes, entonces tu vivías.
Debía ser cierto lo que me decías: pasan los años y al mirar estrellas
recuerdo lo feliz que me sentía conversando contigo sobre ellas.
Magnética pecera oscura
noche rectangular
tan caliente mi frente
tan frío tu cristal
no dejo de mirarte
sin ver nada
pero sé que resplandecen
aunque no existan más
ciertas estrellas
que estallaron miles de años atrás.
Deberían durar más
deberían durar siempre
como la vida.
Estar siempre a mano
al soplo de un chiflido
al eco de un llamado
al alcance de un gesto
al calor de un abrazo.
Deberían
no dejar de llevarnos la contra
o de opinar lo mismo
no dejar de brindar cuando brindamos
no dejar de escuchar
ni de decir
nuestro nombre
de esa forma
que es parte de nosotros mismos.
Deberían tenerlo prohibido
y no morirse nunca
los amigos. |