Si bien el género terrorífico está subestimado, de vez en cuando aparece una joyita que pone las cosas en su sitio.
Tal es el caso de esta producción de bajo presupuesto pero mucha imaginación y afilado pulso a la hora de narrar una historia para poner los pelos de punta. Obviamente, hay un esquema clásico, en esta oportunidad un misterioso espejo que parece ocultar cierta maldición en sus entrañas de azogue, pero las convenciones quedan en segundo plano cuando el director, coguionista y editor Mike Flanagan juega su propuesta en dos espacios temporales diferentes guardando una perfecta simetría en la elaboración del rompecabezas.
La historia se subdivide en pasado y presente para recrear el desastre que una perturbadora fuerza sobrenatural genera en una familia modelo. Con imágenes fugaces a modo de pistas, el auditorio va tomando nota del alta dada a un joven veinteañero de un hospital psiquiátrico -donde estuvo internado varios años por haber dado muerte a su padre- y el reencuentro con su hermana.
Una primera aproximación a la revancha planeada por la primogénita sobre ese oscuro poder maligno encerrado en el espejo. De regreso al lugar donde ocurrieron los hechos, toda una infraestructura de alta tecnología estará al servicio para derrotar al demonio que se oculta detrás de los reflejos.
Sin embargo, las trampas del espectro se proyectarán permanentemente en un juego de ilusiones que Flanagan recrea donde tanto espectadores como protagonistas se verán absorbidos por esos espejismos diabólicos sin poder distinguir ficción de
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