En el librillo de prensa la austeridad marca una información mínima sobre un joven que “canta en una banda de rock pero no habla mucho (…) trabaja en una panadería por las noches y desaparece durante el día”.

Como apéndice, se agrega que la película narra “la historia de uno de esos días”. Una acotadísima síntesis que, en realidad, oculta la descarnada propuesta con que el director se desnuda catárticamente en la pantalla para ofrecer un filme atípico que hasta la propaganda intenta disimilar humorísticamente con el rótulo de un “musical mudo”. En realidad “Hiroshima” es una suerte de salto al vacío, una apuesta por cierto concepto de cine que puede generar opiniones encontradas pero que, sin lugar a dudas, supone el quiebre interesante de una producción relativamente apegada al esquema narrativo clásico, según decretan los manuales. Alguna prensa especializada a nivel internacional ha hablado de una suerte de “ultra hiper- naturalismo minimalista”, aunque nosotros preferimos concentrarnos en el análisis de esta peculiar radiografía familiar que al intentar “dibujar su casa” también ofrece un panorama que sobrepasa el carácter exorcizante del director y ofrece un extraño tono existencial. Hay que resaltar el coraje de Stoll al abordar esa exposición pública de sus lazos de familia (el filme incluye filmaciones caseras de la parentela) sin tapujos.

De la misma manera que su hermano, protagonista del largometraje, sólo parece conectarse al mundo mediante la música, el cineasta vehiculiza su sentir en registros audiovisuales donde aparecen sus propios padres, amigos y otras personas que se representan a sí mismas. No es sólo un detalle anecdótico sino que también marca la intención de desdibujar límites entre ficción y realidad y romper con otras estructuras que nos alejan de un cine convencional. En ese día elegido para retratar a su propio hermano, el realizador marca un cronograma que mezcla niveles de claro costumbrismo con ciertos componentes de absurdidad, instalando una atmósfera relativamente onírica.

No hay mayores explicaciones para algunos estados de conducta que presenta el personaje, algunos pasajes (como un interminable partido de fútbol) recogen esencias literarias de Mario Levrero y el aparentemente inexplicable título del filme es, simplemente, la canción con que se cierra el periplo en uno de los momentos más intensos del largometraje. Desde el vamos, con un prolongado plano secuencia que abre la propuesta, la producción ya está indicando las condiciones de un juego que fusiona lo experimental con lo lúdico ­el filme, en realidad, no es insonoro sino que sólo los diálogos son suplantados por intertítulos como en el antiguo biógrafo­ y que puede dejar a varios espectadores fuera del experimento. Esos son los riesgos de un desafío que Stoll ha aceptado para marcar su peculiar retorno a la pantalla. Bienvenido, la sinceridad artística es el mejor homenaje que pudo hacerle a su ex compañero de ruta, a quien le dedica la obra.

“Hiroshima” (Uruguay; 2009). Guión y Dirección: Pablo Stoll. Productores: Agustina Chiarino-Fernando Epstein. Producción: Control-Z Films. Asistente de Dirección / Director de Arte: Gonzalo Delgado Galiana. Director de Fotografía: Arauco Hernández. Director de Sonido: Daniel Yafalian. Música de: Genuflexos, Reverb, Los Ases del Beat, Psiconautas, The Supersónicos, Buenos Muchachos, Estado de Fetidez, Dante Inferno y Perdonalos Garrido!. Con Juan Andrés Stoll, Noelia Burlé, Mario Stoll, Guillermo Stoll, Juan Carlos Garza, Leonor Courtuasie, Cote Veiroj, Alejandro Castiglioni y Manolo Nieto.