|
|
En Hollywood pueden pasar muchas cosas y una de las más infrecuentes es que la premiación del Oscar coincida con un alto grado de calidad artística, más allá del marketing, cierta parafernalia de efectos especiales, la participación de actores consagrados o multimillonarias inversiones de producción en largometrajes “políticamente correctos”.
A veces -sin embargo- puede darse el caso de una nominación realmente justificada por los valores intrínsecos de la propuesta, en perfecta articulación de forma y contenido. Quizás sea por esto que “Birdman” resulte una elección prácticamente imposible de omitir y, a juicio de quien suscribe, el filme de Alejandro González Iñarritu, en este momento, sea lo mejor que haya hecho el director desde “Amores perros” (Una opinión personal que descarta pretensiones de algunas películas como “Babel”, “Biutiful” y deja al título “21 gramos” como otra opción valiosa de su filmografía).
Algunos comentarios han señalado la analogía del personaje protagónico con el propio actor Keaton, en su búsqueda obsesiva de ser tomado en serio como actor dramático luego de haber interpretado exitosamente a un “superhéroe” enmascarado. (“Batman” en la filmografía real del artista y “Birdman” en la ficción de este largometraje). El desafío, como verdadera prueba de fuego, supone dramatizar y dirigir textos de Carver, jugándose el todo por el todo, (“¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?”) y la forma en que Iñarritu encara esta historia presenta una seductora infraestructura que prolonga planos secuencia, exige una entrega total a los actores y nos sumerge -de manera fascinante- en los entretelones del teatro.
