"No era una persona como todas. 

Conmigo, había actuado como un ángel"

Así recuerda la israelí Edith Tsirer (73) al recién fallecido Papa Juan Pablo II, que en 1945, siendo ella una niña de 13 años recién salida de un campo de concentración, la ayudó como nadie lo había hecho hasta entonces.

Edith Tsirer- que hoy usa el nombre Idit en hebreo- tenía ocho años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Vivía en la localidad de Katowicz en Polonia, junto a sus padres y hermana menor. Los dos hermanos mayores de la familia, habían fallecido antes de su nacimiento. "Hasta el estallido de la guerra, éramos una familia grande y feliz, porque teníamos muchos tíos y primos, ya que mi abuelo tenía 13 hijos. Pero no quedó nadie, absolutamente nadie, más que yo y un primo que logró salvarse y viajó después de la guerra a Sudamérica"- cuenta a "Semanario Hebreo" desde su casa en la ciudad de Haifa.

Hoy en día, Idit es madre de dos hijos y abuela de cinco nietos grandes. En su tiempo libre se dedica a la cerámica y es además traductora del polaco al hebreo.

Edith Tsirer saludando al Papa Juan Pablo II

En 1939, poco antes de estallar la guerra, su padre comprendió que Polonia sería ocupada y huyó de Katowicz, que se hallaba a 3.5 kms de la frontera con Alemania, mientras también lo hacía el ejército polaco. Llegaron finalmente a Cracovia, a 60 kms, de su ciudad natal, acompañados por una tía y prima de Edith.

Trataron infructuosamente de cruzar a Rumania, logrando finalmente llegar a Lwow (Lemberg en alemán) que se hallaba en la parte rusa de Polonia.

"Las condiciones eran muy difíciles. El invierno era muy duro. Yo era la niña más grande y me preocupaba por la familia, haciendo cola para conseguir comida. Pero no teníamos que escondernos, aunque era muy duro estar todos en un cuarto pequeño. Así pasamos hasta el estallido de la guerra entre Rusia y Alemania"- recuerda Idit. Era el año 1941. El padre de Edith no sabía aún qué estaba pasando en Alemania y cuando surgió la posibilidad de pasar nuevamente a Cracovia, que estaba bajo gobierno alemán, él creyó que era bueno hacerlo para tratar de hallar a su madre, la abuela de Edith."Mi padre no comprendía lo que ya estaba sucediendo y finalmente se lo llevaron a un campo de trabajos forzados. Un día me dijeron que había muerto, pero luego me enteré de que sólo estaba herido. Mi madre, fue a buscar documentos alemanes –su aspecto, que le permitía pasar por aria, le podía facilitar las cosas- pero alguien "sopló" que era judía y fue detenida por la Gestapo. Nunca volvió".

Edith quedó sola con su hermana menor, de la que tiempo después, en el transcurso de la guerra, también fue separada. En determinado momento, fue enviada en un transporte de los nazis a Auschwitz. "Al llegar allí, el tren se detuvo. Los perros ladraban. Todos gritaban. Dos de los vagones no fueron abiertos y después de una larga espera, súbitamente el tren volvió a andar. No sabíamos si eso era para bien o para mal"-rememora Idit aquella marcha, que podría haber sido su último paso por este mundo.

"Finalmente llegué a un campamento de trabajo. Tuve fuerzas para trabajar porque pensaba que podría volver a ver con vida a papá y mi hermana. Eso me empujaba a seguir adelante. Fue así que sobreviví".

El ejército ruso entró al campo de concentración en el que estaba Edith, en enero de 1945. Salió del campo, sin saber claramente adónde debía dirigirse. "Hasta ahora no sé cómo una niña de 13 años y medio decide sola emprender el camino. Quería regresar a mi ciudad natal, pero era difícil moverse. La temperatura era muy baja, muchos grados bajo cero. Había nieve"- cuenta hoy. Y aquí empezó el capítulo que le llevó finalmente a conocer a quien más de 30 años después, se convertiría en el Papa Juan Pablo II.

P: ¿Adónde fue Idit con la liberación?

R: Logré salir y llegar a una pequeña aldea, llena de gente. Allí no había judíos. Se veía que estaban bien, de buen aspecto, sin ninguna señal de haber pasado hambre. Era gente normal.

P: ¿Qué hizo?

R: Yo me senté en un rincón y no me podía mover. La gente me pisaba. Durante dos o tres días nadie se me acercó a preguntarme nada, a decirme nada, aunque yo estaba con el traje de prisionera en el campamento. Y pesaba 29 kilos. Mi aspecto era horrible, pero nadie me preguntó si me podía ayudar. De repente apareció una figura de un sacerdote católico, con una sotana marrón de los carmelitas, apuesto. En ese entonces tenía 25 años. Me preguntó por qué estoy así sentada y dije que no puedo pararme. Desapareció y me trajo un té con un plato. No sé si uno puede entender el significado. Durante años no había visto un vaso. Cada uno tenía una especie de vasija herrumbrada encadenada a la mano y de allí comíamos. Y de repente él me trae un té en vaso con un platillo para apoyarlo.

P: Le pareció increíble...

R: Sin duda. Poco después desapareció de nuevo y llegó con dos rebanadas enormes de pan polaco, 4 kilos de pan, con queso, envuelto en papel pergamento. ¿Te imaginas? Es como si hoy me trajeran un plato de oro con las tortas más sabrosas del mundo. ME trajo otro té porque estaba terriblemente frío. Luego me dijo que a cuatro kilómetros de allí había un vagón de animales que esperaba una locomotora y que había que salir hacia Cracovia. Extendió sus manos y me las dio para que me apoye, pero yo me caí. Hacía días que no me movía. Mis piernas no me sostenían.

P: ¿Y él la ayudó?

R: Simplemente me cargó en sus espaldas. Era robusto, con aspecto de atleta y simplemente me llevó cuatro o cinco kilómetros, cargándome en la nieve.

P: ¿Hablaron algo?

R: Claro. La primera vez que paramos me preguntó sobre mi vida .Sin que yo le pregunte, él me contó que ya era huérfano, todos se le habían muerto de muerte natural. A los 25 años ya no tenía a nadie. Yo dije que esperaba ver a mis padres y él me alentó, me dijo que sin duda mis padres me están esperando. Con ese pan, el té, todo el tiempo me dijo que todo iba a estar bien, me llevó a sus espaldas, todo eso fue un gran aliento. Me dijo su nombre: Karol Wojtyla.

P: ¿Qué impresión le causó?

R: Yo no pensé ni por un momento que estaba con un sacerdote, sino simplemente con un ser humano, con un ángel que Dios me había enviado. Vi la cruz que tenía colgada. No pensé que esa era una persona normal que carga una niña llena de piojos, sucia, rapada, de 29 kilos , fea, sin dejo de nada humano y la ayuda así. Mi aspecto era terrible. Fue un milagro.

P: Quizás si él no llegaba, usted habría muerto de frío y hambre.

R: Así es. Yo dije el año pasado en Berlín que era como si el cielo se hubiera abierto y Dios hubiera bajado hacia mi. El me cargó y me dio fuerzas para vivir.

P: La llevó hasta el vagón..

R: Sí. Cuando llegamos él encontró un barril de alquitrán y logró prenderlo para calentarnos. Allí encontramos unos judíos que habían estado escondidos y se veían bien. Me preguntaron qué hacía yo con el sacerdote, por qué me cuidaba tanto y yo respondí que había sido la primera persona que me había ayudado. Yo me había liberado el 18 de mayo y el viernes 26 yo lo encontré. El me dijo que me llevaría a la casa de su tía, para que me cuide, pero esa gente que encontré en el vagón, me dijo que seguramente él me encerrará en un convento y no me dejará salir. Al final, como su actitud era tan singular y yo no entendía cómo alguien me ayuda tanto así porque sí, empecé a sospechar. Años después entendí que no era justificado, porque ya entonces podía captar la grandeza de su espíritu. El no habría hecho algo así, pero en ese momento yo sospeché.

P: ¿Qué le contó de él, de su vida?

R: Me dijo su nombre, que era de Wadowicze, muy cerca de lo de mi abuela, que era huérfano. Yo le dije mi nombre y él me llamaba así, Edith, Dita. Fue la primera vez en años que me llamó por mi nombre. Durante años había sido sólo un número.

P: Usted tenía pues una sospecha y se separó de él.

R: Si. Cuando llegamos a Cracovia me escondí y me le escapé. El me llamó y me buscó , pero yo no salí. No lo vi más por mucho tiempo. Finalmente, tras muchas peripecias, llegué a Francia y en 1951 a Israel. Conocí aquí a mi esposo y me casé. De Wojtyla no supe nunca nada más. Quizás si me hubiera quedado en Polonia me hubiera enterado de que llegó a ser Cardenal y Arzobispo de Cracovia, pero aquí, sin relaciones entre Israel y el gobierno comunista polaco, no había casi información. Pero en 1978, cuando fue elegido Papa, leí la noticia en la revista "Paris Match". Vi su foto, reconocí los datos biográficos y entendí.

P: ¿Cuál fue su primera reacción?

R: Estaba sola en casa, me caí de la silla, me desmayé. Cuando me desperté, le dije a una vecina: ¿Recuerdas mi historia del sacerdote que me salvó? Si, me dijo ella. Bueno, es él, le dije yo. Es el nuevo Papa.

P: ¿Y cómo entabló usted contacto con él?

R: En 1989 escribí al Vaticano, dirigiendo la carta al Santo Padre, en polaco. Unos años después probé de nuevo, pero no recibí respuesta. Creo que las cartas no le llegaron. En 1997 intenté de nuevo, esta vez enviando una carta certificada a su Secretario personal, el Cardenal Stanislao, pidiendo que le entregue la carta al Papa.

P: Esta vez recibió respuesta..

R: Así es. Esta vez recibí respuesta en polaco, del Papa y luego una tarjeta de Navidad de su puño y letra. Tiempo después se concertó un encuentro con él y me invitaron al Vaticano. Lo esperé muy emocionada. Yo no me arrodillé ni le besé el anillo, pero él me tomó la mano con sus dos manos. Le dije que había venido especialmente de Israel para agradecerle por haberme salvado en 1945. Me dijo que hable fuerte, que ya está anciano y no oye bien. Me bendijo y yo le dije lo que tenía que decirle. Estaba muy emocionada, temblando realmente. Mi esposo me sostuvo porque no podía mantenerme en pie.

P: ¿Fue un encuentro corto?

R: El encuentro fue corto pero hice lo que quería hacer, verlo personalmente, tomar su mano y agradecerle, algo que me faltó toda mi vida.

P: De todos modos, esa no fue la única vez que lo vio, ¿verdad?

R: No, ya que en marzo del 2000 el Papa vino a Israel. Me invitaron a ser una de los seis sobrevivientes del holocausto que recibirían al Papa en Yad Vashem. Fue muy emotivo y yo lloré allí. En el momento no me di cuenta de que lloraba, pero luego viendo el video en casa me percaté de ello. El saludó a todos los seis, pero

a mi lado se detuvo mucho tiempo.

P: ¿Qué le dijo?

R: Yo le hablé a él. Le dije que nos volvemos a ver pero ahora en Jerusalem, en Yad Vashem, que ello me emociona mucho y que yo esperaba que no se olvidó de nada. El me tomó la mano y se me acercó mucho. Lo sentí muy cerca.

P: ¿Qué contacto mantuvieron después?

R: Nos escribíamos para Navidad y yo recibía respuesta en polaco. Este año también me mandó una pequeña foto, una litografía de su colección privada. Me escribió en polaco, se notaba que le temblaba la mano. Cuando recibí eso y vi su letra, me dije a mi misma que esa sería seguramente la última vez.

P: Y ahora que él ha fallecido ¿cómo se siente?

R: Me dolió mucho todo esto. Se me despertó la úlcera y sé que es por todas estas emociones. Yo no lo veía como el Papa, sino como parte de la familia, en el sentimiento. Para mi era eso. Cuando atentaron contra su vida, me preocupé. No era una persona así nomás, como todos.

P: Muchos elogios han sido publicados en todas partes sobre su persona. Supongo que a usted, ninguno le sorprendió...

R: Claro que no porque yo ya sabía cómo era. Yo lo comprendí en aquel entonces. Si una persona es capaz de ayudar así a una niña, con el aspecto que yo tenía, seguramente mis piojos pasaron a él, cargar algo así para llevarme a Cracovia, era algo especial. Por suerte pude agradecerle personalmente. Eso era muy importante para mi. Agradezco haberlo hecho, porque se lo merecía. Ojalá descanse en paz.

Ana Jerozolimski - Jerusalem
Semanario Hebreo

11 de abril de 2005

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