También habría podido ser un jardín de infantes
Ana Jerozolimski

Cuando se informa sobre la situación en Israel, en medio del conflicto con los palestinos, se distingue en general entre víctimas civiles y militares. Es lógico que se vea con otros ojos cuando son civiles los atacados que cuando se trata de efectivos armados.

Un niño, Dios no permita, un anciano, una mujer, quien sea, en medio de su rutina civil diaria, es un blanco totalmente ilegítimo, siempre, sea cual sea la circunstancia, mientras que cuando se habla de militares muertos o heridos en situación de combate, es otra cosa.

Pero esta distinción no corre cuando analizamos lo sucedido con el letal ataque con cohetes Kassam registrado en la madrugada entre el lunes y el martes, en el sur de Israel. En realidad, no corre en ningún caso de atentados terroristas.

Pero antes de seguir con este razonamiento, los hechos.

En la madrugada de ayer se registró uno de los más letales ataques de cohetes Kassam desde la Franja de Gaza hacia territorio israelí. Si bien no hubo víctimas mortales, uno de tres cohetes disparados desde Bet Hanun en medio de la noche, dejó a casi 70 soldados israelíes heridos, al hacer impacto directo sobre una tienda de campaña en la que dormían. Uno de ellos estuvo al borde de la muerte y hay varios en grave estado.

Todo esto sucedió cuando los Kassam, disparados desde la zona de Bet Hanun en territorio palestino, hicieron impacto directo en territorio soberano de Israel, esta vez, concretamente, en la base de Zikim, en la que hay nuevos reclutas en su entrenamiento básico. La base se encuentra junto al kibutz homónimo, cuyos habitantes recordaban ayer que si bien esta vez el resultado de los disparos fueron especialmente graves, el fenómeno en sí no es nada nuevo.

Ya publicamos la semana pasada los números de los kassam, mucho más de 6 mil desde que empezaron estos ataques, mucho más de 2 mil desde que Israel se fue de Gaza. Cada día se agregan varios más.

Decíamos que la distinción entre militares y civiles no corre en este caso.

Es que los cohetes no fueron disparados en el transcurso de un combate , contra un objetivo militar, sino hacia territorio soberano de Israel, intentando, como siempre, hacer blanco donde caigan, con tal de que mueran israelíes. Suelen caer en el centro de Sderot, al lado de una escuela, en los campos de kibutzim o en sus casas, en el Neguev. Los terroristas no planearon las coordenadas para aterrizar en la base de Zikim. Si caía el lado, en las casas del kibutz Zikim, habrían festejado no menos.

El cohete cayó en una carpa en la que dormían los soldados, así como podría haber caído en una casa de familia. Como hace unos días, cuando cayó al lado de un jardín de infantes, separado por pocos metros de todos los niños.

E Israel sigue sin decidir cómo actuar, transmitiendo un mensaje ligero de indecisión y falta de disuasión. Quizás el cambio en la política venga cuando, dios no permita, en lugar de caer por casualidad sobre una carpa de soldados, el cohete de turno caiga sobre una escuela cuando todos los niños estén adentro, o en una guardería o jardín de infantes, en medio del recreo.

Las imágenes que ni queremos imaginar, determinarán otro tipo de respuesta.

Por ahora, se seguirá debatiendo cómo reaccionar y qué hacer.

Y entre el Primer Ministro, que no se decide a reaccionar con mayor fuerza contra los jefes terroristas en Gaza, y el Ministro de Shas Eli Yshai que no quiere ni que haya conferencia internacional, hay matices no explorados. Porque no se puede ni quedar cruzados de brazos ante la amenaza del terror, ni tampoco rechazar los intentos de diálogos con los cuerdos que tratan de solucionar el conflicto.

Entre uno y otro extremo, hay que maniobrar. Quizás se deba intentar aquella fórmula que a veces suena pecaminosa, pero que en definitiva, parece inevitable: Combatir el terrorismo como si no hubiera proceso de paz, y negociar en el proceso de paz, como si no hubiera terrorismo.

Es difícil alcanzar el equilibrio indicado en esta ecuación, pero hay que seguir buscándolo, porque el terrorismo no desaparece, pero hay también aquellos con los que se debe intentar hablar.

Ana Jerozolimski
Editorial Semanario Hebreo

Set/ oct de

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