Ajedrez |
En
San Bernardino encontrábamos jugadores de un complicado y particular
ajedrez. Nucleados en el Club Progreso, todos los días se colocaban
frente a un tablero surcado de calles perfectamente perpendiculares que
definían un espacio y un ritmo pueblerino. Lo
primero que desconcertaba a quienes venían a presenciar esos eternos
partidos era la disposición de las piezas. Los peones se agrupaban en los
bordes del tablero, no estaban vestidos con los clásicos colores blanco y
negro. Entre ellos predominaban los grises, esos que nacían en las mismas
vidas de cada uno. Los
reyes y sus respectivas cortes estaban en el centro del tablero, vestidos
prolijamente y guardando las formalidades requeridas. Las
cuatro esquinas estaban ocupadas por los cuarteles donde el ejército,
como guardián y sostén de ese reino particular, esperaban las órdenes
pertinentes, en torres achatadas y alejadas. Por
ahí cerca andaban los caballos con sus milicos de sable fácil, también
destinados a mantener a raya a quienes alteraran el normal desarrollo del
"juego". Desde luego no faltaban curas y obispos de andar quedo,
representantes y custodios de un orden superior sobre el que se asentaba
el entramado de casillas. Como era lógico, cada bando tenía sus propios
partidarios, capaces de moverse de acuerdo a las reglas. Llevaba
años captar todo esto, adentrarse en las sutilezas que encerraba. Los
manuales explicativos estaban cuidadosamente ocultos lejos de la mirada de
quienes no estaban autorizados por los "reyes". No era cosa que
la mano de un peón se transformara en la fuerza capaz de hacer mover
piezas y desencadenar acciones que derivaran en un nuevo juego. La
idea nació, cuando no, de la pantalla del cine y fue alimentada por
sucesivos artículos y fotos extraídas de gruesas enciclopedias. Era
posible jugar ajedrez en la propia plaza principal, utilizando como
siempre seres humanos y animales para ilustrar el enfrentamiento. -Esto
bien manejado puede significar una presencia de turistas importante
provenientes de todos los pueblos de los alrededores. Todo consiste en
rodear el evento de la promoción y el color necesario. Esto
que surgiera de la boca del poder político zonal, se transformaba en
visiones de dinero en los ojos de los "reyes". -Dos
cosas hay que resolver. Primero quiénes son los que van a jugar y quién
será el responsable del vestuario y la escenografía. Estaba
propuesto todo un desafío a la imaginación. Sobre
quienes serían los jugadores, rápidamente se acordó que fueran el
Doctor Eulalio Fernández Lazo en representación de los partidarios del
gobierno y el también Doctor Casildo Ramírez Machado abanderado de la
oposición. Ambos se convertirían en reyes de ese anormal encuentro y
asumirían la comandancia de sus respectivos partidos. Simultáneamente
se acordó que los colores a emplear no serían el negro y el blanco, sino
el celeste y rojo. Más identificados con las agrupaciones tradicionales y
que dominaban el escenario. El
problema de la vestimenta fue relativamente sencillo. Aarón Groisman, el
viejo sastre, recibió el pedido de las ropas. Fue así que su taller se
llenó del ruido de máquinas de coser y el ir y venir de aprendidas,
mientras Aarón, con la cinta métrica colgada del cuello, se movía
de un lado a otro. Cuando
todo estuvo pronto, se fijó luego de una misa, la fecha de inicio. En los
días previos la agitación, ante el hecho novedoso, fue creciendo.
Paralelamente el pueblo vio como llegaban a los hoteles y pensiones,
periodistas enviados desde la capital y curiosos de otros lugares a los
que había viajado la noticia. Todo
estaba pronto. Dando comienzo a la pugna, dos movimientos idénticos y
casi simultáneos dejaron a Juan y Manuel frente a frente. De colorado uno
y celeste el otro, se miraron con gesto adusto, desafiante. El tiempo
comenzó a correr, el movimiento de las piezas se tomaba lenta, casi
eterna para los que parados en el tablero veían correr el sol por el
cielo despejado. -¿Che
y esto será pa' mucho?-, expresó Manuel deponiendo la expresión
desafiante de su cuerpo. -Pa'
mi gusto sí. Calculo que esto va a durar una vida. De acá salimos
muertos o veremos pasar las horas. La
respuesta de Juan denotaba que estaba comenzando a comprender aquel
entorno. Era en aquellos círculos de "doctores" donde se decidía
quién se movía, cuánto y en qué dirección. Fue
así que la cabeza de Juan fue formando una idea, picara y revolucionaria
a un tiempo. La tuvo en brazos un buen rato, hasta que ya ella se afirmó
sobre sus piernas y comenzó a caminar, vacilante al comienzo y firme y
decidida después. -¿Sabes
lo que hay que hacer?. La risa, anticipando las consecuencias, se pintaba
insinuada en los labios, mientras hablaba disimuladamente con lo labios
apretados. -Yo
qué sé, esperar que termine, creo. -¡Eso
mismo! Pero terminándolo nosotros. Si nos avivamos podemos ganar nosotros
este partido y dejarlos con una cuarta de nariz a estos tipos. -¿Te
parece?-, preguntó Manuel. ¿Y cómo hacemos? -Mira,
lo primero es que cuando esta noche se suspenda la cosa, nos vamos hasta
casa, nos tomamos unos mates y esperamos la medianoche. Después, cuando
todos estén dormidos nos robamos el libro que enseña cómo jugar, lo
estudiamos y después comenzamos a movemos por nuestra cuenta. -Yo
a todo te ayudo pero... estudiar... En la escuela siempre me consideraron
burro, incluso le dijeron a mi madre que el pase de sexto se lo daban,
pero que no me servía para nada. Que era por grande nomás, que lo
firmaban... Lo que es estudiar... No, no creo poder. -Déjate
de joder Manuel, no ha de ser más difícil que vivir y lo hacemos todos
los días. ¿Quién conoce mejor que vos los montes, el modo de alambrar
un campo o curar bicheras? Eso no lo miden en la escuela, tenete fe y ya
vas a ver. Esa
noche luego de burlar la adormilada vigilancia del milico de guardia, se
materializaron tres hechos extraños en el pueblo. Primero, se produjo un
robo, algo extraño en un espacio donde se dormía con las puertas y
ventanas abiertas; segundo, el blanco fue la biblioteca del Club y
tercero, lo único que se llevaron los ladrones, fue el más completo y
extenso manual de ajedrez. Al
otro día la noticia desoló las calles y se tejieron mil hipótesis que
restaron atención al juego, por lo que de común acuerdo los
"doctores" resolvieron suspender la partida para el día
siguiente. Farol
prendido, puertas y ventanas cerradas, Manuel y Juan se doblaban sobre el
libro tratando de entender las claves del juego. Rápidamente después de
haberse acostumbrado a los términos, avanzaron. Cuando ya entrada la mañana,
culminaron, abrieron todo dejando entrar el aire fresco mientras
aprontaban el mate. Sentados
en dos bancos bajos en la puerta, sin decir nada, cada uno tenía claro lo
que había que hacer. Los mensajes se transmitían a través de breves
miradas cruzadas. El plan estaba trazado. Parados
en sus posiciones, las mismas que ocupaban desde el comienzo, esa tarde,
luego de mirarse, comenzaron a moverse independientemente. Lo hicieron con
tal rapidez y tino que, de modo simultáneo, se colocaron en las
posiciones que les permitieron gritar a coro. -¡Jaque
mate! Se les terminó el juego carajo. Ambos
reyes estaban a merced de aquellos solitarios peones, sin que nada
pudieran hacer las restantes fuerzas. El grito de jaque, pronunciado firme
y sonoro, rebotó por todas las casas y el tablero comenzó a disolverse,
las cortes mostraron sus interiores apolillados y muertos. Un nuevo brillo
nació. Esa
noche, Juan y Manuel, mientras esperaban un asadito que se doraba lento no
podían borrar la expresión burlona con que habían dado vuelta todo. Fue
entonces, que Manuel mirando el techo infinito comprendió algo. -Mira
hermano... -dijo en voz baja- recién me estoy dando cuenta que no
terminamos el juego. Pateamos una casilla sólo. Hay muchas más en un
tablero infinitamente más grande, con otros "doctores" que
mueven y sacrifican vidas... Creo que apenas hemos abierto los ojos. -No
desesperes Manuel, es verdad, estamos en un tablero más grande y
complicao, pero... Con robarles los manuales, estudiarlos, enseñando a
otros, podemos seguir repartiendo patadas por las casillas, borrando sus
juegos. Dicho esto se inclinó sobre la parrilla y después de dar vuelta la carne, comenzó a trazar un damero con la punta del cuchillo en el suelo. |
Douglas Ifrán
Puentes a la memoria
Ediciones del Yerbal - Mayo 2004
Ir a índice de narrativa |
Ir a índice de Ifrán, Douglas |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |