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Hace un año
bailaba con
mi amor, recién casada.
Hace dos meses empezó la guerra.
¿Por qué
se dice dar a luz
si no hay luz
en este hospital lastimado
por las bombas?
¿Por qué tiene que nacer
a oscuras este bebito frágil
que no sabe todavía
que han matado
a su padre?
Cuánto me gustaría
enojarme contigo
porque llegaste tarde
y decirte
¿no ves? se enfrió la cena
porque andabas
con tus amigos
tomando cerveza.
Cuánto me gustaría
reconciliarme después
y dormirme abrazada
contra ti en nuestra cama.
Hoy no se enfrió la cena.
No has llegado
ni llegarás.
Y aquella casa nuestra
fue incendiada.
en la guerra no hay luz.
en la guerra no hay agua.
en la guerra no hay pan.
en la guerra sólo abunda
el dolor.
¡Ay, qué frágil sos, muerte!
tenés que defenderte con todo un arsenal
distribuido entre varios ejércitos que luchan
en tu nombre, día y noche.
Miles de ofrendas te presentan. Ante vos
todas son pan comido. Si tu voracidad
no fuera satisfecha dejarías de existir.
Te resulta imposible darte tregua un segundo.
Como los faros atentos que giran su haz de luz
sobre la oscuridad del mar (si se cansaran
de hacerlo, la oscuridad los tragaría)
girás tu hoz sobre los hombres, sin sosiego,
segándolos, segándolos, para seguir viviendo.
No te es posible, pobre muerte, distraerte
y farrear, como hace la vida dispendiosa
que se regala y multiplica, inagotable,
que se va de paseo y siempre vuelve de a dos
y hasta de a tres.
Ella es tan fuerte que a pesar de todo
siempre brota
otra vez de los campos quemados
o después de los hielos más duros
que creyeron dejarla sepultada
o tras las penas hondas.
Le basta lo más mínimo para
ser siempre
la misma aunque use vestidos diferentes,
le basta una sonrisa, le basta la caricia
del sol y unas gotas de agua.
Pide poco. Da mucho. No se cansa.
Y ante todo sonríe con esperanza. Así es la vida.
En cambio, triste muerte, se te ve agobiada y desnutrida,
aunque trabajás tanto, tu ración no te alcanza.
Frágil muerte,
necesitás misiles para defenderte.
La leña ardiendo,
el remolino de chispas
al atizar el fuego;
la tierra entre las manos
para hundir en ella la raíz de un limonero;
el horizonte del mar,
el agua enorme amiga o enemiga;
el viento en la cara el viento
limpio y fuerte
que borra pensamientos tristes
y vuelve a hacernos sentir
recién nacidos,
son desde siempre
la herencia imprescindible
de hombre a hombre. |