Israel tiene muchos motivos para festejar
Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo-Uruguay

Con este editorial, realmente corremos el serio riesgo de no ser nada originales. ¿Acaso hay alguien que no leyó u oyó que Israel es un milagro? ¿Acaso es probable que alguien no sepa que alcanzó un nivel de desarrollo y progreso a un ritmo propio de grandes potencias, a pesar de ser un pequeño país inmerso en una zona hostil? ¿Acaso es posible que resulte novedoso comentar que aunque sus vecinos no le dieron ni un día de descanso, Israel tampoco se dio a si mismo tregua para seguir avanzando, en búsqueda permanente de su propia superación?

 

Suenan todas a frases de folleto de propaganda, dirán los escépticos. Lo especial, es que todo esto es verdad, parte de la realidad diaria con la que vive Israel.

 

Y justamente por la grandeza de todo ello, es que no se debe ocultar las dificultades aún por resolver. Las más difíciles son, por cierto, aquellas cuya solución no depende de Israel sino de aquellos que todavía no hicieron paz con la idea de su existencia. Se sigue luchando , se sigue alertas, se sigue muriendo.

 

Pero como junto a esa lucha, también se sigue viviendo intensamente, es imperioso lidiar seriamente con los desafíos cuya solución sí dependen únicamente de los propios israelíes: la creciente polarización, lo álgido de la discusión-que podría ser no menos democrática aún si fuese un tanto más educada y respetuosa-, la impaciencia en la calle, los gritos.

 

Israel es un país de evidentes contradicciones.

 

 Frente al insoportable fenómeno por el cual el Estado no se organiza a veces debidamente para responder a todas las necesidades de capas carenciadas, está el de los voluntarios  dispuestos a suplir esa falta. Miles y miles de personas prontas a dar de su tiempo y energías para ayudar a otros a los que no conocen.

 

Frente  al hecho que ya van más de siete años desde que comenzaran los ataques con cohetes desde la Franja de Gaza hacia Sderot y los alrededores, sin que la población sienta  que las autoridades saben realmente cómo responder, este pueblo reacciona mostrando que aunque a veces parezca egoísta, está muy lejos de ser indiferente. Por eso, caravanas de coches particulares se organizaron repetidamente para viajar los viernes a Sderot, desde diferentes partes de Israel, para hacer allí las compras de shabat. Y en Purim, fue tal la emoción del intendente de Sderot Eli Moyal al ver la cantidad de regalos que gente de todo el país mandó para repartir entre los habitantes de su ciudad, que pidió salir al aire para agradecer a todos , proclamando-él, que con tanta razón y tan a menudo habla con tono crítico de la situación- que “no tengo palabras para describir lo que es el pueblo de Israel”.

 

Cada uno tiene sus preferencias y simpatías, sus disgustos y críticas, a diferentes aspectos de la vida en Israel.

 

En una entrevista con Tamar Eshel, hoy de casi 88 años, que estuvo en la Hagana, fue diputada y diplomática -un trozo de historia que publicaremos próximamente en nuestras páginas- le preguntamos días atrás qué es lo que más le gusta de Israel. Tamar se sonrió. Esta mujer que ha visto y hecho mucho, que fue soldada en el ejército británico y encargada de misiones secretas de la Hagana en Europa durante la guerra, que vio la guerra estallar y luego la otra y también otra más, respondió: “Me gusta que aquí todo me importa, que aquí siento mis raíces. Me gusta el “estar juntos” tan típico de Israel”.

 

Escribimos estas líneas cuando en Jerusalem son más de las 22.00 horas del miércoles, ya iniciado Iom Haatzmaut. Hace pocas horas finalizó el Día del Recuerdo a los caídos y víctimas de atentados, Iom Hazikaron. El acto central fue, como todos los años, en el Monte Hertzel de Jerusalem, en la explanada en cuya cima yacen los restos del visionario sionista Biniamin Zeev Hertzel. Allí, como para que él vea que no fue leyenda, se dijo el Izkor en recuerdo a los caídos, se encendieron doce antorchas -como las doce tribus de Israel-, se rindió homenaje a los niños y se afirmó que son el futuro del país.

 

Y al finalizar el colorido e impactante desfile de abanderados que formaron  originales símbolos de las distintas áreas del quehacer israelí -con el hermoso colorario, por supuesto, de la Menorá y el número 60, como los primeros años de Israel- llegaron los fuegos artificiales. Siempre, cada año, cierran el acto en el Monte Hertzel. Pero esta vez, comprensiblemente, parecían más relucientes todavía.

 

Y allí se sintió con especial fuerza ese ¨estar juntos¨ del que hablaba Tamar Eshel.

 

Estábamos en camino desde casa a lo de amigos que nos habían invitado para festejar en grupo Iom Haatzmaut. Viajábamos mirando el cielo para no perder las luces que lo iluminaban con aire de celebración. Y allí estaban todos, israelíes laicos y religiosos, rubios  y negros, mirando admirados el firmamento. Trepados a los muros, parados junto a los policías en medio de la calle, como si fuese obvio que en ese momento nadie bloqueaba el paso de nadie, porque igual todos querrían mirar.

 

Familias enteras habían salido a la calle, quizás previo estudio del mejor punto por el cual podrían ver los fuegos artificiales. Cada varios segundos, se oía ese “¡ uau! “ israelí tan típico, propio de una mezcla de asombro y éxtasis. Niños  y mayores señalaban al cielo como si de lejos uno pudiera entender a cuál de los ángulos de la luz se referían al decir “¡qué lindo!”.

 

Pero no menos lindo era ver los encuentros casuales  entre amigos y vecinos, que se saludaban con un sonriente “Jag sameaj!”, feliz fiesta.

 

Si, Israel tiene muchos motivos para celebrar, para sentir que hoy es fiesta. Porque aunque todavía no pueda vivir tranquilo, no consume sus fuerzas en odios sino en producción. Porque aunque sigan sin darle tregua, está decidido a seguir empujando , negociando la paz por un lado y combatiendo el terrorismo por otro. Pero eso, sin dejar de investigar, de publicar nuevos libros  y de adornar sus museos con variadas exposiciones. Sin dejar de incluir entre los festejos de su Día de independencia, no sólo la apertura de las bases militares al público, sino también la entrega de los Premios Israel a los destacados intelectuales y científicos y la organización del concurso de conocimientos bíblicos. 

 

A Israel en su fiesta, sólo resta desear lo que uno desea a los seres queridos: salud, felicidad y paz.

Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo (editorial)

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