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Las Zonas Erógenas: El Ser Humano y su Sexualidad
Dr. Félix E. F. Larocca

En una monografía que compilara, organizara y publicara hace algún tiempo, la que rubricara bajo el título de La Historia del Amor. Hago un esfuerzo a hacer constar las influencias que cada época tuvo en la actividad sexual y en la moralidad asociada del ser humano que en ella viviera.

Nuestra exploración, en el susodicho artículo, cubre los años desde el 1300 AC hasta el siglo recién pasado. Una crónica del amor, por fuerza, menciona el sexo, aunque esto sea de manera soslayada.

La historia del amor y del sexo nos interesa porque en nuestra especie ambos son comportamientos idiosincrásicos con profundas repercusiones emocionales --- En lo que no están solos.

El sexo, las disorexias y el comportamiento suicida

Cuando yo empezara a tratar las disorexias, específicamente la anorexia, en el año 1963, poco se había escrito y poco se conocía acerca de esta enfermedad. Casi todo lo que se obtenía en la literatura científica se relacionaba con la obesidad y el sobrepeso, curiosidades indeterminadas entonces. Nadie hablaba seriamente de la anorexia, la bulimia se desconocía, las dietas se limitaban a la selección de comidas que los pacientes hacían para su estadía en hospitales, y la sexología, como especialidad médica, no se había arraigado.

Esto sería, talvez, porque los instintos, por lo menos algunos entre ellos, estaban cumpliendo su misión adaptiva.

A pesar de todo, y por razones desconocidas, la gente seguía suicidándose como siempre lo habían hecho.

Nuevas “enfermedades”, nueva era: los años sesentas

Con la alboreada de los años sesenta, cosas insospechables surgieron: La Crisis de los Misiles Cubana, la época de las “Enfermedades de los Sesenta” como muchos llamaran la anorexia y la bulimia, y la llegada avanzada de la Edad de Acuario.

Eso fue entonces, hoy las cosas han progresado, ahora, tenemos enfermedades de comer, disfunciones sexuales, dependencias de todo tipo y continuamos suicidándonos en escalas de mayor o menor extensión.

Nuestra sociedad se ha medicalizado --- algo riesgoso como veremos en otras lecciones.

¿Pero, qué sucede con otras especies?

Otros animales comen y no desarrollan los trastornos de comer, a nosotros familiares, no demuestran trastornos reproductivo/sexuales, y, que sepamos, nunca se suicidan resueltamente.

¿Cómo es eso?

Los simios, los gatos, los perros, los ratones noruegos (lemmings), y otros vertebrados se reproducen de manera programada, viven sin dietar y sin autoinmolarse, a pesar de que hemos amenazado sus vidas con nuestras incursiones funestas dentro de su hábitat --- aunque algunos pulpos torturados despiadadamente por científicos sádicos, salen del agua en acto deliberado para adelantar la muerte.

El lemming o lemingo, no se suicida como antes se supusiera, sino que sus populaciones son controladas por sus predadores, entre ellos, la lechuza ártica.

¿Entonces, de qué nos sirven los instintos, si éstos no nos protegen?

Lechuza ártica

Los instintos

De ellos existen tres reconocidos: 1. el de auto-preservación, que opondría el suicidio y el hambre auto-impuesta de la dieta, en el mejor de los casos, 2. el de propagación o reproducción de la especie, que nos obligaría a alimentarnos de modo sustancial y adecuado para poder procrearnos y 3. el de supervivencia, que nos da la razón por la qué comemos, oponiendo la restricción de alimentos, y que nos obligaría a defendernos interfiriendo con el acto suicida.

Pero, si es cierto, que estas pulsiones instintivas son poderosas y automáticas, cuando actúan en nuestro favor. ¿Cómo es posible que se desvíen y que abandonen su intento con tanta facilidad, cuando así lo deseamos?

No lo sabemos, pero parece ser, que debido a nuestra inteligencia, que nos provee con cierta medida de libre albedrío, hemos alcanzado la proeza de pervertir los instintos, tornándolos de protectores y guardianes, en dolencias y malestares, como más adelante veremos.

Los placeres instintivos y sus consecuencias

Veamos la situación que tenemos que descifrar. Comemos para vivir. Nos reproducimos para propagar nuestros genes y dejar detrás nuestros descendientes para la supervivencia y continuación de generaciones futuras, y nos cuidamos y protegemos para preservar nuestras vidas. Esto es fácil de comprender, porque todo ser o animal inteligente, domesticado o no, hace lo mismo.

Entonces, ¿por qué nos sacrificamos comiendo desordenadamente, o dejando de hacerlo? ¿Por qué sufrimos de disfunciones sexuales, las que nos llevan al especialista, y seguimos suicidándonos de manera inexorable?

Hasta ahora, las respuestas vanas que no ofrecen los expertos ni son suficientes ni son satisfactorias.

El ser humano en la lucha contra sí mismo

Para comprendernos mejor, a veces nos resulta conveniente trazar desde su origen filogénico lo que deseamos elucidar.

Cuando existiéramos en el paleolítico, ¿sufríamos de las cuatro disorexias?, las que aquí listamos para quienes no son iniciados en nuestro pensamiento: la anorexia nervosa, la bulimia, la dieta para rebajar, y la obesidad. Cuando vivíamos en la edad de piedra, ¿existían las disfunciones sexuales? Y, ¿se suicidaba la gente?

Tratemos de responder punto por punto.

Las disorexias, primero: La obesidad, la anorexia, la bulimia y la dieta restrictiva para adelgazar

Empecemos con la más antigua, la obesidad. ¿Qué nos dicen acerca de la corpulencia las estatuillas del neolítico, similares a la Venus de Willendorf?

Nos dicen, quizás, que el ser obeso era condición valorada y deseable, Tan valorada y tan deseable que los primeros escultores escogieron como modelos, aquellas mujeres extraordinarias por su adiposidad copiosa.

O talvez nos dicen, como en el caso del pintor Pedro Pablo Rúbens, que al artista en cuestión le inspiraban las mujeres gordas.

O que ese tipo de anatomía era tan extraordinario y escaso que se le asignó un sitio especial para que otros lo conocieran, como se exhiben los seres contrahechos en los circos del mundo.

Vemos entonces, por qué la última de las opciones parece ser la acertada.

Claramente, la comida no era entonces abundante, ya que no conocíamos la domesticación de animales, la agricultura no era aún realidad y nuestras herramientas de caza eran rudimentarias.

Se comía lo poco que había para vivir y se retenía la energía en exceso, como grasa subcutánea para cuando llegara la escasez inevitable, que alternaba con los ciclos de relativa abundancia.

Podemos concluir que: nadie engordaba de modo adaptivo y natural, ya que disminuiría su habilidad para desplazarse libre y ágilmente durante la caza. Que nadie podía empacharse con comida que, en abundancia nunca existiera; y que de poder haberlo hecho, no vomitaría por temor de engordar. Y que ninguna persona trataría de no comer con el fin de ser flaca, haciendo de la dieta para rebajar actividad incomprensible.

Los trastornos del comer vinieron después.

Las disfunciones sexuales

Todos sabemos que el cerebro y sus funciones superiores juegan un rol de mucha importancia en la sexualidad de nuestra especie.

La sexualidad humana, como el acto de comer, se entiende que facilita vínculos sociales, que proporciona placer, amén de que posee aspectos de salud, legales y religiosos entre tantos.

Pero, dudamos que originalmente, con nuestra capacidad reproductiva constante, que los problemas relacionados con la actividad sexual existieran. De hecho, debe de ser lo opuesto. Si el sexo no produjera placer sensual inmenso, nadie lo practicaría y nadie celaría al objeto de su amor.

Las disfunciones llegaron juntas con la cultura hedonista que de nosotros se adueñara.

El suicidio

La auto-inmolación, la auto-mutilación, la guerra de destrucción mutua, el tomar riesgos claros exponiendo la vida contra toda posibilidad lógica; son comportamientos manifiestamente humanos que se asocian con un vasto repertorio de patologías, las que aunque pretendemos explicar, no conocemos bien, ya que factores individuales afectan a sociedades diversas y condiciones tanto hereditarias como ambientales y aprendidas son factores involucrados en este rompecabezas.

No es lo mismo el banquero que se suicida por desfalcar a sus depositantes, el idealista que se inmola para que tropas extranjeras salgan de su tierra, la mujer que se corta la piel, o quien se mata por amor.

Hasta aquí, nuestra tesis ha sido desarrollar la idea de que en nuestro transcurso histórico/cultural hemos adquirido una predilección por lograr el placer por sí mismo y no para otros fines de naturaleza instintiva.

Que por eso, comemos, o no comemos, que nos dedicamos al sexo en una variedad de contextos que no son los que aseguran nuestra supervivencia ni la prolongación de nuestra especie y que nos suicidamos, a veces, por razones ético/sociales, sino puramente cobardes.

El Kama Sutra

Este es un recetario para sexo hedonístico que existe desde hacen unos dos mil años AC.

Como todo libro de receta, éste, no se atañe con las consecuencias de lo que se recomienda, sino que se proponen métodos de lograr el mayor placer voluptuoso posible, para quienes los utilizan.

En este manual muchos dependían para enriquecer su arsenal de conocimientos en al área del sexo y del contacto carnal. Ahora, gracias al Internet, tenemos el “Cíber-sex” y la “Teledildónica”, la pornografía en el servidor, y mucho más llegará.

En resumen

Muchos de nuestros lectores nos peticionan que ofrezcamos lecciones en las que se expliquen en detalle las zonas erógenas y el arte de amar. Este tipo de información iría más lejos que describir el simple desarrollo humano o discutir actividades naturales como la menstruación o la masturbación, sin recurrir a la imaginería explícita o al vocabulario escabroso.  

Baste aquí que expresemos que esas solicitudes, exceden nuestra misión de lo que intentamos sembrar en forma de educación.

Nosotros no deseamos aventurarnos dentro del camino incierto donde lo moral y lo obsceno son difíciles de separar.

En cuanto a la fenomenología del suicidio, su importancia singular requiere que sea constituya didáctico para futuras lecciones.

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

Dr. Félix E. F. Larocca

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