Antes que nada cabe aclarar que el título que aparece en pantalla
-al comienzo de la proyección- es “El cliente” y remite de manera
más concreta a la trama de la película. (Lo de viajante -quizás-
quedó superpuesto porque el largometraje incluye una puesta en
escena de la obra teatral “La muerte de un viajante” de Arthur
Miller, que se inserta a la largo del filme).
De todas maneras los
aficionados al cine ya saben que esta realización obtuvo el Oscar a
la Mejor Película Extranjera en la pasada entrega de la Meca y fue
dirigida por el cineasta iraní Asghar Farhadi (quien ya había
logrado similar premio en el año 2012 por “La separación”, entre
otras distinciones a lo largo de su carrera).
También resulta oportuno señalar que es una producción alejada de
todo convencionalismo hollywoodense y nos remite a un trabajo
realista/minimalista que va tensando su desarrollo a modo de
thriller atípico. En la historia, una pareja debe mudarse de su
vivienda ya que el edifico colapsa por unas excavaciones que se
están realizando en su cuadra.
Al instalarse en el nuevo apartamento, la mujer sufre el ataque
de un desconocido en el baño y toda la situación comienza a decantar
en una progresiva bola de nieve que incluye humillación, deseo de
venganza y búsqueda del culpable por parte del marido. (En
definitiva, el tópico de la crisis de pareja resurge como en “La
separación”).
Pero para interpretar cabalmente dicho entramado, a juicio de
quien suscribe, es probable que resulte necesario adentrarse un
poquito en esa cultura iraní de mujeres con velo, chador, vestidura
de Hiyad y acceso restringido a ciertos sectores de la educación.
Una sociedad en donde el sexo femenino no puede subir a un ómnibus
con los hombres ni entrar a un estadio de fútbol, en medio de otras
leyes islámicas ultraconservadoras.
Este mini-pantallazo sería una introducción microscópica para
interpretar el desarrollo que toma “El viajante” luego de la
agresión que sufre la esposa y cómo repercute ese hecho en el
contexto social que los rodea.
En el seguimiento de la acción se detecta alguna inconsistencia
en su telaraña guionística (una camioneta varada, de posible
sospechoso, desaparece sin mayores explicaciones luego de varios
días) más allá de un suspenso inquietante que Farhadi maneja con
destreza. Dicha capacidad no logra -sin embargo- ocultar cierto
estiramiento argumental que agrega poco y nada al posible derrumbe
de la pareja. (Una ruptura simbólicamente anticipada por las grietas
que surgen en el apartamento donde residían).
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