Recibir al campeón |
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"Entonces las preocupaciones penosas salen del corazón y navegamos todos juntos sobre un océano de oro hacia una engañadora costa". PINDARO |
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"NO BASTA con haber embanderado el balcón principal del departamento que da sobre la rambla por donde pasarán, en su recorrida triunfal, los campeones. Es necesario hacer algo más, algo original, 'exclusivo', como comentan mis amigas cuando celebran mis ocurrencias inesperadas. Algo insólito. Por ejemplo... (pero qué ideas arbitrarias me vienen acosando estos últimos tiempos, Dios mío; 'terminará en delirios', dijo el siquiatra cuando me dobló la dosis de Valium), por ejemplo cubrir de flores simbólicas, trenzadas, todo el barandal. Pero... ¿cuáles pueden ser las flores simbólicas, en este caso? Enormes crisantemos color oro, tal vez... Combinados con esos cardos secos, de adorno, que yo misma puedo barnizar de azabache. Luego colocaré en los ángulos del balcón los extremos de la enorme bandera que mi marido compró, de apuro (acaban de traerla, huele a tela nueva), para desplegarla en el instante en que pase la caravana, unos segundos antes de que el ómnibus que conduzca a los campeones quede exactamente debajo del departamento. Después de la transmisión del encuentro se me ocurrió la idea y lo llamé, enseguida, por teléfono: 'Te felicito, Jaime, ¿qué?, ¿no me oís? También, gritan de una manera, allí. Ah, es afuera. Claro, cómo no voy a entender. Te llamaba porque acabo de tener una idea sensacional para mañana… Pero Jaime, si se trata de lo mismo que tú estás viviendo: no, no estoy trastornada, no seas grosero. Está bien, si no querés que te la diga ahora no te la digo. ¿Qué? ¿Si escucho la marcha de los campeones? Sí, querido, y también las bocinas y los tamboriles y los gritos... Bueno, ya corto, no te impacientes. Hasta luego. No demores, Jaime, mirá que estoy sola. ¿Qué decís? Ah, vas a la sede. ¿Por qué no pasás a buscarme? Habrá mucha gente, comprendo. Sí, el populacho, claro. Pero tú vas... Bueno, está bien; entonces te espero en casa.' Llegó de madrugada, con las pupilas vidriosas y el aliento pesado de alcohol; había bebido, era natural; siempre ha sido un aficionado fanático y es justo que se permita, en una oportunidad como ésta, el gusto de emborracharse. ‘Inesita’, me llamó, y estaba afónico; y me besó y no pude, a esta altura, reprimir mis quejas; comprendía que no era conveniente reprochar; lo sabía pero no pude evitarlo: 'Me dejás sola en casa y te vas; ni en un acontecimiento como éste, cuando gana tu cuadro en el extranjero, me llevás a compartir tu alegría. ¿Cómo que no soy hincha? Te juro que me hubiera gustado tanto ir a la sede, Jaime...' Los ojos le brillaban y tenía la voz opaca cuando me susurró al oído, pasándome un brazo sobre los hombros: 'Andá, asomate al balcón, Inesita, y buscá en la rambla; buscá nuestro auto...' Y apartándose dos pasos para adoptar una fingida tiesura, agregó: 'Después me contás'. Preparaba un cóctel mientras yo trataba de descubrir el Mercury negro, el maravilloso Mercury regalo de papá cuando vendió la lana, y no lo veía, no lo veía aunque lo estaba viendo, porque jamás lo habría podido imaginar, nunca hubiera podido pensar que él se atreviera a pintarlo de ese modo, a permitir que alguien estropeara la carrocería digna y brillante: franjas infames lo atravesaban longitudinalmente: muchas, inacabables, dándole aquel aspecto monstruoso, denigrante. A pesar de la ansiedad que me anegó el pecho, seguí el consejo del siquiatra, o pretendí seguirlo: callar, parapetarse en la inteligencia y la razón. El se me aproximó por la espalda mientras yo miraba el espectáculo pugnando por dominar mi emoción: sentí su aliento húmedo sobre mi cuello y oí su voz: 'Qué te parece, nena', no sé bien si cargada de sarcasmo, o de rencor, o de furia, o simplemente de ese entusiasmo pueril de hombre que aún no ha completado su infancia. Después cenamos. Casi sin hablar, porque aparte del resentimiento que me seguía creciendo adentro por el asunto del Mercury, se hacía imposible conversar con el tono de la radio que él había elevado a una potencia abrumadora; la aclamación del gol de la victoria se repetía constantemente: goool, gooooool... Las letras se estiraban, rebotaban en las paredes, en el techo; corrían entre las patas de los muebles como las cuentas de un collar reventado... Traté de contagiarme del entusiasmo general; me dije 'soy hincha, soy hincha, vivan los campeones, vivan, vivan', mientras comía mi cena con desgano, silenciosamente. Y luego, cuando Jaime se había tendido en el diván de la sala con la radio a transistores sobre la mesa de laca, y empezaba a dormitar, yo misma bajé el tono de la voz infernal que no sé si por centésima vez victoreaba el gol, para confiarle mi idea maravillosa: deberíamos comprar una enorme bandera para desplegarla en el momento exacto en que pasen bajo nuestras ventanas; una bandera del cuadro de los triunfadores que dijera en el centro, Bienvenidos, campeones. El aceptó, gozoso. Por supuesto, no se trataba de una idea original. Que, años atrás, cuando había venido aquel presidente, no me acuerdo de qué país —me falla la memoria, siempre, en los detalles más importantes— y, apostada en la ventana de la casa de mamá, justo frente a la Facultad, vi pasar a gran velocidad el coche oficial y el resto de la caravana, desde la azotea del Instituto, precisamente en los momentos en que se aproximaban los visitantes, habían desplegado —sin que nadie lo previera, pues estaba arrollado y bien disimulado contra la grisura del muro—, no una bandera sino un enorme cartelón que exigía, en el idioma del presidente extranjero, que se fuera, que retornara a su país. No era lo mismo, lo sé, pero esos hechos, en verdad, me habían inspirado la idea". "Ahora leerán, absortos, las primeras ediciones de los matutinos; con la misma ansiedad con que se busca recuperar un sueño dichoso luego de un súbito despertar, leerán;
con expresiones fijas, encarnizados sobre las páginas coloridas que abordan, por una vez, casi con derecho propio; inmóviles frente a los titulares gigantescos, olfateando con fruición la tinta de imprenta fresca de noticias arrebatadoras: todo un pueblo detenido en un instante interminable. Pero lo importante del asunto es, para mí, que la interpelación se ha suspendido. Lo supe cuando repasaba mentalmente los puntos claves de mi defensa y me dijeron: 'Señor Ministro, los Senadores no se reunirán; la interpelación se postergó hasta el próximo viernes'. Y, con uno de esos repugnantes gestos cómplices con que los inferiores pretenden, de vez en cuando, dar el brinco que les permite un eventual acercamiento al más alto: 'Sabe, Señor Ministro, los hombres también tienen su corazoncito; quieren oír la transmisión como cualquier hijo de vecino y no se atreven a sentar el precedente de sesionar escuchando el transistor, ja, ja'. Gran suspiro de alivio y enseguida esa puntada que, desde hace tiempo, se obstina en aparecer con el ascenso de la presión nerviosa; el lanzazo en el costado izquierdo, debajo del corazón. Recogí mis papeles rápidamente, ubicándolos en el fondo del portafolios. Luego avancé por los corredores interminables del Palacio, elevando los ojos, de tanto en tanto, hasta los estucos y molduras del techo, para ignorar la estupidez de las figuras vivas detrás de los escritorios o vagabundeando por los pasillos alfombrados con la radio pegada a la oreja como si de pronto les hubiera crecido un apéndice metálico y lanzaran por allí su nueva, idéntica voz. Uno de esos idiotas, cuando esperaba el ascensor, se me aproximó para decirme 'no hay que perder la esperanza, Señor Ministro', y ahí se gestó la escena incongruente, 'con qué derecho te metés en asuntos que no te incumben, cretino', porque pensé realmente que se refería a la interpelación y no al final del primer tiempo, que se acercaba; 'pero Señor Ministro, no he querido ofenderlo, perdóneme; yo creía que Ud. era partidario de', confundidas las últimas palabras con el palmoteo en la espalda: 'Andá, andá nomás, muchacho, seguí escuchando, lo que pasa es que uno tiene en la cabeza otras cosas, sabés', 'comprendo, comprendo, Señor Mi', y el descenso en el ascensor que guillotina las últimas sílabas y esa vaga sensación de vértigo que dura hasta alcanzar la escalinata donde vocean ya los vespertinos y surge la fascinación de la calle, la libertad secreta de rechazar el automóvil y elegir una vereda cualquiera o un escaparate de libros para detenerse indefinidamente, ya no más Señor Mi sino yo tratando de recordar cualquier momento del pasado, el triunfo de los campeones mundiales en el año treinta, mi traje gastado de muchacho que lleva apenas unos billetes miserables en el bolsillo y mi entrega deliciosa a la expectativa común, primero, y al delirio colectivo de un pueblo al que entonces estaba asimilado, después; pero ahora, 'Buenas tardes, Señor Ministro', ya me descubrieron, es un engranaje insoslayable, esta vida; imposible escapar a su dinámica acelerada; 'Buenas, Senador', y apurar el paso, entrar en la librería para que el Senador comprenda que una charla en este momento no será, de ningún modo, oportuna, ni aun teniendo en cuenta que toda la ciudad vive la ansiedad de los quince minutos de entretiempo. Igual cabía esperar la persecución, el asedio. '¿No tiene coche hoy, Señor Ministro?', y yo sin responder, sabiendo, sin embargo, que mi lucha sería inútil, que estaría esperándome cuando saliera de la librería para adherir a mí con gestos teatrales: 'Señor Mi, la interpé, graves cargos, ya sé, pero usté', pero no, no, no, esta vez no lo tolero, me quedo entre las mesas de libros mirando sin ver, encorvado, ajeno a esta incongruente pesadilla que tendrá que terminar algún día. Por suerte a los diez minutos gritaron gol; las vidrieras gritaron gol, los cristales de los escaparates gritaron gol, la vendedora de ojos azules gritó gol mostrando sin empaque sus molares de oro y pude espiar desde atrás de la vidriera cómo corrían los hombres, las mujeres, los niños; sin conciencia, con las bocas abiertas, sin rumbo, sin pudor; pude espiar cómo el Senador era devorado por la turba y la interpelación y los graves cargos y el quórum, todo avasallado-triturado-terminado, y entonces miré el título del libro que tenía en las manos aunque en realidad no me interesara comprarlo ni a la vendedora venderlo, que también ella se había lanzado a la calle y saltaba, como un títere, en la vereda. Me resolví a salir. 'Ya, ya, que no ni no, el gol del empate; ahora les va a costar, perros podridos; la garra que la sangre que la garra que ahora les va a costar ganar les va a costar'. Eso era ahora la calle, la vida y su dinámica. Ese engrudo de sangre, de furia, de palabras. Entré en un boliche y me acodé, como cualquiera, en el mostrador. La tensión, la fatiga, la preocupación empezaron a esfumarse en el vaho perfumado y húmedo donde se mixturaban el alcohol y el tabaco". "Cuando volví de la conferencia de prensa resulta que la Sara lo había vestido al Pocho de arriba a abajo con la camiseta que fue del pobre Gabriel cuando el pobre Gabriel pocos meses antes de, bueno, llegó a jugar en la tercera con esa misma camiseta puesta y pensar que después, la putamadre, pensar que era una promesa el muchacho con sus dieciséis años y al que me hubiera dicho en aquel entonces que no tenía un porvenir de oro, le hubiese roto la cara. Lo había metido al chiquilín adentro de la camiseta que parecía un enorme chorizo rayado y lo mismo corría, el gurí, por el corredor; es increíble cómo podía moverse, así embutido, y le asomaban las zapatillas coloradas por abajo de la camiseta que era una risa, y se me echó encima y me gritó '¡Campeones, viejo, que no ni no!' y entonces se me vino de golpe el recuerdo del Gabriel cuando volvió de aquel partido de tercera, '¡Ganamos, viejo, y el director técnico dijo que yo era una promesa, que era!', y ahí nomás se dobló el pobrecito como una bestia lastimada. El dolor en el pulmón y la congestión después, carajo... 'Pero decime, Sara, ¿qué has hecho, qué has hecho? ¿No habíamos dicho que esa camiseta?' 'Perdoná, viejo, pero no pude decirle que no; el Pocho sabía que estaba en el fondo del baúl y es tan hincha, el gurí, y no tenía otra cosa que darle y se puso a llorar y...', 'pero callate, mujer, como si nosotros estuviéramos para festejos'. Puso una cara seria, la Sara, que daba lástima, y se le desinflaron las palabras en los labios como si fueran globitos de saliva; 'está bien, viejo, tenés razón, ahora se la saco'; pero el gurí, para entonces, vivo como es, que hasta en eso me hace acordar al hermano, había disparado hacia la puerta, ya tenía medio corredor ganado y los vecinos como locos con él, con su disfraz, '¡Arriba el Pochito! ¡Viva el campeón!', y cosas así, le gritaban. La Sara se fue al fondo de la pieza y me dio la espalda para cebarme un mate; me dio la espalda porque es mujer de ley y sabía lo que yo estaba pensando y mirando. Allí estaba él, en el campo de juego, con la camiseta puesta y la pelota en la mano y aquella sonrisa que compraba a cualquiera; alto y flacucho, sí, pero parecía tan fuerte; lástima que no lo sacaron de cuerpo entero, que su amigo Arnaldo se hubiera agachado justo delante de él y le tapara las piernas. La Sara es de ley y se aguantó de espaldas hasta que calculó que yo ya no lloraba y ‘cómo les fue en la reunión, viejo', la oí decir; 'cómo querés que nos fuera, Sara; aprovecharon los festejos y la euforia para darnos poca piola; ni un solo fotógrafo en la conferencia de prensa de los vecinos, ni uno solo'. El mate estaba caliente y alivió el amargor de la boca aunque era amargo; la Sara se me sentó al lado y esperó que yo hablara; con esa cara grave de mujer que sabe entender a un hombre, esperó, y así le fui contando como yo mismo había explicado en la conferencia, que representábamos a más de cincuenta familias y que las viviendas estaban cada día en peores condiciones, sin luz eléctrica, sin agua, y los vecinos expuestos a las inclemencias de otro invierno. Allí intervino ella y le brillaban los ojos. '¿Eso les dijiste, viejo?' 'Eso les dije'. 'Pero mirá que sabés hablar lindo cuando querés’. Y le conté también cómo les había dicho que poníamos nuestras esperanzas en las gestiones de la Comisión de Previsión Social y cuando llegué a este punto ella se levantó y dijo que aunque yo hubiera hablado tan lindo igual no nos iban a hacer caso, menos ahora que aprovechan la alegría de la gente y el jolgorio del triunfo para darle largas a los asuntos de los pobres. Yo no le contesté nada... O sí, le contesté que me cebara otro amargo, que el primero había estado buenísimo. Porque sabía que en el fondo ella tenía razón, que hacía más de dos años que habíamos iniciado la gestión y solicitado aquel bloque de viviendas económicas sin que se hubiera adelantado un paso. Entonces entró el Pocho golpeando unas latas como si fueran platillos y cada vez se movía con más facilidad adentro de la camiseta que le trababa las piernas y cantaba la marcha del campeón a grito pelado y un momento, no más, pensé que esa camiseta que a éste le quedaba grande, al otro, con el estirón que estaba pegando, ya le habría quedado chica diez veces, y miré de nuevo la foto y si la Sara no me acerca de apuro el segundo amargo y el Pochito no sale otra vez a la calle como una luz de rápido (ya me había campaneado, el muy demonio), creo que no aguanto más, no aguanto más aunque afuera la noche se hubiera convertido en una locura y yo también me sintiera contento por el éxito de los campeones que al fin y al cabo qué tenían que ver esos guapos muchachos con esta vida perra que quiso que el mocoso. Cómo vociferaban, carajo; si daban ganas de salir a la vereda y gritarles que eran una manga de inconscientes imbéciles, por lo menos a los inquilinos del conventillo, a todos esos que se olvidan que si pasamos otro invierno en este tugurio no va a ser sólo el Gabriel, no, sino muchos otros". "No, no, no, no lo quiero; aunque me haya instalado esta boutique en la galería más lujosa de la avenida y sea nada menos que un presidente no, esto no es amor, 'sí señora, usted lo ve, gasa francesa, no va a encontrar un pañuelo como éste en toda la ciudad; a mí tampoco me importa el fútbol, claro, señora, aunque en este caso el partido es internacional; fíjese: no sólo está en juego la Copa sino el prestigio del país, como quien dice'; qué se pensará, que porque me haya instalado a todo trapo, yo tengo que estar a su disposición a cualquier hora, y cuando al Señor Presidente se le ocurra llamarme, 'Mirá que dispongo apenas de una horita antes de la sesión, rica', tengo que dejarlo todo, 'pero señora, si se lleva la novedad de la temporada en pañuelos de cuello, con el abrigo de piel le va a quedar muy chic, se lo aseguro', y salir a encontrarlo, subir en cualquier esquina oscura al coche del Señor Presidente y mostrarle siempre una cara bonita y alegre porque al Señor Presidente no le gusta la tristeza, 'adiós señora, gracias, a sus órdenes'; andá, vieja tarada, con esa facha por más pañuelo de gasa que te pongas; mire cómo se ha enloquecido la gente, al fin y al cabo sólo es un partido de fútbol, por más internacional que sea, la vieja tenía un poco de razón; y ahora suena el teléfono; seguramente es la de Antuña que había pedido la blusa de seda natural para esta tarde y la modista, informal como siempre, no me la entregó, y ahora qué le digo, mejor no contesto, pero de pronto es él, no, no puede ser, tenía sesión hasta la noche, me lo dijo ayer cuando me invitó al copetín en el hotel, al cóctel de menta, ése que sirven en copas altas como palmeras con una rodaja de limón azucarada aplicada en el borde; 'qué deseaba, señora, perdón, voy a atender el teléfono, vaya mirando, nomás, un segundito y vuelvo con usted, holá, holá, no se oye nada, las líneas se han enredado, que lío, ah, sos vos, digo, es usted, cómo está, ¿qué?, no, no lo oigo...' Ahora va a fingir, la muy zorra, que no puede escucharme. Seguro que la sorprendí in fraganti. Lo menos que se pensaba era que la sesión se suspendería por el partido y de repente se encuentra con mi voz, vaya broma. '¡Telefonista, repita el número, por favor! ¡La comunicación se ha interrumpido! Vamos, no tanto Señor Presidente y un poco más de diligencia en, ah, sos vos, Anamaría, sí, sí, yo, ricura, por qué te sorprendés tanto'. 'Pero Señor Presidente, digo Luis Antonio, yo creía que tenías sesión esta tarde, querido, hola, hola, sí, señora, supongo que con el partido todo marcha mal, hasta las líneas telefónicas; sí, de cabritilla natural, última moda, hola'. 'Qué última moda ni que veinte cuernos, me atendés a mí o no me atendés: sí, te digo que se suspendió la sesión y que tengo dos horas libres antes del acto partidario. ¡Otra vez! ¡Telefonista! ¿Pero estamos de broma, hoy, de chacota? ¿Qué? ¿El segundo gol? ¿Un segundo gol, dice? ¡Es la garra, señorita, es la garra! Gracias, gracias; admito lo que usted dice, que también a nosotros, como gobernantes del país de los campeones, haya que felicitarnos'. Ahora sí que se interrumpió la comunicación y qué barullo del infierno hay en la calle, seguro que terminó el partido; 'se da cuenta, señora, otro gol, sí verdaderamente somos grandiosos cuando salimos al extranjero y eso que algunos comentaristas dicen que nos achicamos; estos son de gamuza; cosidos a mano, setecientos pesos; así que usted es partidaria del campeón, la felicito pero no, no puedo hacerle ninguna rebaja, en todo caso usted me tendría que pagar más, llevada por la satisfacción que está viviendo...'. La diabla de la telefonista interrumpió la comunicación para felicitarme; así son de zorras y de adulonas, éstas. Pero ahora está sonando de nuevo y la otra no atiende, qué se ha pensado, no se acordará de los cientos de miles de pesos que me costó instalarle la maldita boutique; la hubiera dejado, nomás, en la miseria, con su puestito de ascensorista de tienda, dependiendo de lo que yo quisiera darle; al día, como quien dice, manoteando en el aire sus berretines de lujo; pero no, uno tiene un alma generosa y lo cierto es que la chiquilina está buena y si te mirás en el espejo, viejo mefisto, como te llama tu hija, verás que no te pintan mal los hijos de puta de la prensa opositora, con ese aspecto de zorrón y muchos, muchos pelos de gorila... Ahora lo voy a dejar que estrile; hasta que el teléfono no suene quince veces no lo atiendo; total, ya es imposible evitar el encuentro esta tarde, y todavía tendré que avisarle a Gastón que no venga a buscarme; por lo menos es joven, Gastón, y no un viejo morboso que hay que dejarse manosear dos horas antes de que; 'lleve los guantes, señora, con toda confianza; sáquese el gusto hoy que ha tenido la satisfacción del triunfo: pero mire, mire cómo se ha parado el tránsito, qué griterío, y este teléfono maldito, voy a atenderlo antes que explote!'. Vamos, nenita, vamos; ¿estás jugando a las escondidas con papi? ¡Claro que siento el escándalo! Pero ese no es motivo para que vos... ¿O te fuiste al medio de la calle, a festejar? A ver si te arreglás con algún mersa, todavía; es lo único que faltaba, nenita, que te calientes con la chusma ¿Qué? ¿Que tenés gente? Bueno, atendé a esa clienta y cerrá. La ciudad entera se vuelca a la avenida antes de diez minutos. Te va a costar salir, tesoro. Acercate a la rambla que allí te recojo. Dentro de quince minutos, ¿eh? Vamos a celebrar nosotros también el triunfo de los campeones, ¿no te parece?". "Tenías que ser vos, negro, con tu inclinación atávica a las supersticiones y a las brujerías, como dicen los dirigentes, quien tuviera la ocurrencia de dormirse en los primeros minutos de vuelo y soñar que el avión es una paloma y que la paloma está tan cansada que ya no puede mantenerse en sí y se desploma contra el piso, reventándose. Pero mucho peor fue, todavía, la segunda ocurrencia que tuviste, gigante imbécil, por qué no habrás cerrado un poco la trompita de guacho que Dios te ha dado, cuando te resolviste a soltar el sueño luego de despertarte con un alarido de chivo borracho que puso en jaque a toda la tripulación. Y los otros, el plantel entero, los suplentes, no sé cómo pero se contagiaron enseguida y dale y dale con que ha sido un mal presagio y que en fija antes de aterrizar se cae el avión y lo peor es que esto se ha vuelto un estado colectivo, quién lo duda, y a uno, aunque quiera, le cuesta escaparse del maremagno y conservar la cabeza para poner orden. Ahora quién va a sacarles el estado, quién. Y pensar que son los mismos muchachos que dejaron el alma en la cancha, ayer; los mismos que después de llorar a lágrima viva, como chiquilines, en los vestuarios, cuando se cumplía el descanso reglamentario, se agrandaron como colosos y empataron en el segundo tiempo y ganaron al final, a pura sangre y corazón. Qué director técnico ni director técnico. Coraje, nomás, que desplegaron por toneladas y eso no voy a salir diciéndolo porque no quedaría bien que yo, precisamente el director técnico, me destapara con esas declaraciones. Ay, cómo se mueve este avión; capaz que de repente se salen cumpliendo los vaticinios del negro de la gran siete y la paloma, pero no, pero no, tomate la pastilla de calmante aquí en el baño, solo, viejo, que los muchachos no te vean; bastante baile has tenido vos también, al fin de cuentas. Otra vez están gritando, se ha armado, pero qué les pasa... El dirigente Martínez les habla, oigo su voz... Menos mal: los amonesta. También, es lógico, después de la hazaña vivida era de esperar la distensión, el aflojamiento general, es humano, se lo voy a decir ahora mismo a los dirigentes, en cuanto se me pase el mareo; qué raro, será la comida y la chupandina de anoche; los festejos y ese vino que a uno le hace hervir la sangre. Pero cómo, cómo se agita el avión, y eso que hace rato que pasamos la cordillera. Negro de mierda, catinga del demonio, yo te voy a curar de tus gualichos y brujerías, ya que te voy a permitir que juegues otra vez con esa uña que decís que es de pantera metida en la punta del zapato, aunque me vengas con que es la que anima el alma de tu pata goleadora; venirte acá con que soñaste y con que la paloma y con la puta que... Ahora me llaman y hay lío; 'sí, sí, qué dice, señor Martínez, mejor vamos al pasillo, mire que este gabinete higiénico es muy chico para que dos personas puedan conversar libremente y con el barullo del diablo que hacen los motores, qué, qué dice, que salieron con que tienen miedo de bajar, con que la hinchada va a amasarlos en el aeropuerto; pero es increíble, primero el sueño y ahora esto; ellos, ellos que le hicieron frente a un público enemigo y rabioso que quería lincharlos ahora salen teniéndole miedo a la parcialidad, pero si dan ganas de morirse de risa, señor Martínez, y qué quiere que le haga, es ese negro que los puso locos con el sueño de la paloma, si me dan ganas de meterle una suspensión de un mes, si yo pudiera se la metía, ay, cómo se mueve esta bestia de paloma, digo este avión".
"Parece una paloma, Señor Presidente, mírelo: una enorme paloma de plata en el cielo; realmente que ha sido una de las más fabulosas hazañas para nuestro historial futbolístico; sí, Señor Presidente, es lógico que me hayan designado a mí para recibirlos y compartir con usted este honor, aunque yo hubiera preferido que fuera otro el encargado de venir, porque con esto de la interpelación aunque no quiero decir que me preocupe, la verdad es que el ánimo, usted comprende; sí, cómo no voy a comprender, te vas a tener que hamacar, viejito, cuando se te venga encima el senador interpelante, ese es tigre que afila las uñas y si no acordate de las últimas que nos soltó hace poco tiempo, que el país tiene como dueñas a mil quinientas familias de ganaderos a los que el gobierno sirve con 'inteligencia' y que enriquecemos a los latifundistas, porque nosotros mismos lo somos, mire Señor Presidente, me extraña que me hable así, con esa irreverencia, con esa falta de respeto; al fin y al cabo aunque esté pendiente la interpelación, todavía conservo la cartera; pero de qué cartera me querés hablar, si estás en la parrilla; mejor no responderle, hacer como que no lo escucho, este viejo está loco, ya me lo habían dicho, mire si habré hecho bien, Señor Presidente, si habré hecho bien, digo, en dar órdenes a la policía de que retenga al público a doscientos metros del aeropuerto; oiga cómo braman; claro que oigo, hermano, y bien que recuerdo que estuviste por perder tu carterita de ministro, ya en aquella oportunidad, cuando despedían a la delegación cubana y mandaste dar palo, 'mandamos' dar palo, Señor Presidente, hasta a las mujeres y a los niños; braman, sí, enfurecidos porque los embreté, porque no los dejé que se aproximaran a la pista de aterrizaje y a eso se suma el enardecimiento por la inminencia del desembarque y usted ni nadie me va a amedrentar, ni la interpelación ni nada; aúllen, sí, aúllen; no hay cosa más terrible que la plebe excitada pero yo estoy aquí bien protegido, guardadito por un cordón policial doble, triple, cuádruple, y la visión de los acontecimientos es excelente desde la torre de cristales..." "No puede ser que no nos permitan entrar en el aeropuerto, qué se han pensado, después que la gente ha hecho el sacrificio de venir hasta aquí, que a todos, al que más o al que menos, nos ha costado bastante, y si no, mire usted, yo me he largado con esta criatura de seis años en una bañadera, veníamos prensados; es mi hijo, sí, teníamos otro pero lo perdimos, de que se ríe, ah, le causa gracia la vestimenta del chiquilín, fue ocurrencia de la madre ponerle la camiseta del hermano mayor, ése del que le hablaba, que era jugador de fútbol". "Mirá, mamá, acercate al televisor, dejá ese tejido, mirá cómo están aterrizando; el avión es un artefacto formidable, recién se dibujaba clarito en el cielo; parece que la transmisión va a ser buena; no, los autos no se ven; de tanto en tanto, eso sí, enfocan a la gente; es una muchedumbre y un clamoreo infernal, pero no los han dejado ni arrimarse al aeropuerto; me parece que la masa, como dice Jaime, está furiosa; no, no se ve el auto de Jaime, cómo se te ocurre, mamá". "Así que al viejo se le ocurrió, como te decía, Gastón, ir a recibirlos al aeropuerto; vos sabes, el viejo está en todas, es un político de primera, eso hay que admitirlo; y yo le prometí que miraría la llegada en la tele a ver si lo divisaba; salí, Gastón, dejame ver, en serio, pero no vamos a empezar otra vez, si tenemos toda la tarde para estar juntitos". "Mire, Señor Presidente, aterrizan, qué lentamente se desliza ahora el avión por la pista, y avanzan pero la gente, qué pasa con el público, esto es más que una ovación, eh, policías, se trata de una multitud en movimiento; grandísima bestia resentida, otra vez has metido tu pata de dinosaurio como cuando los cubanos, ahí tenés, ministrito, han roto las barreras, ahora se desbandarán en una turba delirante; no me hable así, Señor Presidente, aquí no se trata de rango sino de respeto", "Eh, eh, un poco de respeto, no ven que llevo una criatura, no empujen que me lo van a aplastar al chiquilín, Pocho, Pochito, dónde estás, nene, he perdido al botija y el botija no puede caminar porque la camiseta"."Mamá, no te lo pierdas, ponete por favor los lentes y trata de mirar, es increíble, avanzan en una carrera desenfrenada, hasta los autos se han metido en la pista; la filmadora de la tele parece que se ha descontrolado, capta cualquier escena y escuchá lo que dice el locutor, que se han lanzado al asalto del aeropuerto." "Esto no puede ser, nadie me obedece, nadie; han perdido el respeto a la autoridad, están ciegos, sordos, yo no puedo hacer nada, Señor Presidente; obstruyan las galerías, rompan los vidrios, yo me lavo las manos; dónde guarecerse, dónde." "Fijate, Gastón, allí está él, el muy tilingo quiere meterse a frenar la avalancha, pero si será idiota, lo van a masacrar; grita, mirá, levanta los brazos como cuando se echa los discursos demagógicos, si dan ganas de llorar de risa, Gastón, no me hagas cosquillas, no me tapes la cara con la sábana, dejame ver el fin." "Animales, me han pisado a mi hijo, me lo han pisoteado, pero ya verán lo que soy capaz de hacer, lo que valen mis puños." "Es increíble, veo el auto de Jaime, digo mi auto; lo distingo con todas las rayas asquerosas que le pintó y una mujer adentro, sí, su secretaria, la más joven, ya me lo imaginaba, pero mirá, mamá, la gente se le trepa encima, es una catástrofe colectiva, una hecatombe, parece que quisieran aplastarlo como a un insecto, se hunde el techo del auto, qué horror, cerrá los ojos, mamá, no mires." "Se lanzan sobre el avión a centenares, pugnan por abrir las portezuelas, astillan las ventanas, Señor Presidente, dónde está, dónde está, Señor Presidente, también a usted; ahora sacan en andas a los jugadores; no, es asombroso lo que veo, me he quedado solo en la torre y desde aquí veo que les desgarran la ropa, quién es ése que sale, digo que lo sacan; no lo reconozco pero es un jugador, claro; le han arrancado a jirones el traje, se lo disputan, es imposible comprender; sí, es un negro, ahora lo veo, seguramente el goleador; ha desaparecido, se lo tragó el vórtice de la multitud." "Ya no lo veo, Gastón, sin duda le han aplastado la cabeza, pobre gusano, el mismo pueblo que pretendías ganar para las próximas elecciones, se acabaron las llamadas a cualquier hora, viejito, las citas a prepotencia; vení, Gastón querido, subite otra vez, esto hay que festejarlo." "Mi pobre hijo, la cabeza deshecha, Gabriel, la sangre, voy a matarlos a todos, a cualquiera, a los hinchas, a los jugadores, a todos, quebrarles los brazos y las piernas". "Los reventaron como escarabajos y qué eran, mamá, sino eso: escarabajos; un hombre tiene en la mano la melena sanguinolenta de la secretaria, le arrancaron el pelo, es horrible; el carro de bomberos en medio del estrépito, las bombas lacrimógenas", "Viva, viva, Señor Presidente, palos y aplausos y alaridos y arriba la confusión y el revuelo y el desastre, por qué no; pero si van a lincharlos, es increíble; primero al negro, dale nomás al negro epiléptico, cómo se mueve, cómo trata de zafar del encarnizamiento de las hienas hambrientas que han empezado a sacar a los otros, un rubiecito joven, creo que es el puntero derecho, sí, le han partido la nariz, vomita sangre", "Igualito a Gabriel, ese muchacho, le hicieron un foul fuerte, demasiado fuerte, a la altura del pulmón, le saltó el vómito," "Yo creo que lo perdimos para siempre mamá; no mires aunque el auto ya no se ve, sólo se ven piernas, brazos, cabezas, lenguas, pelos, sangre, sangre y humo", "La debacle, el apocalipsis, yo tengo que escaparme, escaparme; con todo esto ya no habrá interpelación por mucho tiempo, sólo me queda salir de la turba implacable, de esta galería de monstruos y tomar un avión, cualquier avión".
"No, mamá, no; dejame, ya no hay nada qué hacer, mamá, los masacraron, qué, qué pasa, mamá, me despertaste, no sé cómo me quedé dormida... ¿Qué? ¿Ya se acercan? Se acercan, decís. Bueno, traeme un vaso de agua y apaga la televisión. He tenido un sueño espantoso; voy a tomarme tres pastillas de Valium y después nos apostamos en el balcón y en el momento en que pase la caravana soltamos la bandera; Jaime se va a quedar muy contento cuando la vea. ¿Qué decís? ¿Que te cuente lo que soñé? No, no vale la pena" " Es increíble que me haya dormido, pero más increíble es, todavía, que haya soñado todo eso; lo que es la conciencia, Dios mío: uno trata de liberarse de una obsesión que lo atenacea de cualquier modo; cómo los trituraban, cómo crujían. Qué silencio en casa, en el barrio; se nota que la gente se ha volcado a la rambla para verlos pasar, y Laura habrá ido con los muchachos, seguramente; ellos están en lo suyo, cada uno en lo suyo y también yo debo seguir acumulando argumentos para mi defensa, y nada de dormirme, ¿eh?", "Parece mentira, rica, parece mentira que se me duerma una tarde que puede pasarla con papi, calentita en la cama, mirando en la televisión la llegada de los campeones; y todavía sueña y dice nombres de otros, pero no importa, su papi la perdona, venga, déjese hacer, no ponga esa cara, deje que la toque toda a la nena linda o es que no lo quiere más a su papi", "Parece mentira, en vez de haber llevado al Pocho a recibir a los campeones, resulta que te agarrás una borrachera y te echás a dormir la siesta, parece mentira; todos los vecinos se fueron, locos de alegría, y ahí está el chiquilín, muerto de ganas; te juro que si no te vestís y lo llevas al Centro, me pongo un saco y lo arrimo yo; el chiquilín no tiene la culpa de lo que nos pasa a nosotros y vos, si querés, te quedás a rumiar tus malos sueños pero yo me pongo un saco y me lo llevo al Obelisco para que él también pueda, como todo el mundo, recibir a sus anchas a los campeones". |
Sylvia Lago
Detrás del rojo, 1967
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