Israel tiene muchos motivos para festejar |
Con
este editorial, realmente corremos el serio riesgo de no ser nada
originales. ¿Acaso hay alguien que no leyó u oyó que Israel es un
milagro? ¿Acaso es probable que alguien no sepa que alcanzó un nivel de
desarrollo y progreso a un ritmo propio de grandes potencias, a pesar de
ser un pequeño país inmerso en una zona hostil? ¿Acaso es posible que
resulte novedoso comentar que aunque sus vecinos no le dieron ni un día
de descanso, Israel tampoco se dio a si mismo tregua para seguir
avanzando, en búsqueda permanente de su propia superación? Suenan
todas a frases de folleto de propaganda, dirán los escépticos. Lo
especial, es que todo esto es verdad, parte de la realidad diaria con la
que vive Israel. Y
justamente por la grandeza de todo ello, es que no se debe ocultar las
dificultades aún por resolver. Las más difíciles son, por cierto,
aquellas cuya solución no depende de Israel sino de aquellos que todavía
no hicieron paz con la idea de su existencia. Se sigue luchando , se sigue
alertas, se sigue muriendo. Pero
como junto a esa lucha, también se sigue viviendo intensamente, es
imperioso lidiar seriamente con los desafíos cuya solución sí dependen
únicamente de los propios israelíes: la creciente polarización, lo álgido
de la discusión-que podría ser no menos democrática aún si fuese un
tanto más educada y respetuosa-, la impaciencia en la calle, los gritos. Israel
es un país de evidentes contradicciones. Frente al insoportable fenómeno por el cual el Estado no se
organiza a veces debidamente para responder a todas las necesidades de
capas carenciadas, está el de los voluntarios
dispuestos a suplir esa falta. Miles y miles de personas prontas a
dar de su tiempo y energías para ayudar a otros a los que no conocen. Frente
al hecho que ya van más de siete años desde que comenzaran los
ataques con cohetes desde la Franja de Gaza hacia Sderot y los
alrededores, sin que la población sienta
que las autoridades saben realmente cómo responder, este pueblo
reacciona mostrando que aunque a veces parezca egoísta, está muy lejos
de ser indiferente. Por eso, caravanas de coches particulares se
organizaron repetidamente para viajar los viernes a Sderot, desde
diferentes partes de Israel, para hacer allí las compras de shabat. Y en
Purim, fue tal la emoción del intendente de Sderot Eli Moyal al ver la
cantidad de regalos que gente de todo el país mandó para repartir entre
los habitantes de su ciudad, que pidió salir al aire para agradecer a
todos , proclamando-él, que con tanta razón y tan a menudo habla con
tono crítico de la situación- que “no tengo palabras para describir lo
que es el pueblo de Israel”. Cada
uno tiene sus preferencias y simpatías, sus disgustos y críticas, a
diferentes aspectos de la vida en Israel. En
una entrevista con Tamar Eshel, hoy de casi 88 años, que estuvo en la
Hagana, fue diputada y diplomática -un trozo de historia que publicaremos
próximamente en nuestras páginas- le preguntamos días atrás qué es lo
que más le gusta de Israel. Tamar se sonrió. Esta mujer que ha visto y
hecho mucho, que fue soldada en el ejército británico y encargada de
misiones secretas de la Hagana en Europa durante la guerra, que vio la
guerra estallar y luego la otra y también otra más, respondió: “Me
gusta que aquí todo me importa, que aquí siento mis raíces. Me gusta el
“estar juntos” tan típico de Israel”. Escribimos
estas líneas cuando en Jerusalem son más de las 22.00 horas del miércoles,
ya iniciado Iom Haatzmaut. Hace pocas horas finalizó el Día del Recuerdo
a los caídos y víctimas de atentados, Iom Hazikaron. El acto central
fue, como todos los años, en el Monte Hertzel de Jerusalem, en la
explanada en cuya cima yacen los restos del visionario sionista Biniamin
Zeev Hertzel. Allí, como para que él vea que no fue leyenda, se dijo el
Izkor en recuerdo a los caídos, se encendieron doce antorchas -como las
doce tribus de Israel-, se rindió homenaje a los niños y se afirmó que
son el futuro del país. Y
al finalizar el colorido e impactante desfile de abanderados que formaron
originales símbolos de las distintas áreas del quehacer israelí
-con el hermoso colorario, por supuesto, de la Menorá y el número 60,
como los primeros años de Israel- llegaron los fuegos artificiales.
Siempre, cada año, cierran el acto en el Monte Hertzel. Pero esta vez,
comprensiblemente, parecían más relucientes todavía. Y
allí se sintió con especial fuerza ese ¨estar juntos¨ del que hablaba
Tamar Eshel. Estábamos
en camino desde casa a lo de amigos que nos habían invitado para festejar
en grupo Iom Haatzmaut. Viajábamos mirando el cielo para no perder las
luces que lo iluminaban con aire de celebración. Y allí estaban todos,
israelíes laicos y religiosos, rubios
y negros, mirando admirados el firmamento. Trepados a los muros,
parados junto a los policías en medio de la calle, como si fuese obvio
que en ese momento nadie bloqueaba el paso de nadie, porque igual todos
querrían mirar. Familias
enteras habían salido a la calle, quizás previo estudio del mejor punto
por el cual podrían ver los fuegos artificiales. Cada varios segundos, se
oía ese “¡ uau! “ israelí tan típico, propio de una mezcla de
asombro y éxtasis. Niños y
mayores señalaban al cielo como si de lejos uno pudiera entender a cuál
de los ángulos de la luz se referían al decir “¡qué lindo!”. Pero
no menos lindo era ver los encuentros casuales
entre amigos y vecinos, que se saludaban con un sonriente “Jag
sameaj!”, feliz fiesta. Si,
Israel tiene muchos motivos para celebrar, para sentir que hoy es fiesta.
Porque aunque todavía no pueda vivir tranquilo, no consume sus fuerzas en
odios sino en producción. Porque aunque sigan sin darle tregua, está
decidido a seguir empujando , negociando la paz por un lado y combatiendo
el terrorismo por otro. Pero eso, sin dejar de investigar, de publicar
nuevos libros y de adornar sus museos con variadas exposiciones. Sin dejar
de incluir entre los festejos de su Día de independencia, no sólo la
apertura de las bases militares al público, sino también la entrega de
los Premios Israel a los destacados intelectuales y científicos y la
organización del concurso de conocimientos bíblicos.
A Israel en su fiesta, sólo resta desear lo que uno desea a los seres queridos: salud, felicidad y paz. |
Ana
Jerozolimski
Semanario Hebreo (editorial)
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