En principio podría aclararse que el nombre propuesto para el largometraje -con el supuesto propósito de atraer multitudes- no tiene nada que ver con el original que, a modo de título epónimo, se denomina “Danny Collins”, personaje central del filme. Tampoco se trata de una “comedia sobre volver a enamorarse”, según figura en la programación que entregan en sala, sino de una propuesta melodramática (en el mejor sentido de dicho enunciado) que logra esquivar golpes bajos, presenta un atendible guionado, generando el especial lucimiento de Al Pacino, como en sus mejores tiempos.
Cabe señalar que la historia tiene un minúsculo punto real de partida y refiere a una carta manuscrita del propio John Lennon que llegó a su destinatario (el cantante folk inglés Steve Tilston) treinta años más tarde por esas vueltas del destino.
En la película, a partir de la recepción de la misiva, el protagonista (un baladista en decadencia que continúa viviendo de sus viejos éxitos), decide dar un giro de timón a su vida y hacer honor a la propuesta del mítico beatle sobre ser fiel a sí mismo. Dicha reconstrucción supone arreglar, casi de cero, determinados vínculos familiares y componer una obra que lo justifique como artista.
Esta acotada paráfrasis resume el núcleo central de una narración cinematográfica que, en definitiva, podría haberse deslizado en bajada sobre todos los lugares comunes de las resoluciones facilongas. Por el contrario, según lo ya señalado, el debutante Dan Fogelman pudo superar las simplezas lacrimógenas y ajustarse a una historia cuasi minimalista dentro de su aparente parafernalia.
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