* En una
nota, que aparece en la ficha técnica del filme, Alvaro Buela confiesa
su preocupación por indagar --a través de Alma Mater-- si, en realidad,
"queda algo sagrado en esta época signada por la ley de mercado, por la
globalización, por la banalización de la cultura."
El guionista y cineasta también se pregunta: "¿existe algún refugio para
desarrollar un sentimiento místico que no esté impregnado de ideologías
e intereses espurios? ¿Queda, aún, lugar para la inocencia? Y, de ser
así, ¿qué garantías tiene de no ser confundida con la locura?".
Estas reflexiones, que lo llevan a replantearse algunos valores del
nuevo milenio, justifican -a juicio del realizador "una puesta en escena
que se desmarque radicalmente de toda visión institucional del arte, en
general, y del cine, en particular, y también de un tratamiento
adocenado y trivial de las imágenes". La posición, que fusiona el
componente conceptual con un planteo estético, puede resultar tan
legítima como pretenciosa aunque, quizás, no debería considerarse
excluyente de otras posibilidades narrativas que pueden tener lo suyo
sin caer en los esquematismos que Buela critica.
En este sentido, el realizador de Una forma de bailar pretende "una
puesta en escena que elabore la tensión del tiempo en cada plano, que
asuma su contenido simbólico sin subrayados ni estereotipos, que recree
Montevideo desde una perspectiva no naturalista, que exhiba su condición
artesanal desde una planificación rigurosa y argumentada de cada plano".
Para justificar su planteo recuerda algunos referentes (Bresson, Dreyer,
Rossellini) que "supieron crear relatos descarnados y, a la vez,
epifánicos, y cargar de misticismo un paisaje desolado o una humanidad
en crisis", mientras que otros (Polanski, Mike Leigh, Lars Von Trier)
abordaron situaciones límite "sin recurrir a estrategias formales de
género" o que violaran "la verosimilitud del relato". Este cronista no
sería sincero si dejara de confesar que esta explicación también le
impresiona como una argumentación explicativa (¿defensiva?) frente a un
proyecto cinematográfico, aparentemente riesgoso, (que Buela sintetiza
como la adaptación, "al Uruguay de hoy, de una historia de inspiración
bíblica desarrollada como fábula urbana") y posiblemente hermético en su
lectura integral.
En términos prosaicos podría señalarse que una película se sostiene por
sí misma (o no se sostiene) y punto. Las intenciones, influencias,
admiraciones personales y/o modelos referentes pueden justificarse a
modo de homenaje o guiñadas cómplice siempre y cuando resulten
pertinentes en la caligrafía fílmica de la obra en cuestión. Pretender
justificar a priori una puesta en escena bajo ciertas argumentaciones
críticas parecen desplazar la función del director al rol del cronista
cinematográfico en una situación inoportuna. La función del cineasta es
promover una mirada a través de las imágenes y no en un discurso de
corte ensayístico que, incluso, llega a afirmar que Alma Mater "desafía
el concepto civilizado y positivista que tiene de sí mismo el Uruguay,
país oficialmente laico cuya "cultura media" se niega a aceptar la
creciente religiosidad popular". En primer lugar habría que preguntarse
si, realmente, la percepción colectiva del fenómeno es tan así (o todo
lo contrario) pero quizás nos estaríamos olvidando, nuevamente, de la
premisa donde se recuerda que la película se cuenta en la pantalla.
(Algo que el autor promueve teóricamente al señalar que "la actitud
apropiada que puedo tener como autor, el gesto más noble que encuentro,
es dejar que la historia se cuente a sí misma y buscar la mejor forma de
guiarla a que se convierta en imagen", aunque antes -quizás
inconscientemente- pareciera intentar "explicarla" desde varios ángulos
de su abordaje).
El impulso
Alma mater es una locución latina que literalmente significa "madre
nutricia, que alimenta". Esta era la denominación que daban los romanos
a la diosa de la agricultura Ceres y a Venus y, hoy por hoy, se emplea
metafóricamente como una fuente de vitalidad, algo que impulsa o anima.
(El alma mater es - por ejemplo - la madre bondadosa que se preocupa
porque sus hijos tengan lo mejor y les vaya bien en la vida).
En este caso, el impulso místico lo experimenta Pamela, una mujer
(virgen, de treinta y cuatro años y con un probable intento de suicidio,
para más datos) que trabaja como cajera en un supermercado y frecuenta
un templo dirigido por un pastor brasileño. En resumen, un personaje
insignificante e introvertido que cierta noche - al salir de la "Iglesia
de las heridas de Cristo" - parece recibir la iluminación divina (¿o es
un auto que dobla la esquina y la luz del foco le da de lleno en el
rostro?) comenzando un particular proceso de transformación espiritual.
A partir de aquí, el filme se juega al clima onírico de posibles
alucinaciones psicóticas (un siniestro ángel de la guarda, voces que
atestiguan el llamado de dios, etcétera) que, sin embargo, no se
resuelven definitivamente y establecen una ambigua posibilidad
misticista. Por este lado, las explicaciones de Buela encajan con esa
búsqueda cinematográfica de generar atmósferas inquietantes sin quebrar
radicalmente con los límites de la cotidianidad (en este sentido, Lynch
también podría haber integrado la lista anteriormente mencionada) donde
el diseño cromático del filme apoya esa intencionalidad de manera muy
marcada. Cabe señalar, por cierto, que no solo la fotografía es un
componente muy cuidado del filme; tanto en la selección de los diálogos
(donde se filtran pistas que pueden replantear el tema de las
alucinaciones) hasta en la rigurosa elaboración de los personajes (Doña
Lucía, Katia, entre otros), Alma Mater da cuenta de una preocupación
intelectual que tuvo sus buenas dosis de autocrítica. El resultado, a
pesar de todo, puede resultar incompleto tomando en cuenta las amplias
posibilidades que el relato prometía en su conjunto. Sin dejar de lado
la excelente caracterización de Roxana Blanco (un seguro premio a mejor
actriz en más de un festival cinematográfico) o la del propio Werner
Schünemann en su personificación como pastor religioso, el largometraje
impresiona como algo acelerado en los últimos tramos donde ese impulso
divino se afianza y contagia al espacio vital de la protagonista (un
microuniverso travestido), convirtiéndola en una suerte de sacerdotisa
cuasi pagana. A lo mejor faltó mayor aliento (o alguna pieza
significante de alto impacto) a la hora de redondear el filme; un
abordaje que profundizara la peripecia de esta mujer (que también puede
leerse como una extraña historia de amor) en un mundo brutal que, a
pesar de dicho calificativo, todavía puede dejarse encandilar por la
inocencia. Es una película que va a dar que hablar, sin lugar a dudas. *
Ficha:
Alma Mater. (Uruguay; 2005). Escrita y dirigida por Alvaro Buela.
Dirección de Producción: José Pedro Charlo. Dirección de Fotografía:
Daniel Rodríguez Maseda. Dirección de Arte: Paula Villalba. Sonido:
Daniel Márquez. Música: Sylvia Meyer. Producción Ejecutiva: Daniela
Cardarello y José Pedro Charlo. Con Roxana Blanco, Nicolás Becerra,
Walter Reyno, Beatriz Massons, Werner Schünemann y Humberto de Vargas.
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