Muy
a menudo, una paciente nos informa que su depresión está controlada y
que, lo que le queda es una sensación residual de no poder gozar su vida,
de no poder entusiasmarse, o de no poder sentir capacidad ninguna de
disfrutarlo todo.
No
es que estas pacientes estén deprimidas.
Por el contrario, la depresión, con su constelación de afectos
desagradables y negativos se ha esfumado… lo que les queda es esa
molestia persistente y discreta que les roba a muchos la tranquilidad y la
paz.
Cuando
la depresión endógena (con sus trastornos metabólicos intrínsecos) se
trata debidamente y se alivia… en su estela, a veces, y como una sombra,
se alojan y siguen los problemas existenciales, que antes fuesen cubiertos
por las amargas experiencias del sentirse deprimido.
Un ejemplo clínico se usará en este lugar:
BGR
(*)
Tenía
unos 29 años, cuando ella fue referida porque tenía una aversión
extrema a la presencia de la comida — especialmente a la carne.
No
era que ella fuese vegetariana.
No. Era
simplemente, que la vista de carnes, el olor de las mismas y la presencia
de platos que las contuvieran bastaban para evocar sentimientos negativos,
conducentes a la náusea y (a menudo) al vómito.
Habiendo
perdido mucho de peso, BGR fue admitida a un servicio hospitalario interno
para proporcionarle tratamiento psiquiátrico intensivo.
Por
una semana se la sedó totalmente y a la vez se le administraron dosis
heroicas de tranquilizantes para reducir “sus ansiedades”.
Con
un diagnóstico provisional de “Anorexia Nervosa” se transfirió a
nuestro cuidado.
Inicialmente,
nuestra impresión fue la de una persona emaciada con retardo en la
velocidad de sus pensamientos y de sus asociaciones mentales (bradipsiquis).
Sus
procesos cognitivos estaban intactos, la paciente siendo capaz de
reconocer los aspectos ilógicos e idiosincrásicos de su ‘fobia’ al
comer carne. Ella
admitía que sí, que le molestaba el olor y la apariencia de las
carnes… pero que no siempre fuese así… Decía que ella quería
cambiar, para así poder seguir el curso interrumpido de una carrera
truncada de médica.
Habiendo
reconocido que no sufría de la anorexia nervosa y de que su depresión no
la incapacitaba para la terapia formal. Lo primero que hicimos, fue
establecer una alianza terapéutica basada en una explicación minuciosa
de su enfermedad y de nuestros roles respectivos.
La puntualidad se enfatizó con firmeza.
Lo
segundo que hiciéramos fue el discontinuar paulatina y progresivamente
los tranquilizantes que le habían recetado, porque le causaban tanto
cansancio como modorra y depresión adicional.
Comenzamos
a la vez, un programa de tratamiento; utilizando una medicina
antidepresiva, a la cual ella no había respondido en ocasión previa, por
el hecho de que se había recetado en dosis extremadamente bajas.
Iniciamos
asimismo un programa de psicoterapia intensiva, el cual le proporcionaría
la oportunidad a ella, y a algunos familiares cercanos, de confrontar pérdidas
recientes y traumatismos personales.
También
instituimos un programa de desensitización progresiva, para lograr que la
paciente se expusiera de un modo gradual y con incrementos progresivos a
las carnes aborrecidas.
Y… como antes dijéramos… comenzamos la psicoterapia intensiva.
Fue
entonces, con la mejoría clínica, que la paciente reportó la existencia
de los sentimientos típicos que son asociados con el síntoma de la
Anhedonia. Todo
en su vida carecía de significado positivo.
No, no era que ella no apreciaba los eventos felices que ahora,
reconocía, acontecieran con mucha mayor frecuencia, ni era el hecho de
todavía sentirse deprimida.
No, no era eso. Era que ella se sentía indiferente.
Que ella no podía percibir o reconocer lo que de antaño asociaría
con gozo o con placer.
Una
mañana, durante una de sus sesiones terapéuticas, BGR exclamó:
“¡Yo
sé lo que es que a mí me pasa! … Cuando yo estaba deprimida, y estaba
volviendo a mis familiares locos con lo de mi ‘fobia’… yo no tenía
que pensar en otras cosas y en otros asuntos que son muy importantes para
mí y para mi futuro profesional… Ahora que estoy mejor, tengo que
hacerlo y eso no es muy fácil…”
Parece
ser que el “beneficio secundario” accidentalmente derivado por BGR (*
no las siglas de su nombre real), durante su enfermedad, fue el de tener
el lujo incierto de poder aislarse en su miseria, sin tener que buscar
soluciones ni examinar detalles de su vida, los cuales habían sido
ocultados en la tranquilidad y la calma del silencio.
Ahora
con el entendimiento adquirido en su terapia, los cambios no podrían
posponerse ya más. Véase mi artículo ¡Médico!)
Conclusión y sumario
La
psicoterapia amen de ser una ciencia, definida empíricamente, también es
un arte. Alcanzando
finalmente a ser mucho más arte que ciencia.
La
capacidad del paciente y la del terapeuta a proceder exitosamente, es muy
a menudo basada, en la motivación del paciente y en los talentos que el
terapeuta posee para facilitar el proceso y para reducir las resistencias
a los cambios, aún positivos (las cuales siempre existirán.)
En
el caso de la Anhedonia, su persistencia, puede ser debida a que ésta
constituye una manifestación discreta de la presencia de asuntos
“pendientes”, los cuales necesitan ser obviados para que el paciente
pueda gozar de nuevo de la capacidad para el trabajo y para el disfrute de
su vida y de sus actividades normales.
Bibliografía
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J: No Pleasure, No Reward --- Plenty
of Depression URL accessed February 08, 2007
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