Anteayer martes 13 de noviembre, papá habría cumplido 80 años. Lamentablemente, no llegó a disfrutar la fecha. Nos dejó físicamente algo más de tres años antes de un aniversario tan simbólico. Pero sólo físicamente, porque de hecho, nos sigue acompañando. Y nosotros, su familia, vivimos abrigando la esperanza que desde la morada de los justos en la que seguramente se halla, nos vea, capte cuánto lo extrañamos, cuánta falta nos hace….
Ochenta años suele ser una buena ocasión para hacer resúmenes, aunque uno augure "hasta 120". Papá, que sin duda era uno de esos seres que merecen llegar a los 120, como en las bendiciones de alma, no llegó a cumplirlos. Pero los que alcanzó a vivir, fueron plenos, porque así era él: entero, íntegro, sin medias tintas.
La riqueza de su espíritu garantizaba que nunca se sienta aburrido. Pero no sólo cuando leía ávidamente sobre tantos temas que le interesaban, o escuchaba una conferencia sobre un tema histórico, cultural o de actualidad, sino inclusive cuando nos acompañaba a las mujeres de la familia a una recorrida, por ejemplo, a mirar vidrieras. A menudo él optaba por esperarnos sentado en algún banco. "Yo las espero, está bien, mientras miro a la gente, es interesante".
Interesante era observarlo a él. Tenía- y por ende irradiaba- la combinación perfecta entre una profunda nobleza y una firme presencia. Recuerdo, hace muchos años, cuando llegó con mamá de visita a Israel. Pocos días después, tenía lugar el acto central de Iom Hashoá en Yad Vashem., al que ambos fueron invitados por Itzjak Waizelfish, miembro del Directorio de Yad Vashem, que había sobrevivido la guerra como partisano.
Varios amigos personales, uruguayos radicados en Israel, se enteraron de la llegada de papá y mamá por ese acto, transmitido en vivo por la televisión, como todos los años. Es que papá apareció en pantalla, en primer plano, más de una vez. Su rostro era como un imán.El camarógrafo que lo filmaba, evidentemente, no lo conocía , pero algo le llamaba la atención. Su expresión reflejaba el sentido exacto de ese acto recordatorio, esa mezcla de dolor por lo sucedido y dignidad para seguir adelante. No pasaba desapercibido.
Duele y alegra al mismo tiempo imaginar cómo le habríamos festejado 80 años, si estuviera hoy físicamente aún con nosotros. Duele pensar que no se pudo y alegra saber que si el cuerpo le hubiera respondido, los habría festejado de acuerdo a lo que su alma ganó siempre: rodeado de cariño, del amor de tantos que lo habrían querido acompañar.
Y nos consta que también ahora, algo más de tres años después de su fallecimiento, sigue estando presente. Pero no sólo en nuestros corazones, los de su familia, sino también de mucha gente en la colectividad. A menudo nos escriben amigos y conocidos comentándolo, asegurando que "Iero" sigue estando allí, como no podría ser de otra manera. Pero no sólo como fundador de Semanario Hebreo, como ejemplo de persona dedicada a una causa y paladín de la prensa judía, sino como ser humano.
Hace pocos meses, viajé a la aldea estudiantil Ibim de la Agencia Judía, por una nota sobre los refugiados de Darfur a los que Israel dio asilo, ya que 44 de ellos habían sido recibidos en el lugar. La Directora de esta instalación, Sony Zinger, había sido Shlijat Aliá en Montevideo años atrás. Al contarlo, en respuesta a mi pregunta acerca de dónde sabía español , le dije que soy uruguaya y mi apellido de soltera, Jerozolimski, que no era con el que me había presentado. Al comprender entonces que soy hija de Iero, comentó con total naturalidad: "¡Qué hermosa persona!". Así es: hermosa por fuera y por dentro, de esas- como escribió César di Candia sobre Wilson - que tienen una sonrisa que no es parte del rostro sino del alma.
Si papá viviera hoy, con sus 80 años, esta noche iría feliz a la inauguración de la exposición especial organizada por la Embajada de Israel en el Museo Zorrilla, con obras de artistas uruguayos inspirados en la Tierra Santa. Iría orgulloso como judío que celebra el próximo sexagésimo aniversario de la resolución de partición en la ONU que fue base para la creación del Estado de Israel, y orgulloso como uruguayo por los 60 años de relaciones de amistad entre Israel y Uruguay.
Y el martes, en lugar de la reunión que hicimos en Jerusalem con la parte de la familia que aquí vive, simbólicamente para recordarlo en lo que habría sido su 80º cumpleaños, habríamos estado todos más completos, sea en Montevideo o Jerusalem, con él al frente, siempre al lado de mamá, y con mucho amor alrededor.
Habría mirado -o admirado, como solía decir- qué alto que está Gadi, su nieto mayor, qué señoritas que están Mijali y Liati, qué travieso y dulce que sigue Alon y qué flores que son Maia y Taly, sus nietas menores. Imaginamos- o mejor dicho, recordamos- su sonrisa al vernos a todos juntos. Nada le daba más felicidad que eso, la familia. Creo que sólo el logro de la paz entre Israel y sus vecinos habría podido equipararse con ello.
Bendita sea su memoria.
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