El poderío no se puede medir solo en términos de fuerza militar

En diversas ocasiones, desde la creación del Estado de Israel, su existencia misma estuvo en peligro. De hecho, antes de ser proclamada su independencia, enemigos se preparaban para atacarle apenas abandonara su territorio el último soldado del Mandato Británico. Eso, mientras bandas armadas azuzadas por el Mufti Mohamad Saidh Hajj Amin al-Husseini y encabezadas por Fawzi el-Kaudji, ya atacaban blancos judíos en el norte del país, planeando combinarse cruentamente con los cinco ejércitos árabes que iban a invadir el territorio del entonces planeado Estado judío.

Era el territorio destinado a Israel por la resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, o sea la Partición de Palestina, un territorio mucho menor por cierto que el que quedó luego en manos del estado hebreo, a raíz de los combates que le fueron impuestos, en las líneas de armisticio y alto el fuego. Y con eso de “mucho menor” no nos referimos únicamente a la comparación con el Israel posterior a la guerra de los Seis Días en 1967, en la que fueron conquistados Cisjordania y la Franja de Gaza, lo que el luego Canciller Abba Ebban llamó “las fronteras de Auschwitz”, dando a entender que la supervivencia misma de Israel corría peligro si se volvía a las fronteras anteriores a esas conquistas. Israel podía ser cortado fácilmente en dos.

No estamos contando aquí nada nuevo, sino únicamente tratando de recordar que la existencia física de Israel corrió peligro en más de una oportunidad, desde el nacimiento mismo del Estado.

Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente. Hoy se habla de Israel como del ejército más poderoso de Oriente Medio y militarmente hablando, cabe suponer que la afirmación es cierta, por fortuna para el Estado judío. Si fuera débil, ya no existiría.

El terrorismo continúa siendo una amenaza seria con la que hay que lidiar y supone un terrible flagelo que causa muerte y demasiadas tragedias, pero no constituye un peligro existencial. Israel no desaparecerá en un atentado terrorista. A menos, claro está, que se llegue a la etapa de terrorismo nuclear que cambie todas las reglas del juego y modifique el mapa del mundo en el que vivimos. Pero hoy por hoy, es terrible, es duro, amenazador y alterador de la dinámica diaria, cruel y preocupante, pero aunque nos falten adjetivos para describirlo, parece claro que el terrorismo, no destruirá al Estado de Israel, lo cual no quita por cierto que haya que combatirlo con firmeza y determinación. 

A la amenaza terrorista que no ha desaparecido -aunque últimamente se hace oír menos en los titulares de la prensa, por el solo hecho que los servicios de seguridad logran frustrar a tiempo numerosos atentados en camino a diferentes puntos dentro del país- se suman peligros concretos desde afuera. Los constantes intentos de Irán por conseguir poderío nuclear, no deben ser tomados a la ligera. Todo, en un Oriente Medio en el que las fuerzas democráticas no son las preponderantes y por lo tanto no tienen la capacidad de moderar y limitar a quienes actúen de forma radical porque se les antoje o porque esa es la ideología que mejor les sirve a sus propósitos al frente de un gobierno autoritario o dictatorial.

Con todo esto de fondo, está claro que el mantenimiento de un Israel fuerte, con un ejército poderoso, es crucial para que siga existiendo.

Pero eso no es suficiente. No lo es, porque cuando los pioneros secaron aquí pantanos, cuando vivieron en tiendas de campa a bajo frío y lluvia, cuando lucharon contra la malaria y combatieron pocos contra muchos -suena a folleto de la Agencia Judía, pero es la más pura verdad- el nervio motor de todo no era sólo sobrevivir. Esa era la base, claro está, sin la cual no se puede hacer nada ni salir adelante. Ante todo, la vida misma. Pero la idea era construir una sociedad desarrollada, igualitaria, justa y ejemplar. Para eso se luchó y se sufrió tanto. Israel se abrió camino en condiciones adversas y sumamente difíciles. Se creó una sociedad modelo en muchas cosas, pujante, luchadora, desarrollada. Pero las informaciones publicadas esta semana sobre la dimensión creciente de la pobreza, muestra que hay aún mucho por hacer.

Este martes, el Seguro Nacional de Israel -la institución oficial que se encarga de los pagos de subvenciones y ayudas, así como de las jubilaciones a toda la población- publicó números aterradores. Según sus estadísticas -referentes al resumen del 2003- hoy en día hay en Israel 1.427.000 pobres, de un total de casi 7 millones de habitantes (lo cual no incluye a la población palestina de Cisjordania y Gaza). De esos casi millón y medio, 652.000 son niños. Del total, 105.00 son pobres “nuevos”, que se sumaron a este difícil resumen desde el informe anterior, hace un año.

Está claro que el hablar de “pobreza” en Israel, no es lo mismo que en América Latina. Los términos y cifras son otros, la dimensión es totalmente diferente. Pero en todos caso, los pobres de Israel no llegan a fin de mes. Hay quienes necesitan ir a comedores públicos para poder subsistir, fenómeno que se agravó a raíz de la política del Ministro de Finanzas Biniamin Netaniahu de continuar recortando casi todas las subvenciones. “Que vayan a trabajar” -dice en tono firme. El problema es que en el informe recién publicado, están incluidos también 140.000 ciudadanos que tienen empleo, trabajan diariamente y que aún así, no logran salir del pozo.

Recordamos meses atrás, cuando estalló la gran protesta de las madres solteras o separadas, que se juntaron en carpas frente a la oficina del Primer Ministro en Jerusalem. Hablaban de carencias, que sin duda existen. De problemas y dificultades para vivir decorosamente, que son un hecho. Pero cuando en medio de entrevistas con la prensa atendían el celular, la sensación era que no siempre lo que sale en grandes titulares, es la verdad más dura de la que es imposible dudar.

Pero el informe del Seguro Nacional no miente, aunque en Israel no haya imágenes de pobreza como en América Latina. Y si las autoridades no logran combinar por un lado la necesidad de adoptar una política con la que se aliente a los que reciben subvenciones a salir a trabajar y por otro la conciencia respecto a los que simplemente necesitan ayuda, puede que Israel siga teniendo un ejército poderoso, pero su sociedad no lo será tanto.

Este fenómeno debe cambiar. La pobreza no es una imposición divina. Es verdad, en ningún lugar del mundo ha sido erradicada totalmente. No hay milagros en la sociedad de hoy. Pero para preservar la fortaleza que siempre caracterizó a Israel, la base debe venir de adentro, como siempre ocurrió. Y aunque sea más difícil evaluarlo, pues que haya quien se encargue de hacerlo, que haya quien sepa distinguir, visitando cada casa si es necesario, entre quienes tienen diez hijos y no trabajan porque la subvención por ellos vale más y resulta conveniente, y quienes no salen a trabajar porque no pueden, porque la madre está sola con seis hijos que tuvo cuando estaba mejor, porque está enferma o porque debe cuidar a sus propios padres lisiados. Hay un mar de casos aquí, diversos y duros, como en toda sociedad.

Un país que ha sabido derrotar a tantos enemigos y seguir adelante, un país que realmente quiere la paz y un futuro mejor, un país que tiene un ejército poderoso y moderno, debe hallar la forma para garantizar que el año próximo, en el nuevo informe del Seguro Nacional, las cifras sean otras, totalmente. Sólo así se estará garantizando no sólo que se pueda ganar una guerra, sino que todos los ciudadanos de Israel puedan alegrarse por ello.

Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo

28 de setiembre de 2004

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