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Ponencia en el Congreso de Profesores de Literatura |
Lewis Carroll y Alicia Lidell: una fundación
involuntaria del surrealismo |
Punto uno: la autoría “compartida” |
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En apretada síntesis podríamos acotar el nacimiento de la obra en una
coyuntura puntual Un auditorio predispuesto que Carroll señala
expresamente en el poema-prólogo de “Alicia en el País de las
Maravillas”: “En plena tarde dorada / muy lentamente nos deslizamos /
porque nuestros remos, con poca habilidad / son manejados por pequeños
brazos / mientras pequeñas manos en vano pretenden / guiar nuestro
derrotero”.. |
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¿Por qué Carroll supo vehiculizar a la perfección toda esa imaginería propia de la niñez? Quizás pueda hablarse de un principio de identificación con la vulnerabilidad infantil. Frente a la rigidez victoriana de su contexto histórico, la propuesta de Carroll presenta una nueva dimensión transgredida por la inquietante “razón de la sinrazón”. El propio André Breton dijo que la literatura de Carroll era “la solución vital a una profunda contradicción entre la aceptación del destino y el ejercicio de la razón”. Charles Dogson enfrentó, desde el vamos, un mundo a contramano que posiblemente lo consternaba a pesar de las apariencias. La era Victoriana supuso un apogeo político y económico, Revolución Industrial mediante. Hubo expansionismo, apertura de mercado y un obsceno enriquecimiento de Inglaterra. Fue un período extremadamente utilitario que estableció rígidas normas de conducta y una fachada de solemne compostura pseudo-puritana detrás de la que -quizás- se ocultaba el hedonismo ocioso. Aquí, la felicidad era “lo normal”; una aparente normalidad colectiva que no debía ser desenfocada. De todos modos, esa “era ideal” también ha sido revisitada socio-culturalmente y guarda relación con una polémica faceta de Dogson/Carroll, sus amistades infantiles y su extravagante costumbre de fotografiar niñas: Esta denominada “pasión por las niñas” no constituye un estado de conducta atípico exclusivo de Carroll sino que surge de |
una posible visión idealizada del preadolescente en el Siglo XIX. Algunos ensayos lo califican como el “Siglo del Niño” en Occidente. Un espacio fascinado por los desnudos infantiles artísticos que, dentro de nuevas lecturas psicoanalíticas, podrían estar maquillando recónditas obsesiones sexuales detrás de los enaltecimientos románticos. Carroll resultó el fotógrafo más “reconocido” en este territorio pero no fue el único dentro de una corriente pictórica conocida como la “Hermandad Prerrafaelista” -extendida a la fotografía- donde el frágil cuerpo de las niñas generaba admiración y goce estético. Los pre-púberes concitaban atracción por su sexualidad incipiente antes que por el desarrollo pleno del cuerpo adulto, en lo que hoy podríamos considerar como una manifiesta represión de la sociedad victoriana masculina. Las niñas corporizaban ideales de pureza, ingenuidad e inocencia en su absoluta vulnerabilidad e indefensión. En coincidencia con lo señalado, Morton Cohen, uno de los biógrafos más reconocidos de Carroll subraya -en permanente actitud defensiva- que para el autor, “las niñas encarnaban la esencia de lo romántico, admiraba su belleza natural (…) y estimaba su inocencia sin límites”. Sin embargo, la polémica figura de Dogson/Carroll sigue generando suspicacias habida cuenta de nuevos datos que informan sobre documentación en poder de familiares herederos que nunca fue socializada, páginas arrancadas del diario personal y centenares de fotos destruidas[4]. Desde mediados del siglo XX hasta nuestros días, la figura de Lewis Carroll ha experimentado un cruento revisionismo sobre su presunta homosexualidad reprimida y/o pedofilia, acusaciones que el biógrafo Morton Cohen ha rechazado argumentando que esas “oscuras interpretaciones” responden a una sombría lectura contemporánea “contaminada” por el psicoanálisis y totalmente descontextualizada del espacio victoriano[5]. De todos modos, nunca un seudónimo[6] reveló tan exactamente la doble naturaleza de una persona como en este caso, un concepto que toma fuerza al saber que muchas veces Dogson negaba rotundamente ser el autor de “Alicia en el País de las maravillas”. ¿Quién fue -realmente- Dogson/Carroll? Su biografía entrelaza diversas facetas como la de escritor, fotógrafo, matemático, dibujante, pastor anglicano, coleccionista obsesivo, personaje insomne que utilizó drogas psicoactivas[7] para aliviar su artritis y -quizás- un ser atormentado que supo canalizar/neutralizar sus demonios mediante el arte. Es probable -entonces- que, desde su literatura, buscara violentar la realidad que lo sofocó apagadamente. Tanto en “A través del espejo” como en Wonderland, la lógica del mundo se detiene e, incluso, se rechaza ya que Carroll parece haber remado contra la corriente desde siempre. (Era sordo de un oído y se dice que, al ser zurdo, sus padres lo obligaron compulsivamente a escribir y manejarse con la mano derecha; una imposición que derivó en trauma y posterior tartamudez, entre otras posibles consecuencias). Punto cuatro: Wonderland
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Intentar ir al corazón del texto e ingresar en Wonderland es -como diría Césare Segre- “poner un pie en un mundo posible, distinto al de la experiencia”. En este sentido, “Wonderland” bien puede ser catalogado como zona limítrofe entre lógica y gran desacomodo; Un territorio disparatado como espacio alternativo del conocimiento. En su hibridación de “narrador/ lógico/ matemático”, muchas veces Carroll llega al delirio mediante una secuenciación de acontecimientos y tópicos pseudo-razonables que pueden gozar de una relativa (in)exactitud y enfrentan al lector a la paradoja. Una contradicción sospechosamente racional -estimulante y desacomodadora- donde el sentido lógico parece mantener una mínima coherencia en su discurso. Es parte del juego, obviamente. Warren Weaver, fanático incondicional de Carroll y autor de la denominada “Teoría matemática de la Comunicación” aseguró que dicho autor fue “de manera exasperante, un lógico excelente” pero que “logró mostrar su sutileza y profundidad en las obras de ficción” cuando su imaginación pudo liberarse de posibles convenciones ortodoxas en los textos académicos. De manera tajante, Warren concluye que “para medir realmente su estatura como lógico debemos acudir al País de las Maravillas”. En el texto, las paradojas y adivinanzas involucran componentes que van desde el sentido común en estado puro hasta la posible guiñada literaria. |
En el Capítulo VII (“Una merienda de locos”), la Liebre de Marzo convida
a Alicia: -“Toma un poco más de té” y la respuesta de la
protagonista no se hace esperar: -No he tomado nada hasta
ahora – replicó la niña con expresión ofendida- de modo que es
imposible que tome más. –“Querrás decir que es imposible
que tomes menos –dijo el Sombrerero. Es muy fácil tomar
más que nada.” (O sea, lo improbable es tomar menos que nada).
En el mismo capítulo, el Sombrerero Loco dispara a boca de jarro la
siguiente interrogante: “¿En qué se parece un cuervo a un
escritorio?”, un juego al que Sam loyd, célebre hacedor de pruebas
de ingenio, responde libremente: “En que Edgard Allan Poe escribió
sobre ambos”.[8]
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Un mundo doblemente onírico y -a la vez- extravagante ruptura del
discurso literario convencional que, hoy por hoy, sigue vigente e
inagotable en sus posibilidades analíticas. Muy parecido a lo que ocurre
en el País del espejo donde Alicia descubre un territorio reflejo
similar pero diferente al real en donde las coordenadas de tiempo y
distancia han sido abolidas. El cambio -por cierto- es sustantivo. En
este lugar uno puede recordar lo que va a ocurrir tiempo después o vivir
en el pasado y el futuro, salteándose el presente inmediato por lo que
una sentencia se ejecuta antes que se cometa el crimen, como aclara la
Reina Blanca en el Capítulo V. Una fantasía demencial que, más adelante,
el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick potenciaría en alguno de
sus relatos. |
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significa exactamente lo que yo decidí que signifique…”Aquí
Humpty Dumty asume un carácter imperativo sobre la arbitrariedad del
signo pero no se trata de una manipulación sofista que pretende
argumentar en el vacío o incomunicar al receptor con el tema de la
impenetrabilidad. Las pretensiones de Humpty Dumpty pueden estar
buscando el discurso absoluto, el sentido total. La palabra como
herramienta de la voluntad. No nos referimos al sentido que le
adjudica la comunidad para hacer inteligible lo enunciado porque no se
trata de apelar al diccionario. La búsqueda del personaje hace a lo
literario como acontecimiento especial del lenguaje que expresa lo
inefable y dice lo que el idioma convencional no dice. Nótese aquí la
intencionalidad del creador, ese merodeador de palabras que
“ordena” -en el doble sentido del término- lo que su discurso
quiere decir. El valor de la palabra en su dimensión más abarcadora.
Humpty Dumpty aparece como el gran poeta. Esto
tiene que ver con la creación total. La imaginación creadora que sueña
al universo y acrecienta el valor del “yo” hacedor que a través de la
palabra -como en el Génesis- funda una divinidad que, a su vez, nos
separa del caos e inventa el universo. El escritor crea al Creador. En
definitiva, la palabra crea al universo. Lo que no tiene nombre,
no existe. Para Heráclito, la palabra es el principio que rige al
universo, es el origen de todo. La palabra es Dios. La palabra de dios
es sagrada. La palabra es sagrada. Es la palabra divina, fundadora del
mito; la palabra que “nos habita” según Paul Valery. La palabra
calificada como “trascendental” por Sartre, ya que solo a través del
lenguaje “se descubre el mundo”. Toda creación nace de la palabra mágica
en una tarea que el hombre continúa para ponerle nombre a las cosas en
la función adánica. Es la palabra milagrosa que permite que los
discípulos de Jesús sean comprendidos por todas las lenguas en su
proceso de evangelización. La palabra fundacional que ya aparecía en el
antiguo Egipto con la divinidad que crea todo lo que existe solo con
pronunciarlo. Una vez enunciada, la palabra construye la realidad. Esa
es la función abarcadora que Dumpty asigna al término: la palabra que
alude y elude es la poesía misma. Por último -entonces- considero
también oportuno recordar a Nicanor Parra que en su poema “Cambios de
nombre” nos recuerda, al igual que Humpty Dumpty, que “El poeta no
cumple su palabra/ si no cambia los nombres de las cosas” y agrega “Todo
poeta que se estime a sí mismo/ debe tener su propio diccionario. / Y
antes que me olvide/ al propio dios hay que cambiarle el nombre/ Que
cada cual lo llame como quiera: / ese es un problema personal”.
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Gustavo Iribarne
gusiribarne@yahoo.com
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