En medio de la trama, además, el largometraje nos retrotrae al pretérito del personaje y las circunstancias que motivaron el alejamiento entre madre e hija como parte de un rompecabezas armado con lenta precisión. El caso es que esa mencionada fusión narrativa no parece lograr un acabado perfecto en la sala de montaje.
Como si sobraran retazos de historias inconclusas que se suponen debían ser integradas/interpretadas por el auditorio, “Julieta” queda a medio camino como melodrama insulso que -sin embargo- denota el ojo del director en el manejo cromático de la pantalla y algunos diálogos (más allá que Darío Grandinetti, como pareja de la mujer protagónica, parece bastante fuera de lugar en su actuación).
Una cosa es la sobriedad y otra es la monotonía que puede experimentar cierto ritmo cansino para relatar una historia que termina agotándose en poco y nada. “Ni fu ni fa” dice un viejo giro idiomático para traducir esa sensación de levedad producida por un hecho que no resulta demasiado impactante aunque tampoco podamos considerarlo totalmente negativo.
Esa levedad también alcanza al mundo de recuerdos que mueve a esos personajes algo artificiales. Antes que contenido, en este caso, el mundo fotografiado por Almodóvar resulta cansino y parsimonioso en un ascendente nivel de gradación. Es una opinión, claro. Otras críticas pueden pensar que se trata de una obra maestra.