Florencio y Batlle
por Pedro Leandro Ipuche

Florencio Sánchez

José Batlle y Ordóñez

I

Mi viejo amigo don Emilio Sánchez Castellanos acaba de pasarme un documento, no solamente de importancia histórica, sino de emocionante calidad humana.

Es una carta de Florencio Sánchez, la última, según se me asegura, que escribiera el genial dramaturgo.

Viene dirigida a don Teófilo Sánchez, padre de don Emilio y figura militante en letras y periodismo, a quien solían recurrir nuestros intelectuales cuando silbaban los bolsillos flojos y la necesidad apretaba.

Tío de Florencio y muy camarada suyo, a él acude el corpulento y desmedrado indio en términos que dan —como cosa de Sánchez— pena y risa.

Hecho a privaciones y duras semanas, Florencio no era hombre de soltar elegías a la miseria.

Ya con el pie en el estribo final, la vieja palabra curtida le viene a la boca, y pide con desespero y gracia, como un iniciado en la Picaresca criolla.

Solicita con dignidad. Con patética dignidad. Porque invoca lo suyo. Y hace caudal hasta de su vida.

"Vende mis obras vendibles. Véndeme a mí"...

Le ha dicho un mago galeno, de esos que fácilmente sugestionan a los suramericanos en Europa, que con una estada de un mes o mes y medio en Suiza, puede rehacerse, curarse, salvarse. ¡Salvarse!

De ahí la congojosa esperanza, la alegría áspera de zamarrear al tío.

Necesita mil quinientos francos enseguida para comer y. .. por decoro. Le da vergüenza seguir capeando los almuerzos. Tiene miedo de hacer una barbaridad.

Pide porque está exhausto. Pero ¡con qué delicadeza espantosa!

No digas nada... Así, con pudor gaucho.

El documento de Sánchez es un espejo entrañable.

Se puede seguir como un monólogo en el que EL es la víctima central.

Horror a la pluma, a los libros, a los diarios. Neurastenia. Insomnio.

El estilo directo y desgarrado, como voz de la herida.

II
 

Dios se lo haya perdonado. Para mí, Samuel Blixen mató a Florencio.

Un poco en broma y un mucho en serio, vamos a explicarlo.

Por aquellos candorosos tiempos andaba una frase-cita incontrastable.

Si alguien hacía algo extraordinario en arte, la recomendación cerrante de la crítica era: para perfeccionarse necesita un viajecito a Europa.

Blixen detentaba un doble aspecto de Sainte Beuve y Jules Claretie.

Animador jerárquico, vigía y revelador de los percances estéticos de nuestra plaza.

Acababa de representarse Los derechos de la salud.

Aplausos, elogios, abrazos. Apoteosis casera.

El dinámico Suplente escribe una de sus mejores páginas.

Sánchez era un Sudermann, un Ibsen, un Strinberg. Desconocido... Malográndose...

Para hacerse un valor universal era menester el viajecito...

El impresionable Florencio ya no oyó ni vio otra cosa. Ir a "redondearse" a Europa. Pisar el Continente lustral. Volver, después, a demostrar que el poeta español tenía razón.
 

Con ir un mes a París

Y almorzar con Víctor Hugo,

Vuelves y pones el yugo

Literario a tu país.

¡Pobre Florencio! El era muy sugestionable. Pero no servía para eso.

A los pocos días de verse en el mar, se le oye decir brutalmente: — Yo no sé cómo la gente se encanta con los viajes por agua. Ando aburrido y rabioso. Parezco un condenado. No veo más que olas y nubes. ¡Qué vaina!

¿Quién concibe a Sánchez sin la mesa del café, los amigos y la calle?

Llega a Europa. Frecuenta lugares y sectores mentales. Y se da cuenta de que no le hace falta nada. De que, frente a esos escritores hábiles y muy bien educados, le sobra todo. Se sobra de verdad.

Ya era tarde.

Le prometen traducciones, representaciones, consagración.

¡Iluso! ¿Qué podría interesar a las logias artísticas y a la industria oficial de la crítica europea un autor teatral del Uruguay?

Y son, precisamente, Los derechos de la salud, aquella dolorosa comedia que celebrara Blixen, los que lo engolosinan, humorísticamente.

Niccodemi se los traduce y los entrega al Antoine de París.

Allí quedarán... como los derechos reales de la salud de Florencio en Milán.

Debo esperar, dice. Todavía esperamos...

III
 

Y ahora, a lo que más nos interesa de la carta en este momento.

Batlle y Sánchez se encuentran en Europa.

A Batlle nadie le recetó el viajecito...

Había desempeñado la Presidencia de la República, y se dedicó a recorrer el mundo, como Solón, para traer experiencia universal al alma de su país.

Quince días estuvieron en "continuo contacto".

Florencio cobra presencialmente una impresión grandiosa del Maestro.

Batlle, a su vez, se da cuenta del demiurgo que ha plantado en escena tanta creatura perdurable y le dice que lo necesita. Que se venga con él al Uruguay. O cuando inicie su gobierno
[1].

"El hombre ha tomado un buen camote conmigo. En cuanto a mí, me siento realmente entusiasmado. Creo que hará una gran Presidencia."

Vamos por partes.

Florencio es de cuna blanca.

Nace y se cría en un ambiente inflamado de caudillos con divisa y hazañas mentadas.

Apenas le asoma el bozo, salta voluntario a caballo y sigue el color de su familia.

Se halla en Arbolito. Ve y sufre de cerca la dureza moral y la angosta inteligencia de los conductores campesinos.

Aquello le trabaja adentro.

En la ciudad se consagra al periodismo y a la lectura tentadora, angurrienta, emancipadora.

¡Adiós, partido! ¡Adiós, miserias separatistas!

Los asuntos humanos, el destino del hombre, la psicología social, el porvenir de América.

Esto vale la pena.

Basta evocar así rápidamente los pasos, para dar con la clave rítmica del acercamiento en esta integración providencial del apostolado.

"Batlle me necesita".

¿Cómo no iba a necesitarlo, si cuando se produjo el encuentro ya la primera legislación batllista y el teatro de Sánchez se habían dado la mano?

¿Cómo no había de buscarlo Batlle que seguía rumiando la reforma civil y la transformación institucional de su país para su segunda presidencia?

¿Cómo no había de llamarlo Batlle, cuando se sabe que en aquellos momentos planeaba la creación de agrupaciones artísticas con el alto fin de darle brillo clásico a la nación?

¿No fue Batlle el creador de la primera orquesta sinfónica? ¿No pensó en nuestro teatro estable con Sánchez en el centro?

"Creo que hará una gran Presidencia".

Esto, en Sánchez, es de una grandeza, más que conmovedora, solidaria; "cómplice", como solemos decir dándole categoría mágica al vocablo.

Impresiona de veras el allegamiento de estos dos gigantes madrugadores que el Uruguay ha dado a América.

Impresiona por lo inesperado.

Yo declaro que recién me entero de este encontronazo y de esos quince días de frecuentación trascendente.

Teníamos la gloriosa confirmación de la confluencia. Pero en forma coincidente y apartada.

Aquí el documento nos presenta una temperatura de conciencias que se reconocen, fusión vocacional en dos sombras sustanciales que se abrazan.

Que se abrazan físicamente, como lo exige el rito de la tierra.

Sánchez profetizó seguro al referirse a la segunda presidencia de Batlle. Porque lo hizo como se precisaba para que no fallara la palabra anunciadora: desencarnándose, aligerado de pasiones cegantes y de cálculos menudos.

Así, una carta caída por casualidad en nuestras manos nos ha reproducido una de las vigencias más lindas que ha podido regalarnos el vaivén simpático de la vida: Batlle y Sánchez durante quince días hablando, planeando, soñando...

Tenía que ser así.

Santa Lucía, marzo 1942.

Nota:

[1] La carta fue escrita por Sánchez poco tiempo antes de su muerte.
Como se sabe, Florencio Sánchez falleció en los primeros días de noviembre de 1910 y Batlle empezó a ejercer su segunda Presidencia en marzo de 1911. No pudo ser. 

Pedro Leandro Ipuche - Selección de prosas
Biblioteca Artigas
Colección de Clásicos Uruguayos - Vol. 127
Ministerio de Cultura
Montevideo, 1968

Editado por el editor de Letras Uruguay

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