Una uruguaya-israelí, en Haifa, bajo tierra
Ana Jerozolimski - Haifa

Hace 33 años, poco después de casarse, Raquel Waiter de Werner, partió de Montevideo rumbo al Kibutz Ein Hashlosha en el sur de Israel, en el que se radicó y vivió ocho años. Es la hija de Mauricio Waiter (Z”L) y Eugenia Mitelman, hermana de Carlos (Caco) y Gaby, que viven en Uruguay. Raquel   reside desde 1981 en el norte,primero en Haifa y ahora , hace ya años,en la localidad un poco más sureña de Atlit.

Los cohetes disparados desde hace ya más de dos semanas por Hizbalá desde Líbano hacia Israel, no llegan por ahora a su casa, pero Raquel los “vive” diariamente en su trabajo en el hospital Carmel de Haifa.

Cuando Raquel (53)  llegó en 1973 a Israel proveniente de Montevideo, junto a su flamante esposo Miguel -al que todos llaman Miki- creyó que los hijos que traerían al mundo, vivirían en paz. Al nacer sus dos hijas, hoy de  31 y 26 años, creyó que de grandes, no tendrían que ir al ejército porque hasta que crezcan, ya se viviría de otra forma y “¿quién necesitará mujeres en el servicio militar?”

Pero hoy, siendo ya abuela de un niño que todavía no ha cumplido los dos años -cuya foto ostenta orgullosa en su escritorio-, Raquel tiene otra visión. Hoy, está segura de que tampoco su nieto verá la paz.

Raquel Waiter de Werner

Raquel, que nos recibe en el Hospital Carmel de Haifa en el que trabaja desde hace más de 30 años, no habla con desesperación ni con tono de que todo está perdido.En absoluto .Lo que transmite es más una singular combinación entre su conciencia sobre la difícil realidad de Israel y la convicción de que “así es y tenemos que seguir”.

Sigue hablando con nostalgia de Uruguay y afirma que “es mi país”.Al mismo tiempo, tiene clarísimo que también Israel lo es y que “es una suerte, tengo dos”.

Fue Jefa de Prematuros en el Carmel y hoy en día es la Directora General de Enfermería de  los Servicios de Obstetricia,Pediatría y Neonatología. Y como tal, sabe que tiene una gran responsabilidad, especialmente estos días, en los que por los misiles disparados por Hizbalá desde el Líbano, dichos servicios han tenido que instalarse bajo tierra.”Tanto los bebés como las madres que vienen a dar a luz, dependen totalmente de nosotros.Y agregar a ello las alarmas y el riesgo de los misiles, no es nada sencillo.Por eso, aquí, un piso bajo tierra, podemos sentirnos más seguros”.

Era diferente cuando estaban en el piso séptimo del hospital que acaban de evacuar. Le deprime ver esa planta vacía, como abandonada, conociendo ella desde hace tanto su dinámica normal, pero sabe que no había más remedio. “Allí las camas de las parturientas están junto a las ventanas y eso ya era un problema”-cuenta Raquel, en evidente referencia a una de las primeras indicaciones de las autoridadades de ladefensa civil: cuando no hay posibilidad de bajar a un refugio subterráneo, lo primero que hay que hacer, es alejarse de las ventanas.

“Al principio pensábamos que todo ésto sería algo pasajero, puntual.Pero cuando los misiles seguían cayendo, comprendimos que lamentablemente, no era así y que teníamos que organizarnos de otra forma”-explica.En menos de 24 horas después de haber tomado la decisión de activar las salas de parto y el servicio de prematuros bajo tierra, todo había sido trasladado”.

Afuera continúan sonando las alarmas que advierten que hay misiles katiusha en camino hacia Israel, pero abajo, en el piso - 1 del Hospital Carmel, no se las oye. Arriba, era diferente y cuando los partos tenían lugar durante la alarma, sin que nadie pueda evidentemente correr a ningún lado, era muy difícil lidiar con la situación. Hasta tuvo la mala suerte que cuando una amiga de una de sus hijas llegó a instalarse en el Carmel para dar a luz-creyendo que allí quizás estaría más tranquilo que en el Hospital de Safed- comenzó a sonar la alarma.

Pero aquí lo único que suenan son los monitores de los bebés hospitalizados, 14 en total-9 varones y 5 niñas-los prematuros del servicio. Cada tanto, algún llanto decidido pide llamar la atención.

Raquel no tiene dudas de que la vuelta actual terminará en cuestión de semanas,pero preferiría permanecer alerta y tener que recurrir a los refugios por más tiempo, si ello significa que se termina realmente con la amenaza. “Quisiera saber que el gobierno planea las cosas mirando hacia adelante,no sólo a lo que pasa hoy, pero no estoy segura de que así sea”- comenta. Respecto a su desencanto con aquel sueño de que sus hijos crezcan en paz, señala que lo toma con rabia,pero también con la convicción de que hay que seguir adelante y que no hay lugar para la desesperación. Y respecto a las víctimas de la situación, Raquel no mira sólo hacia adentro, sino también a Líbano y afirma que “no puedo creer” que todo ésto esté sucediendo, que le amarga mucho que haya también allí sufrimiento.

En una de las cunitas -entre las que también se mezclan varias incubadoras- junto a la cabecita del bebé hay una foto de un hombre de edad. Pensamos que ese abuelo quiere cuidar bien de cerca a su nieto, comprendiendo recién después que se trata de un abuelo fallecido.”Tal como están las cosas, no está de más que lo cuide desde arriba”-resume Raquel.

El sueño de un futuro mejor

Junto a una de las catorce camitas del servicio de prematuros que nos muestra Raquel, hay una pareja sonriente. Uri y Tami Sharon, ambos de 30 años, disfrutan de su primera hija, Ziv, que ya tiene tres semanas. “Es chiquitita y linda”- afirma Uri con total objetividad-y mucha razón- en lo que recuerda del español que aprendió al recorrer América Latina como mochilero.

Pocos días después de nacer Ziv, Hizbalá atacó territorio israelí y comenzó la nueva guerra que hoy, Tami y Uri, tanto quieren que termine. Tienen a la pequeña en brazos y la sensación es que hay dos mundos separados en esa misma sala: la necesidad de estar bajo tierra, por un lado, por si cae un misil, y por otro, la esperanza, la felicidad, que sienten estos padres sonrientes al mirar a su primera hija.

Uri y Tami Sharon, ambos de 30 años, disfrutan de su primera hija, Ziv

Ziv debe seguir internada hasta que crezca más por lo cual  la guerra les provocó gran angustia dado que suenan alarmas no sólo cuando están junto a ella. "Al principio era terrible,queríamos salir corriendo"- cuenta Tami.Ahora, saben que bajo tierra, de todos modos, está segura.

EStos padres primerizos,miran a su pequeña realmente embelesados. Uri la tiene en brazos y trata de combinar su análisis de que “quisiera enrolarme, para aportar, para tratar de hacer algo, pero no me han llamado a la reserva”, con su sueño de que su hijita “crezca en un Israel de paz”.  Le preguntamos para qué piensa en que “ojalá” lo llamen del ejército, si puede ahora estar en casa y disfrutar de Ziv, aunque de hecho no tiene vacaciones en su trabajo como ingeniero de construcción. “Es que aquí, sería clarísimo: si yo tengo que ir a combatir en Líbano, mientras siguen cayendo misiles en el norte de Israel y también en Haifa, mi ciudad , estaría defendiendo a mi propia casa”. Mira a Ziv, se sonríe, y agrega: “No es una mera frase. Sin duda, estaría protegiendo mi hogar”.

Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo
27 de julio 2006

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