Con Silvia Larrañaga

Escribir entre París y Montevideo

Carina Blixen

HACE AÑOS que Uruguay expulsa uruguayos. Por razones políticas, en la dictadura; por causas económicas, antes, durante y después. Los motivos a veces no son tan claros, aunque igualmente expulsores: las posibilidades de realización aquí son limitadas, los lazos religantes endebles, existe cada vez más la conciencia de ser ciudadanos del mundo. Muchos de los que se han ido son artistas que han buscado, y a veces encontrado, los caminos para elaborar una identidad que responda a su nueva situación. Su experiencia les permite cuestionar la noción de frontera y transitar formas que reduzcan o expresen esa vivencia de pérdida y ganancia que generalmente conlleva el traslado.

Silvia Larrañaga es una de ellos. Nació en Montevideo en 1953 y reside en Francia desde 1975. Se doctoró en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle, y da clases en la Facultad de Letras de Dijon. Ha publicado novelas: La fusión de las siluetas (Signos, 1988), Intramuros (Planeta, 1997) y acaba de editar en Trilce, Gran café, que fue Primer Premio en Narrativa Inédita 2000 de la Intendencia Municipal de Montevideo. Por este motivo estuvo en Montevideo en abril.

SALIR DE AQUÍ. 

-Te fuiste de Uruguay en 1975 ¿Por qué?
-Me fui con una beca del gobierno francés. Era profesora de la Alianza Francesa, me presenté a una beca y la obtuve. Yo fui al Liceo Francés, aunque no hasta el final. En aquel momento, por razones ideológicas, no quería estar en un liceo privado. Me parecía que estaba aislada de la sociedad. De hecho estuve prácticamente siempre con los mismos compañeros, los únicos que cambiaban eran los franceses, que venían por 5 años. Cursé cuarto en 1969, y decidí que los últimos años no los iba a seguir en el Liceo Francés.
-¿A dónde fuiste entonces?
-A un lugar que fue un infierno, pero que correspondía a la zona en donde yo vivía: el Bauzá. Había problemas porque había un grupo fascista fuerte. Era el único liceo en que ocurría eso de una manera tan clara. De ahí salían para reprimir a los estudiantes de otros liceos. Fueron años agitados. Yo estaba bastante perdida, a nivel vocacional, no sabía exactamente lo que quería hacer.
-¿Qué elegiste en Preparatorios?
-Medicina. Pero nunca continué con eso; y sí entré al Instituto de Profesores Artigas. Al mismo tiempo hice un curso de capacitación en la Alianza Francesa, que me permitía dar cursos. Podía trabajar, necesitaba trabajar; mis padres no podían darme la independencia que necesitaba en aquel momento. Recorría Montevideo de arriba para abajo entre las clases particulares y las que daba en la Alianza. Elegí medicina por una inquietud más humanitaria que otra cosa; no era una inquietud científica, a pesar de que mis padres eran científicos. No había literatos en mi familia. Eso tal vez no me haya ayudado realmente a ver... Estaba en duda entre la filosofía, la historia, la literatura, el francés. Como había que dar un concurso para entrar al IPA, decidí presentarme a francés, pues no iba a tener ningún problema; preparo las materias generales y mientras tanto después pienso qué hago. Hice dos años, sin mucha motivación. No tenía vocación pedagógica.
-¿Cuándo empezaste a escribir? ¿Mientras hacías el IPA?
-No. Aquí apenas fantaseaba con escribir. Escribí algunos textitos, prosa poética. Muy poco.
-¿Te fuiste a estudiar?
-Te daban una beca para perfeccionarte en la enseñanza del francés como lengua extranjera. Entré directo en tercer año de Facultad en la Licencia de Lingüística. Llegué a Besançon -casi al lado de Suiza- en donde había un centro de Lingüística Aplicada. Estuve ahí un año. Cuando salí de aquí no pensaba irme para siempre. Había tenido actividad política, pero en ese momento no estaba militando. El ambiente era muy asfixiante. Esa beca fue una especie de ventana abierta. Pensaba volver, pero al menos quería quedarme dos años. Había una posibilidad de prolongación de la beca, pidiendo ser asistente de español en un liceo. Pedí hacerlo en París, y me salió. Tuve suerte, y seguí dando clases y estudiando, haciendo la maestría.
Ahí me empecé a enamorar de París. No te hablo del aspecto visual o turístico, sino más bien de la libertad que me daba el hecho de vivir ahí. Fue eso lo que primó: una gran sensación de libertad. Por primera vez respiraba, por primera vez podía ser yo misma. Me dije: acá me quiero quedar. No sé si para siempre, pero esto es muy corto, yo quiero seguir un poco más. Estaba en esa situación pensando cómo hacía para quedarme... La cuestión de los papeles siempre es dura. En ese momento me llegó un artículo de un diario uruguayo en el que aparecía, nombrada como integrante de un grupo de izquierda que tenía relación con elementos n subversivos. Estaba mi nombre entre otros.
-¿Cuándo era eso?
-1977, hacia mediados de año.

MUJER SIN PATRIA.

-¿Estabas vinculada a los tupamaros?
-No. Era de una fracción del partido socialista, más izquierdosa. No estábamos requeridos. No salió el requerimiento como salió para otras personas, con foto. Nada de eso. Salimos nombrados. Era un comunicado oficial. Supongo que era para alimentar la máquina. Decía algo así como "Se descubrió este nuevo movimiento". Estábamos yo y mi marido. Dentro de ese grupo hubo un desaparecido, algunos fueron presos y otros no. De repente yo hubiera vuelto a Uruguay y no hubiera pasado nada, pero el hecho era que me quería quedar en París. No me la mando de gran guerrillera heroica: yo me quería quedar. Si no hubiera salido eso, hubiera tratado de quedarme igual. Fui con eso al Oficio para los refugiados, y me dieron el refugio político. Volver a Uruguay entonces era bastante arriesgado también. Me dieron un pasaporte de apátrida, válido por diez años, que todavía guardo de recuerdo. Ahí obtuve la tarjeta de residencia, durante 10 años. Así me quedé en Francia.
-¿Seguiste estudiando?
-En esos años sigo estudiando pero cambio. Sigo perdida, de hecho. Me meto en psicología. Hago un año. Trabajo. Doy clases de español en una escuela de lenguas. Lo hice durante unos años. También di clases en empresas.
-¿Cuándo apareció la escritura?
-Hacia los 27 años, claramente.
-¿Hay una explicación de por qué?
-¿Por qué tan tarde, decís?
-Diría mejor por qué en ese momento.
-Porque había espacio... En realidad, no sé bien. Es un enigma de hecho. Eso yo ya lo sentía, pero no había podido materializarlo. Por razones psicológicas sin duda: por razones materiales también. No se explicar exactamente por qué no me puse a escribir antes, por qué en ese momento se cristalizó. Hay quienes dicen que la experiencia del alejamiento del lugar de origen puede generar un bloqueo, transitorio, de la creación. Para mí fue al revés. Fue una especie de liberación del bloqueo.
-¿Fue cuando terminaste de estudiar?
-Terminé mucho después. Fue una época de interrupción. Hice la maestría en lingüística, después hice un año de psicología, después volví a estudios literarios, y entré a hacer un año de preparación al doctorado en Estudios Hispánicos. Era el año 80. Se llama D.E.A. (Diploma en Estudios Profundizados, aproximadamente), ya tenés que tener un proyecto de doctorado. No me salió la cosa ahí, y dejé. Lo que quería era escribir.
-¿La opción por escribir no está vinculada al aprendizaje de la literatura y la lectura de otros?
-Pienso que está vinculado necesariamente aunque no sé cómo... Pero, es un catalizador de todas maneras. La investigación en literatura y la pedagogía no es algo que yo haga por vocación; sí por necesidad.
-En algún lado leí que trabajaste sobre Juan José Saer.
-Esa fue una tesis. Escribí La fusión de las siluetas y después escribí y tiré mucho. Tengo todavía una novela que no me gusta, y todavía no tiré. Pasaron diez años casi. Ahí me planteé si no estaría perdiendo el tiempo con la creación literaria, y empecé a estudiar otra vez. Volví a la Universidad. Estaba casi a nivel de doctorado. Hay en Francia dos tipos de concurso: uno para dar clase en secundaria y otro para la Universidad. Este es la Agregación, un concurso muy prestigioso. En el año 1989 -1990 preparé ambos concursos; y los gané. En la Agregación salí tercera, fue algo increíble. Me quedaba hacer la tesis, y había descubierto a Saer; me había gustado mucho. Eso me resultaba esencial para hacer la tesis. En eso estuve cuatro años. Hacia la mitad de la tesis empecé a escribir Intramuros. También hacía un trabajo para la Universidad en Burdeos. Iba y venía desde París. Fueron años muy llenos, porque tenía una hija de tres años, un hijo de ocho. En ese momento no tenía mucho tiempo y sin embargo escribí eso que había buscado tanto tiempo sin haberlo logrado. Hay explicaciones psicoanalíticas, pero tal vez no sean interesantes. Tienen que ver con la culpa. Yo estaba haciendo lo que me había dicho mi madre: una carrera universitaria. Eso me permitió desculpabilizarme suficientemente para poder escribir Intramuros. Durante esos diez años en que me estaba dando "la buena vida" en París, no pude escribir porque estaba mi madre en mi cabeza "¿qué estás haciendo, mi querida?".
-También trabajaste sobre Silvina Ocampo y Felisberto Hernández.
-Esos fueron méritos académicos que hice. Una vez que entrás en la Universidad tenés que publicar y participar en congresos. De todas maneras si hice a Silvina Ocampo y Felisberto es porque son escritores que quiero y respeto; pero también me fueron impuestos, porque eran congresos que existían. Negocié con mis gustos. Ahora últimamente no estoy participando en nada.
-¿Das clase ahora?
-Sí, claro, tengo que vivir. Pero no hago carrera universitaria. Desde muchos puntos de vista me convendría hacer la carrera académica: me permitiría ascender en la profesión... Pero cuando uno es escritor, siempre sacrifica cosas. Sacrificar siempre fue claro, lo que yo no sabía es que tenía esa culpa tan fuerte que tiene que ver con cosas familiares. Con los estudios universitarios siento que estoy cumpliendo un mandato familiar. En Intramuros hay una cuestión bien autoritaria.
-Te preguntaba por los autores que estudiaste, porque quiero saber si es consciente esa opción por una escritura no mimética, vinculada a lo fantástico. Pienso en La fusión de las siluetas, Intramuros y Gran café.
-No tengo una teoría previa, es casi una cuestión de gusto personal. Pero al mismo tiempo te diría: Saer es realista. Lo y mío está en un registro más fantástico, si se quiere. Lo que hace Saer es un realismo crítico. Pone en cuestión el realismo, pero no ocurren cosas raras, ni delirantes en sus u narraciones.
-Pensaba en eso que pueden compartir Saer y Felisberto de no escribir sobre lo que saben sino sobre lo otro.
-Y Cortázar también. La opción es para mí el acercamiento a una realidad indescifrable, que tiene facetas múltiples, y en el fondo incomprensibles. A la que nunca se y puede llegar totalmente. Hay una preocupación metafísica en lo que escribo. Más en Gran café que en las otras dos.

RECUERDO DE URUGUAY.

-¿Hay un homenaje al Sorocabana en Gran café?
-Sí. Creo que hay una alusión al país. Aunque todo esto no es voluntario, es una especie de inspiración. Me sirve este viejo término un poco romántico. Empecé a escribir sobre un espacio colectivo, y en seguida surgió esa cosa nostálgica, poética que tiene Montevideo. Eso me inspira a la distancia.
-¿Escribiste alguna vez en francés?
-No.
-¿Ni se te ocurrió?
-Se me ocurre racionalmente porque me convendría mil veces más. Yo vivo en Francia. Estoy aislada. Vivo más el aislamiento del escritor. Para mi inserción en Francia es problemático que escriba en español. Pero la escritura es pulsional. Me sale en español.
-¿Tenés público en París? ¿Algunos amigos que te lean en español?
-Algunos. En la Universidad, las lectoras, que son jóvenes. Una amiga mía quiere hacer una presentación del libro en París.
-¿Y el público acá? ¿tenés alguna idea?
-Ninguna. Yo no escribía acá. No frecuentaba los medios literarios. Me fui a los veintiún años. Estuve diez años sin volver. Me inserté en la sociedad francesa.
-¿Cómo se vive esa situación rara?
-A mí me resulta raro estar aquí, en realidad. Este es el primer viaje en que me siento realmente bien. Antes cuando venía, me movía mucho, cuando vivía mi mamá. Mis padres fallecieron. Cuando iba a la casa de ellos, tenía una sensación horrible al ver todas esas fotos mías, las fotos de mis hijos. Ahora vengo nada más que para esto (la salida de Gran Café) vengo una semana. Tengo una inserción en la sociedad uruguaya de esta manera totalmente excepcional en mi vida. Porque yo ahora vuelvo a Francia, y ahí la inserción que tengo es como profesora universitaria. Mis colegas no se dan por enterados de mi trabajo como escritora. Si llegaran a traducirme, si llegara a tener un premio importante... pero mientras tanto no leen. Nadie leyó Intramuros, salvo algunas lectoras de la Universidad.
-¿La creación es lo que te mantiene ligada al Uruguay en este momento?
-Sí.
-¿Aunque no sea ese el motivo por el cual escribís?
-Vaya a saber. Conscientemente yo no escribo para los uruguayos únicamente. En mi imaginario escribo para el mundo entero.
-¿Te sentís francesa y uruguaya?
-Capaz que no me siento ninguna de las dos cosas. Depende de cómo se vea. A veces puedo decir que me siento uruguaya y francesa, a veces ninguna de las dos cosas: me siento extranjera en cualquiera de los dos países. Tal vez es esto lo que prima; pero no teñido de algo negativo, sino más bien de algo positivo. Como un goce en el hecho de sentirme extranjera. Cuando uno se siente extranjero se siente más libre. Hay una especie de distancia y de conocimiento de todos los códigos, pero al mismo tiempo "yo soy extranjera". Eso me da libertad, y creo que esa libertad es la que me permite la creación. No sé si podría escribir si viviera en Uruguay. El hecho de ya no tener familia.., uno no puede escribir cualquier cosa, con total libertad sabiendo que tus padres pueden leerte. O sí, pero se necesita audacia. Creo que lo que disfruto del exilio es esa distancia; tanto aquí como en Francia. Allí vivo la extranjería como algo más que yo tengo. Tengo más que un francés: además de años de estar ahí y conocer mucho de Francia, vengo de Uruguay, tengo ese otro país.
-Es una sociedad muy cosmopolita.
-París lo es. A mí me gusta vivir en París, no en otros lugares de Francia. Los latinos no tenemos ningún tipo de discriminación. Tal vez para la condición femenina sea bueno también vivir allá. Hay menos prejuicios. En Francia se da una relación muy sana entre hombres y mujeres. Por lo menos a nivel cotidiano. En los planos políticos ya cambia la cosa: hay muchos más hombres que mujeres; en las empresas también.
-Cuando leí Gran Café me acordé de Mario Levrero ¿lo has leído?
-Sí, claro. Leí las cosas viejas de él: La ciudad. El lugar. Creo que es un foco, yo lo nombraría. Yo busco una coherencia, creo que una cosa más matemática; una especie de lógica: no dejar hilos sueltos. El es más delirante, más onírico. También está Carlos Liscano. Creo que tenemos en común la visión kafkiana.
-¿Cómo te llegan esos libros?
-Los compré acá en un viaje.
-¿Mantenés vínculos intelectuales con lo que aquí se hace?
-Digamos que cuando vengo, no puedo contenerme, y compro libros. Ahí descubro algo. Yo vine muy poco. Este debe ser el quinto viaje. Es la primera vez que vengo sola. No podía venir a Uruguay sin traer a mis hijos. Ellos no tienen familia allá; eso es una carencia. Mi hijo mayor se siente muy ligado a Uruguay. Su padre es uruguayo, vive en París ahora, casado con una alemana. Mi hijo siente la ventaja de tener otra cultura. El enarbola el ser uruguayo, está orgulloso. Entre otras cosas porque es diferente. La diferencia en la adolescencia no se vive muy bien, pero creo que París da un espacio para ser un poco diferente, y sentirse bien con eso que se tiene de más. También le sirve para oponerse a la propia sociedad francesa como adolescente. Tiene una visión muy idealizada del Uruguay.
Hay algo que todavía no dije. La gente aquí se comunica más fácilmente: sabe hacerlo. Los franceses son más difíciles para abrirse. Está toda la cuestión del control de las emociones. Eso existe, sobre todo en los países anglosajones o nórdicos, pero Francia es un país que está sentado entre dos sillas: son latinos, pero son los menos latinos de todos. Tienen una cierta vergüenza de su latinidad. Hay un cierto paternalismo o condescendencia hacia los países latinos o a la parte latina de ellos. La última vez que vine, del 99 al 2000, cuando volví, en una reunión amistosa -hacía dos días que había llegado- me parecía que todo el mundo hablaba muy bajo. Me había ido sólo quince días y aquello parecía un velorio.

Aventura entre paredes



UN GRUPO DE AMIGOS recibe órdenes: precisas y oscuras; perentorias y arbitrarias. Tienen una misión que cumplir. Para ayudar en la tarea llega "el héroe": atraviesa fronteras que sólo existen para algunos aduaneros que realizan su trabajo con "aburrimiento fervoroso y funcionarial". Hay una ciudad y un café, que en gran parte de la narración se convierte en sustituto de la ciudad, en su espacio total. Munida del salvoconducto pertinente, la narradora protagonista se adentra en el Gran Café, en busca del "héroe" que ha traspasado sus puertas y se demora. Otra vez la aventura. El Gran Café es una nueva elaboración del laberinto, una representación del caos del mundo y de la búsqueda del centro. Tiene espejos que ofician de paredes o tabiques. Los símbolos se adensan en un deslizamiento constante, programado y caprichoso.
Metáfora, tal vez, de una identidad personal y colectiva que no está dada, que sólo se descubre en el proceso mismo del transcurrir.
Como en Kafka, la angustia surge del funcionamiento de leyes inescrutables, como en El lugar de Levrero, los espacios se multiplican como en una pesadilla. Filiable a esa zona de la literatura, en la que la obra de estos escritores podría oficiar dc modelos, Gran Café mantiene sus presupuestos con libertad. Revive a su manera un costumbrismo que está en el mundo de Kafka pero muchas veces no se tiene en cuenta al pensar en su obra. Por ejemplo el hecho de que la misión del grupo sea remunerada es un detalle que puede apelar tanto a la realidad como a otro código literario: el de la literatura policial en la que el detective suele ser pobre y aceptar su tarea por dinero y por principios. En Gran Café, hay misterio, hay persecución, hay víctimas y victimarios. En esa medida satisface algunos de los rasgos del relato policial; pero el detalle del dinero también puede ser en esta literatura de corte fantástico, un apunte realista sobre dónde se encuentra el poder en la sociedad actual y la complicidad de quienes lo aceptan y lo sufren. El mundo de Larrañaga es menos aplastante que el de Kafka; puede pensarse que comparte con Levrero un optimismo último, aunque en Gran Café, es más significativo el peso de lo social, los lazos que unen a la gente.
Al final hay un fuego purificador y un retomo a la calle. Es licito en este caso contar el desenlace, porque en esta obra el placer está en el recorrido, en la posibilidad de descubrir cuántos mundos se esconden en el mundo.

GRAN CAFÉ, de Silvia Larrañaga. Trilce, 2001. Distribuye Gussi. 128 págs.

 

Carina Blixen
El País Cultural
1 de junio de 2004

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Larrañaga, Silvia

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio