Se sumerge
en la acústica del agua
tu voz de red.
Camina
el mediodía con el sol a los hombros
tirado alrededor
de la borrasca.
El alquitrán,
la huella de los barcos,
pegado
a mi cintura
me resbala
caluroso y oscuro
hasta volver mestiza la mirada.
Hay dos manos
juntándose en un hoyo
para mojar la cara;
un gratil
enarbola el arrecife
que se acuesta en el agua.
Me despierta una abeja
zumbando sobre el atlas del oído, con la rutina fresca
de su charla.
Quiero dormir.
No hay nubes.
Todo se ve propicio
a tu palabra.
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