Fue un proyecto de largo aliento -ya
que demoró casi una década en concretarse- pero el resultado ha pagado
con creces tanto la demora como el sacrificio realizado. Es que "El baño
del Papa" bien puede calificarse como una de las mejores películas
uruguayas que merecen estar en el cuadro de honor junto a "Whisky", "25
Watts", "Alma Mater" y "La perrera", entre otras.
La anécdota ya es conocida por casi todo el mundo y parte de un hecho real acontecido en la ciudad de Melo cuando, por el año 1988, pasó su Santidad Juan Pablo II generando ciertas expectativas de explotación económica entre sus pobladores. Tal es el caso del personaje protagónico que, haciéndose eco de unos pronósticos que vaticinaban el arribo de unas cincuenta mil personas, imagina ciertas necesidades fisiológicas a cubrir y termina levantando un gabinete higiénico en la puerta de su casa para cobrar el servicio a los concurrentes. Podría decirse que la idea ya tiene el encanto de esos filmes neorrealistas italianos pero la cosa no queda ahí ya que a la imaginería del guionista Enrique Fernández sumada al talento visual de Charlone logró redondear un largometraje sutilmente poético. Sin despegarse de una veta costumbrista perfectamente legítima, “El baño del Papa” fusiona los componentes trágicómicos de la propuesta con elegancia de fino equilibrista. No cae en la simplificación ni en posibles críticas panfletarias. Es la vida a secas. Un acontecimiento y sus consecuencias. Los deseos (i)rrealizados de la gente que vive apoyando la ñata contra el vidrio y vislumbra un espejismo de prosperidad transitoria. En la película, la resolución de este tema tan engañosamente simple con sus facetas risueñas y dramáticas, puede considerarse impecable y resulta enmarcado en la espléndida fotografía de César Charlone (Un lujo aparte dentro del filme, sin dudas).
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