En los titulares de los últimos días en Israel, el tema central -intercambio de prisioneros con la organización chiita pro-iraní libanesa Hezbola- fue uno de los más cargados emocionalmente para la población de Israel.
Estaba, claro, el estremecimiento de muchos al enterarse que un civil israelí, ahogado en el Mediterráneo hace casi tres años, había sido arrastrado por las aguas hasta la costa de Líbano y allí se hallaba desde entonces, en manos de Hezbola. A cambio de su cuerpo, Israel devolvió a Hezbola los cuerpos de dos de sus hombres muertos durante la guerra del año pasado entre las partes, así como también a un ex miembro de la organización que estaba preso en Israel, en mal estado de salud.
Pero más allá de los detalles concretos de la transacción de estos días -y de lo increíble del hecho que casi tres años no se supiera nada en forma abierta sobre la desaparición del civil recién devuelto sin vida a Israel- el tema todo es difícil.
En realidad, no hallamos la palabra más adecuada para describirlo. "Difícil", no es exacta. Tendemos a creer que no existe una que refleje cabalmente la problemática con la que se está lidiando cuando Israel habla de la necesidad de recuperar a sus hijos hoy en cautiverio.
Es que no se trata "simplemente" de ciudadanos israelíes que están en manos enemigas, que fueron capturados en combate, por los cuales sus seres queridos sienten nostalgia y a los que el gobierno quiere recuperar. Aquí hay un elemento mucho más grave.
Aquí, lo terrible del cautiverio no radica únicamente en el hecho que los israelíes están en poder del enemigo, lejos de sus casas y de su país, sino que no hay siquiera una señal de vida, una información precisa, una confirmación de si están vivos o muertos.
Especialmente terrible es el caso del co-piloto Ron Arad, de cuya desaparición en territorio libanés se cumplieron esta semana 21 años. Más de dos décadas sin que nadie diga nada, sin que se logre saber dónde está, sin que se publique si está vivo o muerto. Su madre, Batya, que luchó durante años por recuperarlo, falleció sin volver a verlo.
Aterra pensar en el caso de Ron Arad, al oír ahora a los familiares de Ehud (Udi) Goldwasser y Eldad Regev, los dos soldados secuestrados el 12 de julio del año pasado por Hezbolá, cuando patrullaban el lado israelí de la frontera entre Israel y Líbano. Por el estado en el que quedó el vehículo en el que viajaba su patrulla, parece bastante claro que ambos resultaron heridos y quizás de gravedad.
Desde entonces, Hezbola ni siquiera confirmó qué ha sucedido con ellos. Si murieron o no. Si cuando se habla de negociar, es por cadáveres o por jóvenes vivos, que retornarán a sus familias que los aguardan. Y uno se pregunta si acaso esto no es peor que saber que murieron….
Hezbola no sólo no da información alguna, sino que rehusa que la Cruz Roja los visite y hasta que se les haga llegar cartas de sus familiares. Casi de más está aclarar que todo esto viola el Derecho internacional.
Pero más allá de las acusaciones políticas, lo central es comprender el mensaje que esta situación transmite, desde el punto de vista moral.
Lo que hay de por medio es una profunda crueldad, un ensañamiento con las familias de los soldados. Lo que hay de por medio no es un simple conflicto político o religioso .Esto no es sólo cuestión de posiciones duras y extremistas en la guerra contra Israel. Lo que hay aquí es un desprecio a la vida como valor supremo, una desvaloración de la condición humana, una falta de respeto a valores básicos de nuestra civilización.
Los extremistas comprometidos con la hostilidad a Israel y su intento de destruirlo o al menos de alterarle su vida diaria normal, son conscientes de la importancia que el pueblo de Israel da a la vida .Saben también de la santidad con la que se ve la necesidad de garantizar que los soldados vuelvan a sus fronteras. Y lo aprovechan, lo manipulean.
Por eso, a nadie sorprendió que en 1985 se llevara a cabo un intercambio de prisioneros con Ahmed Jibril, de aproximadamente 1150 terroristas presos en Israel, a cambio de tres soldados secuestrados. Ni que hace pocos años, en un intercambio con Hezbola, salieran numerosos presos en manos israelíes, a cambio de tres soldados devueltos en ataúdes, además de un civil, Eljanan Tenenbaum, involucrado en actividades ilícitas y llevado engañado a territorio libanés. Los tres soldados habían sido secuestrados por Hezbola después de la retirada israelí del sur del Líbano.
Claro está que el desequilibrio no se daba sólo en los números.
Mientras los presos libaneses tenían contacto ordenado con sus familias a través de la Cruz Roja, como determina el Derecho internacional, mientras sus familias no tenían por qué dudar ni un momento sobre su estado y su paredero, los israelíes en manos enemigas parecían no existir.
Cuando fueron devueltos los cuerpos de Omar Sawaed. Adi Avitan y Benny Abraham el 29 de enero del 2004, sólo poco antes llegó la confirmación de que no estaban con vida. Habían sido secuestrados por Hezbola el 7 de octubre del 2000. El 2 de noviembre del año siguiente, más de un año después del secuestro, el Rabinato militar determinó, en base a los hallazgos en el terreno, que los tres debían ser declarados muertos. El vehículo en el que viajaban había sido atacado con explosivos y armas pesadas y no había chance de que hubiesen sobrevivido, dijeron. Las familias lo aceptaron. Pero Hezbola mismo, nunca decía ni dijo nada sobre su estado.
Se necesita una fibra muy especial, negativamente hablando, para ser capaz de actuar así. Sólo crecer en una cultura de odio, en la que la vida no es lo central, lo hace posible.
Esto se acentúa cuando del otro lado, está el enfoque de Israel. Con fallas, con problemas, no siempre exitoso-el caso de Ron Arad es la mejor prueba de ello-pero con la misma convicción de siempre sobre lo primordial de la vida y, cuando no hay más remedio y se llega a lo peor, pues con convicción sobre la santidad de la digna sepultura.
De aquí viene, según nos recordó un querido amigo, el Rabino Richard Kaufmann, la determinación en las enseñanzas del Rambam (Maimónides), que determinan que salvar a los prisioneros y lograr ponerlos en libertad (pidion shvuim) es la "mitzvá" (precepto) principal, de entre todos aquellos referentes al comportamiento entre el hombre y sus semejantes. "No tendrás una mitzvá superar a la liberación de los prisioneros"-dice esta enseñanza.
Del respeto a la santidad de la vida es que viene también la prioridad de "pikuaj nefesh" (salvar un alma) inclusive por sobre shabat. Hay sólo tres situaciones extremas que nadie puede aceptar, según el judaísmo, por más que traigan aparejadas riesgo a la vida: incesto, derramamiento de sangre e idolatría.
Udi y Eldad todavía no han vuelto y sería prematuro vaticinar que la transacción de hace unos días, garantiza su pronto regreso. Suena sí a un primer paso, sin duda, a un comienzo de contacto al menos. Pero lo que cuenta ahora, es asegurar que se hagan todos los esfuerzos para garantizar su retorno. Aunque haya desequilibrio en los intercambios- dado que afortunadamente lo hay en el enfoque hacia la vida- y en el "precio" que se pague.
Aquí, la cuenta no es aritmética, cuántos terroristas a cambio de ellos. Tampoco puede ser cualitativa, porque podría ser que a cambio de dos reservistas que cuidaban su frontera, sin agredir a nadie, se devuelva quizás a Samir Kuntar, el terrorista libanés que hace 28 años asesinó a Dani Haran y sus dos pequeñas hijas en la costa de Naharia.
El principio de fondo, es otro. Su punto central es la enseñanza del Talmud: "Todo aquel que salve un alma en Israel, estará salvando al mundo todo". |