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Es una pequeña gran película. Antítesis que refleja la serena humildad de una propuesta que tiene las cosas claras, con una historia bien definida, a la hora de volcarlas en pantalla. También -en cierto sentido- es una suerte de proyecto logrado a medio camino por lo que el filme pudo haber sido en su potencial argumental y un resultado definitivo que delata gusto a poco dentro de la expectativa generada en términos absolutos. Es que este “Rincón de Darwin” tenía todo para consolidar una propuesta redondísima que podría haber alcanzado una estatura superior en su narración cinematográfica.
Es, de todas maneras, un filme bien interesante sobre la idea de tres generaciones que confluyen en un viaje al destino que enuncia la película, con el propósito de tasar una finca heredada. Un argumento-excusa ideal para repasar líneas existenciales y estados de conducta en medio de un periplo accidentado no exento de humor, buenas ideas y chispazos de excelente cinematografía en el plano sugerente. En estas sutilezas es que se ve el sólido perfil directriz de Fernández Pujol, un creativo que ya había mostrado credenciales en algún corto de antología como “Fábrica de enanos” y que a través de esta ópera prima exhibe notoria capacidad para empresas de alto vuelo.
Con diálogos acotados, alguna que otra toma que dice mucho más de lo que parece, este viaje simbólico resulta gratificante, genera más de una sonrisa y termina apostando a cierto estado reflexivo en una relación análoga con el derrotero que Charles Darwin hizo por estas latitudes. No es poca cosa para un largometraje donde los personajes deben reflejar su carácter y pasado próximo
