Queda inaugurado un nuevo estilo, efímero, volátil: el estilo contestador automático. Hay quienes lo dominan con la rapidez del que escribe con aerosol sobre un muro. Algunos, hasta prefieren encontrarse con ese alter ego de quien llaman y poder dejar clavado su mensaje como una mariposa, sin percibir ningún parpadeo de emoción del otro lado. A otros, los intimida la oportunidad vertiginosa de resumir en sesenta segundos lo que sienten. Hasta desconocen al receptor del mensaje: ¿es ésa la voz que esperaban oír? ¿esa voz sin ningún matiz de sorpresa, de bienvenida, de rechazo? Forzados a hablar a ciegas dejan, en manos de ese mayordomo electrónico, la desvalida ofrenda de una frase...
Pudo ser la frase que cambiara el sentido de dos vidas.
Pero un suave zumbido la funde, indiscriminada, en un resumen de las ausencias del día: "Disculpe que no le llevé el calefón: tuve que ver a otro cliente, que se le inundó la casa; iré el viernes. Mañana te esperamos para el ensayo, no olvides el fagot. Soy yo... ¿estás bien?... me gustaría verte. Está sobregirado, pase por favor a normalizar su situación, muchas gracias." |